sábado, 19 de abril de 2014

La Epopeya Original II

II
“¡Salvador nuestro!” muchos lo llamaron,
a quien su sacrificio dio una victoria,
pero no todo eran rosas; otros le lloraron
esperando a mesa puesta y con pepitoria.

Las lágrimas surcaron sus mejillas,
que supuraron de sus enamorados ojos;
¡el pobre diablo quiso probar cerillas!,
¡quiso teñir sus ropajes en violento rojo!

Sonaron metálicas, solemnes trompetas,
pues impío y cobarde fue su acto,
cuando la negrura trajo de vuelta
a modo de pago de un leve contacto.

Cual fantasmagoría vino el héroe muerto,
sin tacto, piel o aire en los pulmones;
podía ser visto incluso por tuertos,
mas no tocado, ni pisado por talones.

Él era a medias, la oscuridad era entera,
su amante condenado y de ella presa,
nadie podía plantar cara ni cera:
¡Ayuda, ayúdanos poderosa Princesa!

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