lunes, 8 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte III

[Fanfiction del universo Harry Potter][Previuosly http://cineyotroscuentos.blogspot.com.es/2016/02/lourdes-murillo-y-el-hermano_1.html]

“¡Lourdes!”

Lourdes rodó en la cama, huyendo de la voz.

“¡Lourdes, despierta!”, reconoció a Veva en la voz, lo que significaba que no había soñado todo. Pero el tono de preocupación y exaltación en su voz le hizo despertar más rápido de lo normal.

“¿Qué pasa?, preguntó aún somnolienta. Veva estaba sentada al pie de su cama, con un espejo en la mano y mirando furtivamente a través de la ventana a dos hombres hablando con el dueño de la posada.

“Creo que ha llegado aquí la policía mágica. He hecho magia mientras dormía.”

“¿Puede pasar?”

“Sí”, Veva le dio el espejo y se miró. Lourdes ahogó un grito gracias a que Veva le tapó la boca con la mano a tiempo. Estaba absolutamente calva, pero las cejas le habían crecido muchísimo y le había salido una barba espesa, larga y castaña.

“¿Qué has hecho?”, preguntó horrorizada Lourdes.

“Tranquila, le pasa a todo el mundo que me cae bien. Si me cayeses mal tendrías dos brazos más y ninguna pierna. En cuanto lleguemos al colegio te cambio, si uso magia conscientemente ahora nos pillarán.”

“Parezco…un sabio chino”

“Eso es racista. Vamos, cuanto antes salgamos antes te puedo arreglar.”

Veva la levantó de la cama y la ayudó a vestirse. Le metió en la boca un croissant y le dijo que se lo comiese de camino a la playa.

Salieron a la calle desierta. Estaba muy nublado y tenía toda la pinta de ir a llover. Empezaron a ir hacia el coche pero en cuanto oyeron voces acercarse corrieron a meterse en el maizal que había cerca. Aunque no las tapaba enteras, gatearon fuera de la vista. Vieron cómo los dos hombres, que no camuflaban ser magos vistiendo largas túnicas oscuras, entraban en su apartamento precedidos por el propietario de la posada.

Pasaron un par de minutos hasta que volvieron a salir y se metieron en el otro apartamento, el posadero estaba muy confuso porque creía que les había dado ese apartamento. Cuando salieron del otro apartamento, los dos hombres estaban claramente enfadados. De la varita de uno de ellos salió un rayo de luz rojo que dio de lleno en la espalda del posadero y lo lanzó un par de metros hacia adelante.

Lourdes ahogó un grito, esta vez ella sola, y buscó en silencio en su mochila por los cuchillos y los sacó. Veva susurró una risa, “no creo que te sirvan de mucho, pero más vale prevenir.”

“Tú te encargas del campo, yo voy por la carretera”, oyeron que decía un hombre. El otro, claramente más estúpido, gruñó en señal de aprobación y se dirigió hacia ellas.

Lourdes entró en pánico, pero Veva cogió un pedrusco no muy grande del suelo y lo lanzó todo lo silenciosamente que pudo hacia el maíz que había más lejos. El hombre lo oyó caer y fue hacia ahí, dándoles la espalda. Veva cogió uno de los cuchillos de Lourdes y le gesticuló que la siguiera. Con el otro hombre fuera de la vista, salieron del maizal y se acercaron sigilosamente al hombre. El césped ahogaba sus pasos y Lourdes intentaba no respirar para no delatarse. Creía saber qué quería hacer Veva. Veva se adelantó a ella y saltó sobre el hombre.

En cuanto Veva saltó, Lourdes corrió también hacia él, y al tiempo que Veva lo sorprendía y le tapaba la boca, Lourdes le quitó la varita de las manos. El hombre, sorprendido, tardó unos segundos en reaccionar y para cuando quiso empezar a zafarse de Veva, Lourdes le puso el cuchillo en el cuello. El hombre paró inmediatamente de moverse, aunque mordió a Veva en la mano y ella le dio una patada en la entrepierna. Mientras se retorcía en el suelo, le dio con la empuñadura del cuchillo con todas sus fuerzas en la cabeza y paró de moverse inconsciente.

“Qué ordinario”, dijo Veva, “odio no poder usar magia.”

Lourdes se quedó mirando la varita que tenía en sus manos. Le sorprendió lo pesada que era comparada con cualquier otro palo de madera y se preguntó de qué árbol y qué núcleo tendría. La sopesó y vio a Veva mirándola sonriente.

“Quédatela si quieres”, dijo alegremente, “aunque dudo que te vaya a servir de algo.”

“Pero no quiero dar la razón a Umbridge”, dijo Lourdes muy preocupada. Veva la miró levantando una ceja. Sonrió y se acercó a ella. Le puso la mano en el hombro, como si fuese mucho más anciana y sabia que ella, y dijo, “yo creo que es hora de que los muggles os divirtáis un poco.”

Lourdes sonrió y se guardó la varita en la mochila, “no deberíamos ir en coche, lo han visto.”

“Tienes razón”, dijo Veva, “vamos campo a través, no estamos muy lejos de la playa.”
Echaron a caminar a través del maizal, Veva mirando cada poco hacia atrás. La sonrisa en su cara hizo pensar a Lourdes que haber noqueado a ese tipo la había puesto de buen humor.

