[Fanfiction del universo Harry Potter][Previuosly http://cineyotroscuentos.blogspot.com.es/2016/02/lourdes-murillo-y-el-hermano_1.html]
“¡Lourdes!”
Lourdes rodó en la cama, huyendo de la voz.
“¡Lourdes, despierta!”, reconoció a Veva en la voz, lo que
significaba que no había soñado todo. Pero el tono de preocupación y exaltación
en su voz le hizo despertar más rápido de lo normal.
“¿Qué pasa?, preguntó aún somnolienta. Veva estaba sentada al
pie de su cama, con un espejo en la mano y mirando furtivamente a través de la
ventana a dos hombres hablando con el dueño de la posada.
“Creo que ha llegado aquí la policía mágica. He hecho magia
mientras dormía.”
“¿Puede pasar?”
“Sí”, Veva le dio el espejo y se miró. Lourdes ahogó un
grito gracias a que Veva le tapó la boca con la mano a tiempo. Estaba
absolutamente calva, pero las cejas le habían crecido muchísimo y le había
salido una barba espesa, larga y castaña.
“¿Qué has hecho?”, preguntó horrorizada Lourdes.
“Tranquila, le pasa a todo el mundo que me cae bien. Si me
cayeses mal tendrías dos brazos más y ninguna pierna. En cuanto lleguemos al
colegio te cambio, si uso magia conscientemente ahora nos pillarán.”
“Parezco…un sabio chino”
“Eso es racista. Vamos, cuanto antes salgamos antes te puedo
arreglar.”
Veva la levantó de la cama y la ayudó a vestirse. Le metió
en la boca un croissant y le dijo que se lo comiese de camino a la playa.
Salieron a la calle desierta. Estaba muy nublado y tenía
toda la pinta de ir a llover. Empezaron a ir hacia el coche pero en cuanto
oyeron voces acercarse corrieron a meterse en el maizal que había cerca. Aunque
no las tapaba enteras, gatearon fuera de la vista. Vieron cómo los dos hombres,
que no camuflaban ser magos vistiendo largas túnicas oscuras, entraban en su
apartamento precedidos por el propietario de la posada.
Pasaron un par de minutos hasta que volvieron a salir y se
metieron en el otro apartamento, el posadero estaba muy confuso porque creía
que les había dado ese apartamento. Cuando salieron del otro apartamento, los
dos hombres estaban claramente enfadados. De la varita de uno de ellos salió un
rayo de luz rojo que dio de lleno en la espalda del posadero y lo lanzó un par
de metros hacia adelante.
Lourdes ahogó un grito, esta vez ella sola, y buscó en
silencio en su mochila por los cuchillos y los sacó. Veva susurró una risa, “no
creo que te sirvan de mucho, pero más vale prevenir.”
“Tú te encargas del campo, yo voy por la carretera”, oyeron
que decía un hombre. El otro, claramente más estúpido, gruñó en señal de
aprobación y se dirigió hacia ellas.
Lourdes entró en pánico, pero Veva cogió un pedrusco no muy
grande del suelo y lo lanzó todo lo silenciosamente que pudo hacia el maíz que
había más lejos. El hombre lo oyó caer y fue hacia ahí, dándoles la espalda.
Veva cogió uno de los cuchillos de Lourdes y le gesticuló que la siguiera. Con
el otro hombre fuera de la vista, salieron del maizal y se acercaron
sigilosamente al hombre. El césped ahogaba sus pasos y Lourdes intentaba no
respirar para no delatarse. Creía saber qué quería hacer Veva. Veva se adelantó
a ella y saltó sobre el hombre.
En cuanto Veva saltó, Lourdes corrió también hacia él, y al
tiempo que Veva lo sorprendía y le tapaba la boca, Lourdes le quitó la varita
de las manos. El hombre, sorprendido, tardó unos segundos en reaccionar y para
cuando quiso empezar a zafarse de Veva, Lourdes le puso el cuchillo en el
cuello. El hombre paró inmediatamente de moverse, aunque mordió a Veva en la
mano y ella le dio una patada en la entrepierna. Mientras se retorcía en el
suelo, le dio con la empuñadura del cuchillo con todas sus fuerzas en la cabeza
y paró de moverse inconsciente.
“Qué ordinario”, dijo Veva, “odio no poder usar magia.”
Lourdes se quedó mirando la varita que tenía en sus manos.
Le sorprendió lo pesada que era comparada con cualquier otro palo de madera y
se preguntó de qué árbol y qué núcleo tendría. La sopesó y vio a Veva mirándola
sonriente.
“Quédatela si quieres”, dijo alegremente, “aunque dudo que
te vaya a servir de algo.”
“Pero no quiero dar la razón a Umbridge”, dijo Lourdes muy
preocupada. Veva la miró levantando una ceja. Sonrió y se acercó a ella. Le
puso la mano en el hombro, como si fuese mucho más anciana y sabia que ella, y
dijo, “yo creo que es hora de que los muggles os divirtáis un poco.”
Lourdes sonrió y se guardó la varita en la mochila, “no
deberíamos ir en coche, lo han visto.”
“Tienes razón”, dijo Veva, “vamos campo a través, no estamos
muy lejos de la playa.”
Echaron a caminar a través del maizal, Veva mirando cada
poco hacia atrás. La sonrisa en su cara hizo pensar a Lourdes que haber
noqueado a ese tipo la había puesto de buen humor.
