lunes, 30 de septiembre de 2013

Frenético sueño de una noche de verano en la perturbada mente de la señorita Mierstensensen

Comprendió todo cuanto habían dicho aquellos delincuentes vociferantes que a gritos clamaban por algo llamado libertad, comprendió que no todo es blanco o negro… comprendió que nadie era imperfecto. Alumbró un pequeño papel con forma de gabardina en el que letras casi transparentes reclamaban su atención. Decían “no pienses en un elefante amarillo haciendo malabares sobre un tren en marcha y cantando flamenco”. Ya no podía pensar en otra cosa. Apagó la vela y encendió la luz del techo y una figura humana entró en la habitación. Se trataba de un hombre muy desnudo, con todo al aire (sí, todo), no mucho más mayor que ella. Se le cayó la bien apagada vela y soltó un gritito extraño. El hombre puso los brazos en jarra y sonrió con media boca mientras asentía con la cabeza. Ella, por su parte, abrochó el último de los botones de su rebeca, por si acaso. El hombre avanzó muy decidido hacia ella sin decir nada, ella balbuceaba torpemente cosas como “No… aparta… aquí no…. pene… asco… cerdo… elefante amarillo haciendo malabares sobre un tren en marcha y cantando flamenco… virginidad… rastafari…”. Él, sin quitar su pose de superman, frunció el ceño adoptando una cara similar a la que había puesto minutos antes en el baño al intentar en vano evacuar aguas mayores debido a que llevaba tres días estreñido y, por lo tanto, sin poder cagar. Claramente estaba confuso. Ella se abalanzó sobre él, de improviso, arrancando su propia blusa dando un alarido de satisfacción y furia y rabia, dejando al descubierto su sujetador; mientras, la cara de él cambió radicalmente pareciendo la cara había puesto en un universo paralelo al conseguir unos minutos antes evacuar todas las heces y demás desechos que por su interior circulaban. En otras palabras: se había quedado muy a gusto. Renglón seguido ella olfateó un poco el aire, dándose cuenta del que anteriormente violador y actual violado había adelgazado en cuestión de segundos tres o cuatro kilos de su peso. Huelga decir que aquello no olía a rosas. Entonces ella se levantó y bufó en señal de reproche. Le dio una patada en el estómago y después se agachó para darle un beso en los labios y de paso morderle el labio inferior haciéndole sangre. Ipso facto él se levantó, con las manos en la boca y muy enfadado. Se lanzó sobre ella, que estaba de espaldas, de un salto y la bajó la falda según caía. Ella llevaba unas bragas de cuello vuelto monísimas. Ella giró la cabeza dramáticamente y sus ojos se clavaron en el hombre. Él susurró un insulto (“zorra esperpéntica”) y empezó a masturbarse con rabia. Ella se mordió el labio inferior sensualmente y sacó de su bolso (de repente tenía uno), lo cargó y disparó sobre el valiente gilipollas que la estaba molestando aunque ella no sabía qué la molestaba tanto de aquel tipo si tan solo quería satisfacer sus instintos animales mediante su vagina y debía sentirse alagada. En medio de estos pensamientos se alzó el hombre, en modo zombie, y corrió hacia ella. Ella con la pistola transformada en bate espachurró la cabeza del malhechor por siempre jamás.


Además, ya estaba sonando el despertador.   

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