lunes, 22 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte V

La Profesora Ramírez abrió una puerta de hierro antiguo, que chirrió como un alma en pena, y la empujó hacia el interior. La celda era amplia y tenía dos filas de mesas y sillas. Una de ellas estaba ocupada por una chica que la miraba fijamente. La chica tenía el pelo corto y azul eléctrico, y la ropa que llevaba le quedaba claramente pequeña.

Lourdes caminó entre las mesas sin saber dónde ponerse, mientras veía cómo la chica la seguía con la mirada. Normalmente era capaz de leer a las personas por su mirada y sus expresiones, pero al cruzar miradas con ella no recibió más que una opacidad inquietante. Se sentó tres mesas detrás de la chica y esperó.

La chica se levantó y se sentó delante de ella, con el respaldo de la silla entre las piernas, y habló, “¿qué has hecho?”

“Nada”, respondió Lourdes. La chica intensificó su mirada y la escaneó de arriba abajo.

“No suelen meter a la gente aquí por no hacer nada, ¿qué has hecho?”, dijo la chica en un todo casi policial.

“Supongo que entrar en el castillo”, respondió Lourdes con miedo de la reacción de la chica si le decía que era muggle.

“¿En serio? Pues sí que han endurecido las normas desde que me metieron aquí”, dijo la chica socarronamente, “en serio, ¿qué hiciste?”

Lourdes suspiró y decidió que total, si se la iban a cargar de todas formas, podría por lo menos tener una última conversación honesta, “soy muggle.”

La expresión de la chica no cambió, “¿eres la hermana del chico enfermo?”

Sorprendida, pero convencida de que las noticias de que un chico había enfermado de gravedad habían corrido como la pólvora, Lourdes asintió. La chica asintió de vuelta, como si lo aprobase.

“¿Y tú qué has hecho para acabar aquí?”, preguntó Lourdes aliviada por la reacción de la chica.

“Mandar a una chica a la enfermería”, dijo como quien comentaba el tiempo, “usando un poco de artes oscuras”, Lourdes, instintivamente, movió la silla hacia atrás, ella se dio cuenta y sonrió, “aquí no puedo usar magia, la celda está encantada.”

Lourdes asintió tímidamente y carraspeó, “perdón, ha sido sin querer, no quería prejuzgar.”

“No te preocupes, estoy acostumbrada. Me llamo Amatista, por cierto”, dijo.

“Lourdes”, Amatista le tendió la mano y la estrechó.

“Las Artes Oscuras, al igual que los muggles y los squibs, están infravaloradas y completamente villanizadas”, empezó Amatista, “yo experimento con ellas pero no las quiero usar para dominar el mundo.”

“No creo que pueda opinar, solo he leído los libros de Harry Potter”, dijo Lourdes sin atreverse a mirar a la cara a Amatista.

“Las Artes Oscuras son tan útiles como la Herbología y las matemáticas, sólo hay que saber usarlas y cuándo. Por supuesto, hay límites como en todo, pero no creo que haya que demonizarlas solo porque la mayoría de los delincuentes las usan”, Amatista se había levantado y había empezado a caminar como una profesora dando clase, “. Obviamente, Voldemort y Grindewald no son ejemplos a seguir en términos de comportamiento y mentalidad, pero sus experimentos con la magia negra son dignos de estudio, y es lo que pretendo hacer.”

“Ve a Durmstrang”, intervino Lourdes.

“No, son unos cretinos”, dijo Amatista, “no hablan más que de ‘dominar a los muggles desde el yugo esclavizador de las Artes Tenebrosas’, la rama más patética de las Artes Oscuras, si te digo la verdad. No, yo no quiero dominar el mundo gracias a ellas, yo quiero canalizarlas de manera constructiva para ir hacia el futuro, no para volver al pasado.”

“Lo siento, no puedo llevarte la contraria ni estar de acuerdo, no tengo ni idea de lo que hablas”, dijo Lourdes.

“Hablo de cambiar España y el mundo, que dejemos de veros a los muggles y los squibs como seres inferiores y convivamos en armonía. El Gobierno Mágico os protege pero también os ignora, y quiero que eso cambie. Para empezar, que a los padres de nacidos de muggle se les informe de que existe la magia, no que se secuestre a los niños nada más nacer.”

“¿Cómo hacen eso?”, preguntó Lourdes, “creía que los primeros signos de magia aparecían a los siete años o así.”

“Ah”, dijo ominosamente Amatista, “la joya de la corona de la España mágica: el Encantamiento Neonatalicio. Descubrieron hace unos treinta años un encantamiento para descubrir si alguien tenía magia o no, y lo echaron en toda España, así que cada vez que nace alguien mágico, lo saben. Es magia oscura pero el Gobierno lo niega, naturalmente.”

Amatista se volvió a sentar y se quedó mirando a Lourdes. Lourdes intentaba mirarla a los ojos, como ella hacía, pero no podía evitar desviar su mirada, como si tuviese miedo de que Amatista leyese sus pensamientos y descubriese lo que pensaba de ella… ¿pero qué piensas de ella, Lourdes?, le preguntó una vocecita socarrona en su mente. Lourdes, evitando sonrojarse y con el corazón latiendo a mil, intentó sonreír a Amatista, pero se sintió idiota al hacerlo. Después de unos minutos en silencio, en los que Amatista miraba con interés a Lourdes mientras jugueteaba con su varita, Lourdes empezó a hablar a trompicones y tuvo que aclararse la garganta.

“¿Y qué opinas de los Horrocruxes?”, preguntó Lourdes.
Amatista tardó en contestar, midiendo mucho sus palabras, “opino que no son prácticos. Es muy interesante que pueda dividirse el alma, pero la verdad es que creo que es un dato curioso más que algo útil de verdad.”

“¿Y la Oclumancia?”, preguntó Lourdes, curiosa por saber si su incapacidad para leer la cara de Amatista se debía a eso.

“Alguien ha estado leyendo Harry Potter, ¿eh?”, respondió Amatista con una sonrisa pícara, “la Oclumancia sí es práctica, y me ha ayudado mucho este último año desde que aprendí.”

“¿Y sabes leer mentes también?”, preguntó Lourdes camuflando su preocupación.

“No, ni Oclumancia ni Legeremancia se enseñan aquí y todavía no me he documentado para aprenderla, pero lo haré; tardé tres años en aprender Oclumancia”, dijo conversacionalmente, y añadió, “y no entraría en tu mente sin tu permiso aunque supiese.”

Lourdes sonrió aliviada. A Lourdes se le ocurrió que quizá Amatista supiese cosas de su hermano sin la parcialidad de Veva, así que preguntó.

“¿Qué sabes de mi hermano?”

“No mucho, la verdad. Va a quinto y estamos en casas diferentes. Empezó a jugar este año al Quidditch, pero sólo jugó un partido antes de ponerse malo”, contestó Amatista.

“¿De qué jugaba?”

“Bateador”, dijo Amatista mientras bateaba una bola invisible.

“¿Y tú juegas?”, preguntó Lourdes sintiendo que la estaba interrogando demasiado.

“No”, contestó alegremente, “mi madre quería que siguiese su legado de Guardiana, pero se me da bastante mal volar”, Lourdes asintió y hubo un pequeño silencio mientras Amatista rebuscaba en sus bolsillos hasta que sacó una baraja de cartas, “¿quieres jugar? Son muggles, no me gusta cuando explotan.”

“Claro”, respondió Lourdes.

Empezaron a jugar y conforme pasaba el tiempo, Lourdes miraba más y más a Amatista, fijándose en sus ojos marrones y la sonrisa que se le ponía en la cara cada vez que ganaba. Llevaban casi dos horas cuando Lourdes oyó la puerta chirriar a su espalda.

Lourdes miró por encima del hombro hacia la puerta y vio entrar triunfante a Veva seguida de tres adolescentes más, dos chicas y un chico. La más bajita se quedó en la puerta, vigilando, mientras el resto se acercaba a ellas.

“¡Veva!”, dijo sorprendida Lourdes mientras se levantaba. Veva le tiró su mochila a Lourdes y miró a Amatista sin prestar mucha atención.

