Marco Antonio
-Entiendo perfectamente lo que me quiere decir, Mortimer, pero no puedo hacerlo.
-Entiendo perfectamente lo que me quiere decir, Mortimer, pero no puedo hacerlo.
Marco Antonio estaba sentado en un sillón de la sala de
espera del hotel con las piernas cruzadas y con un vaso generoso de whisky.
Frente a él estaba Mortimer de pie con su hija en brazos.
-No puedo llevarme a la pequeña sin el consentimiento de la
madre, es algo… que no puedo, ¡narices! Por principios. O vienen todos o no
viene ninguno, pero lo que no puedo hacer es separar una familia por un trabajo
que perfectamente podría hacerlo aquí, señor.
-Yo… necesito el trabajo y aquí no manejo bien el idioma… me
siento miserable por haber secuestrado a mi propia hija, pero tenía que hacerlo
para que mi Lu viniese conmigo.
Unas lágrimas empezaron a caer por la cara de Mortimer.
También reprimió el hipo de la llorera anterior inútilmente. Marco Antonio le
tendió un pañuelo blanco y pulcro al tiempo que daba un trago al vaso.
-Esperemos que Atalaya encuentre a Lucinda y la traiga sana
y salva –dijo tras tragar el sorbo de whisky–. Tranquilícese, seguro que todo
está bien.
Mientras Mortimer se secaba la cara, la puerta del hotel se
abrió violentamente y entró Lucinda con la cara encendida, al rojo vivo, con
claros signos de furia reprimida, señalando a Mortimer.
-¡Tú, hijo de un tren cargado con mil millones de putas! ¡Bastardo!
¡Cómo te atreves a quitarme a mi hija, sabandija asquerosa! ¡Devuélvemela!
Mortimer le ofreció a su hija con la cabeza baja. Por los
gritos de Lucinda, la pequeña empezó a llorar.
-¡Eso es, dámela! Tranquila… mamá ya está aquí…
Mortimer empezó a disculparse, soltando mil y una
explicaciones de por qué lo había hecho, de por qué debían irse a España y de
por qué se arrepentía de todo.
Atalaya se sentó en el regazo de Marco Antonio y le besó.
-Creo que no deberíamos llevarnos a esta familia, Marco. No
es nuestro empleado y ya hemos tenido que protegerle, es problemático.
-Venga, mujer, es un viejo que ha tenido la mala suerte de
querer a su hija por encima de a su mujer y de no saber controlar sus impulsos
antes las oportunidades.
-Si quisiese a su hija no la habría intentado separar de su
madre.
-Touché. Al menos,
se arrepintió en seguida. Les voy a decir que se queden aquí todos, que ya
encontraremos a alguien.
Marco Antonio se levantó hacia la pareja que se estaba
abrazando en clave de reconciliación unos metros más lejos. Marco Antonio se
preguntó qué diablos había dicho Mortimer para conseguir calmar a una madre en
cólera y entonces recordó cómo había conseguido hacerse amigo de los dos
dragones el día anterior.
Llegó al sitio donde estaban los elfos domésticos y
empezó a hablar.
-Veré, Mortimer, hemos estado pensando y creo que será mejor
que se quede a… -se paró en seco porque un resplandor verde entro en el hotel –…quí
con su familia.
Inmediatamente después del relámpago la puerta de madera del
hotel se rompió, junto con unos trozos de pared cercanos, debido a la colisión
de un troll muerto. Mientras los pocos clientes y los empleados del hotel se
hacían una idea de lo que estaba pasando, Marco Antonio puso a los elfos tras
de sí y sacó su varita, por primera vez en las vacaciones. Entre el polvo que
se había levantado, una figura humana entró caminando. Tenía la capucha echada,
la varita en la mano izquierda y Marco Antonio lo reconoció inmediatamente.
Aunque le reconoció no podía creer que fuese él. No podía ser.
-Joder.
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