Encontraron a Iván en una camilla. Parecía dormido, tumbado
bocarriba y con una mano colgando. Se acercaron en fila india porque lo rodeaba
una barricada de camas y el espacio entre ellas era estrecho, Lourdes la última
de todas. El corazón aceleró a lo que Lourdes creía que debían ser unas mil
pulsaciones por minuto. Rodearon la camilla, dejando a Lourdes a los pies de
Iván.
Iván no debía ser muy alto, pero era bastante fornido. Su
cara no se correspondía con su cuerpo, era afilada y su nariz tenía los bordes
muy toscos, como si alguien la hubiese dado forma a hachazos sobre un bloque de
madera. Tenía la boca entreabierta y el pelo revuelto. Estaba muy pálido. Al
minuto, dio un leve respingo y despertó. Sus ojos se abrieron y lo primero que
vio fue a Lourdes, que no tenía ni idea de qué hacer y evitó el contacto
visual, y luego empezó a repasar el resto de caras.
“¿Veva? ¿Deina? ¡¿Mario?!”, dijo según reconocía sus caras,
se intentó incorporar pero empezó a toser sangre y tuvo que volver a
reclinarse. Veva se acuclilló a su lado y le cogió la mano.
“Iván”, dijo casi en un susurro, “he encontrado a tu
hermana.”
Esta vez se miraron a los ojos. Lourdes empezó a ver borroso
porque las lágrimas se agolparon en sus ojos y en cuanto pestañeó notó cómo una
lágrima bajaba por su pómulo derecho. Iván directamente rompió a llorar. Al oír
a Iván, Lourdes se frotó los ojos rápidamente y lo abrazó con todas sus
fuerzas. Sintió cómo los brazos de Iván la rodeaban y la apretaban con un ápice
de debilidad y ella apretó aún más a su hermano. El llanto de su hermano la
contagió y ella empezó a llorar también, mientras cada uno hundía la cabeza en
los hombros del otro. Sentía una felicidad pavorosa en su interior que no le
permitía pensar en la posibilidad de que ese chaval no fuese su hermano. Sabía
que a su hermano le pasaba lo mismo. Notaba cómo el hombro en el que estaba su
hermano se humedecía cada vez más, así como la ropa de su hermano se mojaba
según las lágrimas llovían de sus propios ojos. Sorbieron ambos la nariz y
después de lo que podrían haber sido eones, rompieron el abrazo.
Veva, Deina y Mario tenían los ojos rojos y se estaban
secando las lágrimas. Amatista y Sabrina sonreían, aunque esta última tenía dos
surcos de lágrima que cruzaban su cara. Veva carraspeó y habló, “sabes lo que
significa, ¿no?”
Iván asintió, mientras se restregaba las lágrimas y los ojos
con la manga. Lourdes se incorporó y miró a Veva, “¿qué tengo que hacer?”
“Ponte a mi lado mientras preparo la poción”, contestó Veva,
“y el resto poneros alrededor, la poción no es estrictamente legal.”
“¿En serio?”, preguntó Lourdes.
“Bueno, es legal siempre y cuando el enfermo y el donante de
sangre sean magos.”
Veva sacó de su bolso un caldero y muchos ingredientes para
la poción. Puso el caldero en el suelo y con la varita vertió agua dentro de él
y luego encendió un pequeño fuego debajo.
“Vale, ahora silencio absoluto, y cuando te diga, te pinchas
en el dedo y echas gotas de sangre hasta que te diga”, le dijo Veva según le
daba un alfiler muy puntiagudo. Lourdes lo cogió y se quedó mirando preocupada
a Iván, que había empezado a toser. Sería gracioso que se muriese justo después
de conocerle, pensó Lourdes, bueno, gracioso no.
Veva empezó a hacer la poción a la vez que daba la vuelta a
un pequeño reloj de arena. Sus movimientos eran frenéticos pero precisos,
mirando de vez en cuando el libro abierto en el que seguramente estuviese la
receta, y de vez en cuando resoplaba y suspiraba mientras hacía una pausa de
cinco segundos. Cuando al reloj le quedaba poco por caer, Veva le dijo que
empezase a echar sangre. Lourdes se pinchó en el dedo, que dolió un poco, y
empezó a dejar caer gotas. Cuando habían caído unas diez, Veva le dijo que
parase y remató la poción echando lo que era claramente un vaso de leche y
removió hasta que acabó de caer la arena.
“La leche es para que no sepa horrible”, dijo Veva, y echó
poción en un vaso limpio y se lo dio a Iván. Se lo bebió sin rechistar y le dio
un escalofrío.
