Piloto
El susurro del mar era constante y suave, adormecía a cualquiera. El sol de poniente penetraba por el gran ventanal de una habitación en la que un joven leía un libro viejo y destartalado, quien ponía más empeño en mantener el libro de una pieza que en la lectura de aquella pieza literaria cualquiera. Junto a él, una joven que se aventuraba era de su misma edad estaba tendida cuán larga era –unos veinte centímetros menos que él, no crean– y dormitaba en un halo de quietud. De vez en cuando, una carcajada silenciosamente sonora salía del joven lector quien, al reprimir la risa para así no despertar a la bella durmiente, movía en demasía la cama provocando unos temblores que hacían que la joven abriese los ojos una y otra vez. Por desgracia para ella, el libro era extremadamente divertido.
El susurro del mar era constante y suave, adormecía a cualquiera. El sol de poniente penetraba por el gran ventanal de una habitación en la que un joven leía un libro viejo y destartalado, quien ponía más empeño en mantener el libro de una pieza que en la lectura de aquella pieza literaria cualquiera. Junto a él, una joven que se aventuraba era de su misma edad estaba tendida cuán larga era –unos veinte centímetros menos que él, no crean– y dormitaba en un halo de quietud. De vez en cuando, una carcajada silenciosamente sonora salía del joven lector quien, al reprimir la risa para así no despertar a la bella durmiente, movía en demasía la cama provocando unos temblores que hacían que la joven abriese los ojos una y otra vez. Por desgracia para ella, el libro era extremadamente divertido.
La
tarde ya estaba avanzada, como he dicho, y repentinamente el joven dejó el
libro en la mesilla de noche marcando su lectura con un marca-páginas
plastificado, del que se podía adivinar que estaba hecho a mano. Se incorporó
desde la posición semi-sentada o semi-tumbada, según se mire, en la que estaba
y avanzó hacia el ventanal. El ventanal resultaba ser a su vez la puerta
corredera de la habitación que daba a la terraza. Abrió la puerta y salió, con
un andar pasmosamente tranquilo. Y era pasmoso porque no he señalado un detalle
interesante: fuera, en la terraza, se había posado una cría de dragón.
El
hecho de que hubiera una cría de dragón en la terraza no era preocupante, es
más, era lógico dado que la joven pareja estaba disfrutando de unas muy buenas
vacaciones en la reserva de dragones de Albania. Lo preocupante era que la
madre de la cría andaba cerca y las dragonas no son muy permisivas cuando se
trata de sus crías, algo lógico y razonable.
A pesar
de ello, el joven estaba fuera, fumando un cigarrillo. Hizo caso omiso del
pequeño dragón y se sentó en una silla a observar el mar.
Ahora,
si me lo permiten, voy a describir un poco al joven; que ya es hora. Pues bien,
se trataba de un joven apuesto (ya no se trata de esto, pues actualmente es un
anciano venerable de cerca de la centena de años que ha perdido todo atractivo
físico) de unos veintitrés años bastante delgado y fibroso. Su pelo era castaño
claro (él presumía de rubio, pero eso era falso; insisto en que en la
actualidad no es así y ahora mismo tiene cuatro pelos mal contados y todos
ellos son blancos) y ocasionalmente, como en este caso, se dejaba crecer una
barba algo espesa y más oscura que el pelo de la cabeza. Podría haberse arreglado la vista, pero prefirió ir a
la moda de la época usando unas gafas de pasta bastante grandes;
afortunadamente para él en aquellos tiempos no necesitaba usarlas todo el rato.
A pesar de su delgadez (no enfermiza, más bien sana) se podía entrever una
barriga cervecera incipiente que le traía por la calle de la amargura. Su
cuerpo fibroso estaba tímidamente musculado gracias, en parte, por haber
practicado en su adolescencia un deporte muggle
llamado baloncesto. Medía cerca de un metro y noventa centímetros y sus ojos
marrones eran completamente corrientes.
De sus
cualidades mentales y espirituales se podría destacar que se trata de una mente
brillante y trabajadora que nunca ha dado su brazo a torcer cuando llevaba
razón y que ha sabido corregirse cuando estaba en un error.
Su
currículum era bastante interesante: había estudiado en una escuela
completamente ordinaria hasta que fue aceptado en el Colegio de Magia y
Hechicería Español El aquelarre de
Gumersinda (el más prestigioso de España, además de ser el único; y el
penúltimo en la lista de los colegios europeos, por delante del de Luxemburgo)
que era una burda imitación del inglés (el mejor de Europa, y del mundo; para envidia sana española). Por
supuesto, las ambiciones de Marco Antonio (una broma pesada por parte de sus
padres, si me permiten) eran más altas. Cursó dos cursos allí, con unas notas
tan brillantes que le permitió ser el primer mago en ser “fichado” por Hogwarts
(el inglés, más información en los tratados de historia reciente centrados en
la figura de Harry Potter y que ha sido publicados hasta en el mundo muggle; como ficción, claro). Allí acabó
sus estudios básicos con unas notas magníficas y constituyendo uno de los
mejores alumnos de Hufflepuff (una
casa de Hogwarts, para más información insisto en que consulten los libros ya
mencionados). Al finalizarlos no supo en qué especializarse y consiguió crear,
a la edad de 21 años, un nuevo oficio dentro de lo que viene siendo la policía
mágica (los aurores): se convirtió en el primer detective de la historia de
este mundo, inspirado fuertemente por el famoso personaje inglés (y muggle) creado por Doyle.
Estas
vacaciones las cogió tras resolver su primer caso realmente importante.
Nota del Autor: si os
ha interesado esta historia, os aguantáis porque no creo que encuentre las
ideas, la motivación y el tiempo para desarrollarla. Unos cuantos euros
reavivarían mi imaginación, motivación y tiempo.
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