¡Oh, Zingus! ¡Hablo te yo, humano, en súplica! Ten piedad.
Sé benévola, las palabras son un arma de extraño mecanismo. Conquistaste todos
los terrenos, apareces por doquier. Destruyes, creas, caminas. No te hagas la
inocente, eres muerte. Todos somos tus míseros súbditos, no has esclavizado.
Una palabra, y el futuro cambia, el destino se tuerce, las ánimas enloquecen.
Y, sin embargo, eres vida. Una palabra, y el futuro brilla,
el destino se restablece, las almas no dejan de penar encerradas en las
cárceles de carne y hueso. Das salida a nuestro ser más interior, nos sacas a
la luz. Nos dejas amar y sentir de una forma vívida y magnífica. Consigues que
te idolatremos gracias a tu magia incesante, perpetua y tricolor.
Mas no. Moras en nuestro interior, alimentándote de nuestras
ganas de hablar, de escribir y de soñar. Eres un gran parásito que necesita fe.
Eres una diosa, pues necesitas creencia ciega y amor puro; y si no lo
consigues, te desvaneces en las tinieblas. Pero has de saber que resistimos, no
minamos el esfuerzo, y seguimos creyendo en la imagen, en el tacto. Las palabras
son eso, palabras, y el reflejo de algo que no puedes controlar. Nunca más
gozarás de la categoría divina, pero permanecerás en mi corazón alimentándote de
mis palabras. Engullendo esas palabras que siempre callo, nutriéndote de las
palabras que siempre escribo.
¡Oh, Zingus, cuánta mentira hay en ti, cuánta verdad
escondida!