lunes, 4 de abril de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte X

Encontraron a Iván en una camilla. Parecía dormido, tumbado bocarriba y con una mano colgando. Se acercaron en fila india porque lo rodeaba una barricada de camas y el espacio entre ellas era estrecho, Lourdes la última de todas. El corazón aceleró a lo que Lourdes creía que debían ser unas mil pulsaciones por minuto. Rodearon la camilla, dejando a Lourdes a los pies de Iván.

Iván no debía ser muy alto, pero era bastante fornido. Su cara no se correspondía con su cuerpo, era afilada y su nariz tenía los bordes muy toscos, como si alguien la hubiese dado forma a hachazos sobre un bloque de madera. Tenía la boca entreabierta y el pelo revuelto. Estaba muy pálido. Al minuto, dio un leve respingo y despertó. Sus ojos se abrieron y lo primero que vio fue a Lourdes, que no tenía ni idea de qué hacer y evitó el contacto visual, y luego empezó a repasar el resto de caras.

“¿Veva? ¿Deina? ¡¿Mario?!”, dijo según reconocía sus caras, se intentó incorporar pero empezó a toser sangre y tuvo que volver a reclinarse. Veva se acuclilló a su lado y le cogió la mano.

“Iván”, dijo casi en un susurro, “he encontrado a tu hermana.”

Esta vez se miraron a los ojos. Lourdes empezó a ver borroso porque las lágrimas se agolparon en sus ojos y en cuanto pestañeó notó cómo una lágrima bajaba por su pómulo derecho. Iván directamente rompió a llorar. Al oír a Iván, Lourdes se frotó los ojos rápidamente y lo abrazó con todas sus fuerzas. Sintió cómo los brazos de Iván la rodeaban y la apretaban con un ápice de debilidad y ella apretó aún más a su hermano. El llanto de su hermano la contagió y ella empezó a llorar también, mientras cada uno hundía la cabeza en los hombros del otro. Sentía una felicidad pavorosa en su interior que no le permitía pensar en la posibilidad de que ese chaval no fuese su hermano. Sabía que a su hermano le pasaba lo mismo. Notaba cómo el hombro en el que estaba su hermano se humedecía cada vez más, así como la ropa de su hermano se mojaba según las lágrimas llovían de sus propios ojos. Sorbieron ambos la nariz y después de lo que podrían haber sido eones, rompieron el abrazo.

Veva, Deina y Mario tenían los ojos rojos y se estaban secando las lágrimas. Amatista y Sabrina sonreían, aunque esta última tenía dos surcos de lágrima que cruzaban su cara. Veva carraspeó y habló, “sabes lo que significa, ¿no?”

Iván asintió, mientras se restregaba las lágrimas y los ojos con la manga. Lourdes se incorporó y miró a Veva, “¿qué tengo que hacer?”

“Ponte a mi lado mientras preparo la poción”, contestó Veva, “y el resto poneros alrededor, la poción no es estrictamente legal.”

“¿En serio?”, preguntó Lourdes.

“Bueno, es legal siempre y cuando el enfermo y el donante de sangre sean magos.”

Veva sacó de su bolso un caldero y muchos ingredientes para la poción. Puso el caldero en el suelo y con la varita vertió agua dentro de él y luego encendió un pequeño fuego debajo.

“Vale, ahora silencio absoluto, y cuando te diga, te pinchas en el dedo y echas gotas de sangre hasta que te diga”, le dijo Veva según le daba un alfiler muy puntiagudo. Lourdes lo cogió y se quedó mirando preocupada a Iván, que había empezado a toser. Sería gracioso que se muriese justo después de conocerle, pensó Lourdes, bueno, gracioso no.

Veva empezó a hacer la poción a la vez que daba la vuelta a un pequeño reloj de arena. Sus movimientos eran frenéticos pero precisos, mirando de vez en cuando el libro abierto en el que seguramente estuviese la receta, y de vez en cuando resoplaba y suspiraba mientras hacía una pausa de cinco segundos. Cuando al reloj le quedaba poco por caer, Veva le dijo que empezase a echar sangre. Lourdes se pinchó en el dedo, que dolió un poco, y empezó a dejar caer gotas. Cuando habían caído unas diez, Veva le dijo que parase y remató la poción echando lo que era claramente un vaso de leche y removió hasta que acabó de caer la arena.

“La leche es para que no sepa horrible”, dijo Veva, y echó poción en un vaso limpio y se lo dio a Iván. Se lo bebió sin rechistar y le dio un escalofrío.

“¿Cuándo sabremos si ha funcionado?”, preguntó mientras devolvía el vaso.

“Si no te mueres dentro de cinco minutos, ha funcionado”, respondió Veva. Hizo desaparecer el resto de la poción del caldero y empezó a guardar las sobras.

El resto rompió la barricada humana que habían formado delante de Veva y se distribuyeron alrededor de Iván. Iván miraba a Lourdes, todavía con ojos vidriosos.

“¿Cómo te llamas?”, preguntó Iván, que no pudo evitar que se le rompiese la voz.

“Lourdes”, contestó sonriendo, aunque notó que las lágrimas volvían a subir a los ojos.

“Nuestros padres…”, empezó Iván.

“No saben nada”, dijo Lourdes, “pero están vivos.”

“Bien, bien…”

Se hizo un silencio extraño, como si los dos hermanos se hablasen por primera vez después de pasar años sin hablar porque estaban enfadados entre ellos. Iván miraba a Lourdes, desviando la mirada cada vez que Lourdes le miraba a los ojos.

“¿Sois… felices?”, preguntó Iván dubitativo.

“No”, dijo Lourdes más rápido de lo que le habría gustado.

“Lo siento”, dijo Iván bajando la mirada.

“No lo sientas”, dijo Lourdes, “no es culpa tuya.”

Empezaron a oír un bullicio y giraron las cabezas a la vez. Vieron a lo lejos un grupo de personas vestidas de blanco y negro rodeaban a tres magos altos y vestidos de naranja brillante que avanzaban sorteando a los enfermos. Parecía que las personas que vestían blanco y negro intentaban impedirles que avanzasen.

Mario, Sabrina y Deina se levantaron rápidamente. Veva se quedó de cuclillas, pero agarró la mano de Iván. Amatista puso a Lourdes detrás de ella y se llevó la mano al bolsillo de la varita. Iván se incorporó, quedándose medio tumbado apoyado en un brazo.

“Son sólo tres”, dijo Lourdes.

“Esos no son magilicías”, dijo Amatista, “oh, no, esos no son magilicías.”

“¿Qué pasa? ¿Son los SWAT o qué?”, preguntó Lourdes.

“Sabes que no pillo esa referencia muggle”, se limitó a decir Amatista.

Los tres magos seguían avanzando haciendo caso omiso de las personas de blanco y negro. Se estaban acercando y no había duda alguna de que iban hacia ellas.

“¿Qué les importa a los Parcas si vienen a por nosotras?”, dijo Deina.

“Parcas o no Parcas, siguen siendo sanadores”, contestó Mario, algo pomposo, “no quieren que se perturbe al enfermo, o que se les prive la posibilidad de curarse.”

“¿Pero qué hacen ellos aquí?”, preguntó Sabrina asustada.

Los tres hombres estaban ya a unos pocos metros, cabreados empujaban a los Parcas que seguían intentando que se fuesen de allí. En el grupo había un silencio sepulcral y expectante.

Cuando llegaron a donde estaban, todas estaban asustadas, menos Veva que se había levantado y les sonreía. Los tres magos sacaron sus varitas y apuntaron a Lourdes. Bueno, técnicamente apuntaban a Amatista, pero solo porque estaba en medio.

“ENTREGADNOS A LA MUGGLE” rugió el de en medio.

“Ya he hecho la poción” dijo Veva alegremente, “podéis hacer con ella lo que queráis.”

Lourdes sintió cómo el corazón quería salirse del pecho. Ya está, pensó, he servido para lo que querían, usada y tirada. Pero la mano de Amatista agarró su muñeca y se sintió más protegida que nunca. El mago de la derecha dudó e hizo ademán de bajar la varita.

“¿En serio?”, preguntó ese mismo hombre, “¿cuántos años tienes?”

“Déjanos que la borremos la memoria”, dijo el tercero, “al menos.”

“¡No!”, exclamó Iván.

“CALLA”, bramó el de en medio, “nadie va a salir de aquí con vida a menos que NOS ENTREGUÉIS A LA MUGGLE.”

El mago de la derecha bajó la varita del todo y miró al de la izquierda, que le devolvió la mirada y se encogió de hombros.

“¿Te enseñaron a hacerla en el colegio?”, preguntó el de la derecha.

“Claro que no”, contestó Veva ofendida.

“Has dicho que podemos hacer con ella lo que queramos”, dijo el de la izquierda, “¿por qué no nos la entregas?”

