Tras una semana profundamente agotadora nada le apetece. Un sigiloso pero firme paso le pone frente al abismo. Irónicamente cree que la tranquilidad y la indiferencia con la que ha vivido eran virtudes, pero ahora sabe que no. Una gota de sudor resbala por su cuello. ¿Realmente desea eso? Un sonido suave y crujiente pasa por detrás. Da media vuelta, pero no hay nada. Vuelve a girar de cara al abismo. Recuerda fugazmente una película en que el malo preguntaba si temían al abismo a todos los moribundos. Una media sonrisa se dibuja en su cara. Pero, sin desearlo, ese recuerdo le lleva a su infancia. Y empieza a recordar con una claridad deslumbrante y detallada su época preferida: la de la ignorancia y felicidad. Cuando era un niño de media altura, ni alto ni bajo y apenas sabía nada más allá de escribir y leer aunque cometía ciertamente unas faltas de ortografía bastante graves. Pero era lo normal a su edad. Su cara era delgada pero no flacucha, se podían contar sus costillas por la delgadez de su cuerpo, pero no le faltaba comida. Reía bastante, a veces por las cosas más absurdas. Nadie daba un duro por él, nadie creía que pudiese convertirse en el intelectual (según otros era pseudo-intelectual) que es. Hacía deporte, aunque era mediocre, quizá por ello era tan flaco. Era la época de los pokémon y a él le gustaban. También había visto una película llamada Harry Potter. Qué tiempos aquellos en los que no pensaba, se dice frente al abismo. Toda su preocupación, allá por el año 2001, era jugar debidamente a Harry Potter, Star Wars, o a cualquier superhéroe en el recreo, formando parte de la élite de niños que no jugaban al fútbol. Mas hacía deporte: el hockey era algo que le venía de familia -sus primos jugaban-. Efectivamente él también lo hacía, pero lamentablemente su talento no era el deporte. Frente al abismo intenta seleccionar una historia de su infancia que merezca la pena contar, o recordar. Una historia que conjugue inteligencia y aventura; comedia y drama. Pero por más que busca solo puede encontrar historietas graciosillas, dramas de niño burgués, aventuras de parques y con la inteligencia de un mosquito. Y se sorprende pensando en lo que menos esperaba pensar. Una pequeña libélula pasa por su lado, y le recuerda que amó durante un período de tiempo. Una etapa tan cruel como la adolescencia se le implantó en el cerebro y no hacía más que pensar en lo mísera que era su existencia. Eso le hace dar un paso hacia adelante. Pero mira hacia abajo y observa el hermoso contraste que ofrecen sus pies enfundados en zapatillas de deporte con el fin del barranco, del color verde intenso del césped gracias a las lluvias otoñales, y el oscuro final de su vida, del abismo. Esta visión produce en él un hermoso recuerdo. Un parque en el que corre en su post-adolescencia, la oscuridad de un amor frustrado y no bien revelado, la civilización que apresa al ser humano. Y entonces empieza a recordar esa etapa en la que pasó de ser una ignorante feliz a un pobremente cultivado infeliz. Esa etapa que la mayoría dice que es la mejor pero que para él no fue así. Una lástima que no se hubiese convertido en víctima del suicidio en aquel entonces, piensa ante estos recuerdos. Un torrente de vida le inunda y se echa cuatro pasos hacia atrás. Si no lo hice entonces, ¿por qué ahora?, se pregunta con un tono de reproche en su pensamiento. Su adolescencia fue convencional, pero él insiste en creer que no fue así. Quiere creer que la vida, el karma o que Dios lo han tratado mal, que es un pobre mártir a quien nadie quiere. Y puede que sea verdad, pero eso en realidad no es culpa de Dios, del karma o de la vida. La culpa siempre fue, era, es, será y sería suya. Nadie ha tenido tanto poder sobre él que él mismo. Pudo besar, acariciar, alabar, querer bien, amar mejor; pudo follar, hacer el amor, practicar el coito; pero prefirió ser la oveja negra, el bicho raro. Nadie lo trataba como tal, pero él quería verse