Después de estar caminando un rato en silencio, y con la
posada tan lejana que no se distinguía bien, Veva rompió el silencio.
“¿Cuántos años tienes?”
“Diecinueve, ¿y tú?”
“Quince, los mismos
que Iván”, dijo Veva, “vamos a la misma clase.”
“¿Y qué asignatura te gusta más?”, preguntó Lourdes
recordando las asignaturas de los libros.
“Pociones y Herbología. Son muy complementarias y me encanta
hacer mejunjes. Gracias a que soy una especie de friki de las pociones sé cómo
hacer la poción que necesita Iván. Tengo todo preparado, solo me faltaba tu
sangre y hacer la poción en sí, que si se hace bien se tarda solo cinco
minutos.”
“Entonces no será tan difícil, ¿no?”, preguntó Lourdes.
“Oh, sí, tiene muchísimos y complejos pasos y el orden es
inamovible. Y si me tardo más de cinco minutos se va al garete, y los
ingredientes me han costado muchas detenciones conseguirlos.”
Tardaron otros cinco minutos en llegar a una playa. Bajaron
las escaleras del acantilado y en cuanto pisaron la arena empezó a tronar.
“Mierda”, dijo Veva.
“¿Cómo vamos a llegar a la isla?”, preguntó Lourdes.
“Volando”, dijo Veva mientras sacaba de su bolso dos
escobas, “pero no contaba con tener que volar en medio de una tormenta. Bueno,
al menos cuando lleguemos las medidas de seguridad estarán hechas trizas, no
soportan una tormenta.”
“El colegio parece que es lo contrario a Hogwarts.”
“Lo es”, dijo Veva, “los políticos se han cargado la
educación, reformas educativas cada vez que hay un ascenso o un despido.”
Del bolso Veva también sacó un hilo plateado y brillante que
parecía no tener fin. Ató un extremo en la punta de una escoba y el otro
extremo, en el final de la otra. Le lanzó la escoba con el hilo en la punta a
Lourdes y se quedó ella con la otra.
“Me vas a seguir”, empezó Veva, “no tienes que hacer
absolutamente nada, solo agarrarte muy fuerte y dejarte llevar. El hilo
aguantará, es de acromántula.”
Lourdes se subió a la escoba y le sorprendió reposar el culo
en un cojín invisible, habiéndose preparado a perder la virginidad a ese palo
de escoba, “¡hey, está mullido!”
“Claro, ¿te crees que es siglo XV?”, dijo divertida Veva,
“agárrate.”
Despegaron y Lourdes creía que le daba algo. Empezó a reírse
a carcajadas, afortunadamente camufladas en los truenos, porque estaba volando
en una maldita escoba. Mientras reía porque estaba volando, también reía porque
estaba volando en una escoba, y las escobas no son objetos que vuelan según las
leyes de la física y la hostia contra el suelo podía ser interesante, también
reía porque tenía miedo de que el hilo se soltase y tuviese que dirigir ella la
escoba, y no sabía si respondería a las ordenes de una muggle. También reía por
cuestiones menos serias como que le diese un rayo y se cayese al agua.
Después de la excitación inicial, se relajó cuando llevaban
volando lo que calculó que era media hora. Ahora solo tenía frío (especialmente
en su cabeza calva), estaba empapada y toda la alegría se había ido, aunque sus
preocupaciones seguían en su mente.
Por fin, después de unas cuatro horas, como poco, vio una
isla. Pero la isla era una montaña de basura. No le veía el más mínimo interés
y no quería acercarse a ella. Justo cuando estaba a punto de gritarle a Veva
que diesen la vuelta porque se había olvidado dar de comer a su padre,
atravesaron una especie campo de fuerza que solo debió sentir Lourdes porque la
montaña de basura se había convertido en una isla montañosa con acantilados y
una única playa grande. Vio un castillo grande e imponente, y no podía evitar
pensar que era una triste pero eficaz
copia de Hogwarts, al menos tal y como lo había visto en las películas.
“¡VAMOS A ATERRIZAR EN LA OTRA PUNTA, PARA QUE NADIE NOS
VEA!”, gritó Veva.
Se dirigieron a la montaña más grande, donde juraría haber
visto un grupo de centauros galopar, y aterrizaron en un claro del bosque. Como
Veva le había dicho que no hiciese nada, mientras que ella frenaba poco a poco,
Lourdes siguió descendiendo por la inercia de la velocidad y gritó hasta que el
frenazo de Veva desde atrás, gracias al hilo, la frenó a un par de metros del
suelo. Lamentablemente, se olvidó de agarrarse y salió despedida contra el
suelo.
“Lo siento, debería haberte dicho cómo íbamos a aterrizar”,
dijo Veva mientras Lourdes se levantaba dolorida. Veva murmuró algo mientras
apuntaba a Lourdes y sintió cómo el pelo la crecía de nuevo, y la barba
desaparecía y las cejas volvían a la normalidad. Cuando notó que su pelo estaba
a la altura de la media melena que siempre quiso, le pidió a Veva que parase.
“Llevaba posponiendo ir a la peluquería meses, gracias.”
“No hay de qué”, dijo Veva mientras miraba si reloj, “son
las cuatro de la tarde, así que llegaremos a eso de las seis, más o menos
cuando hayan acabado las clases.”
Se adentraron en el bosque.
“Deberías sacar tus cuchillos”, dijo Veva, “igual los
necesitas.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario