miércoles, 30 de octubre de 2013

Conversaciones

Diálogo relativo.


-Tal vez se trate de cómo no hacer las cosas, tal vez nos estés mostrando a todos las maneras equívocas y completamente erróneas de cómo no se debe actuar. No sé, esa es mi impresión y sinceramente me resulta difícil hacértelo ver; es como si hicieses oídos sordos.

-Quizá no esté preparado para la vida, o para respirar siquiera. Al fin y al cabo siempre he llegado tarde a mi propia vida, no podéis esperar una reacción veloz. Es posible que ni reaccione.

-Tal vez se trate de fuerza de voluntad, tal vez carezcas por completo de ella. Sólo entonces entenderíamos tu forma de no actuar, esa apatía totalmente injustificada.

-O quizá no tenga voluntad de interaccionar, creí por momentos haber conseguido convertirme en un ser humano hecho y derecho, sin opiniones, pero con corazón.

-Tal vez sólo seas tú.

-Definitivamente sólo soy yo, una forma mediocre y decepcionante de vida. Pesimista por dentro, absurdo por fuera; eso es lo que soy y lo que he vuelto a ser tras un endiabladamente maravilloso limbo de auténtico trance lleno de estúpidos cupidos. Definitivamente sólo soy un alma solitaria.

-Tal vez estés exagerando.

-Quizá mis entrañas guarden algo más que un simple y llano malestar general, y es muy poco probable que tenga más de una capa de personalidad. Pero siempre espero que salga de mí esa maldita disfunción esperpéntica de la socialización en sí misma y me libere de ser un extraño en mi propia casa y un habitual en el bar de la soledad concienzudamente empanada tras un breve colapso de mi yo interior. Quizá encuentre algún sentido a mi vida, o quizá exista porque en el mundo tiene que haber de todo.

-Tal vez te sientas así por alguna razón en concreto y no por algo general.

-Quizá.

-Tal vez.

-Definitivamente.





Psicoanálisis de un mal autodenominado mártir


-¿Y cada cuánto le ocurre esto?

-De cuando en cuando, ¿sabe? No sé, cada mes, o cada dos meses. A veces hasta en la misma semana dos veces. Depende de las cosas, de todo. No sé, a veces ocurre sin razón aparente.

-¿Tiene remedio para salir de esta apatía?

-Sí, claro, pero acudo a usted para que me diga otra solución a la habitual.

-¿Y cuál es la solución habitual?

-Insertar un disco en el reproductor de DVD, y regocijarme en la ficción de vidas ajenas que me entretienen mucho más que la mía propia.

-Ya veo. ¿Se acentúa esto en etapas concretas del año?

-Quizá, no sé. Muy probable. Curiosamente otoño es la estación con más vaivenes, ¿sabe? Por un lado me encanta la lluvia y todo lo que esta conlleva; por otro, me deprime cómo afronta la gente esta estación y, sobre todo, el frío este rancio y maldito que no quiere llegar o llega demasiado y se vuelve a ir y luego llega para quedarse.

-Eso es muy normal, la gente suele deprimirse por la vuelta a la rutina.

-¡Pero si me encanta la rutina! En verano también me dan estos ataques apáticos y en verano la rutina no está tan marcada. ¡Válgame Kubrick, que no sé por qué me ocurren estos ataques! ¡Dígame algo, por el amor de Clint!

-En ese caso, le diré que a primera vista sufre usted de alergia a la sociedad.

-Me lo temía.

-Pero vuelva la semana que viene.

-Quizá.

-Tal vez.

-Definitivamente.





El peor flirteo de la historia del mundo actual


-Caballero, su mesa está lista. Pase por aquí.

-Gracias, preciosa.

-¿Qué le pongo de bebida?

-Un poco de tus labios aderezados con el suave tacto de tu piel.

-¿Perdone?

-¿A sonado muy viejo verde? No me extraña. Tengo diecinueve años recién cumplidos, pero tengo alma de viejo. ¿Te sentarías a hablar conmigo?

-Tengo que trabajar.

-Y lo comprendo completamente, pero verás: por regla general soy muy tímido y me cuesta hablar con desconocidos, y conocidos, cantidad. “¿Y cómo es que me habla con tanta confianza?”, te preguntarás; pues bien, por dos razones: la primera razón es que hoy me encuentro pletórico socialmente hablando y la segunda es que vengo con un litro de cerveza en el cuerpo de casa (razón, a su vez, de que me encuentre pletórico socialmente hablando). Así que si yo fuese tú, aprovecharía la oportunidad de hablar conmigo ya que por norma general me tengo en un pedestal y solo tengo permitido tal placer a un puñado de personas que inocentemente creo que he elegido yo, cuando en realidad han sido estas personas las que han accedido a escucharme.

