sábado, 31 de diciembre de 2016

De romances navideños, rascacielos y atardeceres californianos; tops 2016

Otra vez el pesado de yo haciendo tops del año. Como siempre, de lo estrenado en España entre el 1 de enero y el 31 de diciembre. De 2016, obviamente. Y nada, pues eso. A ver qué tal.

Top 10.

1. CAROL, dirigida por Todd Haynes y escrita por Phyllis Nagy.

2. HIGH-RISE, dirigida por Ben Wheatley y escrita por Amy Jump.

3. TANGERINE, dirigida por Sean Baker y escrita por Sean Baker y Chris Bergoch.

4. ARRIVAL (La llegada), dirigida por Denis Villeneuve y escrita por Eric Heisserer.

5. THE WITCH (La bruja), escrita y dirigida por Robert Eggers.

6. ANOMALISA, dirigida por Charlie Kaufman y Duke Johnson y escrita por Charlie Kaufman.

7. ROOM (La habitación), dirigida por Lenny Abrahamson y escrita por Emma Donoghue.

8. MUSTANG, dirigida por Deniz Gamze Ergüven y escrita por Deniz Gamze Ergüven y Alice Winocour.

9. THE NEON DEMON, dirigida por Nocolas Winding Refn y escrita por Nocolas Winding Refn, Mary Laws y Polly Stenham.

10. MARÍA (Y LOS DEMÁS), dirigida por Nely Reguera y escrita por Nely Reguera, Diego Ameixeiras, Roger Sogues, Eduard Solas y Valentina Viso.


Top 10: Side B. Otras diez películas que estarían en el top si no fuese porque no son carne de top. Sin orden de preferencia.

MR. RIGHT, dirigida por Paco Cabezas y escrita por Max Landis. Mejor chorrada del año.

POPSTAR: NEVER STOP NEVER STOPPING, dirigida por Akiva Schaffer y Jorma Taccone y escrita por Akiva Schaffer, Jorma Taccone y Andy Samberg. Mejor falso documental.

STEVE JOBS, dirigida por Danny Boyle y escrita por Aaron Sorkin. Mejor película escrita por Sorkin, dirigida por Boyle y protagonizada por Fassbender del año (y única, obvs).

MISS PEREGRINE’S HOME FOR PECULIAR CHILDREN (El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares), dirigida por Tim Burton y escrita por Jane Goldman. Mejor película de superhéroes del año.

SLEEPING WITH OTHER PEOPLE (Nunca entre amigos), escrita y dirigida por Leslye Headland. Mejor comedia romántica del año.

GHOSTBUSTERS (Cazafantasmas), dirigida por Paul Feig y escrita por Paul Feig y Katie Dippold. Mejor remake del año.

THE SHALLOWS (Infierno azul), dirigida por Jaume Collet-Serra y escrita por Anthony Jaswinki. Mejor película de supervivencia inverosímil.

THE NICE GUYS (Dos buenos tipos), dirigida por Shane Black y escrita por Shane Black y Anthony Bagarozzi. Mejor buddy movie del año.

DEMOLITION, dirigida por Jean-Marc Vallée y escrita por Bryan Sipe. Mejor luto. Mejor personaje no binario.

CAPTAIN FANTASTIC, escrita y dirigida por Matt Ross. Viggo Mortensen.

sábado, 28 de mayo de 2016

La Paradoja Whedon.

Cómo intentar ser feminista y que te estalle en la cara en el intento.

Es cierto que, a la vez que una cantidad ingente de haters -palabra que detesto por su extremismo- que condenan a Joss Whedon por sus historias, personajes o, simplemente, por existir, hay una gran cantidad de fans acérrimos e incondicionales que siempre apoyarán el trabajo de este guionista y director estadounidense. El éxito de su primera serie, Buffy, the Vampire Slayer, y la trayectoria de un camino pedregoso que sufrió con sus siguientes series (todas, a excepción de la mini-webserie Dr. Horrible’s Sing-Along Blog han sido canceladas de forma más o menos brusca) le han catapultado a algo así como un dios del nerd de a pie que siempre quiso ver una segunda temporada de Firefly. Buffy, además, está considerada por mucha gente como una de las primeras grandes (súper) heroínas del siglo XXI (aunque nació a finales del XX) y un icono del feminismo de finales de los 90. También Whedon fue el responsable de que, por primera vez en la historia de la televisión, dos mujeres se besasen en pantalla (después de un largo camino de noviazgo casi platónico).

Paradoja Primera Fase: buenas intenciones, mal resultado.

La paradoja Whedon comienza su andadura con el estreno de Avengers: Age of Ultron, cuando un abrumado y agotado Joss Whedon ofreció uno de los peores arcos de Black Widow y Hulk. Es innegable que el trazo con el que escribió y desarrolló la relación de ambos personajes hace aguas por todas partes y tiene muchas deficiencias difíciles de justificar, pero hay que tener en cuenta que este arco está inmerso en una película en la que contamos con nada menos que 10 personajes con arcos (casi) completos, amén de unos cuantos secundarios con bastante importancia. ¿Resultado de emparejar a Banner y Romanoff? Aluvión de críticas, comprensibles, y el inicio de un absoluto desangrado de la película, con análisis exhaustivos de los personajes y de la película, algo que nunca viene mal. ¿Problema? Que un gran sector del fandom empieza a insultar a Whedon, tachándolo de misógino.

Bien, ¿os habéis perdido? No pasa nada, yo tampoco sé muy bien dónde dibujar la línea entre machismo y misoginia (creo que son básicamente la misma cosa) ni cómo un auto-declarado feminista puede recibir tantas críticas del sector feminista de los fandoms diciendo que, en realidad, es misógino. Espera, sí que lo sé. Os contaré lo que ha hecho con Natasha “Black Widow” Romanoff porque realmente tiene tela. El personaje que interpreta Scarlett Johansson lleva en activo en el MCU desde Iron Man 2, donde era un personaje secundario del ego mastodóntico de Robert Downey Jr. Tony Stark, y de ahí ascendió a miembro de los Vengadores en la primera película (también escrita y dirigida por Joss Whedon, por cierto). Bien, en estas dos películas sus arcos consisten en pasar de cara bonita secretaria del protagonista a asesina a sueldo metida a agente de SHIELD, con poca empatía o humanidad, y en la siguiente pasa de asesina a sueldo metida a agente de SHIELD a heroína (porque no es súper) con un mejor amigo (que tampoco es súper y tienen una relación de amistad platónica) que le ayudó a dejar de ser asesina a sueldo y a encontrar su humanidad. WHAT, ¿OS ESTOY DICIENDO QUE JOSS WHEDON HUMANIZÓ A LA VIUDA NEGRA? Sí, no hace falta que gritemos. Mini-punto para Joss, ¿no? Pasar de femme fatale a heroína con atisbos de humanidad es un buen arco, ¿no? Bueno, quizá habría sido mejor si no hubiese sido un hombre quien la ayudó a huir de su pasado, pero no podemos pedir peras al olmo. Después de este arco, Natasha vuelve a ser side-kick de otro súper, esta vez el Capi. Esta película es probablemente la que mejor trate a su personaje, pero porque no le dan un conflicto real, sino que la usan para ser el contrapunto de Steve y ni siquiera le ofrecen el papel de side-kick real, que acaba yendo a otro hombre, Sam Wilson. Es muy probable que esto descolocase por completo a Joss Whedon a la hora de enfrentarse al conflicto que tenía que darle a Natasha y su arco. Ya no podía humanizarla, porque ese arco lo cerraron los hermanos Russo en la segunda entrega del Capi (bastante bien, he de añadir), pero sí podía hacer una cosa más. Podía traumatizarla, es decir, podía ir al conflicto inicial de su personaje; podía ir al asesinato de los padres de su Batman, a la muerte del tío Ben de su Spider-Man, al síndrome pos-traumático de su Iron Man. Después de que su humanización estuviese completa, Whedon quiso mostrarla somos las personas (mujeres, hombres o cualquier otra identificación), vulnerables. Y aquí le salió el tiro por la culata. Hizo que se enamorara del personaje menos indicado (Maria Hill, Sam Wilson y Rhodey habrían sido mejores elecciones, por ejemplo), le escribió un escena TAN ambigua y TAN ambivalente que provocó que mucha gente creyese que Whedon decía que Natasha era un monstruo porque no podía tener hijos cuando quería decir que era un monstruo porque le había quitado la elección (o al menos esa es mi opinión, pero admito que es debatible cuanto menos), convirtió a Natasha en dama en apuros y, básicamente, le hizo mucho daño a través de las regresiones mentales con las que Scarlet Witch les atacó. ¿El detalle que hizo que denominasen a Whedon de misógino? Una broma claramente misógina de Tony, el personaje que desde el minuto uno de su primera película queda claro que es misógino.

Paradoja Segunda Fase: los suplentes salen al ruedo.

La paradoja concluyó su andadura con el estreno de Captain America: Civil War. Después de que Joss Whedon la cagase en Age of Ultron (sí, en esta película la historia pierde enteros ante la espectacularidad, tal y como Marvel quiere, y esta vez Whedon no fue capaz de escribir los personajes de manera adecuada ni acertada), los Russo han querido demostrar ser los mejores substitutos para la tercera y cuarta entrega de los Vengadores con esta reunión vengadora. Y señor, qué machismo. Recuento. Super-heroínas nuevas presentadas en Age of Ultron: una. Super-heroínas nuevas presentadas en Civil War: cero. Super-héroes nuevos presentados en Age of Ultron: dos (uno muerto). Super-héroes nuevos presentados en Civil War: dos (los dos vivos). Mujeres maltratadas y mal tratadas en Age of Ultron: una. Mujeres maltratadas y mal tratadas en Civil War: tres. Sharon Carter se convierte en una herramienta heteronormativa que no tiene ni sustancia ni esencia, por no decir que es básicamente un par de labios andante; a Scarlet Witch le quitan el dolor por la muerte de su hermano para reemplazarlo por poca autoestima que se encarga de intentar remediar Vision (intereses románticos el uno de la otra y viceversa porque los cómics lo dicen pero que la química demostrada es sólo ligeramente mejor que Banner-Romanoff); y a Black Widow le quitan de sopetón TODA la humanidad que tenía y la vuelven a transformar en una asesina pragmática que se alía con la última persona que se aliaría. Misoginia segregada por Tony en Age of Ultron: un chiste. Misoginia segregada por Tony en Civil War: TODA una escena con la tía May de Peter Parker.

Paradoja Tercera Fase: mejor machista callado, que feminista pronunciado.