“Vamos, tu hermano no está aquí, tenemos que volver a Madrid”, dijo Veva, “esta es Deina”, señaló a la chica alta de pelo negro azabache, “y este es Mario”, señaló al chico con gafas circulares como las de Harry Potter y con un pelo repeinado y engominado, “son amigos de tu hermano también”. Se dieron la mano.

Mario miró a Amatista de arriba a abajo, “Amatista, ¿verdad?”, preguntó.

“Sí”, respondió ella un poco achantada.

“Gran maldición esa que echaste a María”, dijo Mario algo pomposo pero sonriente, Lourdes no pudo evitar pensar en Jorge y reprimió una risa burlona.

“Gracias”, dijo Amatista aliviada.

“Sí, sí, muy bonita, pero como no nos demos prisa nos van a pillar aquí y tenemos un vuelo que coger”, intervino Deina impaciente.

“Cierto”, dijo Mario volviéndose a Lourdes, “vamos a tener que ir a la playa lo más rápidamente posible, y para conseguir salvar a Iván tanto Veva como tú sois esenciales, así que si es necesario nos sacrificaremos por vosotras.”

“Eso significa que dejaremos que nos castiguen”, añadió rápidamente Deina al ver la cara de Lourdes, “nadie va a morir.”

“Yo no pondría la mano en el fuego, Deina”, dijo Veva, “el caso es que tenemos que darnos prisa.”

Las cinco empezaron a ir hacia la puerta pero Mario se detuvo, “¿deberíamos dejar salir a Amatista? 

El trato con Fulgencio era sacar a Lourdes, no dijimos de sacar a nadie más que pudiese estar castigado.”

“Oh, yo voy a ir con vosotras”, dijo Amatista mirando a Lourdes y luego a Veva, esperando aprobación.

“Igual la necesitamos, Mario”, dijo Veva, “es la mejor en Defensa contra las Artes Oscuras.”

“Y la mejor en Artes Oscuras también”, dijo Deina, mirando a Amatista de reojo.

Amatista sacó su varita y apuntó a Deina. Deina sacó rápidamente la suya. Lourdes se puso entre ellas y bajó sus varitas, “Amatista viene.”

“Cuidado, muggle…”, empezó Deina, pero nunca acabó la frase.

La chica en la puerta vigilando había entrado.

“¡Tenemos compañía”, dijo gritando mientras sacaba su varita, “y es todo el profesorado!”

El resto sacó sus varitas, Deina y Amatista las volvieron a alzar, y Veva cogió del brazo a Lourdes y empezó a guiarla hacia la puerta, “pase lo que pase, no te separes de mí.”

lunes, 15 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte IV

[Finfiction de Harry Potter][previously http://cineyotroscuentos.blogspot.com.es/2016/02/lourdes-murillo-y-el-hermano_8.html ]

La oscuridad de la tormenta y la espesura del bosque por el que caminaban daban la apariencia de que era la mitad de la noche. Los relámpagos y rayos iluminaban esporádicamente sus caras, cuerpos y sus circunstancias, dando a Lourdes la sensación, por usos segundos, de que estaba en una discoteca con luces relampagueantes.

Avanzaban contra el viento que, ahora que tenía que ir contra él por voluntad propia, hacía que cada paso que daban fuese una conquista. Lourdes se tapaba de vez en cuando la cara con una mano en la que sujetaba un cuchillo, pero inmediatamente después de darse cuenta de lo que hacía la bajaba para evitar sacarse un ojo. Veva, un par de pasos delante, se tapaba con la mano en la que no llevaba la varita.

“¡Oye!”, empezó a gritar Lourdes, “¿no había un hechizo o encantamiento para impermeabilizar nuestras caras?”

“No soy buena en encantamientos”, contestó Veva sin girarse, dejando que el viento llevasen las palabras a Lourdes, “sé que existe pero no sé cómo es.”

“¡Yo sí!”, gritó entusiasmada Lourdes, orgullosa de saber algo que una bruja no sabía, “¡es impervius, creo!”

Veva se apuntó a su cara y dijo el encantamiento. Inmediatamente su cara se secó y la lluvia abandonó su afán de querer penetrar la piel de Veva. Cuando se dio cuenta de que había funcionado, se giró e hizo lo mismo a la cara de Lourdes. “¡Gracias!”

“A ti, friki”, contestó Veva con una sonrisa cargada de emociones contradictorias.

Siguieron caminando, todavía luchando contra el viento y la lluvia, pero sin tener que entrecerrar los ojos y esquivar las gotas más peligrosas. Más de una vez, Lourdes creyó ver algún animal trotar o volar a su alrededor, pero se sentía segura detrás de sus dos cuchillos y de Veva. De hecho, a la hora de ir caminando por el bosque, oyeron un crack que venía desde arriba y vieron cómo varias ramas robustas y troncos bajaban en favor del viento, acercándose peligrosamente a donde estaban.
Para asombro de Lourdes, cada uno de esos troncos y ramas se convirtió en un pájaro enorme, a Lourdes no le dio tiempo a distinguir qué animal era, aunque juraría que eran enormes buitres, porque remontaron el vuelo a favor del viento. Miró a Veva, que todavía apuntaba con su varita al sitio del que venían los troncos y su expresión era de absoluta concentración. Le devolvió la mirada, sorprendida de sí misma se encogió de hombros y gritó “¡Nunca había conseguido hacer el hechizo sin pronunciarlo!”

“Me encargaré de que tu profe de Transformaciones te ponga un diez.”

Por fin, llegaron a la linde del bosque y Lourdes vio el castillo nítidamente a la luz de un relámpago. Parecía viejo y necesitado de una reforma. Muchas ventanas tenían tablones de madera y aunque esperaba que los hubiesen puesto para combatir la tormenta, tenía la sensación de que no era así. Había luces en las ventanas que todavía tenían cristales, pero la vulnerabilidad del castillo ante la tormenta era abrumadora.

“Lo más humillante”, dijo Veva mientras se sentaba en una roca a descansar, “es que siguen intentado entrar en el Torneo de los Tres Magos. Desde que Durmstrang se negó a competir, esa plaza se la juegan el resto de escuelas de Europa.”

“Pero da igual que el castillo se caiga a cachos, si hay talento…”

“La mayoría de los alumnos, especialmente los nacidos de muggle, superan con creces en talento y poder a los profesores. El problema, es que los profesores se encargan en jodernos la vida para siempre.”

“¿Cómo van a hacer eso? Si tienen menos talento…”

“Siempre encuentran un modo de desmotivarnos”, dijo Veva tajantemente.

Observaron en silencio el castillo y la tormenta. Lourdes se dio cuenta de que Veva estaba pensando porque tenía la misma cara de concentración que cuando estaban en el parque. Se limitó a asentar puñaladas y tajadas a uno de los árboles del linde. Veva dio un vistazo fugaz a lo que hacía Lourdes, miró el árbol preocupada pero luego siguió a los suyo.

“Vamos a entrar ya”, dijo Veva al rato, “la enfermería está siempre desierta porque todos tienen miedo de que Iván les contagie, sólo está el enfermero y es de fiar.”

“¿Y voy a entrar alegremente por la puerta?”, preguntó Lourdes, exudando sarcasmo.

“Sí”, respondió Veva sonriendo pícaramente, “voy a hacer que vengan dos túnicas para poder vestirnos como es debido, porque se me olvidó meterlas en la maleta, y luego vamos a entrar por la puerta. Si tenemos suerte nadie nos mirará dos veces y llegaremos a la enfermería en menos que canta un gallo.”

“¿Y si no tenemos suerte?”

“Habrá sido un placer conocerte”, dijo mientras se levantaba de la roca, dejando a libre interpretación si insinuaba que iba a morir ella o Lourdes, o ambas, “¡accio!”

Al poco, surcaron el cielo dos masas negras que resultaron ser sus túnicas. Veva le dijo a Lourdes que su pusiese una y, de paso, le dijo que era el único encantamiento que fue capaz de hacer a la primera en clase porque, durante los años anteriores a empezar a estudiar los encantamientos de invocación, lo practicaba prácticamente todas las noches para poder comer helado.

Vestida en túnicas, y sintiéndose entre idiota y épica, Lourdes siguió a Veva a la puerta del castillo dejando la mochila segura dentro del bolso de Veva. La abrieron sin problemas y no había nadie en la entrada. Caminaron a buen paso pero sin correr por pasillos.

