Un pequeño río vadea la agreste y moderadamente descomunal
montaña. Los pájaros solían cantar alegremente, pero en el paisaje ahora
descrito los muy capullos callan como los pajaritos adorables que no son. A veces, alguna motocicleta
pasa deliberadamente con ruido y devastación contaminante y arrasa con todo lo
que ve, y generosa no es, pero eso se debe a un agujero de gusano que las hace
viajar en el tiempo y la dimensión. También se pasean sin ton ni son unos
cuantos payasos de circo que, sin quererlo, resultan más terroríficos y
horribles de lo que cualquiera de vuestras mentes perversas podría imaginar,
prever, soñar o desear.
Y entonces llega en su caballo blanco, un rocín que no está
precisamente flaco [guiño, guiño], y
se desmonta con ciertos aires de magnificencia y narcisismo que se evaporan en
cuanto el primer pie aterriza en una piedra pequeña, puntiaguda y puñetera que
hace que el caballero de melena rubia y al viento tropiece y caiga dando tres
volteretas hacia adelante, dos hacia atrás, una lateral y acabe intentando
salvar la humillación con un doble tirabuzón con mortal hacia atrás que acaba
en absoluto fracaso porque al caballero se le olvidó orinar y defecar antes de
salir de casa y del esfuerzo se le escapó todo, pedos incluidos. Unos jajas que se echan lo pájaros que ni os
podéis imaginar porque, veréis, los pajarillos amarillos estos tienen un
sentido del humor muy similar al de los niños pequeños, los borrachos y los
atontados en general que se ríen con las bromas de caca-culo-pedo-pis. Las
cuales, por otro lado, son siempre las mejores bromas de todas, las que
entiende desde el más intelectual, pedante, remilgado y estirado psicópata
millonario hasta el más pasional, analfabeto, desentrenado y generoso
vagabundo.
El caso es que el caballero ya se ha levantado, desempolvado
la armadura, cogido la piedra y arrojado hacia la lejanía que se extendía a su
frente, dirigido al río, quitado la armadura, bañado en el río, lavado sus
ropajes y la mierda y el meado que había salpicado la armadura, vestido de
nuevo, vuelto al caballo y ahora está dirigiéndose a pie a la boca de la cueva
en la que tenía pensado matar a un dragón, rescatar a una doncella que
estuviese buena (porque todas las doncellas tienen que estar buenas), tirarse a
dicha doncella, irse de su alcoba antes del alba y no enviarle una carta nunca
más. Que por algo es Sir Misoginia, y tiene que hacer honor a su deshonroso
nombre.
Lo que no sabe es que la dragona de esa cueva tiene buen
corazón, no en vano es conocida como La Buena Serpiente en ese valle, y que
hace tiempo que dejó marchar a la doncella que su jefe le había asignado y,
para hacer el paripé, había capturado a una mona, del género femenino para no
desviarse demasiado de su cometido, y la había vestido con los ropajes que la anterior
doncella se había dejado olvidados en el tendedero. Lo que no saben ni la dragona,
ni la doncella retirada, ni el caballero (obviamente, ya que él sólo sabe su
nombre, montar a caballo, reproducirse y olvidarse de todo lo demás), ni la
propia mona, es que la mona ésta en cuestión está considerada una gran belleza
y una simio cañón en la sociedad primate que habita cerca de la montaña.
Ah, mirad cómo el valiente caballero desenvaina su espada y
se adentra en la cueva. Muy valiente, sí. Él, vestido con ropa y armadura,
armado con una espada y protegido con un escudo contra una dragona
completamente desnuda. Muy valiente sí, oh coraje, oh corazón de león. ¿No hay
huevos a ir desnudo, sire? No, no los hay. O sea, literalmente sí, tiene dos
testículos bastante gordos y a punto de explotar porque lleva cerca de tres
días sin mojar y eso le pone de mala leche y, como se niega a masturbarse, pues
tiene lo que viene a ser la huevera repleta de su suero del amor. Pero lo que
se conoce culturalmente como “tener huevos” no los tiene. Sinceramente esa
expresión tiene todo el sentido del mundo, porque alguien valiente tiene que
tener huevos, es lógico, todas las gallinas tienen huevos, y si no tienen
huevos ya pueden salir corriendo. Pero vamos, que va todo armado a enfrentarse
a una dragona desnuda y que solo puede defenderse con lo que la Naturaleza le
ha dado. Vale, sí, la Naturaleza le ha dado unas garras puntiagudas, unas
escamas más duras y resistentes que el acero, la capacidad de arrojar fuego por
la boca y las fosas nasales, tres hileras de colmillos bastante afilados, una
cola acabada en pinchos, cuernos relucientes y una inteligencia equiparable a
la media humana (lo que quiere decir que es mucho más inteligente que el
caballero de la melena al viento); pero no es justo que el caballero pueda ir
con utensilios de cocina a la batalla.
Vaya, me he despistado y no me ha dado tiempo a contaros la
batalla entre Misoginia y La Buena Serpiente. A penas ha durado nada. De un
mordisco la dragona ha partido por la mitad al caballero, pero no se lo ha
comido porque olía y sabía a mierda.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Totalmente
ficticio a pesar de la veracidad de mis palabras. Los personajes están cien por
cien inventados y para nada son objetos
de una analogía satírica y aguda; cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia. No soy tan inteligente, por dios.