-Supongo que podríamos quedar cuando acabe mi turno.

-¿Ves? Ya estás cediendo. ¡No lo hagas! ¡Ignórame! ¡Llama a seguridad! ¡Dame lo que merezco! ¡Hazme bajar al suelo!

-No te conozco, no podría saber qué mereces.

-Y ese, ese es el punto donde deberías quedarte. No me conozcas, no te gustará lo que veas. Me tengo por alguien simpático y normal; pero nadie es normal y yo, en particular, no soy simpático. ¿Sabías que ‘simpático’, etimológicamente, significa algo parecido a ‘empático’? Pues tampoco soy empático. Te lo digo totalmente en serio, no quieres conocerme. Así que no me digas que luego puedes hablar conmigo porque en realidad tienes algo que hacer. Lo sé, yo sólo te lo recuerdo, ¿vale?

-¿Qué le sirvo?

-Un vaso de agua y unos macarrones.

-¿Y un escalope de segundo?

-Quizá.

-Tal vez.

-Definitivamente.







lunes, 28 de octubre de 2013

Temo al abismo

El viento azotaba con furia desmedida sus pantorrillas, desprotegidas por la ausencia de pantalones. De nuevo estaba al borde del acantilado a donde once meses exactos antes había ido para poner fin a su llana y triste existencia. Desde luego mucho había llovido, muchas cosas habían cambiado… y tantas cosas seguían igual. Daba igual todo lo que pudiese haber pasado, la cantidad de cosas que pudiese haber hecho. Seguía perdido, totalmente vulnerable a los avatares de la vida y, con total seguridad, seguía deseando entender todo. Ahora comprendía, sin embargo, que nunca se encontraría a sí mismo ni el sentido de ser, eso era todo lo que jamás alcanzaría a saber y no le resultaba suficiente… por eso estaba allí de nuevo, no para saltar, sino para clarificar sus ideas, sus pensamientos. Ya no estaba allí en señal de abatimiento, pesimismo o desesperación; ahora tenía aspiraciones poéticas y filosóficas. Se sentó tranquilamente en el borde, en el abismo. Ya por fin podía contestar a la gran pregunta: sí, temía al abismo. Por eso no se sentía incómodo o maltrecho en él, porque sabía que no podía confiar en él, y eso significaba que no le sorprendería que se derrumbase y le dejase caer al vacío extraño. Eso es lo que le gustaba de esa rutina macabra, cualquier día podría caer pero nunca lo hacía. Ya no necesitaba pensar en el pasado, ahora lo que le preocupaba era el futuro. Le preocupaba por no saber qué quería de él, por no saber si sería tan excitante como él creía que sería o si sería otra etapa más de su inexplicablemente soporífera vida llena de picos de alegría y pozos de tristeza. Ese pensar, ese pesar no le dejaba vivir el presente, un presente tan extraño como la palma de su mano, cambiante. Temía el abismo como temía el futuro como temía el abismo como temía el futuro, le inquietaba. Quizá fuese mejor que saltase de una vez por todas, para dejar de temer, o que se alejase de él, para poder ser feliz… pero miró a su lado, a los dos lados. Y vio una hilera interminable de gente hacia la derecha y otra hilera gigantesca a su izquierda. Y decidió que tendría que convivir con esa incertidumbre de no saber queriendo saber, el peor tipo de ignorancia, y se quedó allí: respirando, vibrando, cantando, bailando, llorando ríos de celuloide y oteando la niebla en frente, allí, allá. Lejos, en lontananza, donde había formas difusas. Lejos, en el horizonte, ahí es donde quería estar.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Earthófilos

Cansado desde la primera luz del alba, el portentoso jinete de cabeza desproporcionada vagaba dando tumbos por doquier. Era un desierto plúmbeo y sacro y daba vueltas en círculo aunque no lo sabía. Como un capitán sin su barco, el jinete estaba desprovisto de caballo desde hacía ya más tiempo del que podía recordar, y eso no le gustaba nada. Quizá fue por eso por lo que se decidió a dar vueltas en círculo, no fuese a ser que se alejase aún más de la civilización o peor: que se acercase a ella. Sin limitarse a hacer cada vez más cortos movimientos de traslación sobre una duna en concreto, comenzó al poco tiempo a rotar sobre su propio eje. Y así estuvo años y años y años. Hasta que un día todo cambió.