así. Deseaba con todas sus fuerzas ser autista, tener algún síndrome, ser mudo. Pero no tenía más problema que la cobardía y la pereza a superar la cobardía. Se hacía la víctima siempre que podía. Odiaba bailar, o eso decía; amaba el cine, o eso decía. Poco de verdad había en sus palabras que realmente estaban vacías de mentiras. Mucha ironía en lo que dices encierra una verdad como un templo, eso todo el mundo ha de saberlo pero él se empeñaba en ignorarlo y en no creerlo. Poco a poco se descubrió a sí mismo tal y como era: pero era muy tarde y decidió olvidarlo. Ni qué decir tiene que un hombre que se ama a sí mismo y se odia a sí mismo con tanto fervor será virgen muchas primaveras. Y quizá sea por eso por lo que el suicidio cruzó su mente a los diecisiete años, dieciséis años. Pero los años pasaron y la adolescencia ha dado paso a la juventud. Una juventud infantil, en la que está pasando la edad del pavo. Por ello, en realidad no es joven, sino post-adolescente. Y la cabeza deja de lado el instituto y abraza la universidad. Esa etapa en la que aún está. Pues nuestro protagonista, el que está al borde del abismo, no tiene más de dieciocho años. Empieza a pensar en lo que aún le queda por aprender, y la pereza se apodera de él. Un paso hacia adelante. Piensa en lo que dirán de él por no tirarse al vacío, por ser cobarde una vez más en su vida. Un paso hacia adelante. Observa sus manos, temblorosas y sudorosas, y piensa en a quién pudo tocar con ellas. Un paso hacia adelante. Pero ahora piensa en a quién puede tocar, a quién todavía puede tocar con ellas y el nerviosismo le hace pensar al revés. Y da el último paso hacia adelante. De nuevo está al borde del abismo. Se agacha, y acaba en posición de cuclillas. Tapa la cara con sus manos. Resopla. Una lágrima cae por su mejilla. Y piensa profundamente. Recuerda a sus amistades, sus familiares. Abraza la idea de morir con todas sus fuerzas. Pero no quiere ver la caída, por lo que se da media vuelta y mira al interior. Ve el campo verde, las montañas con una alfombra también verde, salpicadas de motas marrones y negras-las rocas-, una carretera que no afea el paisaje, simplemente lo actualiza. Un coche fuera de lugar, el cual robó a sus padres. Un chófer que le trajo hasta aquí, un amigo, bajo el pretexto de salir de fiesta. La botella de alcohol que convención al amigo. El amigo, aún borracho, meando. Y como un fantasma, aparece un segundo coche. En el vienen otros amigos suyos. Y viene esa chica que tanto le gusta. Ve a su gran amigo Guni, ve cómo gesticula. Ya no oye nada, pero en los labios lee las palabras, ‘no lo hagas’. Presupone que su amigo Bacho, el borracho, ha informado a su más cercano amigo de sus intenciones. De alguna manera, esos amigos han encontrado la manera de entrar en contacto con su familia. Y presupone que Guni ha hablado con la chica que le gusta, la misma que viene en el coche con él, y con su padre. Empieza a llorar desconsoladamente. Hay gente que le quiere, hay gente a quien le importa, hay gente humana. El miedo se apodera de él al ver a la mujer más hermosa espiritual y físicamente que jamás ha visto, y siente la necesidad de dejarse caer hacia atrás. Pero entonces siente como varias manos le cogen y lo tiran al suelo. Y oye un susurro al oído que le llena de alegría. Es su amigo el borracho que le dice: ’No hay huevos a vivir’. Y toma el reto, lo acepta. Se zafa de los demás y echa a correr monte arriba. Mira hacia atrás y ve que solamente le siguen dos personas, Guni y Ella. Se tira al suelo y empieza a reír de la felicidad. La vida ha llamado a su puerta y la ha dejado entrar. Su amigo le dice que está loco y se va. Se queda a solas con Ella. Este es el momento más difícil de su vida, y ella a quien conoce hace cinco meses está allí, sonriendo. Dejan de sonreír y se miran a los ojos. Una nueva vida empieza y quiere hacerlo a su lado le susurra él. Ella sonríe. Y esa sonrisa le devuelve la esperanza, la alegría.
Micro-cuentos y no tan micros, incluso críticas de cine no profesionales o lo que sea. Si buscáis a alguien intelectual, inteligente, coherente y que redacte bien, no soy vuestro hombre. Simplemente escribo el caos de mi mente.
miércoles, 28 de noviembre de 2012
¿Temes al abismo?
Tras una semana profundamente agotadora nada le apetece. Un sigiloso pero firme paso le pone frente al abismo. Irónicamente cree que la tranquilidad y la indiferencia con la que ha vivido eran virtudes, pero ahora sabe que no. Una gota de sudor resbala por su cuello. ¿Realmente desea eso? Un sonido suave y crujiente pasa por detrás. Da media vuelta, pero no hay nada. Vuelve a girar de cara al abismo. Recuerda fugazmente una película en que el malo preguntaba si temían al abismo a todos los moribundos. Una media sonrisa se dibuja en su cara. Pero, sin desearlo, ese recuerdo le lleva a su infancia. Y empieza a recordar con una claridad deslumbrante y detallada su época preferida: la de la ignorancia y felicidad. Cuando era un niño de media altura, ni alto ni bajo y apenas sabía nada más allá de escribir y leer aunque cometía ciertamente unas faltas de ortografía bastante graves. Pero era lo normal a su edad. Su cara era delgada pero no flacucha, se podían contar sus costillas por la delgadez de su cuerpo, pero no le faltaba comida. Reía bastante, a veces por las cosas más absurdas. Nadie daba un duro por él, nadie creía que pudiese convertirse en el intelectual (según otros era pseudo-intelectual) que es. Hacía deporte, aunque era mediocre, quizá por ello era tan flaco. Era la época de los pokémon y a él le gustaban. También había visto una película llamada Harry Potter. Qué tiempos aquellos en los que no pensaba, se dice frente al abismo. Toda su preocupación, allá por el año 2001, era jugar debidamente a Harry Potter, Star Wars, o a cualquier superhéroe en el recreo, formando parte de la élite de niños que no jugaban al fútbol. Mas hacía deporte: el hockey era algo que le venía de familia -sus primos jugaban-. Efectivamente él también lo hacía, pero lamentablemente su talento no era el deporte. Frente al abismo intenta seleccionar una historia de su infancia que merezca la pena contar, o recordar. Una historia que conjugue inteligencia y aventura; comedia y drama. Pero por más que busca solo puede encontrar historietas graciosillas, dramas de niño burgués, aventuras de parques y con la inteligencia de un mosquito. Y se sorprende pensando en lo que menos esperaba pensar. Una pequeña libélula pasa por su lado, y le recuerda que amó durante un período de tiempo. Una etapa tan cruel como la adolescencia se le implantó en el cerebro y no hacía más que pensar en lo mísera que era su existencia. Eso le hace dar un paso hacia adelante. Pero mira hacia abajo y observa el hermoso contraste que ofrecen sus pies enfundados en zapatillas de deporte con el fin del barranco, del color verde intenso del césped gracias a las lluvias otoñales, y el oscuro final de su vida, del abismo. Esta visión produce en él un hermoso recuerdo. Un parque en el que corre en su post-adolescencia, la oscuridad de un amor frustrado y no bien revelado, la civilización que apresa al ser humano. Y entonces empieza a recordar esa etapa en la que pasó de ser una ignorante feliz a un pobremente cultivado infeliz. Esa etapa que la mayoría dice que es la mejor pero que para él no fue así. Una lástima que no se hubiese convertido en víctima del suicidio en aquel entonces, piensa ante estos recuerdos. Un torrente de vida le inunda y se echa cuatro pasos hacia atrás. Si no lo hice entonces, ¿por qué ahora?, se pregunta con un tono de reproche en su pensamiento. Su adolescencia fue convencional, pero él insiste en creer que no fue así. Quiere creer que la vida, el karma o que Dios lo han tratado mal, que es un pobre mártir a quien nadie quiere. Y puede que sea verdad, pero eso en realidad no es culpa de Dios, del karma o de la vida. La culpa siempre fue, era, es, será y sería suya. Nadie ha tenido tanto poder sobre él que él mismo. Pudo besar, acariciar, alabar, querer bien, amar mejor; pudo