No mucho tiempo atrás, años ha, alguien me comentó, con
animosa y didáctica alevosía, que yo era “un capullo”. En aquellos tiempos de
banalidad, ignorancia y pedantería, me las tenía yo de superior; y aqueste
insulto nada me agradó.
Ahora ya soy mayor, no mucho más, pero sí lo suficiente.
Comprendo ahora que la persona que intuyó y adivinó mi condición de capullo
tenía mucho más que la razón de su parte. En aquellos tiempos no tan lejanos,
yo era un capullo, efectivamente.
Lo asombroso de esta historia, y excepcional, es que ser un
capullo no es malo, para nada. Se trata más bien de un estado. Un estado de la
mente y un estado emocional; es un calificativo destinado a supurar.
¿Saben ustedes algo de las flores? Grandes símbolos de amor
y amistad, las flores se abren y florecen tras estar herméticamente selladas; y
nadie se queja cuando están así. La gente piensa “es sólo un estado temporal,
ya florecerá”. Y la gente tiene razón. Ahora hagan el favor, y adivinen cómo se
llama a aquello que encierra a la flor antes de su expansión.
Han adivinado correctamente, pues “capullo” es su nombre y “de
flor” es su apellido. Ahora, déjenme preguntar.
¿Por qué la gente echa en cara la soledad y el silencio,
cuando las flores están calladas? ¿Por qué la gente insiste en que mi cerrazón
no es algo normal y que debiera, con impunidad, abrirme a la sociedad; mientras
que de las flores piensan “qué bonitas en un futuro serán”? ¿Por qué he de ser
diferente a una flor, mientras que las flores no pretender ser otra cosa que lo
que son? ¿Por qué ser un capullo de persona es diferente a ser un capullo de
flor, si al final todos floreceremos, creceremos y nos marchitaremos?
Ser capullo no está mal, siempre y cuando no lo
interpretemos mal. Ser capullo es aprender, absorber y callar; pero no por ello
voy a ser de una persona la mitad. Ser capullo es proyección de futuro, y si no
te gustan mis silencios, mis esperpentos y mi distancia; nunca verás ni un
pétalo de mi buena esperanza.
Y así, con moraleja y moralina, concluyo esta parábola del
solitario. Una figura viandante, amante y amable que solo quiere ser como los
inexistentes dioses crearon. Para algunos será un capullo, para otros será una
flor por eclosionar; pero para todos será, siempre y perpetuamente, aquella
persona que nunca quisieron abrazar.