¿Y por qué a Joss Whedon lo llaman misógino pero a los Russo y Markus y McFeely, no? Muy sencillo. Joss Whedon es el único que públicamente se ha considerado feminista. Y considerarte feminista siendo un hombre sólo te pone un objetivo en la espalda que atrae las críticas por todos lados como moscas a la mierda, o simplemente te ponen el listón más alto. ¿El delito de Joss Whedon en Age of Ultron? Apostar y perder en la creación y desarrollo de la película, con todas sus cartas sobre la mesa (es decir, la carta feminista). ¿La virtud de la gente detrás de Civil War? Tener la audacia de no considerarse feministas para que el mínimo esfuerzo les valga elogios (es decir, apostar menos y guardarse sus cartas).


Como conclusión, si habéis leído hasta aquí, decir que NO defiendo lo que ha hecho Whedon con Natasha en Age of Ultron (lo critico), pero sí defiendo que el baremo por el que la gente mide a los declarados feministas es diferente que por el que se mide al resto. Y esto me hace negar mis propios principios feministas para poder escribir y dirigir y hacer lo que quiera sin que me digan que soy un “mal feminista”. Así que después de manifestar mi opinión sobre esta paradoja, me callo; porque mi trabajo como hombre feminista es callar y escuchar al resto. Pero maldición, a veces necesito expresar mi opinión.

lunes, 4 de abril de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte X

Encontraron a Iván en una camilla. Parecía dormido, tumbado bocarriba y con una mano colgando. Se acercaron en fila india porque lo rodeaba una barricada de camas y el espacio entre ellas era estrecho, Lourdes la última de todas. El corazón aceleró a lo que Lourdes creía que debían ser unas mil pulsaciones por minuto. Rodearon la camilla, dejando a Lourdes a los pies de Iván.

Iván no debía ser muy alto, pero era bastante fornido. Su cara no se correspondía con su cuerpo, era afilada y su nariz tenía los bordes muy toscos, como si alguien la hubiese dado forma a hachazos sobre un bloque de madera. Tenía la boca entreabierta y el pelo revuelto. Estaba muy pálido. Al minuto, dio un leve respingo y despertó. Sus ojos se abrieron y lo primero que vio fue a Lourdes, que no tenía ni idea de qué hacer y evitó el contacto visual, y luego empezó a repasar el resto de caras.

“¿Veva? ¿Deina? ¡¿Mario?!”, dijo según reconocía sus caras, se intentó incorporar pero empezó a toser sangre y tuvo que volver a reclinarse. Veva se acuclilló a su lado y le cogió la mano.

“Iván”, dijo casi en un susurro, “he encontrado a tu hermana.”

Esta vez se miraron a los ojos. Lourdes empezó a ver borroso porque las lágrimas se agolparon en sus ojos y en cuanto pestañeó notó cómo una lágrima bajaba por su pómulo derecho. Iván directamente rompió a llorar. Al oír a Iván, Lourdes se frotó los ojos rápidamente y lo abrazó con todas sus fuerzas. Sintió cómo los brazos de Iván la rodeaban y la apretaban con un ápice de debilidad y ella apretó aún más a su hermano. El llanto de su hermano la contagió y ella empezó a llorar también, mientras cada uno hundía la cabeza en los hombros del otro. Sentía una felicidad pavorosa en su interior que no le permitía pensar en la posibilidad de que ese chaval no fuese su hermano. Sabía que a su hermano le pasaba lo mismo. Notaba cómo el hombro en el que estaba su hermano se humedecía cada vez más, así como la ropa de su hermano se mojaba según las lágrimas llovían de sus propios ojos. Sorbieron ambos la nariz y después de lo que podrían haber sido eones, rompieron el abrazo.

Veva, Deina y Mario tenían los ojos rojos y se estaban secando las lágrimas. Amatista y Sabrina sonreían, aunque esta última tenía dos surcos de lágrima que cruzaban su cara. Veva carraspeó y habló, “sabes lo que significa, ¿no?”

Iván asintió, mientras se restregaba las lágrimas y los ojos con la manga. Lourdes se incorporó y miró a Veva, “¿qué tengo que hacer?”

“Ponte a mi lado mientras preparo la poción”, contestó Veva, “y el resto poneros alrededor, la poción no es estrictamente legal.”

“¿En serio?”, preguntó Lourdes.

“Bueno, es legal siempre y cuando el enfermo y el donante de sangre sean magos.”

Veva sacó de su bolso un caldero y muchos ingredientes para la poción. Puso el caldero en el suelo y con la varita vertió agua dentro de él y luego encendió un pequeño fuego debajo.

“Vale, ahora silencio absoluto, y cuando te diga, te pinchas en el dedo y echas gotas de sangre hasta que te diga”, le dijo Veva según le daba un alfiler muy puntiagudo. Lourdes lo cogió y se quedó mirando preocupada a Iván, que había empezado a toser. Sería gracioso que se muriese justo después de conocerle, pensó Lourdes, bueno, gracioso no.

Veva empezó a hacer la poción a la vez que daba la vuelta a un pequeño reloj de arena. Sus movimientos eran frenéticos pero precisos, mirando de vez en cuando el libro abierto en el que seguramente estuviese la receta, y de vez en cuando resoplaba y suspiraba mientras hacía una pausa de cinco segundos. Cuando al reloj le quedaba poco por caer, Veva le dijo que empezase a echar sangre. Lourdes se pinchó en el dedo, que dolió un poco, y empezó a dejar caer gotas. Cuando habían caído unas diez, Veva le dijo que parase y remató la poción echando lo que era claramente un vaso de leche y removió hasta que acabó de caer la arena.

“La leche es para que no sepa horrible”, dijo Veva, y echó poción en un vaso limpio y se lo dio a Iván. Se lo bebió sin rechistar y le dio un escalofrío.

“¿Cuándo sabremos si ha funcionado?”, preguntó mientras devolvía el vaso.

“Si no te mueres dentro de cinco minutos, ha funcionado”, respondió Veva. Hizo desaparecer el resto de la poción del caldero y empezó a guardar las sobras.

El resto rompió la barricada humana que habían formado delante de Veva y se distribuyeron alrededor de Iván. Iván miraba a Lourdes, todavía con ojos vidriosos.

“¿Cómo te llamas?”, preguntó Iván, que no pudo evitar que se le rompiese la voz.

“Lourdes”, contestó sonriendo, aunque notó que las lágrimas volvían a subir a los ojos.

“Nuestros padres…”, empezó Iván.

“No saben nada”, dijo Lourdes, “pero están vivos.”

“Bien, bien…”

Se hizo un silencio extraño, como si los dos hermanos se hablasen por primera vez después de pasar años sin hablar porque estaban enfadados entre ellos. Iván miraba a Lourdes, desviando la mirada cada vez que Lourdes le miraba a los ojos.

“¿Sois… felices?”, preguntó Iván dubitativo.

“No”, dijo Lourdes más rápido de lo que le habría gustado.

“Lo siento”, dijo Iván bajando la mirada.

“No lo sientas”, dijo Lourdes, “no es culpa tuya.”

Empezaron a oír un bullicio y giraron las cabezas a la vez. Vieron a lo lejos un grupo de personas vestidas de blanco y negro rodeaban a tres magos altos y vestidos de naranja brillante que avanzaban sorteando a los enfermos. Parecía que las personas que vestían blanco y negro intentaban impedirles que avanzasen.

Mario, Sabrina y Deina se levantaron rápidamente. Veva se quedó de cuclillas, pero agarró la mano de Iván. Amatista puso a Lourdes detrás de ella y se llevó la mano al bolsillo de la varita. Iván se incorporó, quedándose medio tumbado apoyado en un brazo.

“Son sólo tres”, dijo Lourdes.

“Esos no son magilicías”, dijo Amatista, “oh, no, esos no son magilicías.”

“¿Qué pasa? ¿Son los SWAT o qué?”, preguntó Lourdes.

“Sabes que no pillo esa referencia muggle”, se limitó a decir Amatista.

Los tres magos seguían avanzando haciendo caso omiso de las personas de blanco y negro. Se estaban acercando y no había duda alguna de que iban hacia ellas.

“¿Qué les importa a los Parcas si vienen a por nosotras?”, dijo Deina.

“Parcas o no Parcas, siguen siendo sanadores”, contestó Mario, algo pomposo, “no quieren que se perturbe al enfermo, o que se les prive la posibilidad de curarse.”

“¿Pero qué hacen ellos aquí?”, preguntó Sabrina asustada.

Los tres hombres estaban ya a unos pocos metros, cabreados empujaban a los Parcas que seguían intentando que se fuesen de allí. En el grupo había un silencio sepulcral y expectante.

Cuando llegaron a donde estaban, todas estaban asustadas, menos Veva que se había levantado y les sonreía. Los tres magos sacaron sus varitas y apuntaron a Lourdes. Bueno, técnicamente apuntaban a Amatista, pero solo porque estaba en medio.

“ENTREGADNOS A LA MUGGLE” rugió el de en medio.

“Ya he hecho la poción” dijo Veva alegremente, “podéis hacer con ella lo que queráis.”

Lourdes sintió cómo el corazón quería salirse del pecho. Ya está, pensó, he servido para lo que querían, usada y tirada. Pero la mano de Amatista agarró su muñeca y se sintió más protegida que nunca. El mago de la derecha dudó e hizo ademán de bajar la varita.

“¿En serio?”, preguntó ese mismo hombre, “¿cuántos años tienes?”

“Déjanos que la borremos la memoria”, dijo el tercero, “al menos.”

“¡No!”, exclamó Iván.

“CALLA”, bramó el de en medio, “nadie va a salir de aquí con vida a menos que NOS ENTREGUÉIS A LA MUGGLE.”

El mago de la derecha bajó la varita del todo y miró al de la izquierda, que le devolvió la mirada y se encogió de hombros.

“¿Te enseñaron a hacerla en el colegio?”, preguntó el de la derecha.

“Claro que no”, contestó Veva ofendida.

“Has dicho que podemos hacer con ella lo que queramos”, dijo el de la izquierda, “¿por qué no nos la entregas?”

“Porque podéis hacer con ella lo que queráis”, repitió Veva, más seria esta vez, “pero el problema es que, bueno, no vamos a dejaron hacer con ella lo que queráis.”

“¿Qué dices, chica?”, intervino el de en medio, claramente confuso.

“Digo que podéis hacer con ella lo que queráis, simplemente tendréis que matarnos para que hagáis con ella lo que queráis”, respondió cansinamente.

“Entonces no podemos hacer con ella lo que queramos”, dijo el de en medio mirando a los otros dos, “¿no?”

El de la derecha sonreía ligeramente, parecía estar divirtiéndose. Había relajado su posición, tenía las dos manos detrás de la espalda y estaba apoyado solo en una pierna. El de la izquierda parecía saber también lo que estaba pasando, pero había elegido seguir en guardia.

