Os voy a contar una pequeña historia. Pequeña, estúpida e
ínfima historia. Estúpida, turbulenta, auténtica y surreal. Y un poco intensa.
Pero sobre todo estúpida.
Es una historia estúpida porque es de amor, y todos sabemos
que el amor es la definición más indulgente de la estupidez. El amor se abre
camino a duras penas porque es lo que tiene que hacer, es lo que necesitan las
personas para reproducirse sin parar. Por eso la historia es estúpida, porque
habla del amor.
La historia es surreal porque es auténtica, y la vida real
supera con creces a la ficción en multitud de ocasiones. En este caso la supera
tanto que es difícil creerse nada de nada, pero fuck it all. Es tan pero que tan surreal que el propio Dalí a su
lado parece una persona normal y corriente sin ningún tipo de fijación extravagante
y obsesiva con el sexo y la masturbación y el onanismo místico.
Y también es turbulenta porque enfocaré la historia desde el
punto de vista menos dulcificado de todos. Eso lo hago porque estoy sick and tired de todas las historias de
Disney alegres y musicales. En esta historia hay música, obviamente, pero es
satánica, perturbadora, atronadora y muy vertical.
Y lo más gracioso de todo es que se me ha olvidado la
historia y que ahora os vais a quedar con las ganas. Pero es que no recuerdo
nada de nada. Será un recuerdo reprimido porque otra cosa no creo que sea. Tenía
algo que ver con fuego pero ni idea.
Lo siento. No debía ser importante.
Bueno, pues nada. Ya os avisaré, ¿vale?
Espero que durmáis bien sin saber la historia.
See ya around.
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