El sol salió
amarillo y el cielo se tiñó de rosa y naranja, de tonalidad suave.
Luna había estado despierta hasta bien entrada la madrugada, pero
cayó dormida antes de tomar ninguna decisión.
Diana
la despertó con una caricia en la cara.
'¿Y
bien?', preguntó. Diana estaba sentada al borde del sofá y Luna
tumbada cuan larga era sobre él. Luna se frotó los ojos.
'Buenos
días', dijo en un bostezo.
'Y
buenos días para ti también', contestó Diana. 'Perdón por
apremiarte a tomar una decisión, pero lo último que quiero es que
los dos bandos vengan contra mí.'
Luna
se incorporó y sintió cómo el estómago le rugía, al fin y al
cabo no había cenado nada la noche anterior y apenas había comido.
Diana se levantó del sofá y le ofreció una bandeja con un par de
bollos, zumo y un té con leche.
'Me
he tomado la libertad de desayunar yo también', dijo.
'Gracias',
Luna se sentó en el sofá y empezó a desayunar. Después de llevar
la mitad del desayuno, se despertó del todo. 'Yo no soy asexual',
dijo. Diana asintió, reconociendo que había entendido la
información.
'No
importa', dijo. 'Ser una vestal no requiere que lo seas, ni siquiera
que seas virgen; es una palabra bonita para decir escudera. Al menos
en lo que a mí respecta.'
'¿Cómo
voy a decidir qué bando si no sé los motivos para la guerra?'
preguntó Luna.
'Tiene
sentido, sí', admitió Diana. 'Básicamente Hades, delante de todo
el Olimpo, llamó violadores a sus hermanos. Como sabrás, a mi padre
y a mi tío se les conoce por tomarse ciertas...que se tiran a todo lo
que se mueve, quiera o no, vaya. Zeus y Poseidón se han cogido el
canasto de las chufas y han dicho que Hades es el más malo porque es
el dios del Inframundo, cosa graciosa teniendo en cuenta que fue mi
padre quien lo mandó a trabajar allí.'
'Pero...Hades
también secuestró a Perséfone, ¿no?' dijo Luna.
'Qué
va. Perséfone entró ella solita al Inframundo y se quedó porque le
gustó. De hecho, el otoño y el invierno no ocurren cuando está en
Inframundo, sino cuando está con su madre, Deméter la
Sobreprotectora.'
'¿Entonces
por qué te cae mal Hades?', preguntó Luna.
'Es
un brasas', Diana se encogió de hombros.
'Por
favor, está claro. Vamos con Hades', dijo Luna.
Diana
sonrió y asintió.
Lourdes
despertó bien entrada la mañana, cerca de las diez y media, casi
las once. A su lado, la cama estaba deshecha y las sábanas arrugadas
con claras marcas de que alguien más había dormido ahí. Oyó el
agua de la ducha caer contra un cuerpo, lejos en el baño. Se estiró
y bostezó.
Salió
de la cama, se echó por encima el camisón y salió de la
habitación. En la cocina, preparó el desayuno para dos. Llevó la
bandeja al salón y abrió las ventanas para ventilar. Fátima entró
al poco tiempo, arropada por un albornoz y su pelo corto húmedo
estrellado a todas direcciones. Se sonrieron y besaron.
Lourdes
se sentó a desayunar mientras Fátima cogía su ropa, que estaba
desperdigada por diferentes partes del salón.
Ya
vestida, Fátima volvió y se sentó a su lado.
'La
Madre Superiora me dijo que deberíamos encontrar a una más para el
aquelarre, puede que con tres no sea suficiente', dijo Lourdes.
'¿Conoces a alguien a quien le pueda interesar?'
'No
sé', contestó Fátima. 'Puede que conozca a un par de cuando iba a
la uni, pero no estoy segura de que sean brujas. Después investigo y
llamo.'
'Yo
ya no conozco a ninguna más que no tenga aquelarre', dijo Lourdes.
'Supongo que al llegar a cierta edad todas se han ido colocando por
ahí y por allá.'
'No
tienes “cierta edad”, Lourdes', dijo Fátima sonriendo.
'Me
han llamado asaltacunas, cariño', apostilló Lourdes.
'¿Qué
son quince años?', repuso Fátima.
'Tres
lustros, década y media', contestó Lourdes. Fátima se encogió de
hombros.
Diana
apremió a Luna para que se fuesen antes de comer, y Luna no puso
objeciones. Preparó un par de bocatas, echó toda la fruta que tenía
en la casa a una bolsa y, con una rapidez fuera de lo normal, hizo
las maletas: un macuto grande, lleno hasta los topes, donde también
metió una mochila más pequeña y manejable y su bolso.
Antes
de salir, Diana se quedó mirando a Luna y su macuto. Con una sonrisa
torcida, ladeó la cabeza y se regocijó en la visión de la mujer y
el macuto que era casi tan grande como ella.
'¿Qué?',
preguntó Luna.
'Nada',
contestó Diana. Al momento, cogió su mochila, que estaba apoyada
contra la pared, la abrió y puso un pie dentro de ella y bajó. Luna
se quedó petrificada, con la boca abierta y un ligero hilo de baba
preparándose a caer por ella. La cabeza de Diana se asomó.
'Ven',
dijo. 'Así no tienes que llevar ese monstruo en la espalda.'
Luna
se acercó con cautela. Diana había vuelto a zambullirse en la
mochila. Luna se asomó y vio en el interior de la mochila un espacio
no muy grande, similar a un ascensor, donde estaba Diana esperándola.
Esto es: no muy grande para los estándares de habitaciones; en
cuanto interior de mochilas, el espacio era gigantesco.
'¡Vamos!',
gritó desde abajo Diana. Luna metió el pie y, para su sorpresa,
encontró en seguida oposición. El corazón le empezó a ir a mil por hora.
Introdujo el segundo pie y sólo se podía imaginar lo ridícula que
tenía que parecer desde fuera: metida en una mochila que seguramente
no bajaría más.
El
suelo empezó a descender hasta encontrarse a la misma altura que
Diana. Diana estaba al lado de un panel con botones, los cuales
seguramente servirían para muchas cosas y Luna sólo podía suponer
que bajar a primerizas automáticamente sería una de ellas. En la
pequeña habitación, además del orificio de la mochila en el techo,
había una puerta en una de las paredes.
Diana
la abrió y le ofreció pasar. El interior era una casa. Luna se
quedó al umbral, dudando si entrar o no, y Diana la empujó
suavemente mientras cerraba la puerta detrás de sí.
'Bienvenida
a mi casa', dijo Diana. 'Ahora mismo estamos en una pequeña isla
cerca de Grecia que, gracias a mi condición de diosa, pasa
desapercibida para vosotros. Y, por supuesto, también estamos en tu
casa.'
Luna
no era capaz de pronunciar palabra. Miró a Diana e hizo ademán de
empezar a hablar, pero los sonidos se ahogaban y mezclaban y sólo
balbuceaba.
'Deja
el macuto por ahí', dijo Diana mientras se quitaba la ropa sin
ningún pudor en medio del salón, con Luna delante. Luna apartó la
mirada al instante.
'Eh...',
Luna empezó a pensar un tema de conversación que quitase hierro al
asunto. 'Eh, si llevas tu casa en la mochila, ¿por qué ibas con la
lanza y el arco por la calle?'
Luna
había abierto un armario que había en medio del salón y había
empezado a vestirse de nuevo. Se había puesto una camiseta de manga
corta con motivos de Star Wars, unos pantalones de chándal y la
misma sudadera.
'Por
los elfos, por supuesto', dijo Diana como quien comenta el tiempo.
'¿Los
elfos?'
'Sí,
esos gilipollas arios más nazis que Hitler', asintió Diana. 'Les
tenéis en demasiada estima, son unos racistas de mierda. Y llevan
siglos cazando a cualquier dios que no esté a su altura. Y ya me
ves, yo de aria tengo poco.'
'Entonces...',
Luna se olvidó por completo del resto de cosas que le habían
pasado, 'entonces, ¿los orcos?'
'Genocidio,
el último murió hace cuatrocientos años. Bueno, no murió, fue
asesinado.'
Luna
no daba crédito. Diana se quedó en silencio, mirando al suelo, como
si estuviese dando sus respetos en un minuto de silencio. Y, un
minuto después, levantó la mirada.
'Bueno,
pero tenemos que irnos. Las paradojas espaciales sólo se sostienen
cierto tiempo, como estemos aquí más de una hora, nos quedamos aquí
y tendríamos que ir a patita hasta tu casa.'
Rápidamente,
Luna sacó la mochila pequeña del macuto, la llenó de lo
indispensable y volvieron por donde habían entrado.
