Lunes.
El sol de la mañana
caía sobre la arena blanca y peinada por el viento en forma de
pequeñas dunas. La marea azotaba sin mucho tesón, cuya resaca
intentaba encerrar en el mar cualquier objeto con apenas un esfuerzo.
Hierbajos e insectos de playa poblaban las zonas posteriores,
atravesadas por pasillos hechos de tablones de madera castigada por
la humedad, si bien eran recientes y todavía conservaban la dureza
con la que habían llegado.
Un
perro de tamaño mediano, pardo, hociqueaba la madera. El viento
mecía con cuidado el pelaje y de sus fosas nasales surgían nubes de
vaho incoherentes con la agradable temperatura que inundaba aquella
mañana. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, llenas de
oscuridad, y se guiaba por instinto puro. Sus orejas cambiaban de
dirección, vigilantes, cada vez que medio ruido rompía la serenidad
de la playa.
De
un salto bajó a la arena. Se quedó quieto en el sitio y se sentó
expectante. Seguía olisqueando el aire, sus orejas rotaban y se
balanceaban, diseñando la playa en la mente de su dueño como si fuesen
un sonar.
A
los pocos minutos, reanudó su marcha. Se adentró en la playa,
siempre alerta, trotando hasta llegar al límite del mar. Giró y
caminó esquivando los envites suaves de las olas paralelo a ellas.
En
un momento dado, no mucho antes de llegar al límite de la playa,
paró en seco. Alzó el hocico hacia el cielo, como si se tratase de
un lobo apunto de aullar, y olisqueó con una nueva intensidad. Los
olores y sonidos le revelaron lo que temía, y se achantó.
Retrocedió hacia el interior de la tierra, enseñando los dientes a
algo que creía tener en frente, pero en apariencia gruñía a la
nada.
Lanzó
un zarpazo y sonó cómo algo se desgarraba, pero era invisible. Lo
que quisiese que tenía enfrente parecía contraatacar, el perro
esquivaba ataques y arañazos y heridas empezaban a aparecer en su
cuerpo.
Seguía
retrocediendo al tiempo que luchaba contra el ser invisible. En
cuanto puso un pie en un tablón de madera que pertenecía a otra
pasarela sobre las dunas, empezó a ladrar a la nada. Se quedó
quieto, con la confianza de quien sabe que nada invisible se
atrevería a pisar la madera.
Tras
unos minutos ladrando, en ocasiones ladridos de orgullo y burla, sus
orejas se quedaron quietas hacia el frente y se calló. Olfateó y
prestó mucha atención. Un zumbido se acercaba, pero no lograba
descifrar la velocidad, el tamaño ni la dirección.
Una
lanza surcó el cielo, trazando una parábola desde el mar hasta el
corazón del perro, que cayó muerto al límite del pasillo de
madera.
A
mediodía, alrededor de las doce y media, Fátima subió las
escaleras del portal hasta hallarse a las puertas del ascensor.
Presionó el botón de llamada para que el mismo bajase hasta ella y
esperó.
Abrió
la puerta y entró, dio al noveno piso y el ascensor se puso en
marcha. Salió al rellano, vacío e iluminado por luces
fluorescentes. Dio unos golpes secos pero contenidos en la puerta en
la que quería entrar.
A
los pocos segundos, una mujer robusta embutida en unas ropas
demasiado pequeñas para nada más que dormir abrió la puerta y la
dejó pasar.
'¿Sabemos
algo?', preguntó Fátima según se quitaba la chaqueta de cuero
falsificado a la perfección y la dejaba doblada encima de una silla
en el salón.
La
mujer entró detrás de ella, todavía algo adormilada, y negó con
un gesto de la cabeza. Fátima asintió y se sentó en el sofá.
'¿Quieres
algo?', ofreció la mujer, que se llamaba Lourdes.
'No,
gracias', Fátima sacó del bolsillo de su camisa de cuadros
verdes y amarillos, amplia y sin meter en el pantalón un paquete de
cigarrillos. Cogió uno de ellos y, del único bolsillo de su vaquero
que servía para algo, sacó el mechero. '¿Puedo?'
'Abre
la ventana', respondió Lourdes. 'Voy a vestirme, ahora vuelvo.'
Lourdes
salió del salón y dejó a Fátima sola. Fátima abrió la ventana y
se asomó por ella, mientras colocaba el cigarrillo en su boca y lo
encendía. Observó desde la altitud el pequeño parque y la piscina
que pertenecían a la finca del edificio y, más allá, las calles y
edificios que se extendían hasta el horizonte.
Volvió
su vista a la puerta de la finca y vio cómo una persona dejaba entrar
a otra para luego salir ella misma. Por cómo andaba, le pareció
reconocer que era Susana. La siguió con la mirada hasta que se
perdió en las faldas del edificio y tiró el cigarrillo.
