lunes, 1 de mayo de 2017

Luna y Diana: Lunes

Lunes.

El sol de la mañana caía sobre la arena blanca y peinada por el viento en forma de pequeñas dunas. La marea azotaba sin mucho tesón, cuya resaca intentaba encerrar en el mar cualquier objeto con apenas un esfuerzo. Hierbajos e insectos de playa poblaban las zonas posteriores, atravesadas por pasillos hechos de tablones de madera castigada por la humedad, si bien eran recientes y todavía conservaban la dureza con la que habían llegado.
Un perro de tamaño mediano, pardo, hociqueaba la madera. El viento mecía con cuidado el pelaje y de sus fosas nasales surgían nubes de vaho incoherentes con la agradable temperatura que inundaba aquella mañana. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, llenas de oscuridad, y se guiaba por instinto puro. Sus orejas cambiaban de dirección, vigilantes, cada vez que medio ruido rompía la serenidad de la playa.
De un salto bajó a la arena. Se quedó quieto en el sitio y se sentó expectante. Seguía olisqueando el aire, sus orejas rotaban y se balanceaban, diseñando la playa en la mente de su dueño como si fuesen un sonar.
A los pocos minutos, reanudó su marcha. Se adentró en la playa, siempre alerta, trotando hasta llegar al límite del mar. Giró y caminó esquivando los envites suaves de las olas paralelo a ellas.
En un momento dado, no mucho antes de llegar al límite de la playa, paró en seco. Alzó el hocico hacia el cielo, como si se tratase de un lobo apunto de aullar, y olisqueó con una nueva intensidad. Los olores y sonidos le revelaron lo que temía, y se achantó. Retrocedió hacia el interior de la tierra, enseñando los dientes a algo que creía tener en frente, pero en apariencia gruñía a la nada.
Lanzó un zarpazo y sonó cómo algo se desgarraba, pero era invisible. Lo que quisiese que tenía enfrente parecía contraatacar, el perro esquivaba ataques y arañazos y heridas empezaban a aparecer en su cuerpo.
Seguía retrocediendo al tiempo que luchaba contra el ser invisible. En cuanto puso un pie en un tablón de madera que pertenecía a otra pasarela sobre las dunas, empezó a ladrar a la nada. Se quedó quieto, con la confianza de quien sabe que nada invisible se atrevería a pisar la madera.
Tras unos minutos ladrando, en ocasiones ladridos de orgullo y burla, sus orejas se quedaron quietas hacia el frente y se calló. Olfateó y prestó mucha atención. Un zumbido se acercaba, pero no lograba descifrar la velocidad, el tamaño ni la dirección.
Una lanza surcó el cielo, trazando una parábola desde el mar hasta el corazón del perro, que cayó muerto al límite del pasillo de madera.