“¿Cuándo sabremos si ha funcionado?”, preguntó mientras devolvía
el vaso.
“Si no te mueres dentro de cinco minutos, ha funcionado”,
respondió Veva. Hizo desaparecer el resto de la poción del caldero y empezó a
guardar las sobras.
El resto rompió la barricada humana que habían formado
delante de Veva y se distribuyeron alrededor de Iván. Iván miraba a Lourdes,
todavía con ojos vidriosos.
“¿Cómo te llamas?”, preguntó Iván, que no pudo evitar que se
le rompiese la voz.
“Lourdes”, contestó sonriendo, aunque notó que las lágrimas
volvían a subir a los ojos.
“Nuestros padres…”, empezó Iván.
“No saben nada”, dijo Lourdes, “pero están vivos.”
“Bien, bien…”
Se hizo un silencio extraño, como si los dos hermanos se
hablasen por primera vez después de pasar años sin hablar porque estaban
enfadados entre ellos. Iván miraba a Lourdes, desviando la mirada cada vez que
Lourdes le miraba a los ojos.
“¿Sois… felices?”, preguntó Iván dubitativo.
“No”, dijo Lourdes más rápido de lo que le habría gustado.
“Lo siento”, dijo Iván bajando la mirada.
“No lo sientas”, dijo Lourdes, “no es culpa tuya.”
Empezaron a oír un bullicio y giraron las cabezas a la vez.
Vieron a lo lejos un grupo de personas vestidas de blanco y negro rodeaban a
tres magos altos y vestidos de naranja brillante que avanzaban sorteando a los
enfermos. Parecía que las personas que vestían blanco y negro intentaban
impedirles que avanzasen.
Mario, Sabrina y Deina se levantaron rápidamente. Veva se
quedó de cuclillas, pero agarró la mano de Iván. Amatista puso a Lourdes detrás
de ella y se llevó la mano al bolsillo de la varita. Iván se incorporó,
quedándose medio tumbado apoyado en un brazo.
“Son sólo tres”, dijo Lourdes.
“Esos no son magilicías”, dijo Amatista, “oh, no, esos no
son magilicías.”
“¿Qué pasa? ¿Son los SWAT o qué?”, preguntó Lourdes.
“Sabes que no pillo esa referencia muggle”, se limitó a
decir Amatista.
Los tres magos seguían avanzando haciendo caso omiso de las
personas de blanco y negro. Se estaban acercando y no había duda alguna de que
iban hacia ellas.
“¿Qué les importa a los Parcas si vienen a por nosotras?”,
dijo Deina.
“Parcas o no Parcas, siguen siendo sanadores”, contestó
Mario, algo pomposo, “no quieren que se perturbe al enfermo, o que se les prive
la posibilidad de curarse.”
“¿Pero qué hacen ellos aquí?”, preguntó Sabrina asustada.
Los tres hombres estaban ya a unos pocos metros, cabreados
empujaban a los Parcas que seguían intentando que se fuesen de allí. En el
grupo había un silencio sepulcral y expectante.
Cuando llegaron a donde estaban, todas estaban asustadas,
menos Veva que se había levantado y les sonreía. Los tres magos sacaron sus
varitas y apuntaron a Lourdes. Bueno, técnicamente apuntaban a Amatista, pero
solo porque estaba en medio.
“ENTREGADNOS A LA MUGGLE” rugió el de en medio.
“Ya he hecho la poción” dijo Veva alegremente, “podéis hacer
con ella lo que queráis.”
Lourdes sintió cómo el corazón quería salirse del pecho. Ya
está, pensó, he servido para lo que querían, usada y tirada. Pero la mano de
Amatista agarró su muñeca y se sintió más protegida que nunca. El mago de la
derecha dudó e hizo ademán de bajar la varita.
“¿En serio?”, preguntó ese mismo hombre, “¿cuántos años
tienes?”
“Déjanos que la borremos la memoria”, dijo el tercero, “al
menos.”
“¡No!”, exclamó Iván.
“CALLA”, bramó el de en medio, “nadie va a salir de aquí con
vida a menos que NOS ENTREGUÉIS A LA MUGGLE.”
El mago de la derecha bajó la varita del todo y miró al de
la izquierda, que le devolvió la mirada y se encogió de hombros.
“¿Te enseñaron a hacerla en el colegio?”, preguntó el de la
derecha.
“Claro que no”, contestó Veva ofendida.
“Has dicho que podemos hacer con ella lo que queramos”, dijo
el de la izquierda, “¿por qué no nos la entregas?”
