Observó penosamente cómo se desvanecía aquel amanecer y se
fundía el sol contra el suelo. El ocaso de todo estaba llegando y las lágrimas
que surgían de sus enrojecidos ojos se diluían en aquel serpenteante río en el
que bañaba su cuerpo. Trató de encontrar alguna explicación a ese repentino
aceleramiento de las partículas que rodeaban su alma y vagamente recordó que
alguna vez tuvo el corazón bajo el pecho. La tenue luz del ocaso ya no era más
que una rojiza línea en el horizonte cuando viajó enigmáticamente al pasado. Se
vio mirándola a los ojos, con una mano levantada. De su boca salieron palabras
antiguas y estridentes, casi todas falsas y sin mucho significado. Hasta que la
verdad salió de su pecho, seguida de su corazón, volando hacia ella. La noche
se había hecho finalmente y aceptó la mano que un hombre encapuchado le ofrecía,
un hombre del que alguna supo el nombre… un hombre que le llevaría muy lejos.
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