“A ver, chiqui”, dijo Veva, “¿quién soy yo para impedir que realices los deseos más profundos de tu corazón? ¿Quieres matar a sangre fría a una muggle? ¡Adelante! Lo que pasa es que para poder hacer con ella lo que quieras, tendrás que matarnos.”

“Antonio, no ataques”, advirtió el de la izquierda al de en medio. El tal Antonio estaba empezando a ponerse rojo, y temblaba todo él.

“NO ME TOMES EL PELO, NIÑITA”, gritó.

“Vale”, dijo Veva alegremente.

“A ver”, empezó el de la derecha, “podemos llegar a un acuerdo. Habéis vencido a más de dos decenas de magilicías y a todos vuestros profesores, no queremos que gente talentosa como vosotras se eche a perder. Pero habéis matado a uno y habéis provocado la muerte de varios”, Lourdes miró de reojo a Iván y lo vio con la boca abierta y algo rojo, “tenéis dos opciones: entregaros y esperar lo mejor o pasaros la vida huyendo de la justicia. Y dejadme decir que no habéis acabado vuestros estudios y que estaríais llevando a una muggle de peso muerto.”

“¿Qué le pasaría a mi hermana si nos entregamos?”, preguntó Iván levantándose.

“Lo mejor que le puede pasar es que le borren la memoria”, respondió el de la derecha, “pero no puedo asegurar que sea lo que va a pasar.”

“Entonces no”, dijo Amatista.

“DEJAR DE SER TAN INMADUROS”, chilló Antonio. Cargó el brazo de la varita, pero un flash de luz les dejó momentáneamente ciegos. Cuando se aclaró la vista, Lourdes vio que Antonio estaba inconsciente y el de la derecha apuntaba hacia él con su varita.

“Disculpad, era su primer día”, dijo, “pero es verdad que no podemos dejaros salir de aquí a menos que os entreguéis.”

Cayó un silencio tenso entre ellas. Veva miró a su alrededor y encontró la mirada de Amatista, que asintió levemente con la cabeza. Los dos magos no debieron percibirlo porque los rayos que salieron de las varitas de Veva y Amatista simultáneamente los pillaron totalmente desapercibidos.

Cayeron inconscientes al suelo los dos magos y hubo un momento de silencio. Se miraron unas a otras y luego miraron a Amatista y Veva. Ambas saltaron los cuerpos inconscientes, se dieron la vuelta y gritaron al unísono, “¡Vamos, corred!”. Amatista tendió la mano a Lourdes y Veva a Iván. Ambas agarraron las manos y echaron todas a correr. Corrieron entre las camas y camillas como un río sorteando pequeñas rocas, Amatista guiando a Lourdes. Las Parcas se apartaban de su camino y Lourdes podría jurar haber visto a más de una sonreírles.

Salieron al polígono y la luz del sol saliente cegó momentáneamente a Lourdes, que se había acostumbrado a la luz de las Catacumbas y de la noche. Durante unos segundos, se quedaron quietas observando el amanecer. Amatista volvió a tirar a Lourdes de la mano y empezaron a correr por donde habían venido. No sabía lo que les iba a pasar ahora pero le daba igual. No quería volver a separarse de su hermano, ni de Amatista, y le daba igual si tenían que ser fugitivas el resto de sus vidas, siempre y cuando todas esas personas con las que corría a la luz del amanecer estuviesen con ella. Pero sobre todo Iván y Amatista. Corrieron y corrieron, y a Lourdes no le importó tener que estar corriendo el resto de su vida.




Si queréis que siga la serie (o sea, escriba una nueva temporada ((o sea, más y mejor porque ya sabré escribir un poco menos mal))) comentad o dadle a like/fav/compartir/retuit/lo que sea. Si no, me callaré para siempre. Gracias por leer.

lunes, 28 de marzo de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte IX

Por fin llegaron al lugar. Las Catacumbas estaban en un polígono aparentemente abandonado, con más de un edificio vacío y un par de solares que solo tenían edificios desnudos, solo erigidos en su esqueleto y adornado con algún plástico que colgaba de las vigas. Aun así, Lourdes vio que un par de edificios parecían estar simplemente cerrados por ser casi las cuatro de la mañana.

El esqueleto más lejano, que apenas se veía en la oscuridad y entre los demás edificios, era la entrada a las Catacumbas. Extremaron la precaución y empezaron a caminar más despacio y más en silencio, espaldas contra las paredes. Suponían que habría una o dos personas vigilando su llegada pero, cuando vieron las verjas del solar y la finca en su totalidad, vieron que no había dos personas sino unas cuantas más.

Inmediatamente dieron media vuelta y se escondieron en la esquina del edificio que habían rodeado para llegar. Durante unos segundos sólo intercambiaron miradas significativas, ninguna de ellas de miedo o terror sino preocupación y pensativas. Lourdes miró el edificio y vio que las ventanas estaban cerradas a conciencia y que el edificio no irradiaba vida, así que, en un susurro, propuso entrar en el edifico para hablar y planear con más tranquilidad.

Así hicieron. No necesitaron forzar la cerradura ni derribar la puerta porque no había, estaba claramente arrancada de las bisagras y sólo quedaban un par de trozos de madera alrededor de las mismas. Una vez dentro, se sentaron en círculo alrededor de una mesa a la que le faltaban dos patas y estaba llena de polvo.

“¿Qué hacemos?”, preguntó Deina en un susurro.

“Yo tengo un plan”, dijo Lourdes mirando alrededor, buscando las miradas del resto.

“Pues dínoslo porque no se me ocurre nada”, dijo Mario.

“A ver, ¿Cuántos son ahí fuera? ¿Diez?”, empezó Lourdes.

“Catorce”, dijo Amatista, “al menos fuera son catorce.”

“Vale, yo diría que ahora en vez de ir todas juntas hay que dividirse. Si vais cuatro a un edificio diferente, o un escondite diferente, podemos entrar Veva y yo mientras vosotras nos dais fuego de cobertura”, dijo Lourdes, en un tono casi militar.

“¿Fuego de cobertura?”, preguntó Sabrina confusa.

“Eh… atacáis para protegernos, básicamente,” respondió Lourdes.

“No me gusta”, dijo Mario, “vas a ser el blanco más buscado, Lourdes, y Veva sola no va a poder protegeros a las dos, debería ir alguien con vosotras.”

“Voy yo”, dijo casi al instante Amatista. Mario asintió.

“Vale, buen plan entonces”, dijo Mario, “yo me quedo aquí, subiré al tejado; Sabrina, tú ve con cuidado al edificio de al lado y sube al tejado también, y Deina, tú busca un buen escondite a la derecha de este edificio.”

Sabrina y Deina se levantaron y empezaron a moverse para salir, pero Lourdes se levantó rápidamente y dijo, “esperad”; ellas pararon y la miraron.

“Esperad a saber el resto del plan”, dijo Lourdes, ellas volvieron a sentarse y todas se quedaron mirando a Lourdes, expectantes, “. Una vez hayamos pasado no estaría bien que os quedaseis aquí, esperando a que lleguen los refuerzos, ¿no?”

Lourdes esperó a que alguien estuviese de acuerdo con ella o que dijese que no, pero nadie parecía tener una opinión al respecto. Simplemente la miraban fijamente, casi divirtiéndose.

“Querréis ver a Iván, ¿no?”, siguió Lourdes, cada vez más insegura, “así que en cuanto estemos dentro, vosotras elimináis al resto y entráis, ¿vale?”

“Vale, vale”, dijo Sabrina, que ahora la sonreía, “creía que era obvio.”

Se levantaron todas, Lourdes la última, y empezaron a ir a sus puestos. Mario subió al tejado y el resto salió del edificio. Nada más salir, se pararon todas, preparándose para separarse y luchar. 

“Atacad vosotras dos antes que Mario y a la vez para que empiecen a dispersarse antes de venir hacia nosotras”, dijo Veva. Ambas asintieron y partieron en diferentes direcciones. Veva, Amatista y Lourdes volvieron a la esquina desde la que vieron a todas las personas que vigilaban la entrada. Con las varitas preparadas, esperaron.

Un par de minutos estuvieron esperando en silencio hasta que, por fin, dos rayos de luz roja casi sincrónicos las deslumbraron. Oyeron hablar y gritar a los magilicías, y vieron cómo las luces de sus varitas empezaban a dispersarse, lanzando rayos de luz hacia donde creían que habían salido los rayos. Mario empezó a lanzar hechizos después de los primeros ataques de Deina y Sabrina. Nadie le había dicho esa parte del plan, pero Lourdes no dudó que Mario era mejor estratega de lo que parecía y lo había deducido. Del techo del edificio salían rayos hacia izquierda y derecha.

Sin encender ninguna sus varitas, luchaban desde la oscuridad ligeramente iluminada por las pocas y huérfanas farolas del polígono y las luces confusas de las varitas de los magilicías.

“Vamos”, susurró Veva, aunque lo le habría hecho falta porque el ruido de las voces de los magilicías habría camuflado su voz.

Veva cogió a Lourdes por la muñeca y tiró de ella. Lourdes miró atrás y vio que Amatista las seguía de cerca, mirando a los lados con los ojos entrecerrados para ver mejor en la oscuridad. Corrían casi de puntillas, intentando no hacer ruido. Atravesaron la calle grande que separaba el resto del polígono del edificio a medio construir sin ninguna oposición, pero vieron que había una luz constante en la apertura de la verja que no se movía, y la figura que la sujetaba estaba en guardia, mirando hacia el edificio en el que estaba Mario, que ahora tenía dirigiéndose hacia él a unos tres magilicías.

Intentando aplazar la revelación de su presencia, Veva y Amatista no atacaron hasta que la figura que guardaba la apertura de la verja empezó a mirar sospechosa hacia ellas. Un rayo de luz rojo surcó el aire por encima de los hombros de Veva y Lourdes, que provenía de Amatista, e impactó de lleno en el pecho de la figura que se dio de espaldas contra la verja y cayó inconsciente en el suelo. Deina, Sabrina y Mario intensificaron su fuego. Lourdes vio que un coche que había aparcado en mitad de la calle, que sin duda pertenecía a uno de esos magilicías, explotó y no tuvo duda alguna de que había sido cosa de Sabrina.

Llegaron a la apertura y Veva paró justo en el umbral. Se dieron la vuelta y vieron el panorama en su totalidad. Había tres luces con sus respectivas figuras cercando el escondite en el que debía estar Deina, un total de siete estaban atacando el edificio de Sabrina, aunque un par de esas figuras empezaron a lanzar rayos hacia ellas, y otras tres estaban en el edificio de Mario.

