Atalaya
Atalaya se desperezó con un bostezo amplio y se estiró de piernas y brazos mientras hacía ruidos extraños. Se incorporó lentamente, sin dejar de bostezar, y se dirigió al baño. Allí, mientras orinaba en silencio, pensó, como cada vez que se despertaba, en el estúpido nombre que sus padres la habían puesto. También se preguntó por qué diablos Marco Antonio estaba en la terraza y, sobre todo, cómo cojones había conseguido acariciar a una cría de dragón. Esto, si lo hubiese visto teniendo todas sus funciones vitales despiertas y al cien por cien la habría hecho que se aterrorizara y se excitase a la vez. Pero antes de desayunar no era persona y simplemente admiró el logro encogiéndose de hombros.
Atalaya se desperezó con un bostezo amplio y se estiró de piernas y brazos mientras hacía ruidos extraños. Se incorporó lentamente, sin dejar de bostezar, y se dirigió al baño. Allí, mientras orinaba en silencio, pensó, como cada vez que se despertaba, en el estúpido nombre que sus padres la habían puesto. También se preguntó por qué diablos Marco Antonio estaba en la terraza y, sobre todo, cómo cojones había conseguido acariciar a una cría de dragón. Esto, si lo hubiese visto teniendo todas sus funciones vitales despiertas y al cien por cien la habría hecho que se aterrorizara y se excitase a la vez. Pero antes de desayunar no era persona y simplemente admiró el logro encogiéndose de hombros.
Volvió a la habitación y se tumbó de nuevo en la cama, esta
vez en el lado en el que había estado Marco Antonio, y cogió el libro que había
en la mesilla. Siempre sería un misterio para ella por qué le hacía tanta
gracia, sobre todo teniendo en cuenta que esta es la decimocuarta vez que se lo
lee, el muy pesado. Devolvió el libro a la mesilla con un resoplo de asco y
resignación tan alto que Marco Antonio giró la cabeza y la vio. La sonrió y
saludó con la mano. Ella devolvió el saludo con una sonrisa algo sarcástica
porque antes de desayunar no era persona.
Aburrida tras un par de minutos rodando por la cama sin nada
que hacer, se levantó y fue de nuevo al baño, donde vistió su cuerpo con algo
de ropa (nótese que había estado desnuda todo el tiempo) y empezó a peinar su
negro y largo cabello a conciencia. También decidió que era un buen día para no
llevar maquillaje hasta que se hartó de peinarse, comprobó que el otro seguía
con el dragoncito y se maquilló por puro aburrimiento.
Cuando acabó oyó la puerta de la terraza cerrarse y salió
del baño a trompicones. Vio que Marco Antonio había entrado y que se había
tumbado mirando al techo muy fijamente, quizá demasiado. Decidió que era hora
de hablar:
-¿Bajamos a desayunar?
-Vale.
-¿Qué hacías ahí fuera?
-Quería morir asesinado por la dragona, pero les he caído
bien y ahora son mis amigos.
-Muy gracioso.
-Lo digo en serio.
-Ah… ¿Y por qué querías morir?
-No sé, me aburría.
-¿Te aburro?
-No, es que estabas dormida.
-¿Bajamos a desayunar?
-Sí, vale.
Marco Antonio se levantó y echó a andar. Llegó al pasillo
que unía la habitación con el baño y la puerta de salida, donde estaba Atalaya
y la dio un beso.
-Vamos, que nos cierran el buffet libre.
Nada más salir se les cruzó un elfo doméstico viejo y cojo
con una jarra. Vestía un trapo en el que estaban escritas las iniciales P.E.D.D.O.
Pedía bajito a los cuatro vientos limosna en albano y de vez en cuando maldecía
por su suerte en castellano. Atalaya echó una par de monedas y se arrodillo
ante él.
-Caballero, yo podría ofrecerle trabajo remunerado y con
contrato si así lo desea. Necesitamos a alguien que se haga cargo de los
papeles del negocio, obviamente sería en calidad de empleado y no de esclavo.
-Bendita sea, señora, bendita sea. Pero no creo que sea el
elfo adecuado ya que estoy viejo y lisiado.
-No se preocupe, caballero, sería un trabajo de despacho,
¿sabe leer y escribir?-intervino Marco Antonio.
-Así es, señor, así es. El problema es que tengo familia,
¿sabe? Una mujer y un hijo, no puedo dejarles aquí.
Atalaya dijo algo al oído que el elfo no pudo escuchar, pero
que en sus años mozos habría sido capaz de entender a la perfección.
-Tráigalos, señor, tráigalos. No podemos permitirnos
contratar a su mujer también, pero seguro que algunos de nuestros amigos sí. Si
pudiesen estar listos para partir dentro de tres días, se lo agradeceríamos.
-Gracias, señores, gracias… Mi nombre es Mortimer.
-Encantado de conocerle, Mortimer. Soy Marco Antonio y tenga
seguro que le trataré como a un igual, empezando por investigar en su pasado
como hago con cualquier empleado mío. Ella es Atalaya y debe disculparnos
porque íbamos a desayunar.
Marco Antonio y Atalaya dejaron a Mortimer con una sonrisa
de oreja a oreja y con esperanzas de futuro. Mientras, ellos se iban rogando a
Gumersinda La grandiosa que este, su
primer empleado, fuese trigo limpio y desgranado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario