martes, 26 de agosto de 2014

El caballero y la doncella en apuros

Un pequeño río vadea la agreste y moderadamente descomunal montaña. Los pájaros solían cantar alegremente, pero en el paisaje ahora descrito los muy capullos callan como los pajaritos adorables que no son. A veces, alguna motocicleta pasa deliberadamente con ruido y devastación contaminante y arrasa con todo lo que ve, y generosa no es, pero eso se debe a un agujero de gusano que las hace viajar en el tiempo y la dimensión. También se pasean sin ton ni son unos cuantos payasos de circo que, sin quererlo, resultan más terroríficos y horribles de lo que cualquiera de vuestras mentes perversas podría imaginar, prever, soñar o desear.

Y entonces llega en su caballo blanco, un rocín que no está precisamente flaco [guiño, guiño], y se desmonta con ciertos aires de magnificencia y narcisismo que se evaporan en cuanto el primer pie aterriza en una piedra pequeña, puntiaguda y puñetera que hace que el caballero de melena rubia y al viento tropiece y caiga dando tres volteretas hacia adelante, dos hacia atrás, una lateral y acabe intentando salvar la humillación con un doble tirabuzón con mortal hacia atrás que acaba en absoluto fracaso porque al caballero se le olvidó orinar y defecar antes de salir de casa y del esfuerzo se le escapó todo, pedos incluidos. Unos jajas que se echan lo pájaros que ni os podéis imaginar porque, veréis, los pajarillos amarillos estos tienen un sentido del humor muy similar al de los niños pequeños, los borrachos y los atontados en general que se ríen con las bromas de caca-culo-pedo-pis. Las cuales, por otro lado, son siempre las mejores bromas de todas, las que entiende desde el más intelectual, pedante, remilgado y estirado psicópata millonario hasta el más pasional, analfabeto, desentrenado y generoso vagabundo.

El caso es que el caballero ya se ha levantado, desempolvado la armadura, cogido la piedra y arrojado hacia la lejanía que se extendía a su frente, dirigido al río, quitado la armadura, bañado en el río, lavado sus ropajes y la mierda y el meado que había salpicado la armadura, vestido de nuevo, vuelto al caballo y ahora está dirigiéndose a pie a la boca de la cueva en la que tenía pensado matar a un dragón, rescatar a una doncella que estuviese buena (porque todas las doncellas tienen que estar buenas), tirarse a dicha doncella, irse de su alcoba antes del alba y no enviarle una carta nunca más. Que por algo es Sir Misoginia, y tiene que hacer honor a su deshonroso nombre.

Lo que no sabe es que la dragona de esa cueva tiene buen corazón, no en vano es conocida como La Buena Serpiente en ese valle, y que hace tiempo que dejó marchar a la doncella que su jefe le había asignado y, para hacer el paripé, había capturado a una mona, del género femenino para no desviarse demasiado de su cometido, y la había vestido con los ropajes que la anterior doncella se había dejado olvidados en el tendedero. Lo que no saben ni la dragona, ni la doncella retirada, ni el caballero (obviamente, ya que él sólo sabe su nombre, montar a caballo, reproducirse y olvidarse de todo lo demás), ni la propia mona, es que la mona ésta en cuestión está considerada una gran belleza y una simio cañón en la sociedad primate que habita cerca de la montaña.

Ah, mirad cómo el valiente caballero desenvaina su espada y se adentra en la cueva. Muy valiente, sí. Él, vestido con ropa y armadura, armado con una espada y protegido con un escudo contra una dragona completamente desnuda. Muy valiente sí, oh coraje, oh corazón de león. ¿No hay huevos a ir desnudo, sire? No, no los hay. O sea, literalmente sí, tiene dos testículos bastante gordos y a punto de explotar porque lleva cerca de tres días sin mojar y eso le pone de mala leche y, como se niega a masturbarse, pues tiene lo que viene a ser la huevera repleta de su suero del amor. Pero lo que se conoce culturalmente como “tener huevos” no los tiene. Sinceramente esa expresión tiene todo el sentido del mundo, porque alguien valiente tiene que tener huevos, es lógico, todas las gallinas tienen huevos, y si no tienen huevos ya pueden salir corriendo. Pero vamos, que va todo armado a enfrentarse a una dragona desnuda y que solo puede defenderse con lo que la Naturaleza le ha dado. Vale, sí, la Naturaleza le ha dado unas garras puntiagudas, unas escamas más duras y resistentes que el acero, la capacidad de arrojar fuego por la boca y las fosas nasales, tres hileras de colmillos bastante afilados, una cola acabada en pinchos, cuernos relucientes y una inteligencia equiparable a la media humana (lo que quiere decir que es mucho más inteligente que el caballero de la melena al viento); pero no es justo que el caballero pueda ir con utensilios de cocina a la batalla.

Vaya, me he despistado y no me ha dado tiempo a contaros la batalla entre Misoginia y La Buena Serpiente. A penas ha durado nada. De un mordisco la dragona ha partido por la mitad al caballero, pero no se lo ha comido porque olía y sabía a mierda.


Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Totalmente ficticio a pesar de la veracidad de mis palabras. Los personajes están cien por cien inventados y para nada son objetos de una analogía satírica y aguda; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. No soy tan inteligente, por dios.

domingo, 10 de agosto de 2014

Libertad

Pongamos que estás desayunando, ¿vale? Digamos que, aparentemente, estás desayunando bien, lo de siempre, lo habitual. Ya sea una simple taza de café o un desayuno de primero, segundo y postre, tienes que empezar y acabar, ¿no? Pues bien, pon que empezaste a desayunar bien, con hambre (o no, pero ya tienes la costumbre de desayunar y tampoco quieres empezar el día con el estómago vacío o privándote de un té humeante bien sabroso) y sin nada raro. Ahora bien, llega el final del desayuno, te falta nada más que medio vaso de leche con cola cao y medio pan de leche y empiezas a sentir un cosquilleo en la nariz. Aguantas el estornudo porque estás masticando un trozo de ese bollo industrial que tanto te gusta y sufres bastante, pero da igual porque no quieres poner la mesa perdida. El problema, es que con el estornudo viene un moco escurridizo que se desliza por el  techo de tu fosa nasal hasta que está en el borde. Ya solo te queda beber la mitad del vaso y habrás acabado. ¿Qué hacer? ¿Me levanto y cojo un pañuelo y me sueno la nariz? ¿Me arriesgo a que el moco se caiga en la leche? Pues no haces ninguna: levantas la cabeza levemente, para evitar que el moco caiga y te llevas la taza, o el vaso, a la boca sin mirar. Consigues atinar y beberte la leche, o el té, o el café, sin derramar una sola gota. Pero el moco sigue ahí y el cosquilleo provoca que quieras estornudar otra vez. Entonces piensas que, antes de eso, deberías recoger la mesa, así que llevas los trastos a la cocina rápidamente, respirando por la boca y mirando un poco al techo. Por fin, eres libre de coger el pañuelo y soplar muy fuerte. Y lo que sientes, piensas, es un alivio tan brutal que te atreves a compararlo al placer del orgasmo sexual, al placer del dolor de la agujetas y al placer de dormir cinco minutos más sin remordimientos de conciencia. Y, piensas, que, de hecho, es mucho más placentero que todo eso junto; porque por fin respiras, por fin la nariz deja de hacer cosquillas y sus paredes están secas y libres de mocos. Y eso, queridos amigos, eso es libertad.