Sonó
el timbre mientras cerraba la ventana.
'¿Puedes?',
gritó Lourdes desde el interior de la casa.
'Sí',
le devolvió Fátima, que ya cruzaba el salón hasta el telefonillo.
Descolgó y se lo llevó a la oreja. '¿Quién?'
'Susana',
contestó una voz a través del telefonillo.
'¿Contraseña,
por favor?', preguntó Fátima.
'Los
días del Águila son cortos e intensos.'
Fátima
abrió la puerta de abajo y se quedó esperando a tener que abrir la
otra.
Antes
de que a Susana le diese tiempo a llamar al timbre o a dar golpes en
la puerta, Fátima estaba al quite, mirando por la mirilla, y abrió
la puerta en cuanto la vio entrar en plano.
'Hola',
sonrió Susana desde el rellano, una mujer pequeña y arrugada que
vestía un largo vestido de flores estampadas, ahora cubierto por una
gabardina fina perfecta para esa temperatura de otoño.
'Buenos
días', dijo Fátima, ofreciendo media reverencia a la mujer y
extendiendo sus brazos para coger su abrigo. Susana se quitó la
gabardina y la dejó en los brazos de Fátima.
'Ya
hemos hablado de las reverencias, querida', dijo mientras seguía con
la cabeza alta y sonriéndose por el respeto que rechazaba pero
disfrutaba.
'Lo
siento, Ma', dijo Fátima mirando con dificultad a Susana, que se
sentó en el sofá. Fátima colgó la gabardina en el perchero y se
sentó en frente de la anciana en una silla.
Lourdes
volvió al segundo, vestida con una blusa rosácea que dejaba sus
brazos al descubierto y una falda holgada que caía hasta las
rodillas. Cuando vio a Susana, reprimió una reverencia a mitad de
flexionar las piernas, se reincorporó y carraspeó.
'Buenos
días, Ma.'
'Hola,
hija', sonrió Susana. '¿Preparadas?'
Las
dos mujeres asintieron. Susana aprobó asintiendo de vuelta, se
levantó y se sentó en la cabecera de la mesa del salón. Fátima y
Lourdes se sentaron cada una a un lado. Susana extendió un brazo
hacia cada una con las palmas de las manos hacia arriba, ellas
posaron sus manos correspondientes encima de la de Susana, también
con las palmas hacia el techo, y extendieron los brazos contrarios
hasta que, con las palmas contra la mesa, sus dedos chocaban.
'¡Oh,
Perséfone, diosa del Inframundo!', exclamó Susana. 'Perséfone,
esposa de Hades y reina de su mundo, nuestro aquelarre es pequeño
pero devoto. Vuestra sabiduría nos guía como las estaciones
transportan nuestras almas hacia el futuro, por ello os pedimos que
vuestra fiereza, vuestro tesón y vuestra paciencia nos sean
otorgadas. ¡Oh, Perséfone, diosa del Inframundo! Os rogamos vuestra
aprobación, vuestra bendición.'
La
mesa empezó a vibrar con suavidad, produciendo un ruido semejante al
del ronroneo de los gatos, y la porción de la misma que estaba en el
interior del triángulo formado por los brazos de las brujas se
iluminó. Unos trazos elegantes se empezaron a grabar en la mesa.
Motivos de plantas otoñales, hiedras y árboles a medio desplumar
formaban en relieve ahora la mitad de la mesa, pero, en vez de
quedarse quietos como haría cualquier obra de carpintero mortal, se
movían y cambiaban de posición, desaparecían y dejaban su lugar a
nuevos dibujos y relieves.
Finalmente,
un único árbol grande y vasto abarcaba el triángulo. Sus raíces
estarían en el lugar de Susana mientras que la copa apenas llegaba a
los brazos de Lourdes y Fátima. Su copa estaba dividida en cuatro
porciones, cada una representado una de las estaciones: el invierno
estaba desnudo y tímidos carámbanos de hielo colgaban de las ramas,
la primavera estaba repleta de hojas verdes y flores coloridas, el
verano amarilleaba y las flores empezaban a estar tristes e incluso
desaparecidas y en el otoño sus hojas estaban a medio caer, marrones
y amarillas. El tronco compartía dos de estas estaciones: la
primavera y el otoño.
Susana
sonrió y aferró las manos de sus acólitas. Inspiró y expiró con
satisfacción, echando la cabeza hacia atrás, dirigiendo sus fosas
nasales hacia el techo. Lourdes y Fátima se miraron, entrelazaron
los dedos de sus manos y se acariciaron las mismas con los dedos
reposados en los dorsos.
