Resuenan las trompetas,
retumban los temblores
y siento los tambores.
Ábranse las puertas del infierno
y déjenme entrar.
Ese es mi destino, es mi aire
y nadie me lo arrebatará.
Ni tú, ni yo, ni los demás.
Doy tumbos en la oscuridad
pero, en realidad,
anhelo sentir y caminar
en la más pura claridad.
Mezclo mil cruzadas, emprendo una campaña.
Te conquisto desde la taberna
y me arrepiento de mis penas.
Ese es mi destino, es mi aire
y nadie me lo arrebatará.
Ni tú, ni yo, ni los demás.
Abro las ventanas de mi soledad
y encuentro la gravedad.
Y caigo.
Me resbalo por entre las tinieblas
y allí encuentro la serenidad.
Cierro la puerta de la verdad.
Callan las trompetas,
cesan los temblores
y no palpo los tambores.
Aporreo al Can Cerbero,
sin piedad,
soborno al barquero
e imploro a los verdugos.
Pero no, no me dejan entrar.
Me mantienen vivo, y respiro.
Suspiro.
Ese es mi destino, es mi aire
y nadie me lo arrebatará.
Ni tú, ni yo, ni los demás.
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