Escena 1. La brisa.
Boogieman está sentado en la parada del autobús. Pacientemente observa los coches pasar. Durante medio minuto mira hacia arriba. Zoom a la cara: tiene una expresión constreñida, con los ojos cerrados y la cara roja; como si hiciese fuerza. Se le escapan un par de gemidos dolorosos.
Llega una señora con el carro de la compra. Se sienta a su lado. Empieza a hablarle del tiempo, de política, de cotilleos. Boogieman no puede más y se ahueca. Un atronador sonido retumba mientras una fuerte racha de viento que sale de su culo despeina a la señora y dice: <<Boogie boogie>>. La señora tenía la boca abierta.
Micro-cuentos y no tan micros, incluso críticas de cine no profesionales o lo que sea. Si buscáis a alguien intelectual, inteligente, coherente y que redacte bien, no soy vuestro hombre. Simplemente escribo el caos de mi mente.
miércoles, 29 de mayo de 2013
domingo, 26 de mayo de 2013
Retales del fin del mundo II
Y de nuevo retumban los tambores. Una pequeña porción de
tierra vibra con poca emoción. Gotas agridulces resbalan y se sumergen en la
vanidad de la locura. La cordura se convierte en moneda de cambio, y yo soy
pobre. Alimento mis deseos de la única manera que hay: la febril y tenebrosa
delicia de vivir de los sueños. Porque los sueños me acogen y me cuidan, forman
parte de mí y nunca me traicionan; son la alegría suma condensada en un frasco
de aguardiente, una pequeña nota de música bajo el atronador rugir de las nubes. Y despierto del
coma, anclado en un pasado reciente; reticente a los cambios del futuro, amante
del tiempo de antaño.
Amartillo el fusil, lo
coloco sobre el hombro, marcho sin parar. Alcanzo la cima, conquisto la sima y
arranco de cuajo todo impulso de misericordia. Me respetan en todos los
rincones del mundo, me temen hasta los más valientes; esos pobres jinetes
apagan su música y dan media vuelta. Vuelo sin alas. Despierto.
La mañana es joven, queda mucho día por delante; pero todos
saben que morir es inevitable. Ese pensamiento los mantiene con vida, les hace
querer seguir adelante. Por lo menos, antes de que sea demasiado tarde. Cogen
el dinero y corren, la euforia los posee con furia. Abrazan la locura del
insensato, se abalanzan hacia su perdición. Cambian el aire por una par de
monedas más, disparan arrebatando todo al vecino, o vecina, y aun así, más.
Más rápido, más fuerte, más sucio, más caro, más barato,
mejor; se acabó la paciencia, ya no queremos hacer la cosas bien, sino antes
que el de al lado. Chapuzas con estudios, albañiles robóticos, lectores inútiles;
élites poderosas, pueblos desarmados por las mentes desalmadas, por la
avaricia. Poderosos corrompidos por Él, llevados por el diablo en un acto
radiante de misericordia, gracias, ¡oh Satán!, por llevártelos. Ansiaban el cielo despojando a
las almas puras de su dignidad; reciben el infierno donde sin alma moran hasta
el principio de los tiempos, hasta que todo vuelva a empezar y ocupar el lugar
que les corresponde. Desperdicios humanos, basura intergaláctica, alimañas de
clase alta. La Muerte es benévola y se los lleva, aunque se haga de rogar. Son
humanos, sí, pero no merecedores de tal título. Cónsules hartos de
cocaína, manchados de sangre por correspondencia, cobardes temerarios que
arriesgan todo un imperio en pos de un futuro peor, para vivir mejor hoy; y morir
bien sustentados de odio y papel verde, limpiándose el culo con el preciado
billete morado en una pequeña parte del Estado.
Descienden del Olimpo los dioses, incapaces ante tal
adversidad, qué fue del tiempo de honor. Antes no existía la paz, pero tampoco
la escoria. Se vuelven al Olimpo, incapaces de recuperar la dignidad,
derrotados por el intangible monstruo Cronos, reconvertido en mercados y
dinero. Siempre dinero.
