Los mejores días siempre son aquellos en los que pasan cosas
buenas. Los buenos días están formados por muchas cosas buenas. El otro día fue
un gran día.
Estaba tumbado en el sofá zarrapastroso de la cabaña que
estaba perdida en el bosque. Esa cabaña me pertenece y me gusta mucho estar
solo. Pero invité a unos cuantos amigos y amigas a pasar la noche.
Limpié la cabaña a fondo, compré bebidas en cantidades ingentes
en el pueblo más cercano. Abrí la puerta del sótano y bajé hacia la oscuridad
al tiempo que mi corazón se aceleraba. No sabría decir por qué me aceleró el
corazón. Encendí la luz del sótano y todo estaba patas arriba. Era una imagen
muy paranormal. Estaban allí los Maniquís de madera que usaba mi abuelo para
remendar los trajes y hacerlos, pues en sus tiempos de trabajar era uno de los
mejores sastres de la provincia.
Encontré lo que buscaba rápidamente: unas Guitarras y unos
amplificadores. Yo no soy un gran guitarrista, de hecho no tengo ni puta idea
de cómo tocarlas, pero algunos de mis amigos sí saben. Mientras subía las
escaleras del sótano escuché ruidos tenebrosos que provocaron que me diera un
vuelco el corazón, huelga decir por qué.
Cerré la puerta con llave. Colgué un cartel en el que ponía
“Bobby no está aquí, no bajéis” y llevé las Guitarras al salón. Como todavía
quedaba mucho tiempo para que los primeros en venir llegasen, salí al bosque a
pasear.
Tras algo más de media hora dando vueltas por el bosque llegué
a un claro que en el centro tenía un gran árbol. Me acerqué. Me intrigó mucho
la historia de ese árbol. De sus ramas colgaban curiosas y tétricas esculturas
piramidales, vacías en su interior, hechas con la misma madera que la del
propio árbol. Unos pájaros alzaron el vuelo a lo lejos y, como un negro
nubarrón, sobrevolaron el claro formando una espiral en el cielo. El árbol
tenía tallada una pequeña inscripción que decía: “Beware of the Yellow King”.
Volví a casa después de que me avisasen dos de mis amigos
que ya venían.
Llegaron en un Dacia oscuro, él era un hombre y ella, una
mujer. Les dejé entrar y empezamos a prepararnos. Cogimos una escopeta y dos
pistolas cada uno. Ella prefirió una katana
y una escopeta. Salimos en dirección contraria al claro en el que había estado
antes.
Quedaban unas tres horas para que llegase el resto de la
gente, teníamos tiempo de sobra. Llegamos a la Feria abandonada que está cerca
de mi cabaña. Entramos saltando la valla y empezamos a gritar. Y empezó la
diversión: un puñado importante de Zombis aparecieron esprintando. Él corrió
como un poseso hacia ellos mientras que ella y yo esperamos más pacientemente.
Acabamos con todos los bichos en menos de quince minutos.
Volvimos bromeando. Estábamos bastante manchados de sangre,
vísceras y sudor. Ya de vuelta en mi cabaña, nos duchamos. Por turnos y de uno
en uno.
Llegaron los demás y la fiesta empezó. Pusimos música,
bebimos y bailamos un poco, muy poco. Los tres que habíamos matado a los bichos
estábamos muy cansados y acabamos tirados en un sofá. De fondo, sonaban las
guitarras amplificadas.
Antes del amanecer él se fue en su coche y nos quedamos ella
y yo en el sofá tumbados. Juntos, mirando las estrellas. Podría haber durado
eternamente.
Fue un buen día. Fue hace poco. Los mejores días son en los
que pasan las mejores cosas. Ese día pasaron muchas cosas buenas. Me gustó
mucho ese día.
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