-No quiero vivir acorde
a un plan, esclavo de mis metas o aferrado a un futuro fantasioso. No puedo
soportar la idea de estar con nadie más que vosotros, pero me da miedo estar
únicamente con vosotros. [Y donde digo vosotros también digo vosotras, y
maldigo este lenguaje sexista.] Quiero improvisar y no tener planes; pero por
las noches, mientras espero a que mis párpados se caigan y Morfeo me salpique con
su arena, pienso. Y esos pensamientos son demasiado pretenciosos, ambiciosos,
irreales, surreales, maravillosos, perfectos como para que se hagan realidad.
Me deprime soñar después estas cosas tan dulces, simples y espectaculares
porque estáis en estos sueños. Y, al despertar, me doy cuenta de que no estáis
tan cerca, algunos ni tan siquiera están. Cuando estoy solo en casa, pensando
para variar, sois lo más importante de mi vida; pero cuando estamos juntos, mi
soledad se torna preciosa y apetecible, mi área de confort e impermeabilidad
constante. Es como mi guarda protector, unos padres súper-protectores, como Rapunzel
(la de Disney) en su torre: con miedo al exterior por las ideas tenebrosas y
falsas que la soledad me ha inculcado a lo largo de estos pocos pero muy
latentes años. A veces me aterroriza la sola idea de amistad, concilio o
cualquier leve contacto superficial; es como una quimera inalcanzable que
cuando la toco, quema; cuando la acaricio, raspa; cuando la agarro, arde;
cuando la abrazo, pincha; y cuando la saboreo, escuece. Tengo que soltarla como
si fuese veneno que supura, como si por mis poros fuese a entrar una sustancia
letal y cancerígena. Creo que voy a morir cuando lo único que hace es darme
vida. Me dais vida. Os necesito, y eso es algo malo, no hagáis caso de las
historias de amor: la necesidad no es bella, es arenosa, estresante, adictiva,
aditiva, malversa, tenebrosa y carente de pasión. Es una enfermedad, sois mi
enfermedad. Necesito que estéis a mi lado para mí, por mí y únicamente a mi
lado; pero también necesito que le contéis vuestra vida a otro, porque pienso
que bastante tengo con mis problemas. Luego escucho vuestros problemas de refilón
y me doy cuenta de lo estúpido que soy por creer que tengo problemas. Pero
entonces es tarde y os habéis ido, u os habéis dado cuenta de mi indiferencia y
ya no me contáis esas cosas. No soy cotilla, pero maldición, debería ayudaros
si es que somos amigos. Y siempre me cierro a eso, a todo. Soy una cerradura
echada sin llave que la abra. Soy un cofre del tesoro vacío. Un baúl de
recuerdos por rellenar. Una vasija a la que miras a los ojos y no ves más que
ojos de vidrio deshumanizado, sin brillo o resplandor que valga. Soy misántropo
por la gracia de dios y filántropo por designio del diablo...
Bueno, ya me he
desahogado por el momento, gracias por escucharme.
-Perdone, esto es una
guardería.
-Lo sé, pero los niños
y los psicólogos son los únicos que no se ríen de mis problemas. Y estamos en
crisis.