No merecemos ser llamados humanos, ni siquiera seres. Nos hemos
convertido en nuestros verdugos, esos jinetes apocalípticos, y bailamos al son de las trompetas; cabalgamos
hacia la puesta del sol, hacia el fin, más rápido que nunca. Desenfrenados,
hemos dado rienda suelta a nuestra locura insana. Reímos mientras nos
desintegramos en un mar de lágrimas, sangre y vísceras. Somos seres retorcidos
que no conocemos el amor. Somos
caníbales, indudablemente. Nadie es mejor que el otro, somos insaciables. No
conocemos el perdón... Sin perdón. Sabemos muchas cosas, pero no sentimos nada más que odio.
Y no sabemos a los extremos que el odio nos pueda llevar.
***********************
Querido lector (o lectora) que hasta aquí has llegado: no
pretendo ser tu profesor. Desóyeme pues realmente eres el bien, la amabilidad
de una sonrisa desinteresada, la generosidad de un hombro donde apoyarse. No
hagas caso a este insensato loco que desea ver desmoronarse a la humanidad para
tener razón. No quieras tener razón, es mucho mejor ser feliz. Pero, joder, hazme
caso en una cosa: nunca te maldigas, pues esa maldición es la más difícil de extirpar.
sábado, 25 de mayo de 2013
Retales del fin del mundo
Se acerca tormenta, una tormenta benévola; una tormenta de
las que limpia el mundo. No de esas que arrasa con todo, no de esas que
descargan sobre Guernica. Una tormenta limpia, suave. De esas que nos convierte
en humanos cuando nos rebozamos en el barro y nos camuflamos entre los cerdos. Una
tormenta que nos ayuda a crecer, que nos da paz. No truena, no nos reprende con
la furia eléctrica; nos acaricia.
Siento el ritmo de la noche bajo mis pies. Hay bifurcaciones
a lo largo de todo el camino. Elijo no
elegir, y así voy. Me avisan de una tormenta colorida, nada gris. Caso omiso,
me hago el tonto. Craso error, soy realmente tonto. Empiezo a correr descalzo,
desnudo, sin mirar atrás. Me doy de bruces con mi pasado. Salto, al ritmo de la
noche. Un ritmo malévolo, sin gracia, atronador. Miro al cielo y ahí está el
magnífico resplandor azul, grito que me lleve. Fenezco.
Echo de menos cierta nostalgia, echo de menos echar de menos
mi hogar. Te echo de menos, y no sé por qué, nunca estuviste aquí. Hablo de
cosas, de pocas cosas y apenas son importantes. Sólo quiero mirarte y, con
suerte, que me mires. Ya nos pueden caer rayos y centellas, pasar una estrella
fugaz o que arda el mundo; no pienso desviar mi mirada de tus ojos, tus labios.
Siento algo extraño en mí, nunca antes sentido.
Bueno, no voy a mentir; sí lo
sentí, pero no eras tú, no cuenta. Curiosos Eros y Cupidos, malditos seáis
todos por traerme lo que nunca pedí; por regalarme lo que está muy por encima
de mí. Para ser ermitaño nací, pero el mundo me pide a gritos que esté junto a
ti. ¿Sabes qué? Quizá lo haga, si me dejas.
Pero basta ya de mierdas, la tormenta llega imparable. No te
resistas a ella, o será peor. Tampoco te unas a ella, o será aún peor. Espera
impaciente las trompetas, espera a esos jinetes que lleguen al ritmo de Wagner,
esas Valkirias renqueantes.
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Si has tenido la paciencia, o la bondad, de leer hasta aquí,
me dirijo ahora a ti, lector (o lectora, puede que incluso prefieras que
te llame Loretta). No me hagas caso, la tormenta será dolorosa y purgadora de
todo bien; solo dejará en tu interior un vacío envenenado y lleno de quina; pero
sobrevivirás a esos días oscuros y poco a poco renacerá de las cenizas de tu
alma algo parecido al amor, o a la humanidad, y el día que vuelvas a sonreír,
sin hipocresía, sabrás que la tormenta ya pasó y que podrás, de una vez por
todas, ser libre y gozar.
martes, 21 de mayo de 2013
The man who wasn't there
Escrita y dirigida por Joel y Ethan Coen
Cuando hay que afrontar este tipo de películas, de crímenes
y personas comunes, sin nada de épica que ofrecer, es cuando el talento
cinematográfico se eleva. El ritmo pausado y sin prisas que los Coen imprimen a
esta película únicamente se ve superado por la fuerza titánica del reparto, en
especial Billy Bob Thorton. Y no exagero al decir que la fotografía en blanco y
negro es una pequeña joya que nos transmite al expresionismo alemán y, por
consiguiente, al cine negro de The third
man.