“¿No tenéis fantasmas en el castillo?”, preguntó en un susurro Lourdes.

“Nop, hubo durante un tiempo pero tuvieron que echarlos porque el ectoplasma que dejaban era horrible”, respondió Veva y, anticipándose a la pregunta de Lourdes, siguió, “aquí no tenemos elfos domésticos que limpien todo, los esclavos en este país son los squibs, están peor considerados que vosotros muggles. Y el ectoplasma solo se puede limpiar con magia.”

“Preferiría haber ido a Hogwarts, la verdad.”

Se cruzaron con dos o tres personas antes de llegar a la enfermería, pero ninguna parecía conocer a Veva. Entraron en la enfermería y, para horror de Veva, no estaba vacía. Un hombre anciano y una mujer entrada en años hablaban delante de una cama habitada por una chica de no menos de diecisiete años que parecía dormir apaciblemente, y el resto de camas estaban vacías. El anciano vio primero a las dos chicas entrar y gesticuló a Veva con la mano, aprovechando un momento en el que la mujer no miraba, que se fueran. Veva empujó con fuerza a Lourdes fuera de la habitación y le susurró algo muy parecido a un “escóndete”, luego cerró la puerta detrás de sí misma mientras empezaba, “Profesora Ramírez, quería hablar con usted…”

Pero Lourdes no consiguió oír nada más y miró a su alrededor. El pasillo estaba vacío, pero sin la protección de Veva parecía mucho más aterrador. No sabía a dónde ir, pero sabía que si se quedaba en algún momento saldrían de la enfermería. Creyendo que todo estaba perdido, decidió que si la iban a pillar, que la pillasen bien, así que en vez de volver por donde habían llegado, echó a caminar hacia el otro lado.

Pasó por varios pasillos sin encontrarse con nadie, hasta que un megáfono tronó en el castillo, informando que la cena estaba a punto de ser servida. Miró su reloj y vio que eran ya las ocho. Así que habían tardado más de dos horas en caminar por el bosque. Los pasillos empezaron a llenarse de gente que iba al comedor y se dio cuenta de que caminaba contracorriente. Deseando que la tragase la tierra, consiguió que la gente solo la insultase sin fijarse en quién era. Cuando se vio libre, echó a correr hasta entrar en una clase.

Se sentó en el suelo, en una esquina de espaldas a la puerta, y se tapó la cara como una niña pequeña, creyendo que si no veía a nadie, nadie la vería. Pasó así un rato hasta que la puerta se abrió de par en par y entró la mujer que había visto en la enfermería.

“Así que es cierto lo me dijo Tomajoc, ¿eh?”, dijo mirando hacia abajo, al ovillo que era Lourdes, “una muggle dentro del castillo. Lo que nos faltaba. ¡Levántate!”

Caminaron por los pasillos, la mujer apretando la punta de su varita contra su espalda. Notaba cómo la punta de la varita estaba caliente y podía sentir la ropa que vestía chamuscarse poco a poco. “Tu hermanito no está aquí, escoria, te has sacrificado para nada”, en la voz de la mujer no había triunfo ni desdén, tampoco ironía ni sarcasmo; su voz era áspera pero hablaba la verdad y decepción, como si hubiese esperado que Veva hubiese conseguido meterla en el castillo sin que nadie la viese y haber salvado a su hermano, “te voy a meter en la celda de castigo hasta que decidamos qué hacer contigo, pero no tengas muchas esperanzas, la ley es clara.”

Según avanzaban, las paredes encogían y le parecían más y más insignificantes. ¿Qué podía hacer salvo resignarse a que todo era real y que acabaría muerta o desmemoriada en algún lugar de esa isla? Fue bonito mientras duró, tener hermano. Un hermano desconocido, pero vivo. Puede que ahora se encontrase con él, sea donde sea, puede que consiga lo que su madre ha estado intentando todos estos años, volver con esa persona a la que nunca conoció, esa persona perfecta, ese ideal. Mientras caminaba por esos pasillos que resonaban y rebotaban el sonido en sus paredes de roca, durante un momento, creyó que ese era su final feliz.