Merodeaba sigilosamente
mientras grababa todo con su pequeña estilográfica. O eso quería él. En
realidad caminaba torpemente detrás del conserje mientras se fijaba mucho en
que nadie lo veía. De vez en cuando tropezaba con alguna baldosa rota o algún banco
de la pared. Afortunadamente el conserje estaba más sordo que una tapia y
seguía caminando lenta pero decididamente hacia adelante.
Al poco rato, el
conserje giró noventa grados, abrió una puerta y entró en la habitación a la
que llevaba dicha puerta. Cerró tras de sí y, según pudo oír su perseguidor,
echó la llave.
La desesperación
conquistó a nuestro héroe y se resignó a tener que proseguir su investigación
algún otro día de la semana. Dio media vuelta y se fue por donde había venido.
Iba a salir por la puerta del edificio cuando escuchó un grito prolongado y
aparentemente femenino.
Se paró en seco, sacó
pecho y volvió a dar media vuelta. Sacó de su espalda una pistola, la cargó y
avanzó lentamente hacia el eco del grito.
Llegó a la puerta en la
que había entrado el conserje y la encontró abierta de par en par. Había un
rastro de sangre que se alejaba. Echó a correr ladeado y con cierta gracia
cómica. Se escurrió con la sangre, cayó y se golpeó en la cabeza muy fuerte.
Perdió el conocimiento, lamentablemente.
* * * * *
Se despertó atado a una
silla. Estaba en lo que parecía un sótano y vio que delante tenía a la mujer
que había gritado. Estaba colgada del techo con las manos atadas, la cabeza
baja y completamente ensangrentada. Estaba desnuda, pero no se le puso tiesa a
nuestro héroe porque no estaba el horno para bollos. Él, por el contrario,
estaba vestido lo que dejaba bien clara la orientación sexual del agresor, la
cual era algo enfermiza. Tenía una bola de tela metida en la boca y una tira de
cinta americana plateada, la típica para estas situaciones, tapaba sus labios y
los mantenía cerrados.
Intentó zafarse de todo
pero solo consiguió caerse. Empezó a llorar.
Al rato llegó el
conserje, quien enderezó a nuestro héroe y le quitó la mordaza.
-¿Para quién trabajas?
¿Quién eres? ¿Quién más lo sabe?
-Vete a la mierda
-respondió, luego escupió al conserje en la cara.
-Contaré hasta diez,
sino me contestas la mataré.
-Ya está muerta.
-No, pero la mataré si
no me contestas -amenazó el conserje mientras despertaba a la mujer de su
letargo.
La mujer tardó poco en
despertarse y gritó. El conserje le tapó la boca con la mano a la par que
susurró palabras amenazadoras en su oído. Ella calló y miró a nuestro héroe
mientas sollozaba. Le dolían partes del cuerpo que no sabía que tenían
sensibilidad y se sentía sucia en sus partes íntimas.
-Diez…
-No lo harás, te gusta
hacerla sufrir.
-Cinco…
-¡Eh, eh! Cuenta más
despacio.
-Tres, dos…
Nuestro héroe desafió
al conserje con la mirada y guardó silencio.
-Uno.
El conserje rompió el
cuello de la mujer con un único y brutal movimiento de brazos. Nuestro héroe
gritó de dolor y las lágrimas empezaron a caer con mayor intensidad. Se
revolvió en la silla y empezó a amenazar al conserje.
-Quien avisa no es
traidor. Ahora habla o el próximo serás tú.
Con la furia, el dolor
y la agitación del momento subió la adrenalina de su cuerpo y, de repente, tuvo
una fuerza hercúlea momentánea que le sirvió para romper las cuerdas que lo
ataban al respaldo de la silla y a las patas de la misma. Siempre gritando, se
abalanzó sobre el conserje quien todavía llevaba ventaja.
El conserje inutilizó e
inmovilizó a nuestro héroe.
-Te lo he advertido
-susurró a su oído.
Soltó a nuestro hombre
impulsivamente, quien estaba algo aturdido, cogió un machete del suelo y cortó
la cabeza de nuestro héroe de un tajo. A penas sintió nada. La cabeza se quedó
en su sitio durante unos momentos hasta que cayó al suelo y rodó unos pocos
metros.