Fátima
no sabía qué hacer. Tras sus investigaciones sobre sus antiguas
compañeras de universidad, encontró que una de las personas con las
que compartió clase era, de hecho, bruja. Pero era un hombre, y no
sabía hasta qué punto Susana iba a dejar que una de las brujas de
su aquelarre fuese un hombre.
Cogió
el teléfono y llamó a Lourdes. Le contó lo que pasaba. Lourdes le
dijo que lo mejor era hablar con Susana directamente y que ella no
tenía problema con que una de las brujas tuviese pene. Fátima
contestó que eso haría y que había dicho que era un hombre, no que
tuviese pene. Lourdes colgó el teléfono confusa y Fátima llamó a
Susana.
'¿Diga?',
dijo Susana al coger la llamada.
'Ma,
soy Fátima', dijo la susodicha. 'Me dijo Lourdes que creía que lo mejor
sería tener una bruja más en el aquelarre.'
'Calla,
niña', apremió Susana. 'Pueden estar escuchando.'
'¿Quiénes?'
'Todos',
se limitó a contestar Susana. '¿Has encontrado alguna?'
'Sí..',
empezó a decir Fátima.
'Estupendo',
interrumpió Susana. 'Tráela mañana por la mañana, y veremos qué
tal'
'Pero
Ma', dijo Fátima asertiva, asegurándose de que Susana la escuchase.
'No es mujer.'
Susana
se quedó en silencio, pensativa. Fátima empezó a imaginarse
escenarios en el que Susana la asesinaba por sugerirlo siquiera.
'Vale',
dijo al fin Susana. 'Tráelo, pero asegúrate de que sabe lo mínimo
antes.'
'Sí,
Ma.'
Susana
colgó sin despedirse, lo que aseguró a Fátima dormir esa noche
presa de la ansiedad y la paranoia. Fátima llamó a José, el
susodicho, quien aceptó de buena gana la posibilidad de entrar en un
aquelarre después de que le echasen del anterior en el que estaba
cuando salió del armario como hombre transexual.
Al
final salieron de la casa de Luna a eso de las once de la noche.
Diana tuvo que explicarle a Luna en qué consistía la magia que hacía
funcionar la mochila como portal a su casa y eso derivó en una
conversación sobre magia, el poder de Diana y cuándo podía
aprender todo eso, tal y como ella le había prometido.
Diana
accedió a enseñarle un primer truco, sencillo y útil antes de
salir. Consistía en hacer fuego, sin necesidad de gas, piedras,
frotación o tan siquiera oxígeno. Todo lo que tenía que hacer Luna
era sentarse con las piernas cruzadas en el suelo, la espalda recta y
los ojos cerrados. Después, debía pronunciar “πυρά”,
pira en griego, y posar las manos en aquello que quisiese prender
fuego. Al apartarlas, el fuego prendería y una llama dorada surgiría
hasta adquirir el color habitual.
Luna
no sabía a dónde se dirigían, se dejaba llevar por Diana. Habían
salido de Madrid y habían puesto rumbo hacia el norte, pero no sabía
nada más. Diana tenía un coche híbrido, y conducía despacio y con
calma.
Cuando
pasaban por Torrelodones, Diana por fin le dijo a dónde iban.
'Vamos
al Inframundo. El acceso más cercano está en Cantabria.'
'Vale,
¿es peligroso?'
Diana
se encogió de hombros, poco convencida, como si intentase
tranquilizarla a sabiendas de que podía serlo.
'Antes
tengo que hacer unas paradas. Hablar con gente, enterarme de cómo
está la cosa. Primera parada: Los Ángeles de San Rafael.'
'¿Y
qué hay allí?', preguntó Luna.
'Un
viejo amigo', contestó Diana.
'¿Podrías
ser más vaga?', replicó Luna,
'Que
te den, no soy vaga', se ofendió Diana.
'No
me refería a ese tipo de vaga, quería decir que si no podías ser
menos concreta', se apresuró a rectificar Luna.
'Ah,
vale', se calmó Diana. 'Allí vive Céneo.'
'¿Y
quién es Céneo?', preguntó Luna.
'¿No
sabes quién es Céneo?', dijo Diana. 'Creía que te encantaba la
mitología.'
'Y
me encanta, eso no significa que sepa todo.'
'Céneo
es un viejo amigo que seguramente quiera luchar contra Poseidón.'