Se acerca tormenta, una tormenta benévola; una tormenta de
las que limpia el mundo. No de esas que arrasa con todo, no de esas que
descargan sobre Guernica. Una tormenta limpia, suave. De esas que nos convierte
en humanos cuando nos rebozamos en el barro y nos camuflamos entre los cerdos. Una
tormenta que nos ayuda a crecer, que nos da paz. No truena, no nos reprende con
la furia eléctrica; nos acaricia.
Siento el ritmo de la noche bajo mis pies. Hay bifurcaciones
a lo largo de todo el camino. Elijo no
elegir, y así voy. Me avisan de una tormenta colorida, nada gris. Caso omiso,
me hago el tonto. Craso error, soy realmente tonto. Empiezo a correr descalzo,
desnudo, sin mirar atrás. Me doy de bruces con mi pasado. Salto, al ritmo de la
noche. Un ritmo malévolo, sin gracia, atronador. Miro al cielo y ahí está el
magnífico resplandor azul, grito que me lleve. Fenezco.
Echo de menos cierta nostalgia, echo de menos echar de menos
mi hogar. Te echo de menos, y no sé por qué, nunca estuviste aquí. Hablo de
cosas, de pocas cosas y apenas son importantes. Sólo quiero mirarte y, con
suerte, que me mires. Ya nos pueden caer rayos y centellas, pasar una estrella
fugaz o que arda el mundo; no pienso desviar mi mirada de tus ojos, tus labios.
Siento algo extraño en mí, nunca antes sentido.
Bueno, no voy a mentir; sí lo
sentí, pero no eras tú, no cuenta. Curiosos Eros y Cupidos, malditos seáis
todos por traerme lo que nunca pedí; por regalarme lo que está muy por encima
de mí. Para ser ermitaño nací, pero el mundo me pide a gritos que esté junto a
ti. ¿Sabes qué? Quizá lo haga, si me dejas.
Pero basta ya de mierdas, la tormenta llega imparable. No te
resistas a ella, o será peor. Tampoco te unas a ella, o será aún peor. Espera
impaciente las trompetas, espera a esos jinetes que lleguen al ritmo de Wagner,
esas Valkirias renqueantes.
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Si has tenido la paciencia, o la bondad, de leer hasta aquí,
me dirijo ahora a ti, lector (o lectora, puede que incluso prefieras que
te llame Loretta). No me hagas caso, la tormenta será dolorosa y purgadora de
todo bien; solo dejará en tu interior un vacío envenenado y lleno de quina; pero
sobrevivirás a esos días oscuros y poco a poco renacerá de las cenizas de tu
alma algo parecido al amor, o a la humanidad, y el día que vuelvas a sonreír,
sin hipocresía, sabrás que la tormenta ya pasó y que podrás, de una vez por
todas, ser libre y gozar.
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