Te buscaba en cada esquina, en cada rincón; te anhelaba cada
instante. Pero eso se acabó. Ahora cabalgo a ras de suelo, y, al galope, voy
ligero contra los enemigos que habré de vencer en mil batallas. Me zafo de tus
recuerdos y me alejo de los fantasmas tratando de recordar por qué no fui un
animal. Me encaramo a las ramas de los árboles, cual barón; o escalo a la más
alta torre para recoger mi alma hecha pedazos. Pedazos, pero no de tanto usarla
sino de tan poco cuidarla; algo que es irreversible una vez se resquebraja. Y a
lomos de la incertidumbre espero alcanzar alguna meta; cualquiera que sea, quienquiera
que sea. Mi Pegaso no tiene rumbo fijo, no sabe qué quiere. Me dirige a una
senda de la no podré ser creyente. Navega, velero mío; que todo enemigo navío
te derrocará y mucho terreno hemos de ganar. Soy romántico de Espronceda, no
del de amores achuchar; y por ello, no por nada, creo que soy indigno de
escuchar. A cada rato me escaqueo de lo que ocurre, escapo del problema y lo
evado. No quiero ni pensar, a ojos ciegos me gustaría escuchar. Si fuimos
simios, yo quiero volver a esa etapa de felicidad; en la que todo es instinto.
No quiero necesitar tu corazón porque sé que no lo voy a poder tener.
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