lunes, 15 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte IV

[Finfiction de Harry Potter][previously http://cineyotroscuentos.blogspot.com.es/2016/02/lourdes-murillo-y-el-hermano_8.html ]

La oscuridad de la tormenta y la espesura del bosque por el que caminaban daban la apariencia de que era la mitad de la noche. Los relámpagos y rayos iluminaban esporádicamente sus caras, cuerpos y sus circunstancias, dando a Lourdes la sensación, por usos segundos, de que estaba en una discoteca con luces relampagueantes.

Avanzaban contra el viento que, ahora que tenía que ir contra él por voluntad propia, hacía que cada paso que daban fuese una conquista. Lourdes se tapaba de vez en cuando la cara con una mano en la que sujetaba un cuchillo, pero inmediatamente después de darse cuenta de lo que hacía la bajaba para evitar sacarse un ojo. Veva, un par de pasos delante, se tapaba con la mano en la que no llevaba la varita.

“¡Oye!”, empezó a gritar Lourdes, “¿no había un hechizo o encantamiento para impermeabilizar nuestras caras?”

“No soy buena en encantamientos”, contestó Veva sin girarse, dejando que el viento llevasen las palabras a Lourdes, “sé que existe pero no sé cómo es.”

“¡Yo sí!”, gritó entusiasmada Lourdes, orgullosa de saber algo que una bruja no sabía, “¡es impervius, creo!”

Veva se apuntó a su cara y dijo el encantamiento. Inmediatamente su cara se secó y la lluvia abandonó su afán de querer penetrar la piel de Veva. Cuando se dio cuenta de que había funcionado, se giró e hizo lo mismo a la cara de Lourdes. “¡Gracias!”

“A ti, friki”, contestó Veva con una sonrisa cargada de emociones contradictorias.

Siguieron caminando, todavía luchando contra el viento y la lluvia, pero sin tener que entrecerrar los ojos y esquivar las gotas más peligrosas. Más de una vez, Lourdes creyó ver algún animal trotar o volar a su alrededor, pero se sentía segura detrás de sus dos cuchillos y de Veva. De hecho, a la hora de ir caminando por el bosque, oyeron un crack que venía desde arriba y vieron cómo varias ramas robustas y troncos bajaban en favor del viento, acercándose peligrosamente a donde estaban.
Para asombro de Lourdes, cada uno de esos troncos y ramas se convirtió en un pájaro enorme, a Lourdes no le dio tiempo a distinguir qué animal era, aunque juraría que eran enormes buitres, porque remontaron el vuelo a favor del viento. Miró a Veva, que todavía apuntaba con su varita al sitio del que venían los troncos y su expresión era de absoluta concentración. Le devolvió la mirada, sorprendida de sí misma se encogió de hombros y gritó “¡Nunca había conseguido hacer el hechizo sin pronunciarlo!”

“Me encargaré de que tu profe de Transformaciones te ponga un diez.”

Por fin, llegaron a la linde del bosque y Lourdes vio el castillo nítidamente a la luz de un relámpago. Parecía viejo y necesitado de una reforma. Muchas ventanas tenían tablones de madera y aunque esperaba que los hubiesen puesto para combatir la tormenta, tenía la sensación de que no era así. Había luces en las ventanas que todavía tenían cristales, pero la vulnerabilidad del castillo ante la tormenta era abrumadora.

“Lo más humillante”, dijo Veva mientras se sentaba en una roca a descansar, “es que siguen intentado entrar en el Torneo de los Tres Magos. Desde que Durmstrang se negó a competir, esa plaza se la juegan el resto de escuelas de Europa.”

“Pero da igual que el castillo se caiga a cachos, si hay talento…”

“La mayoría de los alumnos, especialmente los nacidos de muggle, superan con creces en talento y poder a los profesores. El problema, es que los profesores se encargan en jodernos la vida para siempre.”

“¿Cómo van a hacer eso? Si tienen menos talento…”

“Siempre encuentran un modo de desmotivarnos”, dijo Veva tajantemente.

Observaron en silencio el castillo y la tormenta. Lourdes se dio cuenta de que Veva estaba pensando porque tenía la misma cara de concentración que cuando estaban en el parque. Se limitó a asentar puñaladas y tajadas a uno de los árboles del linde. Veva dio un vistazo fugaz a lo que hacía Lourdes, miró el árbol preocupada pero luego siguió a los suyo.

“Vamos a entrar ya”, dijo Veva al rato, “la enfermería está siempre desierta porque todos tienen miedo de que Iván les contagie, sólo está el enfermero y es de fiar.”

“¿Y voy a entrar alegremente por la puerta?”, preguntó Lourdes, exudando sarcasmo.

“Sí”, respondió Veva sonriendo pícaramente, “voy a hacer que vengan dos túnicas para poder vestirnos como es debido, porque se me olvidó meterlas en la maleta, y luego vamos a entrar por la puerta. Si tenemos suerte nadie nos mirará dos veces y llegaremos a la enfermería en menos que canta un gallo.”