A mediodía, alrededor de las doce y media, Fátima subió las escaleras del portal hasta hallarse a las puertas del ascensor. Presionó el botón de llamada para que el mismo bajase hasta ella y esperó.
Abrió la puerta y entró, dio al noveno piso y el ascensor se puso en marcha. Salió al rellano, vacío e iluminado por luces fluorescentes. Dio unos golpes secos pero contenidos en la puerta en la que quería entrar.
A los pocos segundos, una mujer robusta embutida en unas ropas demasiado pequeñas para nada más que dormir abrió la puerta y la dejó pasar.
'¿Sabemos algo?', preguntó Fátima según se quitaba la chaqueta de cuero falsificado a la perfección y la dejaba doblada encima de una silla en el salón.
La mujer entró detrás de ella, todavía algo adormilada, y negó con un gesto de la cabeza. Fátima asintió y se sentó en el sofá.
'¿Quieres algo?', ofreció la mujer, que se llamaba Lourdes.
'No, gracias', Fátima sacó del bolsillo de su camisa de cuadros verdes y amarillos, amplia y sin meter en el pantalón un paquete de cigarrillos. Cogió uno de ellos y, del único bolsillo de su vaquero que servía para algo, sacó el mechero. '¿Puedo?'
'Abre la ventana', respondió Lourdes. 'Voy a vestirme, ahora vuelvo.'
Lourdes salió del salón y dejó a Fátima sola. Fátima abrió la ventana y se asomó por ella, mientras colocaba el cigarrillo en su boca y lo encendía. Observó desde la altitud el pequeño parque y la piscina que pertenecían a la finca del edificio y, más allá, las calles y edificios que se extendían hasta el horizonte.
Volvió su vista a la puerta de la finca y vio cómo una persona dejaba entrar a otra para luego salir ella misma. Por cómo andaba, le pareció reconocer que era Susana. La siguió con la mirada hasta que se perdió en las faldas del edificio y tiró el cigarrillo.
Sonó el timbre mientras cerraba la ventana.
'¿Puedes?', gritó Lourdes desde el interior de la casa.
'Sí', le devolvió Fátima, que ya cruzaba el salón hasta el telefonillo. Descolgó y se lo llevó a la oreja. '¿Quién?'
'Susana', contestó una voz a través del telefonillo.
'¿Contraseña, por favor?', preguntó Fátima.
'Los días del Águila son cortos e intensos.'
Fátima abrió la puerta de abajo y se quedó esperando a tener que abrir la otra.
Antes de que a Susana le diese tiempo a llamar al timbre o a dar golpes en la puerta, Fátima estaba al quite, mirando por la mirilla, y abrió la puerta en cuanto la vio entrar en plano.
'Hola', sonrió Susana desde el rellano, una mujer pequeña y arrugada que vestía un largo vestido de flores estampadas, ahora cubierto por una gabardina fina perfecta para esa temperatura de otoño.
'Buenos días', dijo Fátima, ofreciendo media reverencia a la mujer y extendiendo sus brazos para coger su abrigo. Susana se quitó la gabardina y la dejó en los brazos de Fátima.
'Ya hemos hablado de las reverencias, querida', dijo mientras seguía con la cabeza alta y sonriéndose por el respeto que rechazaba pero disfrutaba.
'Lo siento, Ma', dijo Fátima mirando con dificultad a Susana, que se sentó en el sofá. Fátima colgó la gabardina en el perchero y se sentó en frente de la anciana en una silla.
Lourdes volvió al segundo, vestida con una blusa rosácea que dejaba sus brazos al descubierto y una falda holgada que caía hasta las rodillas. Cuando vio a Susana, reprimió una reverencia a mitad de flexionar las piernas, se reincorporó y carraspeó.
'Buenos días, Ma.'
'Hola, hija', sonrió Susana. '¿Preparadas?'
Las dos mujeres asintieron. Susana aprobó asintiendo de vuelta, se levantó y se sentó en la cabecera de la mesa del salón. Fátima y Lourdes se sentaron cada una a un lado. Susana extendió un brazo hacia cada una con las palmas de las manos hacia arriba, ellas posaron sus manos correspondientes encima de la de Susana, también con las palmas hacia el techo, y extendieron los brazos contrarios hasta que, con las palmas contra la mesa, sus dedos chocaban.
'¡Oh, Perséfone, diosa del Inframundo!', exclamó Susana. 'Perséfone, esposa de Hades y reina de su mundo, nuestro aquelarre es pequeño pero devoto. Vuestra sabiduría nos guía como las estaciones transportan nuestras almas hacia el futuro, por ello os pedimos que vuestra fiereza, vuestro tesón y vuestra paciencia nos sean otorgadas. ¡Oh, Perséfone, diosa del Inframundo! Os rogamos vuestra aprobación, vuestra bendición.'
La mesa empezó a vibrar con suavidad, produciendo un ruido semejante al del ronroneo de los gatos, y la porción de la misma que estaba en el interior del triángulo formado por los brazos de las brujas se iluminó. Unos trazos elegantes se empezaron a grabar en la mesa. Motivos de plantas otoñales, hiedras y árboles a medio desplumar formaban en relieve ahora la mitad de la mesa, pero, en vez de quedarse quietos como haría cualquier obra de carpintero mortal, se movían y cambiaban de posición, desaparecían y dejaban su lugar a nuevos dibujos y relieves.
Finalmente, un único árbol grande y vasto abarcaba el triángulo. Sus raíces estarían en el lugar de Susana mientras que la copa apenas llegaba a los brazos de Lourdes y Fátima. Su copa estaba dividida en cuatro porciones, cada una representado una de las estaciones: el invierno estaba desnudo y tímidos carámbanos de hielo colgaban de las ramas, la primavera estaba repleta de hojas verdes y flores coloridas, el verano amarilleaba y las flores empezaban a estar tristes e incluso desaparecidas y en el otoño sus hojas estaban a medio caer, marrones y amarillas. El tronco compartía dos de estas estaciones: la primavera y el otoño.
Susana sonrió y aferró las manos de sus acólitas. Inspiró y expiró con satisfacción, echando la cabeza hacia atrás, dirigiendo sus fosas nasales hacia el techo. Lourdes y Fátima se miraron, entrelazaron los dedos de sus manos y se acariciaron las mismas con los dedos reposados en los dorsos.