“No podemos dejarles así”, dijo Veva preocupada. Justo un rayo rojo pasó rozándole la cabeza.

“Lourdes, tírate en el suelo y no te muevas; Veva, tú ayuda a Mario y Deina, yo ayudo a Sabrina”, dijo Amatista resolutiva. Lourdes no quiso protestar porque era consciente de que era inútil en la batalla, pero no le gustaba la idea de tumbarse a la bartola mientras el resto peleaba. Se tumbó al tiempo que Amatista y Veva se alejaban.

Se tumbó bocabajo, con la cabeza orientada a la acción para ver bien qué pasaba. Primero vio cómo Amatista lanzó un rayo de luz de color naranja y violeta que usó a modo de látigo contra un total de tres magilicías, de los cuales sólo uno bloqueó el ataque a tiempo, pero esto lo distrajo y le impactó en la nuca el rayo rojo de Sabrina. Mario parecía defenderse a duras penas, porque vio que había dos boquetes en la pared de su edificio que llegaban al techo. Pero Veva debió llegar porque dos rayos rojos muy seguidos impactaron en dos de los magilicías que estaban de espaldas a ella. No le dio tiempo a ver qué pasaría con el magilicía que quedaba luchando con Mario porque una explosión donde debería estar Deina hizo que el tiempo se parase. Miró inmediatamente quién había hecho el hechizo, pero solo vio mucho humo y ninguna luz encendida.

Nadie luchaba de repente. Miraban la humareda con un par de fuegos encendidos en la maleza y vieron que una figura emergía. El magilicía que todavía luchaba contra Mario fue el primero en volver a la carga, lanzando un rayo verde hacia la figura que había emergido de entre la humareda. Falló por el ímpetu con el que había lanzado la maldición, pero el resplandor verde fue suficiente para que Deina cayese al suelo en un intento tardío de protección. Veva dejó inconsciente al magilicía que había lanzado el rayo verde y se dirigió a ayudar a Amatista y Sabrina, que ahora estaban en verdaderos apuros porque los cinco magilicías que quedaban habían empezado a lanzar rayos verdes por doquier.

La batalla de tres estudiantes de colegio contra cinco magilicías entrenados duró menos que lo que Lourdes tardó en decidir si ir a ayudar a Deina o no. Amatista y Sabrina estaban defendiéndose a base de esquivar y esconderse los rayos verdes cuando Veva llegó y lanzó un rayo rojo a uno de los magilicías que estaba acribillando a Sabrina, que estaba escondida detrás de una chimenea cada vez más descompuesta. Esto hizo que uno de los tres que estaba arrinconando a Amatista detrás del coche destrozado se diese la vuelta, lo que dio ventaja a Amatista que lanzó un rayo añil contra el magilicía más cercano a ella y lo partió por la mitad. Lourdes no pudo ahogar un grito. Un rayo verde y otro rojo salieron de las varitas del otro magilicía y de Amatista respectivamente y chocaron. En lugar de seguir conectados los rayos, inmediatamente el rayo verde se desvaneció y el rojo siguió su camino hasta que desarmó al magilicía. Amatista cogió la varita al vuelo y, girando sobre sí misma para evitar caer, lanzó el mismo hechizo hacia dos magilicías diferentes, el que seguía contra Sabrina y el que había empezado a atacar a Veva. Solo quedaba uno en pie, y desarmado, que había alzado los brazos.

Amatista estaba jadeando y apuntando con ambas varitas al magilicía. Veva estaba mirando a Amatista, aunque Lourdes no podía ver con qué cara, y Sabrina había desaparecido del tejado. Lourdes se acordó de Deina y miró hacia donde estaba y vio que Mario ya estaba con ella.

Sabrina salió del edificio y fue corriendo hacia el magilicía y le dio un puñetazo en la cara que lo tiró al suelo y lo dejó inconsciente. Lourdes se levantó. Todas fueron hacia ella y, sudorosas y cansadas, pasaron por delante de ella entrando al solar.

“Buen plan”, dijo Deina tocándose el brazo según pasaba. Veva pasó sin mirarla y Amatista, que pasó la última, la cogió y le hizo entrar. Lourdes no sabía qué había hecho mal o qué había pasado que fuese tan horrible como para que todas estuviesen enfadas con ella. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en eso, porque en cuanto bajaron a las Catacumbas, a través de una trampilla en el suelo, se olvidó de todo.

Las Catacumbas era lo más parecido al infierno que había visto en toda su vida. Era una gran cueva, con unos techos que debían llegar a los diez metros de altura, cuya roca era de color rojo cobrizo. Había muchas camillas y camas, llenas de personas agonizando o desangrándose. De vez en cuando veía a una persona que andaba como ellas, vestida con unos extraños ropajes blancos y negros, e iba atendiendo a los moribundos. También veía de vez en cuando a visitantes que lloraban sobre los cuerpos de sus seres amados o que les cogían la mano en silencio. Era un lugar deprimente y olía a podredumbre. No corría ni una pizca de viento y el aire estaba viciado.

“¿Qué es este lugar?”, preguntó Lourdes a Amatista.

“Las Catacumbas”, respondió lúgubremente, “donde enviamos a los enfermos sin remedio a que mueran en paz.”

“¿En paz?”

“Eso dicen sí, pero no creo que traigan aquí a los enfermos a que mueran, sino que mueren porque los traen aquí”, dijo Amatista.

“¿Qué he hecho mal para que no me hablen?”, preguntó Lourdes cambiando de tema después de que Amatista se quedase mirando fijamente a un hombre que lloraba desconsoladamente porque no tenía ni brazos ni piernas y no podía moverse.

“Nada”, dijo Amatista, “uno de los magilicías nos lanzó un encantamiento muy extraño, no sé cuál es, y creo que provoca que queramos matar a los muggles.”

“¿Cómo los sabes?”, preguntó Lourdes.

“Porque de repente quiero matarte”, respondió Amatista sin dar gravedad a las palabras, “pero la mayoría de estos encantamientos se basan en los deseos del subconsciente, y no creo que ningún subconsciente vaya a querer matarte, al menos hasta que salves a Iván.”

“Sabes mucho del encantamiento para no saber cuál es”, dijo Lourdes intentando sonreír.

“No, es solo especulación.”

lunes, 21 de marzo de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte VIII


Lourdes tenía varias llamadas perdidas y mensajes de whatsapp. Su padre había llamado diez veces (se había olvidado decirle que se iba de ‘vacaciones’), seis de Jorge (otro al que se le había olvidado decírselo) y dos de un número privado. En whatsapp, tenía 678 mensajes en 3 conversaciones diferentes: cinco mensajes de su padre, preguntando dónde estaba y qué había hecho con el coche y que qué se supone que iba a comer, diez mensajes de Jorge, diciendo que dónde estaba y que iba a tener que despedirla y diciéndola que estaba despedida y que fuese a recoger su finiquito, y 663 en el grupo que tenía con sus amigas y amigos del instituto. Ignoró los mensajes y las llamadas. Volvió a apagar el móvil.

“¿Hay un baño?”, preguntó a Amatista, que seguía mirando con curiosidad lo que seguramente para ella era un rectángulo extrañamente brillante, “tengo que lavarme las manos.”

“Sí, al final del todo”, contestó abstraída, mirando la mochila de Lourdes donde había guardado el móvil. Lourdes se dio cuenta y lo sacó.

“Disfrútalo”, dijo sonriendo mientras se lo tiraba al regazo, “simplemente no lo enciendas.”

“No sabría cómo”, se limitó a decir Amatista mirándolo de cerca.

Lourdes caminó casi cinco minutos hasta que llegó a la puerta que debía ser el baño. Era grande y con varios lavabos. Se limpió la sangre lo mejor que pudo mientras se miraba en el espejo. Estaba más despeinada de lo que había estado en su vida, con cuero y brillantitos en el pelo. Con cuidado se sacudió el pelo, porque suponía que lo brillante sería cristal, y se lo retocó como pudo. En un arrebato de dudas, se pellizco esperando que todo fuese un sueño. Aprovechó a echarse un agua en la cara.

Salió del baño y volvió a su sitio. Amatista había dejado el móvil en su asiento y lo guardó. Veva volvió a entrar y se sentó delante de ellas. Lourdes se inclinó hacia ella.

“¿Falta mucho?”, preguntó.

“No, no mucho, pero vamos a tener que caminar hasta Iván. Normalmente despega y aterriza desde la Casa de Campo, que tiene un descenso directo a las Catacumbas. Pero seguramente nos estén esperando allí, así que vamos a la entrada vieja.”

“¿Y dónde nos bajamos?”, preguntó Amatista.

“Barajas.”

“¿Podemos hacer eso?”, preguntó Lourdes.

“Legalmente no, pero no hay otra. La avioneta no se registra en los radiadores de los aeropuertos muggles y le acabamos de poner un Encantamiento Desilusionador”, dijo Veva.

"Radares", musitó Lourdes sin que la oyesen corregir a Veva.

“¿A toda la avioneta?”, preguntó Amatista, “¿quién lo ha hecho?”

“Yo”, dijo Veva.

“¿Cuántos años decías que tenías?”, dijo Amatista boquiabierta.

“No importa, el caso es que simplemente se oirá el motor y en un aeropuerto no es raro.”

“Empezando a bajar, cielos”, dijo Doña Dolores por el megáfono.

Y efectivamente, la avioneta empezó a descender. Lourdes agarró los apoyabrazos de su asiento y contuvo la respiración. Una mano le cogió la suya y vio que Amatista la sonreía. Entrelazaron los dedos y Lourdes respiró hondo.

No tardaron más de cinco minutos en aterrizar, pero esta vez no soltó la mano de Amatista, intentó prologarlo lo más que pudo. Cuando paró el motor, sin embargo, se levantaron y soltaron sus manos, sobre todo para que Lourdes pudiese coger su mochila y echársela al hombro.

Bajaron de la avioneta después de despedirse de Doña Dolores y darle las gracias. Lourdes bajó la última y Doña Dolores la retuvo un momento.

“Escucha, cielo”, dijo dulcemente, “muggle o no muggle, lo importante para mantenerse volando es no querer creer que te vas a caer, ¡que se os dé bien!”

La puerta se cerró sola detrás de ella y se reunió con el resto. La pista estaba vacía y empezaron a caminar hacia la verja más cercana. Era de madrugada y las luces del aeropuerto proyectaban sombras alargadas delante de ellas.

“Vuelvo a no poder hacer magia”, dijo Veva amargamente.

“Ni tú ni nadie”, dijo Amatista dándole un par de palmaditas en el hombro.

“Pero tú tienes diecisiete años, ¿no?”, dijo Lourdes.