follar, hacer el amor, practicar el coito; pero prefirió ser la oveja negra, el bicho raro. Nadie lo trataba como tal, pero él quería verse así. Deseaba con todas sus fuerzas ser autista, tener algún síndrome, ser mudo. Pero no tenía más problema que la cobardía y la pereza a superar la cobardía. Se hacía la víctima siempre que podía. Odiaba bailar, o eso decía; amaba el cine, o eso decía. Poco de verdad había en sus palabras que realmente estaban vacías de mentiras. Mucha ironía en lo que dices encierra una verdad como un templo, eso todo el mundo ha de saberlo pero él se empeñaba en ignorarlo y en no creerlo. Poco a poco se descubrió a sí mismo tal y como era: pero era muy tarde y decidió olvidarlo. Ni qué decir tiene que un hombre que se ama a sí mismo y se odia a sí mismo con tanto fervor será virgen muchas primaveras. Y quizá sea por eso por lo que el suicidio cruzó su mente a los diecisiete años, dieciséis años. Pero los años pasaron y la adolescencia ha dado paso a la juventud. Una juventud infantil, en la que está pasando la edad del pavo. Por ello, en realidad no es joven, sino post-adolescente. Y la cabeza deja de lado el instituto y abraza la universidad. Esa etapa en la que aún está. Pues nuestro protagonista, el que está al borde del abismo, no tiene más de dieciocho años. Empieza a pensar en lo que aún le queda por aprender, y la pereza se apodera de él. Un paso hacia adelante. Piensa en lo que dirán de él por no tirarse al vacío, por ser cobarde una vez más en su vida. Un paso hacia adelante. Observa sus manos, temblorosas y sudorosas, y piensa en a quién pudo tocar con ellas. Un paso hacia adelante. Pero ahora piensa en a quién puede tocar, a quién todavía puede tocar con ellas y el nerviosismo le hace pensar al revés. Y da el último paso hacia adelante. De nuevo está al borde del abismo. Se agacha, y acaba en posición de cuclillas. Tapa la cara con sus manos. Resopla. Una lágrima cae por su mejilla. Y piensa profundamente. Recuerda a sus amistades, sus familiares. Abraza la idea de morir con todas sus fuerzas. Pero no quiere ver la caída, por lo que se da media vuelta y mira al interior. Ve el campo verde, las montañas con una alfombra también verde, salpicadas de motas marrones y negras-las rocas-, una carretera que no afea el paisaje, simplemente lo actualiza. Un coche fuera de lugar, el cual robó a sus padres. Un chófer que le trajo hasta aquí, un amigo, bajo el pretexto de salir de fiesta. La botella de alcohol que convención al amigo. El amigo, aún borracho, meando. Y como un fantasma, aparece un segundo coche. En el vienen otros amigos suyos. Y viene esa chica que tanto le gusta. Ve a su gran amigo Guni, ve cómo gesticula. Ya no oye nada, pero en los labios lee las palabras, ‘no lo hagas’. Presupone que su amigo Bacho, el borracho, ha informado a su más cercano amigo de sus intenciones. De alguna manera, esos amigos han encontrado la manera de entrar en contacto con su familia. Y presupone que Guni ha hablado con la chica que le gusta, la misma que viene en el coche con él, y con su padre. Empieza a llorar desconsoladamente. Hay gente que le quiere, hay gente a quien le importa, hay gente humana. El miedo se apodera de él al ver a la mujer más hermosa espiritual y físicamente que jamás ha visto, y siente la necesidad de dejarse caer hacia atrás. Pero entonces siente como varias manos le cogen y lo tiran al suelo. Y oye un susurro al oído que le llena de alegría. Es su amigo el borracho que le dice: ’No hay huevos a vivir’. Y toma el reto, lo acepta. Se zafa de los demás y echa a correr monte arriba. Mira hacia atrás y ve que solamente le siguen dos personas, Guni y Ella. Se tira al suelo y empieza a reír de la felicidad. La vida ha llamado a su puerta y la ha dejado entrar. Su amigo le dice que está loco y se va. Se queda a solas con Ella. Este es el momento más difícil de su vida, y ella a quien conoce hace cinco meses está allí, sonriendo. Dejan de sonreír y se miran a los ojos. Una nueva vida empieza y quiere hacerlo a su lado le susurra él. Ella sonríe. Y esa sonrisa le devuelve la esperanza, la alegría.
