La Profesora Ramírez abrió una puerta de hierro antiguo, que
chirrió como un alma en pena, y la empujó hacia el interior. La celda era
amplia y tenía dos filas de mesas y sillas. Una de ellas estaba ocupada por una
chica que la miraba fijamente. La chica tenía el pelo corto y azul eléctrico, y
la ropa que llevaba le quedaba claramente pequeña.
Lourdes caminó entre las mesas sin saber dónde ponerse,
mientras veía cómo la chica la seguía con la mirada. Normalmente era capaz de
leer a las personas por su mirada y sus expresiones, pero al cruzar miradas con
ella no recibió más que una opacidad inquietante. Se sentó tres mesas detrás de
la chica y esperó.
La chica se levantó y se sentó delante de ella, con el
respaldo de la silla entre las piernas, y habló, “¿qué has hecho?”
“Nada”, respondió Lourdes. La chica intensificó su mirada y
la escaneó de arriba abajo.
“No suelen meter a la gente aquí por no hacer nada, ¿qué has
hecho?”, dijo la chica en un todo casi policial.
“Supongo que entrar en el castillo”, respondió Lourdes con
miedo de la reacción de la chica si le decía que era muggle.
“¿En serio? Pues sí que han endurecido las normas desde que
me metieron aquí”, dijo la chica socarronamente, “en serio, ¿qué hiciste?”
Lourdes suspiró y decidió que total, si se la iban a cargar
de todas formas, podría por lo menos tener una última conversación honesta,
“soy muggle.”
La expresión de la chica no cambió, “¿eres la hermana del
chico enfermo?”
Sorprendida, pero convencida de que las noticias de que un
chico había enfermado de gravedad habían corrido como la pólvora, Lourdes
asintió. La chica asintió de vuelta, como si lo aprobase.
“¿Y tú qué has hecho para acabar aquí?”, preguntó Lourdes
aliviada por la reacción de la chica.
“Mandar a una chica a la enfermería”, dijo como quien
comentaba el tiempo, “usando un poco de artes oscuras”, Lourdes,
instintivamente, movió la silla hacia atrás, ella se dio cuenta y sonrió, “aquí
no puedo usar magia, la celda está encantada.”
Lourdes asintió tímidamente y carraspeó, “perdón, ha sido
sin querer, no quería prejuzgar.”
“No te preocupes, estoy acostumbrada. Me llamo Amatista, por
cierto”, dijo.
“Lourdes”, Amatista le tendió la mano y la estrechó.
“Las Artes Oscuras, al igual que los muggles y los squibs,
están infravaloradas y completamente villanizadas”, empezó Amatista, “yo
experimento con ellas pero no las quiero usar para dominar el mundo.”
“No creo que pueda opinar, solo he leído los libros de Harry
Potter”, dijo Lourdes sin atreverse a mirar a la cara a Amatista.
“Las Artes Oscuras son tan útiles como la Herbología y las
matemáticas, sólo hay que saber usarlas y cuándo. Por supuesto, hay límites
como en todo, pero no creo que haya que demonizarlas solo porque la mayoría de
los delincuentes las usan”, Amatista se había levantado y había empezado a
caminar como una profesora dando clase, “. Obviamente, Voldemort y Grindewald
no son ejemplos a seguir en términos de comportamiento y mentalidad, pero sus
experimentos con la magia negra son dignos de estudio, y es lo que pretendo hacer.”
“Ve a Durmstrang”, intervino Lourdes.
“No, son unos cretinos”, dijo Amatista, “no hablan más que
de ‘dominar a los muggles desde el yugo esclavizador de las Artes Tenebrosas’,
la rama más patética de las Artes Oscuras, si te digo la verdad. No, yo no
quiero dominar el mundo gracias a ellas, yo quiero canalizarlas de manera
constructiva para ir hacia el futuro, no para volver al pasado.”
“Lo siento, no puedo llevarte la contraria ni estar de
acuerdo, no tengo ni idea de lo que hablas”, dijo Lourdes.
“Hablo de cambiar España y el mundo, que dejemos de veros a
los muggles y los squibs como seres inferiores y convivamos en armonía. El
Gobierno Mágico os protege pero también os ignora, y quiero que eso cambie.
Para empezar, que a los padres de nacidos de muggle se les informe de que
existe la magia, no que se secuestre a los niños nada más nacer.”
“¿Cómo hacen eso?”, preguntó Lourdes, “creía que los
primeros signos de magia aparecían a los siete años o así.”
“Ah”, dijo ominosamente Amatista, “la joya de la corona de
la España mágica: el Encantamiento Neonatalicio. Descubrieron hace unos treinta
años un encantamiento para descubrir si alguien tenía magia o no, y lo echaron
en toda España, así que cada vez que nace alguien mágico, lo saben. Es magia
oscura pero el Gobierno lo niega, naturalmente.”
Amatista se volvió a sentar y se quedó mirando a Lourdes.
Lourdes intentaba mirarla a los ojos, como ella hacía, pero no podía evitar
desviar su mirada, como si tuviese miedo de que Amatista leyese sus
pensamientos y descubriese lo que pensaba de ella… ¿pero qué piensas de ella,
Lourdes?, le preguntó una vocecita socarrona en su mente. Lourdes, evitando
sonrojarse y con el corazón latiendo a mil, intentó sonreír a Amatista, pero se
sintió idiota al hacerlo. Después de unos minutos en silencio, en los que
Amatista miraba con interés a Lourdes mientras jugueteaba con su varita,
Lourdes empezó a hablar a trompicones y tuvo que aclararse la garganta.