“¿Y si no tenemos suerte?”

“Habrá sido un placer conocerte”, dijo mientras se levantaba de la roca, dejando a libre interpretación si insinuaba que iba a morir ella o Lourdes, o ambas, “¡accio!”

Al poco, surcaron el cielo dos masas negras que resultaron ser sus túnicas. Veva le dijo a Lourdes que su pusiese una y, de paso, le dijo que era el único encantamiento que fue capaz de hacer a la primera en clase porque, durante los años anteriores a empezar a estudiar los encantamientos de invocación, lo practicaba prácticamente todas las noches para poder comer helado.

Vestida en túnicas, y sintiéndose entre idiota y épica, Lourdes siguió a Veva a la puerta del castillo dejando la mochila segura dentro del bolso de Veva. La abrieron sin problemas y no había nadie en la entrada. Caminaron a buen paso pero sin correr por pasillos.

“¿No tenéis fantasmas en el castillo?”, preguntó en un susurro Lourdes.

“Nop, hubo durante un tiempo pero tuvieron que echarlos porque el ectoplasma que dejaban era horrible”, respondió Veva y, anticipándose a la pregunta de Lourdes, siguió, “aquí no tenemos elfos domésticos que limpien todo, los esclavos en este país son los squibs, están peor considerados que vosotros muggles. Y el ectoplasma solo se puede limpiar con magia.”

“Preferiría haber ido a Hogwarts, la verdad.”

Se cruzaron con dos o tres personas antes de llegar a la enfermería, pero ninguna parecía conocer a Veva. Entraron en la enfermería y, para horror de Veva, no estaba vacía. Un hombre anciano y una mujer entrada en años hablaban delante de una cama habitada por una chica de no menos de diecisiete años que parecía dormir apaciblemente, y el resto de camas estaban vacías. El anciano vio primero a las dos chicas entrar y gesticuló a Veva con la mano, aprovechando un momento en el que la mujer no miraba, que se fueran. Veva empujó con fuerza a Lourdes fuera de la habitación y le susurró algo muy parecido a un “escóndete”, luego cerró la puerta detrás de sí misma mientras empezaba, “Profesora Ramírez, quería hablar con usted…”

Pero Lourdes no consiguió oír nada más y miró a su alrededor. El pasillo estaba vacío, pero sin la protección de Veva parecía mucho más aterrador. No sabía a dónde ir, pero sabía que si se quedaba en algún momento saldrían de la enfermería. Creyendo que todo estaba perdido, decidió que si la iban a pillar, que la pillasen bien, así que en vez de volver por donde habían llegado, echó a caminar hacia el otro lado.

Pasó por varios pasillos sin encontrarse con nadie, hasta que un megáfono tronó en el castillo, informando que la cena estaba a punto de ser servida. Miró su reloj y vio que eran ya las ocho. Así que habían tardado más de dos horas en caminar por el bosque. Los pasillos empezaron a llenarse de gente que iba al comedor y se dio cuenta de que caminaba contracorriente. Deseando que la tragase la tierra, consiguió que la gente solo la insultase sin fijarse en quién era. Cuando se vio libre, echó a correr hasta entrar en una clase.

Se sentó en el suelo, en una esquina de espaldas a la puerta, y se tapó la cara como una niña pequeña, creyendo que si no veía a nadie, nadie la vería. Pasó así un rato hasta que la puerta se abrió de par en par y entró la mujer que había visto en la enfermería.

“Así que es cierto lo me dijo Tomajoc, ¿eh?”, dijo mirando hacia abajo, al ovillo que era Lourdes, “una muggle dentro del castillo. Lo que nos faltaba. ¡Levántate!”

Caminaron por los pasillos, la mujer apretando la punta de su varita contra su espalda. Notaba cómo la punta de la varita estaba caliente y podía sentir la ropa que vestía chamuscarse poco a poco. “Tu hermanito no está aquí, escoria, te has sacrificado para nada”, en la voz de la mujer no había triunfo ni desdén, tampoco ironía ni sarcasmo; su voz era áspera pero hablaba la verdad y decepción, como si hubiese esperado que Veva hubiese conseguido meterla en el castillo sin que nadie la viese y haber salvado a su hermano, “te voy a meter en la celda de castigo hasta que decidamos qué hacer contigo, pero no tengas muchas esperanzas, la ley es clara.”

Según avanzaban, las paredes encogían y le parecían más y más insignificantes. ¿Qué podía hacer salvo resignarse a que todo era real y que acabaría muerta o desmemoriada en algún lugar de esa isla? Fue bonito mientras duró, tener hermano. Un hermano desconocido, pero vivo. Puede que ahora se encontrase con él, sea donde sea, puede que consiga lo que su madre ha estado intentando todos estos años, volver con esa persona a la que nunca conoció, esa persona perfecta, ese ideal. Mientras caminaba por esos pasillos que resonaban y rebotaban el sonido en sus paredes de roca, durante un momento, creyó que ese era su final feliz.


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