sábado, 24 de noviembre de 2012
Caronte.
Su sueño era convertirse en la
persona que llegó a ser, y Hera, en toda su sabiduría, únicamente le negó una
esposa. Le regaló hijos repartidos por doquier; le regaló dinero y fama; le
regaló placer. Pero él quería más, mucho más. Su gran estupidez provocó que le
pidiese a Hermes una habilidad indigna para los mortales. Omnipresencia.
Omnisciencia. Omnipotencia. Hermes, rápido en su vuelo, informó a Zeus de la
petición. Y Zeus prohibió que los dioses del Olimpo lo concedieran. El hombre,
conocido incluso en las entrañas del Olimpo, realizó sacrificios en honor a
todos los dioses. Excepto a uno. A Hades, el señor de los Infiernos, le ofreció
su alma y su cuerpo.
La venta se
realizó en secreto. Caronte consiguió ser dios por un día. Pero fue un día
malgastado. Haciendo uso de su Omnipresencia, fue a lugares donde las mujeres
se sentían a gusto. Usó su Omnisciencia para buscar una esposa para sí mismo.
Su Omnipotencia se centró en eliminar a sus rivales. Consiguió prorrogar el
trato.
Pero cayó. La
locura le llevó a los extremos de la vida. Derrochó, folló, amó, mató, peleó y
finalmente, al caer la noche del tercer día, se suicidó. Plutón lo recogió
personalmente. Le dijo que le encargaría una tarea que le redimiría de sus
pecados pero Hades no es conocido por su piedad y lo condenó para toda la
eternidad. Caronte, desacostumbrado a la pobreza, instaló un peaje en la
autopista al Infierno. Él era el conductor del único vehículo que circula en
ella.
Aún hoy
aumenta sus riquezas, esperando a que algún día pueda comprar su libertad. Pero
yo no soy tan fácil. Y la cantidad que me debe la tendrá, y la abonará, dentro
de mucho, mucho tiempo. Exactamente el día del juicio FINAL.
MIGUEL CORONA
MAS 6-4-11(MIÉRCOLES
DE ABRIL DE 2011)
sábado, 17 de noviembre de 2012
Tropic Thunder.
Dirección: Ben Stiller. Guion: Ben Stiller, Justin Theroux, Etan Cohen. Reparto: Ben Stiller,
Jack Black, Robert Downey Jr., Nick Nolte, Tom Cruise.
Lo interesante de la
película está más allá de la coña con la que actúan Black y Stiller. La
profundidad de la cinta reside en los personajes de Downey Jr., y Cruise ya que son ellos los que profundizan
en la crítica a Hollywood. Y los que más carcajadas provocan.
Los
otros personajes, los jóvenes, mantienen el tipo firmemente frente al torrente
interpretativo que es Downey Jr., e incluso superan a Black y Stiller. Ahora
bien, frente a la continua buena actuación de los primeros, nos encontramos con
un Black desquiciadísimo al final de la cinta que consigue salvar su papel. Y
lo de Stiller es comprensible: dirige y escribe, produce y actúa. Tanto trabajo
sobrepasa a cualquiera y afortunadamente el trabajo más flojo de Stiller en la
película es la actuación-y lo hace bien, no me malinterpretéis-.
El
guion es correcto en general y espléndido por momentos. Los personajes tienen veneno, todos ellos, y
sueltan perlas para la posteridad. El personaje de Cruise, el de McConaughey,
el de Downey Jr., o el de Nolte. Parodian sin llegar al exceso todos los
empleos del cine. Todos.
