-Tengo una pequeña espina clavada en lo más profundo de mi
alma. No hay quien me la quite o me la arranque de la carnada.
-Deja de hablar en prosa rimada y arriba esos ánimos, parece
que todo va mejor.
-Todo va viento en popa, de eso no tengo ni la más mínima
duda. Pero sigo respirando a marchas forzadas e intermitentes por culpa de mis
errores pasados.
-Tal y como yo lo veo, tus errores te han traído al ahora y
los errores que cometas hoy, te llevarán a un mañana aún por determinar y aún
puede ser mejor que el presente.
-Mezclas los tiempos y provocas galimatías en mí, vizconde.
Habla claro.
-Sólo digo que no te arrepientas de los errores, pues ellos
forman lo que eres. Tampoco te enorgullezcas de haberlos cometido, simplemente
aprende de ellos.
-Esta espina es muy puntiaguda y profunda.
-¿De qué se trata?
-Cosas hirientes y vergonzosas, por supuesto.
-¿Puedo oírlas?
-Puedes oírlas, pero no de mi boca.
-No te achiques, no flanquees ante la verdad de tus actos;
el primer paso es hablar de tus fatales errores.
-Ya he hablado con gente de ellos, de él. Pero sigo sin
sentir alivio ni desintoxicación. A veces, en la cama tumbado bocarriba, siento
una asfixia irreal y sosegada, tranquila. Una serpiente peluda recorre mis
venas al tiempo que el veneno de sus colmillos redondeados penetra por cada uno
de mis orificios nasales, impertérrito ante la mirada suculenta mi alma
enrarecida y apocada. Su aroma infrahumano rellena mis pulmones con su verdor
insípido y, desamparado, busco alguna mano que me rescate de esos sueños astrales
que vivo desde el interior de mi cueva más profunda. A veces, en la cama
tumbado bocarriba, me siento perdido. Otras, su mayoría, encuentro el consuelo
del soñador que no vive y del dramaturgo que planifica su vida con grandes
dosis de adrenalina. Pero al final la asfixia me encuentra, ineludible e
inevitable.
-Sin duda, barón, tienes problemas que trascienden mis
conocimientos, lamento que mis consejos no sean útiles.
-No necesito consejos, sino oídos. Oídos que no juzguen ni mi
historia ni mi pasado, pues para eso me basto yo solo.
-Entonces, ¿oiré tus errores por tu propia boca?
-Sí, pero si me juzgas, incluso positivamente, nuestras
relaciones de amistad y negocios habrán terminado para siempre, vizconde.
-En ese caso, mejor será que empieces ya, barón, pues el
crepúsculo nos acecha y en la noche tan sólo soy capaz de juzgar y beber. Y los
dos sabemos que ya no me dejan beber.
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