sábado, 25 de mayo de 2013

Retales del fin del mundo

Se acerca tormenta, una tormenta benévola; una tormenta de las que limpia el mundo. No de esas que arrasa con todo, no de esas que descargan sobre Guernica. Una tormenta limpia, suave. De esas que nos convierte en humanos cuando nos rebozamos en el barro y nos camuflamos entre los cerdos. Una tormenta que nos ayuda a crecer, que nos da paz. No truena, no nos reprende con la furia eléctrica; nos acaricia.

Siento el ritmo de la noche bajo mis pies. Hay bifurcaciones a lo largo de  todo el camino. Elijo no elegir, y así voy. Me avisan de una tormenta colorida, nada gris. Caso omiso, me hago el tonto. Craso error, soy realmente tonto. Empiezo a correr descalzo, desnudo, sin mirar atrás. Me doy de bruces con mi pasado. Salto, al ritmo de la noche. Un ritmo malévolo, sin gracia, atronador. Miro al cielo y ahí está el magnífico resplandor azul, grito que me lleve. Fenezco.

Echo de menos cierta nostalgia, echo de menos echar de menos mi hogar. Te echo de menos, y no sé por qué, nunca estuviste aquí. Hablo de cosas, de pocas cosas y apenas son importantes. Sólo quiero mirarte y, con suerte, que me mires. Ya nos pueden caer rayos y centellas, pasar una estrella fugaz o que arda el mundo; no pienso desviar mi mirada de tus ojos, tus labios. Siento algo extraño en mí, nunca antes sentido. 
Bueno, no voy a mentir; sí lo sentí, pero no eras tú, no cuenta. Curiosos Eros y Cupidos, malditos seáis todos por traerme lo que nunca pedí; por regalarme lo que está muy por encima de mí. Para ser ermitaño nací, pero el mundo me pide a gritos que esté junto a ti. ¿Sabes qué? Quizá lo haga, si me dejas.

Pero basta ya de mierdas, la tormenta llega imparable. No te resistas a ella, o será peor. Tampoco te unas a ella, o será aún peor. Espera impaciente las trompetas, espera a esos jinetes que lleguen al ritmo de Wagner, esas Valkirias renqueantes.

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Si has tenido la paciencia, o la bondad, de leer hasta aquí, me dirijo ahora a ti, lector (o lectora, puede que incluso prefieras que te llame Loretta). No me hagas caso, la tormenta será dolorosa y purgadora de todo bien; solo dejará en tu interior un vacío envenenado y lleno de quina; pero sobrevivirás a esos días oscuros y poco a poco renacerá de las cenizas de tu alma algo parecido al amor, o a la humanidad, y el día que vuelvas a sonreír, sin hipocresía, sabrás que la tormenta ya pasó y que podrás, de una vez por todas, ser libre y gozar.

martes, 21 de mayo de 2013

The man who wasn't there


Escrita y dirigida por Joel y Ethan Coen

Cuando hay que afrontar este tipo de películas, de crímenes y personas comunes, sin nada de épica que ofrecer, es cuando el talento cinematográfico se eleva. El ritmo pausado y sin prisas que los Coen imprimen a esta película únicamente se ve superado por la fuerza titánica del reparto, en especial Billy Bob Thorton. Y no exagero al decir que la fotografía en blanco y negro es una pequeña joya que nos transmite al expresionismo alemán y, por consiguiente, al cine negro de The third man.
Las referencias que he podido vislumbrar son muy variadas y la verdad es que no desmerecen. Psycho es un gran referente en el inicio del film. Ed Crane, el protagonista absoluto, tiene un aire de Humpfrey Bogart, con un cigarrillo en la boca –o en la mano. Y hasta aquí puedo leer.

Luego está el trabajo de los siempre polifacéticos hermanos Coen. Esta es ya la segunda cinta suya que he visto con el mismo problema, un único y simple problema, el final se alarga en demasía, la otra es O Brother! Where art thou? Por otro lado, este trabajo está muy relacionado con otros dos anteriores tanto por el argumento (un fantástico refinamiento de su ópera prima, Simple blood) como por su mafiosos, aunque esté escondido y sea necesario buscarlo (un perfecto camuflaje para colarnos un Miller’s crossing de pequeña monta). Aunque este sea uno de los trabajos serios de los hermanos, tiene esa pequeña dosis de humor relajante, que quita tensión y nos hace olvidar por un momento todo el chaparrón que le está cayendo a Ed, el pobre y callado Ed. Y, finalmente, el surrealismo característico de estos cineastas que consiguen endosarlo hasta en las más verosímiles historias. Unos genios, unos talentos.

Por otro lado nos encontramos con las mujeres. Hay dos, y qué dos. Frances McDormand y Scarlett Johansson. La primera es la responsable de abrir la caja de pandora, la primera gran pecadora –con James Gadolfini, nada menos– y que ve reducido su personaje a la omnipresencia imaginaria; está ahí, pero no la ves. Y la segunda, quizá el personaje más flojo, es la bella Birdy que, al contrario que Doris Crane, ve cómo crece su personaje con el paso de la película. Johansson es mi debilidad en esta película –junto con el gran Jenkins–, pero no por nada sino porque es ella.

Y finalmente llegamos al quid de la cuestión. Por qué, tras una hora perfecta, se empeñan estos hombres en alargar el final, a estirarlo y darlo de sí. Quizá querían impregnar un poco de moral, una pizca de moraleja y convertir este relato en fábula, eso no lo sé. Os lo dejo que lo juzguéis vosotros, pues la opinión de un servidor no debe ser la única opinión, o me malcriaréis.