“Porque podéis hacer con ella lo que queráis”, repitió Veva,
más seria esta vez, “pero el problema es que, bueno, no vamos a dejaron hacer
con ella lo que queráis.”
“¿Qué dices, chica?”, intervino el de en medio, claramente
confuso.
“Digo que podéis hacer con ella lo que queráis, simplemente
tendréis que matarnos para que hagáis con ella lo que queráis”, respondió
cansinamente.
“Entonces no podemos hacer con ella lo que queramos”, dijo
el de en medio mirando a los otros dos, “¿no?”
El de la derecha sonreía ligeramente, parecía estar
divirtiéndose. Había relajado su posición, tenía las dos manos detrás de la
espalda y estaba apoyado solo en una pierna. El de la izquierda parecía saber
también lo que estaba pasando, pero había elegido seguir en guardia.
“A ver, chiqui”, dijo Veva, “¿quién soy yo para impedir que
realices los deseos más profundos de tu corazón? ¿Quieres matar a sangre fría a
una muggle? ¡Adelante! Lo que pasa es que para poder hacer con ella lo que
quieras, tendrás que matarnos.”
“Antonio, no ataques”, advirtió el de la izquierda al de en
medio. El tal Antonio estaba empezando a ponerse rojo, y temblaba todo él.
“NO ME TOMES EL PELO, NIÑITA”, gritó.
“Vale”, dijo Veva alegremente.
“A ver”, empezó el de la derecha, “podemos llegar a un
acuerdo. Habéis vencido a más de dos decenas de magilicías y a todos vuestros
profesores, no queremos que gente talentosa como vosotras se eche a perder.
Pero habéis matado a uno y habéis provocado la muerte de varios”, Lourdes miró
de reojo a Iván y lo vio con la boca abierta y algo rojo, “tenéis dos opciones:
entregaros y esperar lo mejor o pasaros la vida huyendo de la justicia. Y
dejadme decir que no habéis acabado vuestros estudios y que estaríais llevando
a una muggle de peso muerto.”
“¿Qué le pasaría a mi hermana si nos entregamos?”, preguntó
Iván levantándose.
“Lo mejor que le puede pasar es que le borren la memoria”,
respondió el de la derecha, “pero no puedo asegurar que sea lo que va a pasar.”
“Entonces no”, dijo Amatista.
“DEJAR DE SER TAN INMADUROS”, chilló Antonio. Cargó el brazo
de la varita, pero un flash de luz les dejó momentáneamente ciegos. Cuando se
aclaró la vista, Lourdes vio que Antonio estaba inconsciente y el de la derecha
apuntaba hacia él con su varita.
“Disculpad, era su primer día”, dijo, “pero es verdad que no
podemos dejaros salir de aquí a menos que os entreguéis.”
Cayó un silencio tenso entre ellas. Veva miró a su alrededor
y encontró la mirada de Amatista, que asintió levemente con la cabeza. Los dos
magos no debieron percibirlo porque los rayos que salieron de las varitas de
Veva y Amatista simultáneamente los pillaron totalmente desapercibidos.
Cayeron inconscientes al suelo los dos magos y hubo un
momento de silencio. Se miraron unas a otras y luego miraron a Amatista y Veva.
Ambas saltaron los cuerpos inconscientes, se dieron la vuelta y gritaron al
unísono, “¡Vamos, corred!”. Amatista tendió la mano a Lourdes y Veva a Iván. Ambas agarraron las manos y echaron todas a correr. Corrieron entre las camas y
camillas como un río sorteando pequeñas rocas, Amatista guiando a Lourdes. Las
Parcas se apartaban de su camino y Lourdes podría jurar haber visto a más de
una sonreírles.
Salieron al polígono y la luz del sol saliente cegó
momentáneamente a Lourdes, que se había acostumbrado a la luz de las Catacumbas
y de la noche. Durante unos segundos, se quedaron quietas observando el
amanecer. Amatista volvió a tirar a Lourdes de la mano y empezaron a correr por
donde habían venido. No sabía lo que les iba a pasar ahora pero le daba igual.
No quería volver a separarse de su hermano, ni de Amatista, y le daba igual si
tenían que ser fugitivas el resto de sus vidas, siempre y cuando todas esas
personas con las que corría a la luz del amanecer estuviesen con ella. Pero
sobre todo Iván y Amatista. Corrieron y corrieron, y a Lourdes no le importó
tener que estar corriendo el resto de su vida.
Si queréis que siga la serie (o sea, escriba una nueva temporada ((o sea, más y mejor porque ya sabré escribir un poco menos mal))) comentad o dadle a like/fav/compartir/retuit/lo que sea. Si no, me callaré para siempre. Gracias por leer.