Un relámpago cruzó la
noche e iluminó la cara de Sassy el Sastre. Su cara estaba zambullida en mala
leche y cierto toque de sarcasmo. Era alto, delgado e inexplicablemente grácil.
Se movía con estilo y daba tajos a la ropa con una precisión felina.
Otro relámpago iluminó la
noche y cruzó la cara de Cutie la Cazadora. Su cara arrojaba fiereza y
amabilidad a partes iguales, aderezada con algunas pecas en las mejillas. Era
alta, fornida e inexplicablemente grácil. Estaba quieta con mucha presencia y sus
brazos y piernas esquivaban los tajos del sastre imperceptiblemente.
Los truenos empezaron a
cobrar fuerza y algún rayo que otro fue visible a través de la ventana.
Sassy el Sastre pensaba
que su cliente actual era bastante hermoso, pero no era su tipo de persona ya
que era una mujer. También jugueteaba con la idea de que ella debía estar muy
desesperada por conseguir el traje ya que había aparecido en medianoche y con
un buen fajo de billetes. Obviamente le estaba cobrando mucho más de lo que
cobraba a la gente que iba a la sastrería a horas normales y que hacía pedidos
mucho más ordinarios y comunes. Meter el bajo, acortar las mangas, ajustar los
trajes a los hombros…lo normal. Pero eso era demasiado, era un traje finísimo y
de la mejor calidad, de hombre y no de mujer, y le había pedido que lo quería
roto milimétricamente. Una locura. Por supuesto no le había dicho nada, salvo
un comentario sarcástico acerca de su “delicado cuerpo” y una reverencia a la que
cualquier otra persona con dos dedos de frente se habría subida al grito de “¡YIIIHAAA!”.
Cutie la Cazadora pensaba
que el sastre era muy desagradable tanto en modales como en educación, siendo
ella la única persona que entendía la diferencia entre esos dos conceptos.
También tanteaba la posibilidad de asesinarlo para así no tener que pagar ya
que necesitaría mucho dinero para hacer lo que quería hacer. Pero necesitaba un
sastre porque ella no tenía tanto pulso como para hacer los cortes a la ropa
ella misma. Aunque todo daba igual porque, como cualquier otra misión, acabaría
desnuda en medio del desierto, con una mano delante y otra detrás. Ya llegaría
Dick el Doctor con ropa y un vehículo apropiado para salir de allí. Y claro, no
podía asesinar al sastre porque el doctor se iría.
Dick el Doctor estaba
precisamente en esa sala, pero los relámpagos no iluminaban su cara. Estaba
sentado, vistiendo un traje a medida, con las piernas cruzadas y un vaso de
whiskey en la mano derecha. Era alto, musculoso y su cara parecía estar
esculpida por los ángeles. Dick el Doctor no era doctor, era el juguete sexual
de Cutie y siempre jugaban a médicos y pacientes. Dick el Doctor no pensaba
porque nadie necesitaba que pensase, no como otros hombres que no piensan
aunque el resto de la humanidad lo necesite.
Nadie hablaba, dos de las
tres personas pensaban y tan sólo una de ellas tenía claro su lugar en el mundo
y era absolutamente feliz. La persona feliz era la que no pensaba, por supuesto.
Cuando el Sassy el Sastre
acabó el traje de Cutie la Cazadora, Dick el Doctor se levantó y miró a su
jefa. Ella le dio la señal, que consistía en guiñar el ojo izquierdo al tiempo
que hacía el pino, y él procedió al rápido y muy agradable proceso de quitarse
la ropa.
Sassy el Sastre se quedó
paralizado ante la belleza hercúlea del acompañante de su cliente, a quien a
partir de ahora se dirigiría en sus pensamientos como Cliente Adjunto. Pero él
no era su tipo de persona porque era un hombre. Dick se dirigió hacia Sassy y,
con una sonrisa estúpida, empezó a darle una paliza de aúpa. La sangre
salpicaba por todos lados y el desnudo cuerpo de Dick se coloreaba poco a poco
con la pintura de la vida. A cada movimiento de violencia, sus músculos se
tensaban y destensaban provocando en cualquiera que tuviese el honor de
presenciar la escena orgasmos múltiples por doquier. Cutie era quien tenía el
honor y estaba alejada, observando desde lejos para no mancharse.
Sassy estaba muerto y no
le importaba mucho porque estaba muerto y a los muertos no les importan las
mismas cosas que a los vivos. A los muertos no les importa estar muertos
porque, en realidad, no se enteran de que están muertos y, aunque les cuesta un
rato darse cuenta, acaban por resignarse a no vivir. Lo cual es fácil, ya que
están muertos.
Cutie estaba viva,
contenta y con una misión muy importante por delante. Ya estaba preparada y ver
a Dick matar a puñetazos siempre le ponía cachonda y la calentaba para ponerse
trabajar.
Dick estaba vivo, sucio y
con la sonrisa de quien es feliz porque no piensa. No pensaba porque no pudiese
o tuviese algún problema mental, sino porque una vez pensó y le dio dolor de
cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario