Allí estaba él, ante la tesitura de tener que llevar a cabo
el invento más revolucionario, magnífico y rocambolesco desde la rueda, con
esos pelos. Se atusó el pelo con sus manos y sorbió los mocos de una sola
inhalación. Se aferró con fuerza la bata blanca que todo científico tiene
–aunque se dedicase al estudio de las maravillas cósmicas donde es imposible, o
mejor dicho: altamente improbable, mancharse con nada gracias a los avances en
la informática lavativa- a la cintura (en efecto, no la llevaba puesta) y se
puso unas gafas sin cristales ya que era completamente necesario usarlas en
cualquier terreno científico, y humano en general. Como la vida, el universo y
todo lo demás son así de caprichosos, el atusado del pelo, la absorción de
mocos y la ausencia total de una tela protectora alrededor de su cuerpo provocó
que una fosa nasal impresionantemente grande y descomunalmente ancha se abriese
en el suelo del laboratorio. En contra de lo que cabría esperar, todo
permaneció en su sitio, salvo por el pequeñísimo, ínfimo y minúsculo detalle de
que una nube de mocos verdes, gigantes y bastante más líquidos de lo que parece
a simple vista, ascendió desde el abismo blanco y reluciente de abajo hasta
unos graciosos, robustos y muy molestos pelos nasales que habían aparecido en
el techo del laboratorio.
Esto era un gran acontecimiento, pero el pobre científico no
tenía ni la más remota idea de lo que
estaba pasado. Un alivio, pensó, ya que podría haber sido mucho peor. Este
pensamiento le sorprendió hasta a él, ya que se le antojaba difícil encontrase
en peor situación que en el interior de una nariz que acababa de sorber un moco
viscosamente verde que seguramente no fuese de la propia nariz ya que su
cuadrada, matemáticamente equivocada e inútil mente científica había deducido
que se encontraba justo a las puertas de un infierno muy caprichoso.
Este gran acontecimiento no era otra cosa que el famosísimo,
esperadísimo y temido “advenimiento del gran pañuelo blanco”, y este pañuelo
sería utilizado para descongestionar al Gran Arcleachús verde. Huelga decir que
el congestionado Arcleachús era la gran y portentosa nariz.
A toro pasado podemos dar gracias al rápido e indoloro ‘advenimiento’
de este pañuelo, ya que sin la intervención del Gran Arcleachús el científico
loco habría descubierto cómo hacer una bomba atómica de mil millones de
trillones de megatones capaz de destruir este universo, y un poco del vecino.
Muchos fanáticos de esta secta religiosa mocosa lo tomarían como un milagro,
pero ciertamente se trata de un inexplicable y estúpido error por parte de
Arcly (para los amigos) ya que lo que pretendía era precisamente exterminar de
forma apoteósica y cruel a “esos seres estúpidos y sin cerebro que han hecho
todo tipo de guarradas en mi honor; los muy capullos se han negado a sonarse
los mocos aun teniendo pañuelos a sabiendas de que yo, una deidad suprema como
soy, sufría y habría dado lo que fuese por que el ‘advenimiento’ se adelantase
lo más posible. Son unos gilipollas intransigentes que se creen el moco del
universo” declaró a los periodistas religiosos en la rueda de prensa posterior
al Advenimiento.
Actualmente, el Gran Arcleachús está incluido en la lista de
las 100 deidades más sexys del Universo Pan-dimensional, ocupando un
sorprendente 99º puesto ya que se trata de una deidad 80% moco, 10% carne
flácida y 10% pelo graso. Está por delante de Dios, del planeta Tierra,
conocido por el resto de deidades como “ese vanidoso y esperpéntico ser que
tiene un gusto inusitado por las palomas” o “La palomilla”.
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