“¿Y qué opinas de los Horrocruxes?”, preguntó Lourdes.
Amatista tardó en contestar, midiendo mucho sus palabras,
“opino que no son prácticos. Es muy interesante que pueda dividirse el alma,
pero la verdad es que creo que es un dato curioso más que algo útil de verdad.”
“¿Y la Oclumancia?”, preguntó Lourdes, curiosa por saber si
su incapacidad para leer la cara de Amatista se debía a eso.
“Alguien ha estado leyendo Harry Potter, ¿eh?”, respondió
Amatista con una sonrisa pícara, “la Oclumancia sí es práctica, y me ha ayudado
mucho este último año desde que aprendí.”
“¿Y sabes leer mentes también?”, preguntó Lourdes camuflando
su preocupación.
“No, ni Oclumancia ni Legeremancia se enseñan aquí y todavía
no me he documentado para aprenderla, pero lo haré; tardé tres años en aprender
Oclumancia”, dijo conversacionalmente, y añadió, “y no entraría en tu mente sin
tu permiso aunque supiese.”
Lourdes sonrió aliviada. A Lourdes se le ocurrió que quizá
Amatista supiese cosas de su hermano sin la parcialidad de Veva, así que
preguntó.
“¿Qué sabes de mi hermano?”
“No mucho, la verdad. Va a quinto y estamos en casas
diferentes. Empezó a jugar este año al Quidditch, pero sólo jugó un partido
antes de ponerse malo”, contestó Amatista.
“¿De qué jugaba?”
“Bateador”, dijo Amatista mientras bateaba una bola
invisible.
“¿Y tú juegas?”, preguntó Lourdes sintiendo que la estaba
interrogando demasiado.
“No”, contestó alegremente, “mi madre quería que siguiese su
legado de Guardiana, pero se me da bastante mal volar”, Lourdes asintió y hubo
un pequeño silencio mientras Amatista rebuscaba en sus bolsillos hasta que sacó
una baraja de cartas, “¿quieres jugar? Son muggles, no me gusta cuando
explotan.”
“Claro”, respondió Lourdes.
Empezaron a jugar y conforme pasaba el tiempo, Lourdes
miraba más y más a Amatista, fijándose en sus ojos marrones y la sonrisa que se
le ponía en la cara cada vez que ganaba. Llevaban casi dos horas cuando Lourdes
oyó la puerta chirriar a su espalda.
Lourdes miró por encima del hombro hacia la puerta y vio entrar
triunfante a Veva seguida de tres adolescentes más, dos chicas y un chico. La
más bajita se quedó en la puerta, vigilando, mientras el resto se acercaba a
ellas.
“¡Veva!”, dijo sorprendida Lourdes mientras se levantaba.
Veva le tiró su mochila a Lourdes y miró a Amatista sin prestar mucha atención.
“Vamos, tu hermano no está aquí, tenemos que volver a
Madrid”, dijo Veva, “esta es Deina”, señaló a la chica alta de pelo negro
azabache, “y este es Mario”, señaló al chico con gafas circulares como las de
Harry Potter y con un pelo repeinado y engominado, “son amigos de tu hermano también”.
Se dieron la mano.
Mario miró a Amatista de arriba a abajo, “Amatista,
¿verdad?”, preguntó.
“Sí”, respondió ella un poco achantada.
“Gran maldición esa que echaste a María”, dijo Mario algo
pomposo pero sonriente, Lourdes no pudo evitar pensar en Jorge y reprimió una
risa burlona.
“Gracias”, dijo Amatista aliviada.
“Sí, sí, muy bonita, pero como no nos demos prisa nos van a
pillar aquí y tenemos un vuelo que coger”, intervino Deina impaciente.
“Cierto”, dijo Mario volviéndose a Lourdes, “vamos a tener
que ir a la playa lo más rápidamente posible, y para conseguir salvar a Iván
tanto Veva como tú sois esenciales, así que si es necesario nos sacrificaremos
por vosotras.”
“Eso significa que dejaremos que nos castiguen”, añadió
rápidamente Deina al ver la cara de Lourdes, “nadie va a morir.”
“Yo no pondría la mano en el fuego, Deina”, dijo Veva, “el
caso es que tenemos que darnos prisa.”
Las cinco empezaron a ir hacia la puerta pero Mario se
detuvo, “¿deberíamos dejar salir a Amatista?
El trato con Fulgencio era sacar a
Lourdes, no dijimos de sacar a nadie más que pudiese estar castigado.”
“Oh, yo voy a ir con vosotras”, dijo Amatista mirando a
Lourdes y luego a Veva, esperando aprobación.
“Igual la necesitamos, Mario”, dijo Veva, “es la mejor en
Defensa contra las Artes Oscuras.”
“Y la mejor en Artes Oscuras también”, dijo Deina, mirando a
Amatista de reojo.
Amatista sacó su varita y apuntó a Deina. Deina sacó
rápidamente la suya. Lourdes se puso entre ellas y bajó sus varitas, “Amatista
viene.”
“Cuidado, muggle…”, empezó Deina, pero nunca acabó la frase.
La chica en la puerta vigilando había entrado.
“¡Tenemos compañía”, dijo gritando mientras sacaba su
varita, “y es todo el profesorado!”
El resto sacó sus varitas, Deina y Amatista las volvieron a
alzar, y Veva cogió del brazo a Lourdes y empezó a guiarla hacia la puerta,
“pase lo que pase, no te separes de mí.”
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