Era ya, según sus cálculos renales, la vuelta número cinco trillones -billón arriba, billón abajo- y desde hacía ya un tiempo que se notaba más liviano. Esto lo atribuyó a una falta gravísima de alimentos, pero desechó la idea al comprobar que su barriga seguía teniendo las mismas dimensiones planetarias de siempre. A pesar de todo, se notaba más ligero. Además, desde hacía ya un par de años (o algo así) la arena del desierto había empezado a conquistar sus pies y por mucho que se sacudiese, no cejaba en su empeño de ascender y tomar la pierna entera. Y este día en concreto, mientras casualmente daba la vuelta cinco trillones, intentó de nuevo sacudirse la arena: mientras caminaba dando las vueltas elípticas y giraba en 360º continuamente, se agachó para sacudir los pies y ello provocó que comenzara a dar unos graciosos saltos que elevaban ambos pies del suelo. Al tercer salto no volvió a tocar el suelo nunca más.

Y así, flotando, se pasó otras mil millones de trillones de vueltas. Pero esta vez las vueltas se hicieron más amenas, ya que emprendió una guerra cruenta y desigual contra los granos de arena que saltaban hacía él, aunque pronto se rindió y dejó que, día a día, la arena tomase todo su cuerpo. Al final, se encontró con que algo similar a una bola de nieve, pero arenosa, se había formado a su alrededor. Pero la cosa no acabó allí, porque cuando ya se había abandonado a su suerte pero aún estaba vivo, escuchó un trueno sintió cómo gotas de agua caían sobre él. Al principio, creyó que esto le limpiaría y le quitaría la arena de encima, pero lo que realmente sucedió es que la bola de arena se convirtió en una bola de barro. Y entonces… un rayo fulminó la bola con toda la energía de la electricidad.

Con el paso del tiempo, la bola se hizo más y más grande. Y el que anteriormente fuese orondo jinete, se había convertido en el minúsculo núcleo de un planeta. Vivo para siempre, se enfadó tanto por haberse visto en esa situación y, sobre todo, se cabreó tanto porque en realidad le gustase esa situación que, literalmente, estalló en un mar de llamas, lava y furia incandescente. Su alma se adhirió a toda la gran bola, al planeta, y comenzó a moverlo a su gusto.

Y así, comenzó el ciclo reproductivo asexual de la etapa adulta de un nuevo planeta.


"By this hand, I love thee"

Observó penosamente cómo se desvanecía aquel amanecer y se fundía el sol contra el suelo. El ocaso de todo estaba llegando y las lágrimas que surgían de sus enrojecidos ojos se diluían en aquel serpenteante río en el que bañaba su cuerpo. Trató de encontrar alguna explicación a ese repentino aceleramiento de las partículas que rodeaban su alma y vagamente recordó que alguna vez tuvo el corazón bajo el pecho. La tenue luz del ocaso ya no era más que una rojiza línea en el horizonte cuando viajó enigmáticamente al pasado. Se vio mirándola a los ojos, con una mano levantada. De su boca salieron palabras antiguas y estridentes, casi todas falsas y sin mucho significado. Hasta que la verdad salió de su pecho, seguida de su corazón, volando hacia ella. La noche se había hecho finalmente y aceptó la mano que un hombre encapuchado le ofrecía, un hombre del que alguna supo el nombre… un hombre que le llevaría muy lejos.

jueves, 17 de octubre de 2013

Así habló Humma Kavula

Allí estaba él, ante la tesitura de tener que llevar a cabo el invento más revolucionario, magnífico y rocambolesco desde la rueda, con esos pelos. Se atusó el pelo con sus manos y sorbió los mocos de una sola inhalación. Se aferró con fuerza la bata blanca que todo científico tiene –aunque se dedicase al estudio de las maravillas cósmicas donde es imposible, o mejor dicho: altamente improbable, mancharse con nada gracias a los avances en la informática lavativa- a la cintura (en efecto, no la llevaba puesta) y se puso unas gafas sin cristales ya que era completamente necesario usarlas en cualquier terreno científico, y humano en general. Como la vida, el universo y todo lo demás son así de caprichosos, el atusado del pelo, la absorción de mocos y la ausencia total de una tela protectora alrededor de su cuerpo provocó que una fosa nasal impresionantemente grande y descomunalmente ancha se abriese en el suelo del laboratorio. En contra de lo que cabría esperar, todo permaneció en su sitio, salvo por el pequeñísimo, ínfimo y minúsculo detalle de que una nube de mocos verdes, gigantes y bastante más líquidos de lo que parece a simple vista, ascendió desde el abismo blanco y reluciente de abajo hasta unos graciosos, robustos y muy molestos pelos nasales que habían aparecido en el techo del laboratorio.