“Sí, pero estoy rodeada de cuatro menores de edad y una muggle, si uso magia sabrán dónde estamos, te lo aseguro”, contestó Amatista.

Llegaron a la verja. Deina se arrodilló y entrelazó sus manos para impulsar a Veva, mientras Mario hacía lo mismo para su hermana Sabrina. Veva se quedó sentada en mitad de la verja mirando al resto y Sabrina saltó hacia el otro lado. Lourdes fue hacia Deina mientras Amatista iba a que le ayudase Mario. Sin embargo, al ver la cara de conflicto que puso Deina cuando la vio acercarse, decidió correr y saltar. Llegó hasta la mitad de la verja y se agarró como pudo con las manos. Veva le tendió su mano y la cogió, Veva tiró de ella y Lourdes aprovechó el tirón de Veva para impulsarse también con los pies. Tanto impulso hizo que no tocase la cima de la verja, sino que cayese directamente al otro lado.

Cayó de costado, sin haber reaccionado a tiempo porque esperaba haberse quedado encima de la verja, y durante unos segundos se le cortó la respiración, como si sus pulmones se hubiesen olvidado de cómo inspirar y expirar. Inmediatamente oyó a Veva aterrizar de pie a su lado y le volvió la respiración. Se levantó dolorosa, ayudada por Veva.

“¿Estás bien?”, preguntó Veva, “siento mucho haberte lanzado tan fuerte, no sabía que te ibas a impulsar.”

“No pasa nada”, contestó Lourdes, haciendo una mueca de dolor mientras se tocaba el costado, “culpa mía.”

El resto ya había pasado, así que Lourdes se obligó a recomponerse y empezó a andar mientras las demás la miraban quietas. Lourdes se dio cuenta de que no sabía a dónde tenía que ir, así que dio media vuelta y las miró.

“¿Por dónde?”, preguntó, camuflando el dolor que todavía tenía.

Veva señaló hacia un lado mientras la miraba preocupada. Su orgullo había sido estúpido, eso lo sabía, pero no quería incomodar a Deina aún más. Claramente Deina había bebido de la cultura odia-muggles y no había luchado contra ella como el resto, y que una muggle tuviese una varita cuando ella había perdido la suya no debió ayudar. Estúpida, se dijo a sí misma Lourdes mientras caminaba entre los pequeños matorrales.

La luz del aeropuerto se fue perdiendo hasta que solo quedó una lejana luz en el horizonte y la reemplazó la luz de las farolas de la carretera. De vez en cuando oían pasar un coche, acompañado de la luz de sus faros, y con menos frecuencia oían aviones llegar o irse. Al cabo de un minuto, Mario y Veva la habían adelantado y lideraban la marcha, discutiendo el mejor camino para llegar a las Catacumbas. Amatista iba a su lado, con las manos en los bolsillos de la túnica y dando pataditas a cosas que se encontraba en el suelo. Deina y Sabrina cerraban la marcha, ligeramente atrasadas, comentando la varita que le había dado Lourdes. De vez en cuando, Lourdes oía alguna frase suelta de lo que hablaban, porque estaban muy cerca, pero intentaba hacer oídos sordos para no oír algo que confirmase sus sospechas. Sus sospechas eran, por supuesto, que Deina la odiaba.

Miró su reloj y vio que eran las dos de la madrugada y pensó en que esa misma mañana se había despertado en una posada de Cantabria y había robado una varita. Qué largo había sido el día. También se dio cuenta, al remangarse para ver el reloj, que todavía llevaba la túnica que se había puesto para entrar al colegio. Miró al resto y todas llevaban túnicas, lógicamente, y la imagen de seis adolescentes caminando en medio de Madrid vistiendo túnicas se cruzó en su mente. Podría colar que eran seis matadas cosplayeando Harry Potter, pero era una cosplay muy atrevido porque las túnicas no eran negras como las que llevaban en Hogwarts, sino rojas y amarillas, como la bandera de España, y no creía que fuesen a pasar desapercibidas.

“Estaría bien llegar a la ciudad de noche”, dijo bien alto, para que todas oyesen.

Mario giró su cabeza confuso y Veva dio la vuelta completamente, mirándola y caminando hacia atrás.

“Vamos en túnicas”, dijo con obviedad, “ningún muggle lleva túnicas.”

“Mierda, se me había olvidado”, dijo Veva volviendo a mirar al frente, “pues rápido.”

Aceleraron y a los veinte minutos habían entrado en los suburbios madrileños. Dieron un par de vueltas a las mismas tres manzanas, Mario y Veva discutiendo en susurros, y cada vez que pasaba un coche, todas se achandaban y lo miraban fijamente. Al final, se quedaron quietas en una rotonda.

“Esto sería mucho más fácil si pudiese usar un hechizo para orientarnos”, dijo Mario.

“Espera”, dijo Lourdes mientras abría la mochila y sacaba el móvil, “tengo un mapa.”

Amatista, Sabrina, Deina, Veva y Mario la rodearon mientras encendía el móvil. Conectó los datos de internet y se metió en Google Maps, activó la ubicación del móvil, que normalmente tenía desactivada, y apareció la flecha que indicaba dónde estaban.

“Estamos aquí”, dijo Lourdes señalando la flecha, “si me decís en qué calle está la entrada, sabremos por dónde ir.”

Estaban perplejas. A penas parpadeaban, mirando fijamente la pantalla del móvil o la cara de Lourdes.

“¿Y bien?”, insistió Lourdes, escondiendo el móvil detrás de la espalda. Mario sacudió la cabeza y asintió. Le dijo la calle (que censuraré para evitar curiosos que intenten encontrar las Catacumbas) y ella la apuntó. Especificó que querían ir andando y calculó la distancia y el recorrido.

“Vale”, dijo Lourdes, “está a hora y media andando.”

Todas soltaron sonidos de impaciencia y casi dolor, aunque la expresión de sus caras seguía siendo de perplejidad y sus ojos no se apartaban de la brillante y colorida pantalla.

Volvieron a caminar, con Lourdes a la cabeza. Esta vez estaban apelotonadas alrededor de Lourdes, Veva y Amatista cada una a un lado de ella y Mario, Deina y Sabrina inmediatamente detrás. Lourdes se sentía líder de un pequeño equipo de rescate, o la integrante de un grupo de música adolescente con demasiados miembros.

“Tienes que enseñarme a usar uno de estos cachivaches, Lourdes”, dijo Amatista todavía mirando el móvil, que se balanceaba con la mano según andaba Lourdes, “son muy útiles si no puedes usar magia.”

“Y puedes mandar y recibir mensajes mucho más rápido que por lechuza, te lo aseguro”, dijo Lourdes.

“Yo creo que es un objeto maligno”, dijo Deina, aún flipando pero ya de vuelta a su desconfianza habitual.

“Muchos muggles piensan lo mismo”, dijo Lourdes sonriendo.

“Los muggles sois muy imaginativos, y os defendéis muy bien en el mundo para no saber usar la magia”, afirmó Mario con una pizca de condescendencia en su voz.

“Tengo que haceros una pregunta”, dijo Lourdes después de un pequeño silencio, “¿qué ha hecho mi hermano para merecer que cinco de sus amigos se jueguen el cuello para salvarle?”

“Yo no soy su amiga, me he apuntado para escapar del castigo”, dijo Amatista.

“Bueno, cuatro”, rectificó Lourdes.

Un silencio siguió. Lourdes miró hacia atrás para ver las caras de las amigas de su hermano. Deina parecía dolorosamente pensativa, como si no supiese una buena razón para estar salvándolo. Mario también pensaba, claramente buscando una razón lógica como motivo por el que merecía la pena el sacrificio. Sabrina, sin embargo, sonreía a Lourdes.

“Es el mejor amigo de mi hermano”, dijo Sabrina, “es suficiente para mí.”

“Sí”, dijo Mario, que concluyó que la racionalidad estaba fuera de la ecuación, “es mi mejor amigo.”

Lourdes se volvió hacia Veva y vio que había lágrimas en sus ojos. No sabía si consolarla o cómo, hizo un ademán de ir a pasarle el brazo por el hombro pero rectificó. Oyó a Deina decir, “¡Claro, joder, porque está en mi equipo de Quidditch, se me había olvidado!”. Finalmente decidió acariciarle el pelo a Veva, algo que quería hacer desde que vio el rojo del mismo, ayer en el supermercado, y Veva sorbió. Lourdes sacó un paquete de pañuelos de la mochila y le dio uno. Veva se secó las lágrimas y se sonó los mocos.

“Gracias”, dijo Veva, “le salvo porque le debo una, me salvó hace dos años de un hipogrifo en celo.”

No la razón que esperaba de ti, pensó Lourdes, pero no lo dijo en alto. Después de estas palabras siguieron caminando en silencio, habiendo entrado cada cual en una crisis por la pregunta de Lourdes, ya que claramente no se lo habían pensado dos veces en cuando vieron que cabía la posibilidad de que su amigo no muriese. Lourdes se arrepintió de preguntar, porque debería haber sabido que no había nada de racional en que adolescentes intentasen salvar la vida a un amigo que no tenía por qué ser excepcional.

sábado, 19 de marzo de 2016

Poema deprimente nº 32.

Completamente vacío,
no hay nada
ni una brisa, ni un eco.
Es el caudal de un río,
estéril, ausente, seco
y no hay nada.
No hay nada,
ni claro ni oscuro,
solamente vacío.

Me alimento de figmentos,
de trozos de otras vidas,
imágenes que no he sentido.
Veo películas sin cesar,
en busca de una historia
que sí haya vivido.

Y cuando hay algo:
es amargo,
áspero, ácido,
corrosivo.
Una lágrima que arde,
un puchero patético,
una alegría en balde.

Un pensamiento
que separa la soledad,
del aislamiento;
la mentira,
del conocimiento.

Y así camino.
En vano.
Con rumbo,
pero sin amigos.
Con amigos,
pero sin familia.
Con familia,
pero sin mí.
Nunca conmigo.
Hueco.

Vacío.

lunes, 14 de marzo de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte VII

Parte VII.

Lourdes no fue consciente de que había agarrado la mano de Amatista hasta que  la soltó, y sintió cómo la cara se le ponía roja. Carraspeó y se recolocó en su asiento incómoda, y miró a todas partes menos a Amatista.

Mario le había puesto un trapo mojado en la cabeza a la chica, pero ella lo había tirado disimuladamente al suelo. Mario y Deina hablaban y Veva seguía mirando por la ventana. Lourdes se levantó y fue a sentarse junto a la chica.

“Hola”, dijo mientras se sentaba, “gracias por…”

“No pasa nada”, le interrumpió la chica sonriendo, “Iván es un buen amigo.”