Las referencias que he podido vislumbrar son muy variadas y
la verdad es que no desmerecen. Psycho es
un gran referente en el inicio del film. Ed Crane, el protagonista absoluto,
tiene un aire de Humpfrey Bogart, con un cigarrillo en la boca –o en la mano. Y
hasta aquí puedo leer.
Luego está el trabajo de los siempre polifacéticos hermanos
Coen. Esta es ya la segunda cinta suya que he visto con el mismo problema, un
único y simple problema, el final se alarga en demasía, la otra es O Brother! Where art thou? Por otro
lado, este trabajo está muy relacionado con otros dos anteriores tanto por el
argumento (un fantástico refinamiento de su ópera prima, Simple blood) como por su mafiosos, aunque esté escondido y sea
necesario buscarlo (un perfecto camuflaje para colarnos un Miller’s crossing de pequeña monta). Aunque este sea uno de los
trabajos serios de los hermanos, tiene esa pequeña dosis de humor relajante,
que quita tensión y nos hace olvidar por un momento todo el chaparrón que le
está cayendo a Ed, el pobre y callado Ed. Y, finalmente, el surrealismo
característico de estos cineastas que consiguen endosarlo hasta en las más
verosímiles historias. Unos genios, unos talentos.
Por otro lado nos encontramos con las mujeres. Hay dos, y
qué dos. Frances McDormand y Scarlett Johansson. La primera es la responsable
de abrir la caja de pandora, la primera gran pecadora –con James Gadolfini,
nada menos– y que ve reducido su personaje a la omnipresencia imaginaria; está
ahí, pero no la ves. Y la segunda, quizá el personaje más flojo, es la bella
Birdy que, al contrario que Doris Crane, ve cómo crece su personaje con el paso
de la película. Johansson es mi debilidad en esta película –junto con el gran
Jenkins–, pero no por nada sino porque es ella.
Y finalmente llegamos al quid de la cuestión. Por qué, tras
una hora perfecta, se empeñan estos hombres en alargar el final, a estirarlo y
darlo de sí. Quizá querían impregnar un poco de moral, una pizca de moraleja y
convertir este relato en fábula, eso no lo sé. Os lo dejo que lo juzguéis
vosotros, pues la opinión de un servidor no debe ser la única opinión, o me
malcriaréis.
viernes, 10 de mayo de 2013
Salvaje y fácil
Intentas comprender las razones, el por qué. No entiendes
nada. Miras la carretera, vacía, desierta. Te preguntas cuándo, cómo. Las
respuestas no llegan. Primos cabalgas sobre metal y carburante, sobre la
vibración de la velocidad. Sientes el viento en la cara. Olvidas por un
momento, te sientes libre. Pero en seguida la monotonía del motor penetra en tu
mente. Y de nuevo llegan las preocupaciones. Intentas entender las razones.
Pero no puedes. Aumentas la velocidad. Pero sigues pensando, quieres no sentir.
Entonces, vuelves a caer. Coges la hierba, la coges y viajas. Muy lejos, muy
lejos. Sigues pensando, aunque ya no entiendes ni el problema. Y de repente
todo se reorganiza. No entiendes la ignorancia de los demás, no entiendes cómo
los demás no entienden tu punto de vista. Creen que eres un salvaje, que
naciste así. Demasiado brutal, demasiado animal. A pesar de todo, les
compadeces. Pero, sin comerlo ni beberlo, el problema acaba contigo. Sin sentirlo,
de repente no existes, has realizado el último viaje.
sábado, 4 de mayo de 2013
Canto a Viridiana
Con los dedos
amarillos,
La frente muy blanca
Y una ternura de santa,
¡Oh, Viridiana, mala
estampa!
Sin complejos de
resaca,
Ni azulejos en la
saca,
Con miedo corpóreo
E ilusión de fe
desatada,
¡Oh, Viridiana, buena
samaritana!
Amiga de los menos,
Compañera de los más,
Del clero al cielo
quisiste llegar,
¡Oh, Viridiana, la
ayuda es vana!
Flagelada en
comisura,
Rubia de verdad,
Monja de clausura
Amante de la verdad,
¡Oh, Viridiana, serás
vengada!
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