Esto era un gran acontecimiento, pero el pobre científico no tenía ni la más remota  idea de lo que estaba pasado. Un alivio, pensó, ya que podría haber sido mucho peor. Este pensamiento le sorprendió hasta a él, ya que se le antojaba difícil encontrase en peor situación que en el interior de una nariz que acababa de sorber un moco viscosamente verde que seguramente no fuese de la propia nariz ya que su cuadrada, matemáticamente equivocada e inútil mente científica había deducido que se encontraba justo a las puertas de un infierno muy caprichoso.

Este gran acontecimiento no era otra cosa que el famosísimo, esperadísimo y temido “advenimiento del gran pañuelo blanco”, y este pañuelo sería utilizado para descongestionar al Gran Arcleachús verde. Huelga decir que el congestionado Arcleachús era la gran y portentosa nariz.

A toro pasado podemos dar gracias al rápido e indoloro ‘advenimiento’ de este pañuelo, ya que sin la intervención del Gran Arcleachús el científico loco habría descubierto cómo hacer una bomba atómica de mil millones de trillones de megatones capaz de destruir este universo, y un poco del vecino. Muchos fanáticos de esta secta religiosa mocosa lo tomarían como un milagro, pero ciertamente se trata de un inexplicable y estúpido error por parte de Arcly (para los amigos) ya que lo que pretendía era precisamente exterminar de forma apoteósica y cruel a “esos seres estúpidos y sin cerebro que han hecho todo tipo de guarradas en mi honor; los muy capullos se han negado a sonarse los mocos aun teniendo pañuelos a sabiendas de que yo, una deidad suprema como soy, sufría y habría dado lo que fuese por que el ‘advenimiento’ se adelantase lo más posible. Son unos gilipollas intransigentes que se creen el moco del universo” declaró a los periodistas religiosos en la rueda de prensa posterior al Advenimiento.

Actualmente, el Gran Arcleachús está incluido en la lista de las 100 deidades más sexys del Universo Pan-dimensional, ocupando un sorprendente 99º puesto ya que se trata de una deidad 80% moco, 10% carne flácida y 10% pelo graso. Está por delante de Dios, del planeta Tierra, conocido por el resto de deidades como “ese vanidoso y esperpéntico ser que tiene un gusto inusitado por las palomas” o “La palomilla”. 


sábado, 12 de octubre de 2013

Sebastián, el hipócrita

Una noche apacible, sin nada extraño, se cierne sobre Madrid. Poco a poco las luces se encienden en los edificios circundantes. El sol aún no se ha ido pero la oscuridad empieza a escarbar en la ciudad. Mi ordenador está encendido, para variar. Una red social tras otra aparece en la pantalla. Mi mente está absorbida por ellas, es una mala enfermedad. Me une a los antiguos amigos, me acerca a los actuales cuando están lejos. Me permite observarla a ella sin ser visto, y eso me aterra. Esta enfermedad nos convierte a todos en voyeurs de poca monta, inocentes; eso da miedo. Y entonces, el móvil vibra. Otro nexo más se abre. Nos comunicamos mucho, hablamos mucho. Decimos muy poco.

Tras un par de horas sentado frente al ordenador sin hacer nada, y haciendo de todo, me decido a cambiar de sitio. Me levanto y cojo el móvil. Al sofá. La televisión está encendida, pero no la veo ni la escucho. Mis padres hablan. Y yo, al móvil. Incluso cuando la marea está calma miro el móvil. Una necesidad insana, desesperada. Echo cuentas. Tantas horas, tantos minutos… Realmente estoy enfermo. Pero dentro de la enfermedad, soy de los sanos. A fin de cuentas hago otras cosas: leo, escribo, veo cosas.

Y me doy cuenta de que la televisión está ya apagada, mis padres roncando. Y yo, al móvil. Cuánta patraña. En un principio el móvil me pareció la salvación: hablaba con la gente (hasta les contaba mis problemas), ¡hablaba! Pero ahora me doy cuenta de que no decía nada. ¿De qué sirve escribir en un teclado mirando a una pantalla sentado si luego, a la hora de la verdad, soy incapaz de pronunciar palabra o actuar? ¿Sólo es mi forma de ser o es acaso un verdadero problema? ¿Acaso no nos acerca en la distancia y nos aleja en la cercanía?