Luna acabó de escribir bien entrada la noche. Se sentía exultante, deseando seguir escribiendo pero consciente de que si escribía una sola nota más le acabaría explotando la cabeza. Miró el reloj. Eran las diez y media así que fue a la cocina a prepararse la cena.
Cogió un par de rebanadas de pan de molde, sacó queso de la nevera y se hizo un sándwich de queso. Lo metió en el microondas. Mientras se calentaba, cogió del armario un paquete de palomitas. Sacó el sándwich con el queso fundido y dejó que se enfriase un poco mientras ponía las palomitas a calentar en el microondas durante tres minutos.
Se llevó el sándwich al salón y lo dejó sobre la mesa. Colocó una servilleta y un vaso en la mesa. Cogió un bol grande para las palomitas y lo llevó a la cocina. Esperó de pie, en la cocina, mientras oía cómo las palomitas explotaban dentro de su embalaje.
Sonó el timbre, así que se extrañó. Aunque hacía poco que había mirado la hora, comprobó que eran más de las diez y media. Pensando en quién podría ser, llegó a la puerta y miró por la mirilla. Una mujer de tez oscura esperaba.
Abrió. La mujer vestía una camiseta de tirantes blanca debajo de una sudadera con capucha de cremallera, llevaba unos vaqueros relativamente ajustados, portaba una mochila a la espalda y de su hombro colgaba un carcaj con un arco y flechas. En la mano derecha llevaba una lanza. Estaba apoyada con el hombro en el que no llevaba el carcaj, el izquierdo, en la pared. La sonrió.
'¿Luna?', preguntó ya sabiendo la respuesta. Luna asintió. La mujer se cambió de mano la lanza y le ofreció la mano derecha para estrecharla. 'Diana.'
Luna arqueó las cejas, sorprendida. Tardó unos segundos en reaccionar, procesando de dónde debería conocer a Diana. Una vez la ubicó, la estrechó la mano.
'Encantada de conocerte en persona', dijo.
'Lo mismo digo', Diana se incorporó de la pared. '¿Puedo pasar?'
'Eh...', Luna dudaba porque aunque habían hablado mucho por Tumblr en realidad no conocía a esa persona. 'Vale.'
'Gracias', entró en la casa. Luna cerró la puerta y la siguió. Diana entró al salón y dejó sus cachivaches en el sofá y depositó con cuidado la mochila en el suelo, apoyada contra la pared. 'Tendrás muchas preguntas, supongo.'
Luna asintió, sin habla ahora que había computado que Diana había entrado con nada menos que dos armas blancas a su casa. Diana se sentó en la única silla que había y se quitó las botas de montaña. Se quitó los calcetines y estiró los dedos, moviendo en círculos los pies, exhalando de placer.
'La versión corta de por qué estoy aquí es que soy una diosa', dijo Diana, 'y necesito tu ayuda.'
Luna se quedó tal y como estaba, con la boca abierta de par en par.
'Según lo que me contaste cuando empezamos a hablar por Tumblr, eres excelente tiradora con arco, te encanta la mitología, cualquier mitología, haces deporte aunque no sabes por qué, y eres virgen', continuó Diana. 'No, eso no me lo dijiste tú', añadió al ver la cara de Luna, 'pero mi olfato no falla. Como sabrás, Diana (o Artemisa) entre otras cosas es la diosa de la caza y es virgen; es decir, yo soy la diosa de la caza y virgen. Que era una manera de decir en el pasado que era asexual. Sea como fuere, no puedo evitar ver en ti mucho de mí, y nuestros debates sobre tantas cosas me hicieron ver que podrías ser una buena vestal.'
Luna seguía sin dar crédito, sentía cómo se le resecaba la boca de estar tanto abierta y la baba empezaba a caer por la barbilla. Se la limpió y cerró la boca.
'Y qué mejor momento para empezar que cuando tengo ante mí semejante empresa', continuó Diana. 'Luna, una guerra se cierne en nuestro mundo, el mío y el tuyo. Poseidón y Zeus han declarado la guerra a su hermano Hades y nos han obligado a elegir bando. Naturalmente, no me he decidido, me caen todos igual de mal, así que si aceptas mis regalos: longevidad, entrenamiento y otras muchas cosas, serás tú quien decida. Te doy hasta mañana al salir el sol para decidirte. ¿Te lo vas a comer?'
Diana señaló el sándwich de queso recién hecho. Luna negó. Diana lo cogió y empezó a comer, le lanzó un pulgar hacia arriba y sonrió.

1 comentario:

  1. Buen comienzo de una historia que promete , segure atento las nuevas publicaciones

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