“Me llamo Lourdes”, dijo tendiendo la mano.

“Sabrina”, contestó la chica mientras le estrechaba la mano.

“¿Te llamas Sabrina?”, dijo Lourdes intentando reprimir la sonrisa divertida que se le había dibujado en la cara, “¿y eres una bruja adolescente?”

“Sí, ¿por?”, preguntó Sabrina confusa.

“Nada, nada… cosas muggles”, dijo Lourdes, “¿de qué conoces a mi hermano?”

“Es el mejor amigo de mi hermano”, respondió señalando a Mario por encima de su hombro, “voy un curso por detrás.”

“¿Y estás mejor del golpe o lo que haya sido?”, preguntó Lourdes.

“Sí, sí.”

“¡Estimadas pasajeras, no me complace informaros de que hay cerca de diez magilicías acercándose hacia la avioneta!”, dijo Doña Dolores por la megafonía.

Amatista, Veva y Mario saltaron como resortes, sacando sus varitas al instante. Deina y Sabrina, las únicas que no estaban al lado de una ventana, también sacaron sus varitas, pero tardaron unos segundos más y tuvieron que correr hacia las ventanas libres. Lourdes, que se había levantado sin saber qué hacer, estaba en medio del pasillo.

“¡No os rindáis sin luchar, cielos!”, dijo Doña Dolores por megafonía.

“Vamos a necesitar ojos en la cabina”, dijo Mario mientras se recolocaba las gafas después de que al abrir la ventana el viento las hubiese descolocado.

“Voy yo”, dijo Deina alejándose de su ventana.

“No, tú puedes hacer magia”, dijo Lourdes, “ya voy yo.”

Lourdes no esperó a que respondiese nadie, cogió su mochila y salió por la puerta. En la cabina había más ectoplasma que al entrar, pero Lourdes saltó el charquito que había en el suelo y se sentó en el asiento del copiloto.

“¡Muggle!, ¿qué haces aquí delante?”, preguntó Doña Dolores mientras apartaba la vista del frente para mirarla.

“Mario necesitaba ojos aquí”, dijo Lourdes mientras se abrochaba el cinturón, “y tú tienes suficiente con pilotar la avioneta.”

“¡Qué cielo eres!”, dijo Dolores. A Lourdes le sorprendió que la fantasma fuese capaz de agarrar los mandos de la avioneta, pero claro, pensó en que quién era ella para cuestionar las reglas de la vida fantasmal. Así que se limitó a coger el micrófono y miró a su frente.

Vio que había diez figuras en escobas que se acercaban desde el frente de la avioneta. Volaban a mucha velocidad, varitas encendidas y en alto, y en línea recta hacia ellas. Cuando estaban lo suficientemente cerca como para distinguir de las figuras algo más que las luces de las varitas, Lourdes vio que estaban encapuchadas. Las tres de la izquierda y las tres de la derecha viraron ligeramente y aceleraron hacia los lados de la avioneta, mientras que cuatro de las figuras seguían volando hacia el frente.

“¡Os van tres por cada lado!”, gritó Lourdes por el micrófono. Inmediatamente se tuvo que agachar porque vio cómo las cuatro figuras que quedaban en frente lanzaban rayos azules hacia la avioneta. No vio lo que hicieron los rayos, pero oyó que el cristal de la cabina se rompía y le cayeron unos cuantos trozos encima.

Echó un vistazo y vio que se estaban acercando de nuevo las figuras y, de reojo, vio destellos de luz tanto a la derecha como a la izquierda de ella, asumiendo que la batalla detrás había empezado. El viento hacía que el pelo le tapase la cara. Volvió a agacharse inmediatamente y abrió su mochila. Buscó los cuchillos entre la ropa, pero le temblaban las manos de nervios y frío. Consiguió coger un cuchillo por el mango y lo sacó.

“No sé de qué te va a servir, cielo”, le dijo Doña Dolores mientras la miraba de reojo, “di a los de atrás que se agarren bien que voy a hacer maniobras.”

Lourdes repitió las órdenes y se agarró ella misma al panel de control, todavía agarrando el cuchillo. Sujetó con las piernas la mochila y cerró los ojos. Sintió las maniobras de la avioneta, subiendo y bajando y poniéndose boca abajo durante un par de segundos.

“Ya está, creo que nos hemos desecho de unos pocos”, dijo Doña Dolores con dulzura. Lourdes lo repitió por el micrófono pero en seguida los hechizos de los magilicías empezaron a impactar en la avioneta, haciéndola retumbar.

Una figura encapuchada apareció enfrente de Doña Dolores y Lourdes. La cara, visible a la luz de su propia varita, era la de un hombre serio y concentrado. Alzó la varita hacia Lourdes y un chorro de luz roja empezó a emanar de ella a gran velocidad. Lourdes, con reflejos casi felinos, alzó el cuchillo de su mano e, inexplicablemente para ella, el hechizo no le dio. Rebotó en la superficie del filo del cuchillo y se perdió entre las nubes. El hombre, claramente sorprendido, tardó unos segundos en reaccionar, lo que dio una ligera ventaja a Lourdes, que le lanzó el cuchillo con todas sus fuerzas y se agachó a su mochila, buscando el otro.

Lo encontró rápidamente, a la vez que un hechizo impactaba en el respaldo de su asiento y le echaba un poco de cuero y relleno por la espalda y el pelo, y lo lanzó también hacia el hombre. Se agachó de nuevo sin tener tiempo para ver si había acertado y esperó muy quieta hasta que otro hechizo impactó en el asiento. Empezó a buscar un objeto arrojadizo en la mochila y encontró la varita.

Durante una fracción de segundo pareció como si el tiempo se hubiese parado, y un torrente de imágenes arrasó en su cabeza, imágenes de muchos resultados posibles según la decisión que tomase y las consecuencias que la siguiesen. ¿Intentaba usarla? ¿Se la tiraba al hombre pudiendo darle dos armas? No tuvo que pensarlo dos veces y agarró bien fuerte la varita. Se alzó y apuntó al hombre.

“¡CONFRINGO!”, bramó Lourdes. El hombre se sorprendió, pero reaccionó como si fuese una bruja quien hubiese bramado el hechizo. La sorpresa hizo que su reacción no fuese muy mañosa, y cayó de su escoba. Pero de la punta de la varita no surgió más que un poco de humo y un sonido de motor roto.

Doña Dolores rugió riendo, “¡qué maravilla, muggle!”, Doña Dolores la miraba con una sonrisa triunfal, “¡chica, has derribado a un mago! ¡Sin magia!”

Pero Lourdes, aunque satisfecha con que la escabechina hubiese sido útil, no pudo evitar pensar que la varita no le había hecho caso y que no era una bruja. Pero no era momento para lamentarse. Cogió el micrófono y habló, “me he deshecho de uno aquí, ¿necesitáis algo? No hay nadie más aquí delante.”

Durante unos segundos no pasó nada. La batalla detrás seguía, había flashes de luz y temblores en la avioneta, pero había silencio en la cabina roto por el silbar del viento contra los cristales rotos. 

Entonces oyó un grito y la puerta se abrió. Deina apareció, horrorizada.

“Veva dice que tienes una varita de sobra”, dijo sin aliento.

Lourdes, sin mediar palabra, le lanzó la varita con suavidad. Deina la cogió al vuelo y la miró durante un segundo, “gracias, me has salvado la vida”, y volvió a meterse en la batalla.

“¿Por dónde vamos?”, preguntó Lourdes.

“Sobrevolando Castilla y León, creo”, respondió Doña Dolores, según decía esto, la avioneta salió de las nubes y surcaron el cielo despejado, “sí, Castilla y León.”

“Estamos sobrevolando Castilla y León”, dijo al micrófono Lourdes, “¿cuántos quedan?”

Nadie contestó, pero los flashes de luz que antes provenían de ambos lados de la avioneta ahora solo venían desde la derecha y la avioneta se ladeaba a la izquierda cada vez que un hechizo impactaba, así que sumió que todos los que quedaban debían estar a la derecha. Después de unos minutos sin poder hacer nada, se sintió más inútil de lo que ya se sentía sin poder usar magia y decidió desabrocharse y salir de la cabina.

En el pasillo vio que Amatista, Mario y Deina luchaban desde las ventanas contra dos encapuchados, creyó contar Lourdes, y Sabrina atendía a Veva, que parecía estar inconsciente. Lourdes corrió hacia ellas.

“¿Qué le ha pasado?”, preguntó a Sabrina.

“Nada grave”, dijo Sabrina rápidamente, “un Expelliarmus mal apuntado le dio y rompió con la cabeza la ventana abierta, tiene un cristal clavado pero no creo que la herida sea profunda.”

“Ve a ayudar, me quedo con ella”, le dijo mientras ponía sus manos bajo las de Sabrina para que pudiese soltar la cabeza sin que cayese contra el suelo y se clavase más el cristal.

“No me he atrevido a sacarlo por las turbulencias”, dijo Sabrina avergonzada mientras liberaba sus manos.

“No pasa nada, ahora lo intento yo.”

Sabrina asintió y se fue a la ventana de Mario a ayudarlo. Lourdes giró un poco la cabeza de Veva y, con toda la calma que pudo, soltó su mano derecha de la cabeza, dejando la izquierda sujetándola, y la llevó hacia el cristal. Le temblaba un poco, pero expiró todo lo que pudo y agarró el cristal. A penas tiró de él, ya había salido y empezó a salir un hilo de sangré de la herida. La tapó con su mano izquierda al tiempo que tiraba el cristal al suelo. Acarició un poco la cara inconsciente de Veva y apretó la herida para parar la sangre.

Miró hacia las combatientes. Amatista no parecía estar sufriendo mucho, moviéndose con agilidad cada vez que tenía que evitar un hechizo (o creía que tenía que hacerlo), pero Deina parecía estar esforzándose por encima de sus posibilidades, sudando mucho, pero luchando con firmeza. Mario y Sabrina estaban holgadísimos, Mario era el encargado de tener el escucho activo mientras que Sabrina lanzaba hechizos. A los cinco minutos, las turbulencias pararon y estallaron de alegría.

Todas se pusieron alrededor de Veva y Lourdes. Sabrina volvía a estar preocupada, pero el resto estaba relajado. Mario se agachó y miró la herida. Sonrió y con un murmuro suyo se cerró la herida y no quedó nada más que una pequeña costra, al tiempo que el resto de pequeñas heridas desaparecían del todo. También la reanimó y todas respiraron aliviadas, ella la primera.

Sabrina se relajó y se sentó a descansar. Deina directamente se tumbó en el suelo bocabajo. Amatista se acercó a Lourdes, que había dejado a Veva recuperarse en otro asiento, y le señaló a Deina.

