jueves, 10 de abril de 2014

La parábola del insulto florero

No mucho tiempo atrás, años ha, alguien me comentó, con animosa y didáctica alevosía, que yo era “un capullo”. En aquellos tiempos de banalidad, ignorancia y pedantería, me las tenía yo de superior; y aqueste insulto nada me agradó.

Ahora ya soy mayor, no mucho más, pero sí lo suficiente. Comprendo ahora que la persona que intuyó y adivinó mi condición de capullo tenía mucho más que la razón de su parte. En aquellos tiempos no tan lejanos, yo era un capullo, efectivamente.

Lo asombroso de esta historia, y excepcional, es que ser un capullo no es malo, para nada. Se trata más bien de un estado. Un estado de la mente y un estado emocional; es un calificativo destinado a supurar.

¿Saben ustedes algo de las flores? Grandes símbolos de amor y amistad, las flores se abren y florecen tras estar herméticamente selladas; y nadie se queja cuando están así. La gente piensa “es sólo un estado temporal, ya florecerá”. Y la gente tiene razón. Ahora hagan el favor, y adivinen cómo se llama a aquello que encierra a la flor antes de su expansión.

Han adivinado correctamente, pues “capullo” es su nombre y “de flor” es su apellido. Ahora, déjenme preguntar.

¿Por qué la gente echa en cara la soledad y el silencio, cuando las flores están calladas? ¿Por qué la gente insiste en que mi cerrazón no es algo normal y que debiera, con impunidad, abrirme a la sociedad; mientras que de las flores piensan “qué bonitas en un futuro serán”? ¿Por qué he de ser diferente a una flor, mientras que las flores no pretender ser otra cosa que lo que son? ¿Por qué ser un capullo de persona es diferente a ser un capullo de flor, si al final todos floreceremos, creceremos y nos marchitaremos?

Ser capullo no está mal, siempre y cuando no lo interpretemos mal. Ser capullo es aprender, absorber y callar; pero no por ello voy a ser de una persona la mitad. Ser capullo es proyección de futuro, y si no te gustan mis silencios, mis esperpentos y mi distancia; nunca verás ni un pétalo de mi buena esperanza.


Y así, con moraleja y moralina, concluyo esta parábola del solitario. Una figura viandante, amante y amable que solo quiere ser como los inexistentes dioses crearon. Para algunos será un capullo, para otros será una flor por eclosionar; pero para todos será, siempre y perpetuamente, aquella persona que nunca quisieron abrazar.

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