II
“¡Salvador nuestro!” muchos lo
llamaron,
a quien su sacrificio dio una
victoria,
pero no todo eran rosas; otros le
lloraron
esperando a mesa puesta y con
pepitoria.
Las lágrimas surcaron sus
mejillas,
que supuraron de sus enamorados
ojos;
¡el pobre diablo quiso probar
cerillas!,
¡quiso teñir sus ropajes en
violento rojo!
Sonaron metálicas, solemnes
trompetas,
pues impío y cobarde fue su acto,
cuando la negrura trajo de vuelta
a modo de pago de un leve
contacto.
Cual fantasmagoría vino el héroe
muerto,
sin tacto, piel o aire en los
pulmones;
podía ser visto incluso por
tuertos,
mas no tocado, ni pisado por
talones.
Él era a medias, la oscuridad era
entera,
su amante condenado y de ella
presa,
nadie podía plantar cara ni cera:
¡Ayuda, ayúdanos poderosa
Princesa!
No hay comentarios:
Publicar un comentario