“Se le cayó su varita”, dijo, “bueno, la dieron y en vez de caer sin sentido simplemente soltó la varita. Alucinante lo que aguanta esta chica.”

“Me alegro de haberme quedado esa varita, entonces”, dijo Lourdes, “me sentía mal por darle la razón a Umbridge.”

Se sentaron en los asientos en los que estaban antes. Amatista cerró todas las ventanas con un movimiento de su varita.

“¿Dijiste que te deshiciste de uno?”, preguntó Amatista.

“Sí”, respondió Lourdes.

“¿Cómo?”, preguntó Amatista levantando las cejas.

“Intenté usar la varita”, dijo Lourdes viendo que Amatista se quedaba con la boca abierta, “y el hombre se cayó de la escoba. Pero el hechizo que intenté no funcionó, sólo salió un poco de humo de la punta de la varita.”

“Guau”, dijo Amatista después de unos segundos en silencio, “¿conseguiste que saliese humo de la varita siendo muggle?”

Lourdes asintió, dándose cuenta de que tenía las manos ensangrentadas.

“Estamos entrando en Madrid, cielos”, dijo por el megáfono Doña Dolores, “pero no os voy a dejar en el punto habitual, seguramente os estén esperando allí.”

Veva se levantó y se dirigió hacia la puerta, “voy a decirle dónde nos puede dejar.”

De repente, Lourdes se acordó de que su coche, o del coche de su padre más bien, estaba en Cantabria. Esto le hizo acordarse de su padre, y sacó su móvil de la mochila. Lo había apagado para entrar a trabajar el otro día y no lo había encendido desde entonces. Lo encendió y sonó la musiquita de inicio.

Amatista se quedó mirando el móvil extrañada y el resto habían girado sus cabezas hacia ella, “¿qué es eso?”, preguntó Amatista.

“Mi móvil”, respondió Lourdes con obviedad, olvidándose de que era brujas, “una cosa que utilizamos los muggles para hablar y enviarnos mensajes”, aclaró inmediatamente, al ver las caras de póker que tenían. Y jugar y usar internet y hacer fotos, pensó para sí misma, decidiendo que esa información la dejaría para otro momento.

lunes, 29 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte VI

Parte VI.

La chica bajita salió la primera de la celda y lanzó un hechizo contra el techo bajo el que dos decenas de adultos caminaban hacia ellas. Mientras Veva y Lourdes salían y empezaban a correr hacia el lado contrario, Lourdes vio cómo el techo explotaba y llovían piedras sobre el profesorado. Los profesores se dispersaron y empezaron a correr hacia ellos, aunque tres dieron media vuelta y se alejaron.

La oscuridad de la noche, ennegrecida por las nubes de la tormenta amainada, penetraba las ventanas por las que pasaban corriendo Veva y Lourdes, seguidas de Mario, la chica bajita, Amatista y Deina. Detrás corrían mucho más despacio profesores y profesoras, claramente desacostumbrados a correr, que lanzaban haces de luz que fallaban y daban en las paredes. Las alumnas respondían con mucha más precisión, y en cinco ocasiones vio Lourdes que Amatista acertaba en dar en el pecho a dos profesores con un haz de luz rojo y dejarlos en el suelo, inconscientes.

Deina adelantó a Lourdes y Veva antes de girar al pasillo de la derecha. Justo a tiempo, pensó Lourdes, porque tres profesoras, que habían huido de la lluvia de rocas antes, estaban en el pasillo.

“¡Parad!”, dijo la de en medio, que Lourdes reconoció como la Profesora Ramírez.

Como respuesta, Veva lanzó por encima del hombro de Deina un rayo rojo que la Profesora Ramírez paró con un vago movimiento de varita. El resto llegó con ellas y formaron un círculo alrededor de Veva y Lourdes.

Llegaron el resto de profesores aún conscientes (seis) y los nueve rodeaban a Lourdes, Veva, 
Amatista, Deina, Mario y la chica bajita. Uno de los profesores, que tenía un corte en la cara muy feo, rió condescendientemente mientras se quitaba la sangre con la mano.

“Guardad las varitas ahora y no llamaremos a la magilicía”, dijo la Profesora Ramírez.

“¿Magilicía?”, susurró Lourdes a Veva, “policía mágica”, respondió esta.

Al momento, Lourdes oyó a Deina gritar “¡Incarcerus!” y el profesor sangriento cayó de espaldas al suelo enrollado en sogas gruesas. La respuesta fueron ocho haces rojos de luz que rebotaron contra el inmediato “¡Protego!” que habían rugido Amatista, Mario y Veva a la vez.

“¿Qué hacemos?”, susurró la chica bajita.

“Estaría bien que nos explotases fuera de aquí, la verdad”, dijo Deina.

“¿Cómo?”, dijo la chica nerviosa.

“El suelo”, dijo automáticamente Lourdes, “no es el último piso, ¿no? Caeremos y tendrán que seguirnos.”

La chica la miró con los ojos abiertos de par en par y luego miró a Veva, que sonreía a Lourdes. Veva asintió.

“¡Expelliarmus!”, gritó Veva hacia la Profesora Ramírez. Esta vez la pilló desprevenida y la varita le saltó de las manos.

“A la de tres, saltad para que no os pille la explosión”, dijo la chica mientras el resto se protegía de la respuesta en forma de haces rojos de los profesores y Amatista desarmaba a dos a la vez, “uno… dos… tres.”

Saltaron al tiempo que la chica musitaba “¡expulso!” y Lourdes vio cómo el suelo se hacía trizas a sus pies y comprendió cómo de mala había sido la idea porque ahora, en vez de caer los veinte centímetros que había saltado, iba a caer unos cuatro metros. Cayeron todas, Lourdes vio cómo incluso cayendo Amatista se las arregló para dejar inconscientes a otros dos profesores, y oyó gritar a Mario, “¡aresto momentum!”, y quedaron suspendidas a algo menos de medio metro del suelo durante unos segundos y luego cayeron más suavemente de lo que habrían caído en el mundo muggle.

Lourdes miró arriba y vio rayos y haces de luz caer hacia ellos. Se le heló la sangre cuando vio que un par de ellos, en vez de rojos, eran verdes. Amatista respondió a estos hechizos lanzando rayos de luz de colores diferentes, sin abrir la boca en ningún momento. El resto estaba más preocupado en rechazar los hechizos, produciendo escudos por doquier, teniendo Lourdes uno constante a su alrededor.

Echaron a correr sin oposición, después de conseguir deshacerse de un par de profesores más, y durante unos minutos tuvieron vía libre. Giraron al pasillo de la enfermería, el más largo de todo el castillo, y empezaron a correr hacia la puerta de entrada. A mitad de pasillo, salieron cinco personas de otro pasillo.

“Por qué”, dijo la Mario, “por qué lo único que saben mejor que nosotros son los atajos del castillo.”
Cinco haces rojos de luz salieron disparados hacia ellos. Tuvieron tiempo de sobra para pararlos, pero su potencia al impactar contra los escudos les hizo caer hacia atrás a los cuatro que habían parado los hechizos, Amatista, Mario, Deina y Veva, pero la chica había conjurado su hechizo para proteger a Lourdes y el hechizo le había dado de lleno en el estómago y había caído inconsciente. Amatista, que no había recibido ningún hechizo, había empezado a correr y lanzó cuatro maldiciones seguidas, que por lo que vio Lourdes, fueron petrificus totalus, expelliarmus, incarcerus e impedimenta. Y solo quedó una profesora de pie y armada, Ramírez.

Deina cogió a la chica y se la echó al hombro con una facilidad asombrosa y llevó las dos varitas, la suya y la de la chica, en la otra mano, “¡REDUCTO!”, rugió con ambas varitas blandidas. La Profesora Ramírez y el otro profesor desarmado esquivaron los rayos, el profesor aprovechando para lanzarse hacia su varita, que estaba en el suelo muy alejada de él, y la puerta de la entrada se hizo añicos ante el impacto de los dos hechizos.

Amatista volvió a blandir su varita y noqueó al profesor en el suelo y desarmó a Ramírez. Echaron a correr hacia el boquete en el que solía estar la puerta mientras Ramírez conjuró su varita con accio, asumió Lourdes, que a pesar de la adrenalina se seguía maravillando por estar viviendo lo que había leído en un libro. Mario, sin emitir ningún sonido, volvió a desarmar a la profesora justo cuando había recuperado la varita y oyó a Deina reírse por eso, esta vez estaban lo suficientemente cerca como para que la varita fuese hacia Mario así que la cogió al vuelo y siguieron corriendo. Oyeron a la profesora gritar y soltar tacos y seguirles corriendo mucho más despacio que ellos.

El frío del exterior les impactó casi como los hechizos habían hecho contra los escudos, pero siguieron corriendo. Amatista y Mario lideraban la carrera, seguidos de Lourdes, a quien todavía agarraba por el brazo Veva, y cerrando la carrera, Deina llevando a la chica. Corrieron en dirección contraria al bosque, a la playa, que parecía estar mucho más cerca de lo que en realidad estaba. 

Después de cinco minutos corriendo, Lourdes miró atrás y vio que la profesora todavía les seguía, a trompicones y muy despacio.

“Que alguien la deje inconsciente, que se va a hacer más daño corriendo”, dijo Deina, “es asmática.”

Pararon y Amatista lanzó el haz de luz rojo que Lourdes había esperado. Ramírez cayó inconsciente al suelo. Mario la lanzó con todas sus fuerzas la varita de la profesora hacia donde estaba. No vieron dónde había caído, pero decidieron que era mejor si tenía que buscarla.

Echaron a caminar hacia la playa, todavía en tensión, con las varitas en alto. Todos habían encendido sus varitas. Mario y Deina iban delante hablando mientras Mario inspeccionaba a la chica inconsciente. Veva, Lourdes y Amatista caminaban y Lourdes no pudo evitar darse cuenta de que poco a poco Amatista se acercaba más a ella. Veva cada poco miraba hacia atrás.

Cuando llegaron a la playa empezó a llover y, sin viento ni tormenta eléctrica, Lourdes lo encontró muy relajante. Dejó que la lluvia mojase su cara. Vio que en medio de la playa había una avioneta oxidada y que inspiraba poca confianza. Aunque tampoco pudo decir que le sorprendiese que fuesen hacia ella.