Después de estar caminando un rato en silencio, y con la posada tan lejana que no se distinguía bien, Veva rompió el silencio.

“¿Cuántos años tienes?”

“Diecinueve, ¿y tú?”

“Quince,  los mismos que Iván”, dijo Veva, “vamos a la misma clase.”

“¿Y qué asignatura te gusta más?”, preguntó Lourdes recordando las asignaturas de los libros.

“Pociones y Herbología. Son muy complementarias y me encanta hacer mejunjes. Gracias a que soy una especie de friki de las pociones sé cómo hacer la poción que necesita Iván. Tengo todo preparado, solo me faltaba tu sangre y hacer la poción en sí, que si se hace bien se tarda solo cinco minutos.”

“Entonces no será tan difícil, ¿no?”, preguntó Lourdes.

“Oh, sí, tiene muchísimos y complejos pasos y el orden es inamovible. Y si me tardo más de cinco minutos se va al garete, y los ingredientes me han costado muchas detenciones conseguirlos.”
Tardaron otros cinco minutos en llegar a una playa. Bajaron las escaleras del acantilado y en cuanto pisaron la arena empezó a tronar. “Mierda”, dijo Veva.

“¿Cómo vamos a llegar a la isla?”, preguntó Lourdes.

“Volando”, dijo Veva mientras sacaba de su bolso dos escobas, “pero no contaba con tener que volar en medio de una tormenta. Bueno, al menos cuando lleguemos las medidas de seguridad estarán hechas trizas, no soportan una tormenta.”

“El colegio parece que es lo contrario a Hogwarts.”

“Lo es”, dijo Veva, “los políticos se han cargado la educación, reformas educativas cada vez que hay un ascenso o un despido.”

Del bolso Veva también sacó un hilo plateado y brillante que parecía no tener fin. Ató un extremo en la punta de una escoba y el otro extremo, en el final de la otra. Le lanzó la escoba con el hilo en la punta a Lourdes y se quedó ella con la otra.

“Me vas a seguir”, empezó Veva, “no tienes que hacer absolutamente nada, solo agarrarte muy fuerte y dejarte llevar. El hilo aguantará, es de acromántula.”

Lourdes se subió a la escoba y le sorprendió reposar el culo en un cojín invisible, habiéndose preparado a perder la virginidad a ese palo de escoba, “¡hey, está mullido!”

“Claro, ¿te crees que es siglo XV?”, dijo divertida Veva, “agárrate.”

Despegaron y Lourdes creía que le daba algo. Empezó a reírse a carcajadas, afortunadamente camufladas en los truenos, porque estaba volando en una maldita escoba. Mientras reía porque estaba volando, también reía porque estaba volando en una escoba, y las escobas no son objetos que vuelan según las leyes de la física y la hostia contra el suelo podía ser interesante, también reía porque tenía miedo de que el hilo se soltase y tuviese que dirigir ella la escoba, y no sabía si respondería a las ordenes de una muggle. También reía por cuestiones menos serias como que le diese un rayo y se cayese al agua.

Después de la excitación inicial, se relajó cuando llevaban volando lo que calculó que era media hora. Ahora solo tenía frío (especialmente en su cabeza calva), estaba empapada y toda la alegría se había ido, aunque sus preocupaciones seguían en su mente.

Por fin, después de unas cuatro horas, como poco, vio una isla. Pero la isla era una montaña de basura. No le veía el más mínimo interés y no quería acercarse a ella. Justo cuando estaba a punto de gritarle a Veva que diesen la vuelta porque se había olvidado dar de comer a su padre, atravesaron una especie campo de fuerza que solo debió sentir Lourdes porque la montaña de basura se había convertido en una isla montañosa con acantilados y una única playa grande. Vio un castillo grande e imponente, y no podía evitar pensar que  era una triste pero eficaz copia de Hogwarts, al menos tal y como lo había visto en las películas.

“¡VAMOS A ATERRIZAR EN LA OTRA PUNTA, PARA QUE NADIE NOS VEA!”, gritó Veva.

Se dirigieron a la montaña más grande, donde juraría haber visto un grupo de centauros galopar, y aterrizaron en un claro del bosque. Como Veva le había dicho que no hiciese nada, mientras que ella frenaba poco a poco, Lourdes siguió descendiendo por la inercia de la velocidad y gritó hasta que el frenazo de Veva desde atrás, gracias al hilo, la frenó a un par de metros del suelo. Lamentablemente, se olvidó de agarrarse y salió despedida contra el suelo.

“Lo siento, debería haberte dicho cómo íbamos a aterrizar”, dijo Veva mientras Lourdes se levantaba dolorida. Veva murmuró algo mientras apuntaba a Lourdes y sintió cómo el pelo la crecía de nuevo, y la barba desaparecía y las cejas volvían a la normalidad. Cuando notó que su pelo estaba a la altura de la media melena que siempre quiso, le pidió a Veva que parase.

“Llevaba posponiendo ir a la peluquería meses, gracias.”

“No hay de qué”, dijo Veva mientras miraba si reloj, “son las cuatro de la tarde, así que llegaremos a eso de las seis, más o menos cuando hayan acabado las clases.”

Se adentraron en el bosque.

“Deberías sacar tus cuchillos”, dijo Veva, “igual los necesitas.”

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