Y entonces maldigo. No necesito un dios al que culpar, unos padres a los que regañar o un psicólogo al que  pagar: la culpa es de la red social, la maldita red social. Callada, servicial, diligente, traicionera, asesina de coraje y amansadora de temerarios. Quizá solo me pase a mí, pero bueno, será que soy un viejo en cuerpo de adolescente o niño en cuerpo de joven. Quizá sea todo mentira, ojalá fuese mentira.


Y así, pegado a la pantalla del ordenador con dos redes sociales abiertas y el móvil en vibración, acabo de escribir estas líneas acerca no de la maldad de las redes sociales, sino de mi hipocresía; porque sé que tras reflexionar esto seguiré haciendo uso de las redes. Acercándome a vosotros, observándote a ti, bella dama, aunque me duela en el alma.

martes, 1 de octubre de 2013

Fan fiction IV

Marco Antonio

-Entiendo perfectamente lo que me quiere decir, Mortimer, pero no puedo hacerlo.

Marco Antonio estaba sentado en un sillón de la sala de espera del hotel con las piernas cruzadas y con un vaso generoso de whisky. Frente a él estaba Mortimer de pie con su hija en brazos.

-No puedo llevarme a la pequeña sin el consentimiento de la madre, es algo… que no puedo, ¡narices! Por principios. O vienen todos o no viene ninguno, pero lo que no puedo hacer es separar una familia por un trabajo que perfectamente podría hacerlo aquí, señor.

-Yo… necesito el trabajo y aquí no manejo bien el idioma… me siento miserable por haber secuestrado a mi propia hija, pero tenía que hacerlo para que mi Lu viniese conmigo.

Unas lágrimas empezaron a caer por la cara de Mortimer. También reprimió el hipo de la llorera anterior inútilmente. Marco Antonio le tendió un pañuelo blanco y pulcro al tiempo que daba un trago al vaso.

-Esperemos que Atalaya encuentre a Lucinda y la traiga sana y salva –dijo tras tragar el sorbo de whisky–. Tranquilícese, seguro que todo está bien.  

Mientras Mortimer se secaba la cara, la puerta del hotel se abrió violentamente y entró Lucinda con la cara encendida, al rojo vivo, con claros signos de furia reprimida, señalando a Mortimer.

-¡Tú, hijo de un tren cargado con mil millones de putas! ¡Bastardo! ¡Cómo te atreves a quitarme a mi hija, sabandija asquerosa! ¡Devuélvemela!

Mortimer le ofreció a su hija con la cabeza baja. Por los gritos de Lucinda, la pequeña empezó a llorar.

-¡Eso es, dámela! Tranquila… mamá ya está aquí…

Mortimer empezó a disculparse, soltando mil y una explicaciones de por qué lo había hecho, de por qué debían irse a España y de por qué se arrepentía de todo.

Atalaya se sentó en el regazo de Marco Antonio y le besó.

-Creo que no deberíamos llevarnos a esta familia, Marco. No es nuestro empleado y ya hemos tenido que protegerle, es problemático.

-Venga, mujer, es un viejo que ha tenido la mala suerte de querer a su hija por encima de a su mujer y de no saber controlar sus impulsos antes las oportunidades.

-Si quisiese a su hija no la habría intentado separar de su madre.

-Touché. Al menos, se arrepintió en seguida. Les voy a decir que se queden aquí todos, que ya encontraremos a alguien.

Marco Antonio se levantó hacia la pareja que se estaba abrazando en clave de reconciliación unos metros más lejos. Marco Antonio se preguntó qué diablos había dicho Mortimer para conseguir calmar a una madre en cólera y entonces recordó cómo había conseguido hacerse amigo de los dos dragones el día anterior. 

Llegó al sitio donde estaban los elfos domésticos y empezó a hablar.

-Veré, Mortimer, hemos estado pensando y creo que será mejor que se quede a… -se paró en seco porque un resplandor verde entro en el hotel –…quí con su familia.

Inmediatamente después del relámpago la puerta de madera del hotel se rompió, junto con unos trozos de pared cercanos, debido a la colisión de un troll muerto. Mientras los pocos clientes y los empleados del hotel se hacían una idea de lo que estaba pasando, Marco Antonio puso a los elfos tras de sí y sacó su varita, por primera vez en las vacaciones. Entre el polvo que se había levantado, una figura humana entró caminando. Tenía la capucha echada, la varita en la mano izquierda y Marco Antonio lo reconoció inmediatamente. Aunque le reconoció no podía creer que fuese él. No podía ser.

-Joder.