Estaba ya por fin feliz, el círculo estaba completo.
Ella, por su lado, seguía absolutamente contrariada,
enfadada y, ¿triste? Él no lo sabía, era muy difícil de decir.
Acababa ese año tal y como lo había empezado: azul pero
esperanzado, buscando aquella improbable media melena pelirroja que le saludó
en algún momento, a la que sonrió estúpidamente.
Ella acababa el año de manera confusa, se entendía a sí
misma, o algo parecido ya que si no era capaz de comprenderse, lo tenía muy mal
en la vida. Al menos, lo había reconocido en algún punto de aquellos secos
meses de estío, que no era poco. Debería pensar que cada día amanece.
La vida de él había comenzado a sonar como tambores
potentes, trompetas estridentes y monolitos pétreos. La velocidad había
aminorado y le sentaba bien, pero de vez en cuando un acelerón no le vendría
mal.
Los pianos de la de ella eran tristes, graves y la lluvia
arreciaba. Quizá era hora de replantearse la situación como él había hecho,
quizá no estaba de más ser un poco modesta y pensar en cómo cambiar una misma y
no cambiar al mundo entero; desde un punto de vista únicamente social, por
supuesto.
No dio saltos de alegría, sino tímidos suspiros de
liberación.
Estaba ya por fin prudentemente feliz, el círculo estaba
completo.
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