miércoles, 5 de junio de 2013

Las aventuras de Boogieman. Acto primero.

Escena 1
Carta de presentación
En un paraíso veraniego, arropados por árboles y hierbajos, dos jóvenes -hombre y mujer- están sentados bajo un manzano...

RHYTHMGIRL
¿Qué resquebraja tú mente, querido?¿Qué ansía tu corazón?

BOOGIEMAN
Mi cabeza explota por saturación, muchas ideas mas ninguna concreta. Y mis deseos son tenebrosos y oscuros, nada buenos.

RHYTHMGIRL
Eres un buen hombre, no maldigas vanamente tu existencia. Otros muchos han perecido creyendo ser dioses aunque en realidad tan sólo de rufianes se tratase. ¿Quién osa envenenarte con tales pensamientos, querido?

BOOGIEMAN
Soy yo mismo, me temo. La embriagadora belleza de nuestro alrededor me sumerge en un halo de desesperación. ¿Cómo yo, humilde ser humano, podré rivalizar con semejante maravilla y conquistar el corazón de mi amada?

RHYTHMGIRL
Una vez un hombre me dijo que la estupidez reside en uno mismo y que la reflejamos en los demás.

BOOGIEMAN
¿Qué moraleja tratas de enseñarme, rítmica ninfa?

RHYTHMGIRL
Que sólo los hombres sabios se echan la culpa a sí mismos.

BOOGIEMAN
¿Y las mujeres?¿No son sabias?

RHYTHMGIRL
Obvio es. Nuestra existencia siempre se basó en esclavitud suvizada, hemos sido oprimidas. Pero eso no quiere decir que no lo seamos.

BOOGIEMAN
Pues no limites a tu género. Habla de personas, de humanos, y no de hombres sin piedad y sedientos de idiotez.

RHYTHMGIRL
Sea así pues. Las personas sabias se echan la culpa a sí mismas.

BOOGIEMAN
Pero no soy sabio. Sé poco de mucho y mucho de nada.

RHYTHMGIRL
¿Y acaso eso no es sabiduría?¿Conciencia de la ignorancia de uno mismo?

BOOGIEMAN
No, sabiduría era Sócrates: conciencia de la ignorancia de sí mismo y ansia de aprender. Pero yo no quiero aprender, no quiero saber. Cito textualmente:"I'd far rather be happy than right any day".

RHYTHMGIRL
"And are you?"

BOOGIEMAN
"No. That's where it all falls down, of course".

RHYTHMGIRL
De acuerdo, no eres sabio. Al menos permíteme decir que no eres tonto.

BOOGIEMAN
Te lo permito, por supuesto. Un cumplido siempre es bienvenido. Alimenta mi ego.


El silencio cae en aquel Edén de misericordia y palabrería. Poco a poco, la noche cae mientras ambas personas observan el cielo en silencio.

lunes, 3 de junio de 2013

Un hipócrita sociópata

Una noche apacible, sin nada extraño, se cierne sobre Madrid. Poco a poco las luces se encienden en los edificios circundantes. El sol aún no se ha ido pero la oscuridad empieza a escarbar en la ciudad. Mi ordenador está encendido, para variar. Una red social tras otra aparece en la pantalla. Mi mente está absorbida por ellas, es una mala enfermedad. Me une a los antiguos amigos, me acerca a los actuales cuando están lejos. Me permite observarla a ella sin ser visto, y eso me aterra. Esta enfermedad nos convierte a todos en voyeurs de poca monta, inocentes; eso da miedo. Y entonces, el móvil vibra. Otro nexo más se abre. Nos comunicamos mucho, hablamos mucho. Decimos muy poco.

Tras un par de horas sentado frente al ordenador sin hacer nada, y haciendo de todo, me decido a cambiar de sitio. Me levanto y cojo el móvil. Al sofá. La televisión está encendida, pero no la veo ni la escucho. Mis padres hablan. Y yo, al móvil. Incluso cuando la marea está calma miro el móvil. Una necesidad insana, desesperada. Echo cuentas. Tantas horas, tantos minutos… Realmente estoy enfermo. Pero dentro de la enfermedad, soy de los sanos. A fin de cuentas hago otras cosas: leo, escribo, veo cosas.

Y me doy cuenta de que la televisión está ya apagada, mis padres roncando. Y yo, al móvil. Cuánta patraña. En un principio el móvil me pareció la salvación: hablaba con la gente (hasta les contaba mis problemas), ¡hablaba! Pero ahora me doy cuenta de que no decía nada. ¿De qué sirve escribir en un teclado mirando a una pantalla sentado si luego, a la hora de la verdad, soy incapaz de pronunciar palabra o actuar? ¿Sólo es mi forma de ser o es acaso un verdadero problema?¿Acaso no nos acerca en la distancia y nos aleja en la cercanía?

Y entonces maldigo. No necesito un dios al que culpar, unos padres a los que regañar o un psicólogo al que  pagar: la culpa es de la red social, la maldita red social. Callada, servicial, diligente, traicionera, asesina de coraje y amansadora de temerarios. Quizá solo me pase a mí, pero bueno, será que soy un viejo en cuerpo de adolescente o niño en cuerpo de joven. Quizá sea todo mentira, ojalá fuese mentira.


Y así, pegado a la pantalla del ordenador con dos redes sociales abiertas y el móvil en vibración, acabo de escribir estas líneas acerca no de la maldad de las redes sociales sino acerca de mi hipocresía porque sé que tras reflexionar esto seguiré haciendo uso de las redes. Acercándome a vosotros, observándote a ti, bella dama, aunque me duela en el alma.