Intentas comprender las razones, el por qué. No entiendes
nada. Miras la carretera, vacía, desierta. Te preguntas cuándo, cómo. Las
respuestas no llegan. Primos cabalgas sobre metal y carburante, sobre la
vibración de la velocidad. Sientes el viento en la cara. Olvidas por un
momento, te sientes libre. Pero en seguida la monotonía del motor penetra en tu
mente. Y de nuevo llegan las preocupaciones. Intentas entender las razones.
Pero no puedes. Aumentas la velocidad. Pero sigues pensando, quieres no sentir.
Entonces, vuelves a caer. Coges la hierba, la coges y viajas. Muy lejos, muy
lejos. Sigues pensando, aunque ya no entiendes ni el problema. Y de repente
todo se reorganiza. No entiendes la ignorancia de los demás, no entiendes cómo
los demás no entienden tu punto de vista. Creen que eres un salvaje, que
naciste así. Demasiado brutal, demasiado animal. A pesar de todo, les
compadeces. Pero, sin comerlo ni beberlo, el problema acaba contigo. Sin sentirlo,
de repente no existes, has realizado el último viaje.
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