lunes, 31 de diciembre de 2012

Fragilidad


Golpe. Golpe. Golpe. Puñetazo. Puñetazo. Patada. Coz. Coge aire. Puñetazo. Patada. Coge un palo del suelo. Golpea con él. Agarra por el cuello a su adversario. Su adversario no toca el suelo, está en el aire. La cara está ensangrentada. De ambos orificios nasales salen cascadas rojas. Un ojo morado y el labio superior partido. La barba blanca de tres días está teñida. El dolor inunda su cuerpo. El torso desnudo está repleto de moratones. Un par de cortes adornan su brazo derecho; el izquierdo, roto. El pantalón de chándal está hecho trizas. Dos regueros de sangre descienden por su pierna derecha. A penas respira. Sufre. Sufre.

Por otro lado, está la agresora. Joven y esbelta. Tiene los puños ensangrentados, en el derecho tiene el palo, salpicado de rojo. La camisa que lleva está rota, se ve el sujetador blanco. Tan solo tiene un pequeño moratón en el lado derecho de su cara. La furia que refleja la misma hace más daño que cualquiera de los golpes propinados. Jadea un poco por el esfuerzo. Escupe a su víctima. Siente la excitación de la superación. Ha conseguido anular la furia del lívido. Suelta al viejo.

La tarde era ciertamente bella. El día estaba nublado y la frescura en el ambiente era reconfortante. Eran las seis de la tarde, acababa de salir de la oficina. Feliz. Feliz por el trabajo bien hecho. A doscientos metros, una obra era observada por un par de hombres seniles. Comentaban la jugada. Uno de ellos era feliz. El otro era viudo. No tenía dinero para putas, quería marcha. La joven mujer pasó por delante de ellos, durante un descanso. Un obrero piropeó a la mujer. El viejo feliz observó la obra, el viejo viudo la siguió con la mirada. Y con las piernas. Con fuerza la tapó la boca desde atrás, la golpeó en la mejilla. La estampó contra una pared de un callejón tenebroso y la arrancó los botones de la camisa. Pero la rodilla de ella viaja con rapidez y agilidad hasta los estimulados testículos y los arremete sin contemplaciones. Las tornas se cambian, y el agredido es él. Se lo buscó. Por pensar con la cabeza equivocada.

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