Luna
acabó de escribir bien entrada la noche. Se sentía exultante,
deseando seguir escribiendo pero consciente de que si escribía una
sola nota más le acabaría explotando la cabeza. Miró el reloj.
Eran las diez y media así que fue a la cocina a prepararse la cena.
Cogió
un par de rebanadas de pan de molde, sacó queso de la nevera y se
hizo un sándwich de queso. Lo metió en el microondas. Mientras se
calentaba, cogió del armario un paquete de palomitas. Sacó el
sándwich con el queso fundido y dejó que se enfriase un poco
mientras ponía las palomitas a calentar en el microondas durante
tres minutos.
Se
llevó el sándwich al salón y lo dejó sobre la mesa. Colocó una
servilleta y un vaso en la mesa. Cogió un bol grande para las
palomitas y lo llevó a la cocina. Esperó de pie, en la cocina,
mientras oía cómo las palomitas explotaban dentro de su embalaje.
Sonó
el timbre, así que se extrañó. Aunque hacía poco que había
mirado la hora, comprobó que eran más de las diez y media. Pensando
en quién podría ser, llegó a la puerta y miró por la mirilla. Una
mujer de tez oscura esperaba.
Abrió.
La mujer vestía una camiseta de tirantes blanca debajo de una
sudadera con capucha de cremallera, llevaba unos vaqueros
relativamente ajustados, portaba una mochila a la espalda y de su
hombro colgaba un carcaj con un arco y flechas. En la mano derecha
llevaba una lanza. Estaba apoyada con el hombro en el que no llevaba
el carcaj, el izquierdo, en la pared. La sonrió.
'¿Luna?',
preguntó ya sabiendo la respuesta. Luna asintió. La mujer se cambió
de mano la lanza y le ofreció la mano derecha para estrecharla.
'Diana.'
Luna
arqueó las cejas, sorprendida. Tardó unos segundos en reaccionar,
procesando de dónde debería conocer a Diana. Una vez la ubicó, la
estrechó la mano.
'Encantada
de conocerte en persona', dijo.
'Lo
mismo digo', Diana se incorporó de la pared. '¿Puedo pasar?'
'Eh...',
Luna dudaba porque aunque habían hablado mucho por Tumblr en
realidad no conocía a esa persona. 'Vale.'
'Gracias',
entró en la casa. Luna cerró la puerta y la siguió. Diana entró
al salón y dejó sus cachivaches en el sofá y depositó con cuidado
la mochila en el suelo, apoyada contra la pared. 'Tendrás muchas
preguntas, supongo.'
Luna
asintió, sin habla ahora que había computado que Diana había
entrado con nada menos que dos armas blancas a su casa. Diana se
sentó en la única silla que había y se quitó las botas de
montaña. Se quitó los calcetines y estiró los dedos, moviendo en
círculos los pies, exhalando de placer.
'La
versión corta de por qué estoy aquí es que soy una diosa', dijo
Diana, 'y necesito tu ayuda.'
Luna
se quedó tal y como estaba, con la boca abierta de par en par.
'Según
lo que me contaste cuando empezamos a hablar por Tumblr, eres
excelente tiradora con arco, te encanta la mitología, cualquier
mitología, haces deporte aunque no sabes por qué, y eres virgen',
continuó Diana. 'No, eso no me lo dijiste tú', añadió al ver la
cara de Luna, 'pero mi olfato no falla. Como sabrás, Diana (o
Artemisa) entre otras cosas es la diosa de la caza y es virgen; es
decir, yo soy la diosa de la caza y virgen. Que era una manera de
decir en el pasado que era asexual. Sea como fuere, no puedo evitar
ver en ti mucho de mí, y nuestros debates sobre tantas cosas me
hicieron ver que podrías ser una buena vestal.'
Luna
seguía sin dar crédito, sentía cómo se le resecaba la boca de
estar tanto abierta y la baba empezaba a caer por la barbilla. Se la
limpió y cerró la boca.
'Y
qué mejor momento para empezar que cuando tengo ante mí semejante
empresa', continuó Diana. 'Luna, una guerra se cierne en nuestro
mundo, el mío y el tuyo. Poseidón y Zeus han declarado la guerra a
su hermano Hades y nos han obligado a elegir bando. Naturalmente, no
me he decidido, me caen todos igual de mal, así que si aceptas mis
regalos: longevidad, entrenamiento y otras muchas cosas, serás tú
quien decida. Te doy hasta mañana al salir el sol para decidirte.
¿Te lo vas a comer?'
Diana
señaló el sándwich de queso recién hecho. Luna negó. Diana lo
cogió y empezó a comer, le lanzó un pulgar hacia arriba y sonrió.
Buen comienzo de una historia que promete , segure atento las nuevas publicaciones
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