Cuando llegaron, Veva llamó a la puerta dos veces y se abrió. Veva reverenció a Lourdes y le indicó que pasase. Lourdes, que después de que le hubiesen salvado la vida varias veces (después de ponerla en peligro, todo sea dicho) ya confiaba más que de sobra en Veva, entró sin preguntar. En cuanto pisó el suelo de la avioneta, una voz le dio un susto de muerte, “¡Ah, una muggle! ¡Ah, maravilloso!”
Miró hacia la cabina y vio una fantasma, vestida de aviadora de los pies a la cabeza, con las gafas incluidas (aunque las llevaba en la frente y no en los ojos), a los mandos de la avioneta. La fantasma la sonreía, “¡pasa, cielo, pasa!, dijo estridentemente señalando a la puerta que sin duda la llevaría a las dos filas de asientos en los que sentarse.

Entró Veva y la empujó hacia la puerta, mientras saludaba alegremente a la fantasma, “¡qué tal, Doña Dolores!”

“¡Señorita Genoveva, qué agradable sorpresa, cielo! ¿Excursión escolar a estas horas y con una muggle a bordo, picarona?”

“Extraescolar, Doña Dolores, Iván nos necesita”, dijo Veva.

“Por supuesto, lo llevé a Madrid no hace más de dos días, pobre chico…”, dijo negando solemnemente con la cabeza, “¡a bordo, pichones, y nos iremos sin perder un minuto!”

Cuando entró Amatista ya había demasiada gente como para no pasar a la parte de los pasajeros. Una vez entró, Lourdes entendió perfectamente por qué había una puerta y no simplemente unas cortinas como en los aviones normales. Era una avioneta, sí, pero el largo del interior no se correspondía con el del exterior, de ancho Lourdes calculó que no debía ser mucho más grande, pero apenas veía dónde acababa el pasillo.

Entró el resto. Deina dejó con suavidad a la chica tumbada en dos asientos y Mario fue rápidamente a arrodillarse junto a ella. Veva se sentó en otro asiento y miró por la ventana pensativa. Amatista se quedó al lado de Lourdes, mirando el panorama como ella.

Rennervate”, dijo Mario al tiempo que la avioneta arrancaba. La chica volvió en sí, confusa.

“Vamos a sentarnos”, susurró Amatista en su oído, lo que provocó que se le erizaran todos los pelos de la espalda. Se sentaron detrás de Veva, Amatista en el lado de la ventana y Lourdes en el del pasillo.

“¿Por qué hay tan pocas ventanas?”, preguntó mientras miraba que debía haber solo tres o cuatro ventanas en cada lado de la avioneta.

“La avioneta está encantada para que sea más grande por dentro, pero por fuera es igual, y las ventanas son conexiones con el exterior, así que hay tantas dentro como fuera”, contestó Amatista.

“¿Y por qué están todas aquí delante y ninguna detrás?”, preguntó Lourdes, sintiendo que volvía a interrogar.

“No sé”, dijo Amatista, “supongo que para no complicar el encantamiento y que solo afecta al culo de la avioneta sin paradojas espaciales.”

“¡Atención, rescatadores, despegamos rumbo Madrid!”, dijo la voz de Doña Dolores por el megáfono.

Se empezaron a mover y, de repente, a Lourdes le entraron los nervios por empezar a volar. Idiota, has volado en escoba, esto es más seguro, pensó. Aunque recordó que la avioneta estaba oxidada y pilotada por una fantasma y se puso todavía más nerviosa.

“Dime que Doña Dolores era una gran piloto que no murió estrellada, por favor”, dijo Lourdes.

“Murió estrellada, y está loca”, dijo Amatista, “pero es la mejor piloto de la historia. Lleva y trae estudiantes todos los años y es la única fantasma que no expulsaron. Pero está como una puta cabra.”

Lourdes sintió cómo la avioneta se elevaba del suelo y agarró instintivamente la mano de Amatista, que estaba apoyada en el apoyabrazos, y no soltó hasta que se estabilizó el vuelo.

sábado, 27 de febrero de 2016

Crónica de un premio repetitivo: Oscar 2016

Muchos y muchas estaréis pensando “¡Qué pesado es este mindundi con sus crónicas pre gala de los Oscar!” “¿Otra vez? ¡Van tres, cómprate una vida!” o “mira qué majo, se cree que nos importa una mierda”. Pero me da igual. Sigo aquí, gastándome dinero (casi siempre) para ver las películas nominadas a mejor película en los Oscar. Y, de propina, una crítica mala y sin fundamento que podéis obviar con total tranquilidad (al igual que todo lo demás). ¡Yay!

The Big Short (La gran apuesta). Muy grande. La verdad es que entré en la sala de cine totalmente escéptico, pensando que sería un producto aceptable a medida de los Oscars, es decir, una película que no sería mala, pero que le faltaría valentía, a falta de una palabra mejor. Pues me quito el sombrero. Esta película es como si The Office fuese una película dirigida por Danny Boyle. Y tiene el ingrediente que haría que la peor película de la historia me gustase: cuarta pared a tomar por culo. Si gana, no me quejaré demasiado de que le quite el premio a Mad Max (pero me quejaré).

Bridge of Spies (El puente de los espías). El cupo patriótico del año. Se nota mucho que los hermanos Coen escriben y que Spielberg dirige, tanto para bien como para mal. No es mala en absoluto, pero le falta una pizca de originalidad a la hora de contar la historia y un poco de laconismo, porque dura dos horas y veinte. Ni quiero que gane ni merece ganar (es de lo menos interesante de los premios), pero en peores plazas hemos toreado (American Sniper).

Brooklyn. Película normalita de un director mediocre que consigue mantenerse en pie gracias a Saoirse Ronan. Obviamente mala no es, prácticamente nunca nominan películas malas (excepciones siempre hay), pero de que NO sea mala a que SÍ sea buena o, mejor, sea excepcional (supuestamente los premios miden la excelencia, o no sería premios) hay un largo trecho. Básicamente la culpa es del director, más que del guión (que no es especialmente bueno) o cualquier otro departamento bajo su supervisión.

Mad Max: Fury Road (Furia en la carretera). Merece todo y más. Se estudiará como paradigma del cine de acción, cómo rodar la acción, cómo usar a los dobles de acción, cómo usar la noche americana, cómo meter un ejército de mujeres en una película de ese género en el que la testosterona rige con pene de hierro… Esta es la única, o casi, película que conjuga a la perfección las dos características por las que se deberían medir estos premios: entretenimiento y arte. Lástima que no vaya a ganar.

The Martian (Marte). Para mí, el mejor guión que ha dirigido Ridley Scott en años. EN AÑOS. Probablemente desde Thelma and Louise. Segundo gran blockbuster nominado en la categoría, compararlo con Mad Max sería como si un pitufo embistiese a un toro. Pero lo más importante: esta película es DIVERTIDA. Nada de drama, nada de horror en el espacio, de eso hemos tenido más que de sobra. Es divertida. Pero no merece ganar, no vayamos a ponernos gallitos.

The Revenant (El renacido). Mucha decepción después de Birdman. DiCaprio sigue a lo suyo y da igual quién lo dirija, está tremendo pero, sinceramente, lo prefería en The Wolf of Wall Street. Iñárritu ha patinado, parece que mueve la cámara por defecto y en piloto automático, y da un aire a la película de pretenciosidad que, si bien en Birdman estaba justificada por la historia y por su tono satírico, en esta te dan ganas de pegarte un tiro, convirtiendo a Iñárritu en lo que satirizaba. Lo mejor de la película son Tom Hardy y DiCaprio, amén de las escenas de acción, que están muy bien rodadas. La fotografía vuelve a ser tenebrosa, buena y cansina después de tres años. El problema es que dura la vida (dos horas y media) y media hora está gastada en planos generales de paisajes y secuencias oníricas que sobran y aburren. Si gana (que lo hará) me enfadaré mucho, esta película está por debajo de Spotlight, The Big Short, Room e incluso The Martian (no cuento Mad Max porque obvio).

Room (La habitación). El cupo independiente está muy buen cubierto por esta película. Lenny Abrahamson tiene mi permiso para quitarle el premio de mejor director a George Miller (espero que no) porque ha dirigido a Brie Larson y Jacob Trambley como nadie y ha conseguido plasmar la perspectiva desde la que está escrito el guión a la perfección, amén de conseguir encerrarnos una hora en una habitación de ¿dos, tres metros cuadrados? Es la película que rivaliza con Mad Max, ya que están rodadas en los opuestos de géneros y tonos, y la única que veo quitándole los premios a Mad Max sin que me decepcione. Sería muy interesante que ganase, pero es poco probable.

Spotlight. Es más sólida que The Big Short (su contrincante directa, no nos engañemos), pero le falta una pizca de valentía o temeridad que sí tiene la anterior. Se ve a la legua que es un producto Oscar, aunque bastante mejor camuflado que otras intentonas pasadas y eso se agradece…y se echa en cara. Su reparto es épico y no se recrea en los dramas personales de la historia, aunque los hace notar, así que eso son puntos a su favor. Si gana me alegraré de que mis expectativas este año estén condenadas, pero la miro y sólo veo carne de nominación (y que así sea).


Mejor Maquillaje y Peluquería: Lesley Vanderwalt, Elka Wardega y Damian Martin por Mad Max: Fury Road.

Mejor Diseño de Producción: Colin Gibson y Lisa Thompson por Mad Max: Fury Road.

Mejor Edición de Sonido: Alan Robert Murray por Sicario.

Mejor Mezcla de Sonido: Chris Jenkins, Gregg Rudloff y Ben Osmo por Mad Max: Fury Road.

Mejor Vestuario: Sandy Powell por Carol.

Mejores Efectos Visuales: Andrew Jackson, Tom Wood, Dan Oliver y Andy Williams por Mad Max: Fury Road.

Mejor Música Original: Carter Burwell por Carol.                               

Mejor Dirección de Fotografía: Roger Deakins por Sicario.

Mejor Montaje: Margaret Sixel por Mad Max: Fury Road.

Mejor Actor de Reparto: a Sylvester Stallone por Creed (a falta de Idris Elba por Beasts of No Nation).

Mejor Actriz de Reparto: Rooney Mara por Carol (probablemente la mejor de todos y todas, principales y de reparto).

Mejor Actor Principal: Bryan Cranston por Trumbo (porque Leo está mejor sin Oscar).

Mejor Actriz Principal: Brie Larson por Room (la categoría más fácil de elegir a pesar de Cate Blanchett).

Mejor Guión Adaptado: Phyllis Nagy por Carol (y está ha sido la categoría más difícil porque Drew Goddard y Emma Donoghue).

Mejor Guión Original: Jonathan Herman y Andrea Berloff por Straight Outta Compton (porque merecía nominaciones a actores y película).

Mejor Dirección: George Miller por Mad Max: Fury Road.

Mejor Película: Room (a falta de Carol y quitándoselo a Mad Max por la mínima).