No
buscan moralizar, solo criticar; no quieren hacernos reflexionar-no hay nada
que mejorar, solo capullos que se lo llevan muerto-, solo hacernos reír.
Conseguimos
pasar un buen rato y va de menos a más. Un prólogo interesante, en plan guerra
total, da paso a una aburrida presentación del rodaje. Y finalmente la traca
final. Eso sí, los tráileres iniciales encierran más inquina que toda la
película junta. Bueno, puede que exagere, pero son muy críticos.
Lo mejor: el final
épico y el reparto de lujo: Cruise, McConaughey, Nolte y Downey Jr.
Lo peor: unos minutos
intermedios sosos, tirando a aburridos.
7’5 sobre 10
viernes, 16 de noviembre de 2012
Dulces sueños.
Esa noche no era como las demás.
Esta vez tenía un plan en mente. Primero, cenaría- eso era lo principal-,
luego, -de segundo- vería una película, y finalmente, dormiría.
Pero todo
se torció cuando, a mitad de la película, se durmió.
Ahora, sí.
Tenía que decírselo, y fue hacia ella. Su caminar era lento pero sus
pensamientos rápidos. Ya había seleccionado las palabras perfectas. Lo dijo.
Ante la negativa de ella se vio obligado a volar lejos de allí. Se perdió por
el camino. Las calles estaban desiertas. No corría el aire y el sol estaba
yéndose.
Se encontró
con un amigo de su infancia. Físicamente estaba igual, pero dos palmos más de
alto. Fue a saludarle. El tortazo que le propinó el otro fue espectacular. Su
antiguo amigo le dijo que cómo había podido haber hecho algo así. Se fue
corriendo.
Mucha
gente. Entró en un callejón para evitar a la muchedumbre. Allí estaba su jefe,
pinchándose. Él lo vio y le pidió que se fuera. Pero la policía ya había
llegado. Creyeron que él también estaba en el ajo. En comisaría le hicieron un
análisis de orina y otro de sangre. Pasó la noche en comisaría a la espera de
las pruebas. La policía le dijo que pasaría cinco años en la cárcel porque, a
pesar de que estaba limpio y de que él insistía en su inocencia, el jefe había
declarado algo que le quitaba el derecho a un juicio.
Entonces, se levantó y se dirigió
hacia donde estaba su jefe. Justo cuando iba a propinarle un puñetazo se
despertó. La película estaba acabando. Al día siguiente, por la tarde, estaba
frente a ella. Fue a decírselo pero dijo que no. Fuera, la calle estaba vacía.
Caminó por la calle. Vio a un amigo de la infancia. Corrió en dirección
contraria. Y Un camión se lo llevó por delante. Pobres mortales.
MIGUEL CORONA
MAS 1-4-11
(VIERNES DE ABRIL DE 2011)
jueves, 15 de noviembre de 2012
Looper. (puede
contener spoiler)
Guion y dirección: Rian Johnson. Reparto: Joseph Gordon-Levitt, Bruce Willis,
Emily Blunt, Paul Dano, Jeff Daniels, Pierre Gagnon.
Realidades paralelas y paradojas
es algo inevitable a la hora de hacer una película de viajes en el tiempo, eso
es algo que hay que saber. La razón de que una película de este tipo sea buena
o sea mala radica en el tratamiento del tema; a saber: complejo o simple. Mucho
mejor simplificar los viajes en el tiempo para hacerlos ‘creíbles’ que hacerlos
complejos y meter la pata en un descuido. Esta película lo simplifica para
hacernos la picha un lío con un tema a
priori insignificante.
El viaje en el tiempo, tan
importante en la primera hora de la cinta,
se ve convertido en Mcguffin
para que el peso de la historia la lleve otro tema de igual (o más) interés que
el viaje en el tiempo.
A mis ojos hay dos películas: la
primera hora y la segunda hora. Para evitar spoilers
no diré la razón de las dos películas pero puedo dar un dato: la segunda hora
es casi teatral (uno o dos escenarios) mientras que la primera tiene la gran
localización de la ciudad.
