Cansado desde la primera luz del alba, el portentoso jinete
de cabeza desproporcionada vagaba dando tumbos por doquier. Era un desierto
plúmbeo y sacro y daba vueltas en círculo aunque no lo sabía. Como un capitán
sin su barco, el jinete estaba desprovisto de caballo desde hacía ya más tiempo
del que podía recordar, y eso no le gustaba nada. Quizá fue por eso por lo que
se decidió a dar vueltas en círculo, no fuese a ser que se alejase aún más de
la civilización o peor: que se acercase a ella. Sin limitarse a hacer cada vez
más cortos movimientos de traslación sobre una duna en concreto, comenzó al
poco tiempo a rotar sobre su propio eje. Y así estuvo años y años y años. Hasta
que un día todo cambió.
Era ya, según sus cálculos renales, la vuelta número cinco
trillones -billón arriba, billón abajo- y desde hacía ya un tiempo que se notaba
más liviano. Esto lo atribuyó a una falta gravísima de alimentos, pero desechó
la idea al comprobar que su barriga seguía teniendo las mismas dimensiones
planetarias de siempre. A pesar de todo, se notaba más ligero. Además, desde
hacía ya un par de años (o algo así) la arena del desierto había empezado a
conquistar sus pies y por mucho que se sacudiese, no cejaba en su empeño de
ascender y tomar la pierna entera. Y este día en concreto, mientras casualmente
daba la vuelta cinco trillones, intentó de nuevo sacudirse la arena: mientras
caminaba dando las vueltas elípticas y giraba en 360º continuamente, se agachó
para sacudir los pies y ello provocó que comenzara a dar unos graciosos saltos
que elevaban ambos pies del suelo. Al tercer salto no volvió a tocar el suelo
nunca más.
Y así, flotando, se pasó otras mil millones de trillones de
vueltas. Pero esta vez las vueltas se hicieron más amenas, ya que emprendió una
guerra cruenta y desigual contra los granos de arena que saltaban hacía él,
aunque pronto se rindió y dejó que, día a día, la arena tomase todo su cuerpo.
Al final, se encontró con que algo similar a una bola de nieve, pero arenosa,
se había formado a su alrededor. Pero la cosa no acabó allí, porque cuando ya
se había abandonado a su suerte pero aún estaba vivo, escuchó un trueno sintió
cómo gotas de agua caían sobre él. Al principio, creyó que esto le limpiaría y
le quitaría la arena de encima, pero lo que realmente sucedió es que la bola de
arena se convirtió en una bola de barro. Y entonces… un rayo fulminó la bola
con toda la energía de la electricidad.
Con el paso del tiempo, la bola se hizo más y más grande. Y
el que anteriormente fuese orondo jinete, se había convertido en el minúsculo
núcleo de un planeta. Vivo para siempre, se enfadó tanto por haberse visto en
esa situación y, sobre todo, se cabreó tanto porque en realidad le gustase esa
situación que, literalmente, estalló en un mar de llamas, lava y furia
incandescente. Su alma se adhirió a toda la gran bola, al planeta, y comenzó a
moverlo a su gusto.
Y así, comenzó el ciclo reproductivo asexual de la etapa
adulta de un nuevo planeta.
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