“Porque podéis hacer con ella lo que queráis”, repitió Veva, más seria esta vez, “pero el problema es que, bueno, no vamos a dejaron hacer con ella lo que queráis.”

“¿Qué dices, chica?”, intervino el de en medio, claramente confuso.

“Digo que podéis hacer con ella lo que queráis, simplemente tendréis que matarnos para que hagáis con ella lo que queráis”, respondió cansinamente.

“Entonces no podemos hacer con ella lo que queramos”, dijo el de en medio mirando a los otros dos, “¿no?”

El de la derecha sonreía ligeramente, parecía estar divirtiéndose. Había relajado su posición, tenía las dos manos detrás de la espalda y estaba apoyado solo en una pierna. El de la izquierda parecía saber también lo que estaba pasando, pero había elegido seguir en guardia.

“A ver, chiqui”, dijo Veva, “¿quién soy yo para impedir que realices los deseos más profundos de tu corazón? ¿Quieres matar a sangre fría a una muggle? ¡Adelante! Lo que pasa es que para poder hacer con ella lo que quieras, tendrás que matarnos.”

“Antonio, no ataques”, advirtió el de la izquierda al de en medio. El tal Antonio estaba empezando a ponerse rojo, y temblaba todo él.

“NO ME TOMES EL PELO, NIÑITA”, gritó.

“Vale”, dijo Veva alegremente.

“A ver”, empezó el de la derecha, “podemos llegar a un acuerdo. Habéis vencido a más de dos decenas de magilicías y a todos vuestros profesores, no queremos que gente talentosa como vosotras se eche a perder. Pero habéis matado a uno y habéis provocado la muerte de varios”, Lourdes miró de reojo a Iván y lo vio con la boca abierta y algo rojo, “tenéis dos opciones: entregaros y esperar lo mejor o pasaros la vida huyendo de la justicia. Y dejadme decir que no habéis acabado vuestros estudios y que estaríais llevando a una muggle de peso muerto.”

“¿Qué le pasaría a mi hermana si nos entregamos?”, preguntó Iván levantándose.

“Lo mejor que le puede pasar es que le borren la memoria”, respondió el de la derecha, “pero no puedo asegurar que sea lo que va a pasar.”

“Entonces no”, dijo Amatista.

“DEJAR DE SER TAN INMADUROS”, chilló Antonio. Cargó el brazo de la varita, pero un flash de luz les dejó momentáneamente ciegos. Cuando se aclaró la vista, Lourdes vio que Antonio estaba inconsciente y el de la derecha apuntaba hacia él con su varita.

“Disculpad, era su primer día”, dijo, “pero es verdad que no podemos dejaros salir de aquí a menos que os entreguéis.”

Cayó un silencio tenso entre ellas. Veva miró a su alrededor y encontró la mirada de Amatista, que asintió levemente con la cabeza. Los dos magos no debieron percibirlo porque los rayos que salieron de las varitas de Veva y Amatista simultáneamente los pillaron totalmente desapercibidos.

Cayeron inconscientes al suelo los dos magos y hubo un momento de silencio. Se miraron unas a otras y luego miraron a Amatista y Veva. Ambas saltaron los cuerpos inconscientes, se dieron la vuelta y gritaron al unísono, “¡Vamos, corred!”. Amatista tendió la mano a Lourdes y Veva a Iván. Ambas agarraron las manos y echaron todas a correr. Corrieron entre las camas y camillas como un río sorteando pequeñas rocas, Amatista guiando a Lourdes. Las Parcas se apartaban de su camino y Lourdes podría jurar haber visto a más de una sonreírles.

Salieron al polígono y la luz del sol saliente cegó momentáneamente a Lourdes, que se había acostumbrado a la luz de las Catacumbas y de la noche. Durante unos segundos, se quedaron quietas observando el amanecer. Amatista volvió a tirar a Lourdes de la mano y empezaron a correr por donde habían venido. No sabía lo que les iba a pasar ahora pero le daba igual. No quería volver a separarse de su hermano, ni de Amatista, y le daba igual si tenían que ser fugitivas el resto de sus vidas, siempre y cuando todas esas personas con las que corría a la luz del amanecer estuviesen con ella. Pero sobre todo Iván y Amatista. Corrieron y corrieron, y a Lourdes no le importó tener que estar corriendo el resto de su vida.




Si queréis que siga la serie (o sea, escriba una nueva temporada ((o sea, más y mejor porque ya sabré escribir un poco menos mal))) comentad o dadle a like/fav/compartir/retuit/lo que sea. Si no, me callaré para siempre. Gracias por leer.

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