Rebañó su vida con una cucharilla de café, y comenzó el
camino. Un sinuoso sendero oscuro y verdadero reptaba hacia las montañas, y la
maleza regaba sus orillas en busca de un halo de esperanza. Sus pasos lentos e
inseguros tronaban en el imperante silencio. Un viento ligero mecía las hojas
pétreas de los árboles, de las plantas. Un manto rojizo se elevaba en el Este,
las colinas eran puras y suaves. La curiosidad roía su alma y lo convertía en
un niño inquieto, pero los latidos de su corazón lo retenían en la oscuridad.
Esa curiosidad dio paso a la interrogación, y empezó a pensar. Cuestionó el
final del viaje, y el principio; cuestionó a quién fuere su guía, o a quién
fuere su responsable. Fabricó una rebelión y una solución: él sería su propio
guía, su propio destino y su propia alegría. Pero inevitablemente surgió el
caos, se derrumbó su mundo. El camino a seguir era demasiado ancho y demasiado
largo. Contempló con envidia y furia cómo las inocentes mariposas revoloteaban
en parejas, cómo las altivas aves volaban en bandadas. Un sentimiento que hasta
entonces había subestimado latió con fuerza.
Su alma se
resquebrajó. Estaba incompleto, faltaban muchas piezas. No era un rompecabezas
y adivinó rápidamente qué faltaba en la merienda. La gravilla azul acabó y las
baldosas amarillas empezaron. Respiró
impureza. Vastas extensiones de trigo blanco y de maíz morado eran tan
perfectas que carecían de belleza. Ahora sus pasos sonaban a un ritmo. Toc-Toc.
Toc-Toc. Supo que solo la magia podría rescatarlo de aquel delirio
de soledad, y emprendió el camino tras mucho observar el horizonte. Entonó la
canción. Se dispuso a bailar. Y le echó una carrera al viento.
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