El otro gran tema, presente en
las ‘dos películas’, es la violencia.
Acostumbrado como está un servidor a la violencia vulgarizada de Tarantino o a
las duras batallas del cine bélico, como el de Salvar al soldado Ryan, en esta cinta no se vulgariza ni es
explícita pero es dura, contundente y brutal. La violencia reflexiona sobre
castigar a quién aún no ha delinquido, sobre desatar la furia y asesinar a
sangre fría. Muchos no se darán cuenta por el revestimiento de viajes en el
tiempo, telequinesis y esas historias de ¿amor?, pero creo firmemente que el
tema principal de la película no es otro que la violencia, el castigo y el
delito.
En cuanto a las actuaciones, la
deforme cara de Joseph Gordon-Levitt y su voz similar a la de Bruce Willis le
otorgan la categoría de gran actor. Mientras que Willis sigue en su línea, una gran
planta que da glamour a cualquier película, Emily Blunt consigue estar a la
altura de los dos protagonistas. El resto del reparto (Jeff Daniels, Paul Dano)
aporta su grano de arena a una película de altos vuelos, mucho mejor que esos
blockbusters hechos en industria pero, mal que me pese, no llegará a ser
película de culto hasta dentro de muchos años. Y espero equivocarme.
Lo mejor: la
simplicidad del viaje en el tiempo.
Lo peor: el final es
lento…y rápido.
8’5 sobre 10.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Argo.
Dirección: Ben Affleck. Guion: Chris Terrio. Reparto: Ben Affleck, John Goodman,
Alan Arkin, Bryan Cranston.
Cuando se hacen películas
como esta, la alegría te inunda el cuerpo. Es increíble cómo un tema tan poco
español como el de Argo puede entretenernos a nosotros. La comedia desarrollada
por los personajes de Arkin y Goodman es terriblemente escasa, para mí, y nos
permite respirar en el ambiente tenso tan bien tejido. Es real, por algo es una
historia real, todo lo que ocurre, con licencias para el dramatismo y el humor.
El
reparto al completo-incluso el tantas veces criticado Affleck- está a un nivel
sobresaliente. La dirección Eastwoodiana
de Affleck-al igual que en su opera prima- me crean esperanzas al pensar que
las película al estilo de Eastwood no morirán con él.
La
Academia va premiar la cinta con un mínimo de 3 nominaciones y un máximo de 7
premios: mejor película, mejor dirección, mejor guion adaptado, mejor actor
(Affleck, sí, no me he vuelto loco), mejor actor de reparto (Goodman, Arkin o
Cranston), mejor fotografía, mejor dirección artística. Explico el por qué. La
película cuenta con un cóctel muy jugoso para los académicos: está muy bien
hecha, tiene la ideología perfecta, Affleck recibirá el reconocimiento (que
merece) por sus anteriores películas, el cine dentro del cine siempre gusta y
no se mete en conflictos con la cienciología (The Master) o con la homosexualidad como pasase con Brockeback
Mountain.
Ahora
toca el turno de lo malo. La relación filio-paternal de Affleck con su hijo es,
aunque necesaria para un momento en cierto sentido clave, poco profunda y está
cogida con alfileres. Y el otro mini fallo es, para mí, la falta de crítica
hacia EE.UU., por imponer una dictadura brutal en un país solo para tener
petróleo barato. Pero son fallos que quedan en nada comparándolos con la
totalidad de la obra.
Quizá
todavía sea pronto para decir que Affleck va a convertirse en uno de los directores
más importantes del cine estadounidense, pero va en camino de hacerlo. Y ya
demostró que es capaz de ganar un Óscar con el guion de la contundente El indomable Will Hunting. Desde luego, tras haber hecho el ridículo en Daredevil la carrera de Affleck lo único
que va a hacer es subir.
Lo mejor: la
dirección, el reparto y el principio animado. ¡Argoderse!
Lo peor: engrandece
desmedidamente a la CIA.
8’5 sobre 10
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