lunes, 29 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte VI

Parte VI.

La chica bajita salió la primera de la celda y lanzó un hechizo contra el techo bajo el que dos decenas de adultos caminaban hacia ellas. Mientras Veva y Lourdes salían y empezaban a correr hacia el lado contrario, Lourdes vio cómo el techo explotaba y llovían piedras sobre el profesorado. Los profesores se dispersaron y empezaron a correr hacia ellos, aunque tres dieron media vuelta y se alejaron.

La oscuridad de la noche, ennegrecida por las nubes de la tormenta amainada, penetraba las ventanas por las que pasaban corriendo Veva y Lourdes, seguidas de Mario, la chica bajita, Amatista y Deina. Detrás corrían mucho más despacio profesores y profesoras, claramente desacostumbrados a correr, que lanzaban haces de luz que fallaban y daban en las paredes. Las alumnas respondían con mucha más precisión, y en cinco ocasiones vio Lourdes que Amatista acertaba en dar en el pecho a dos profesores con un haz de luz rojo y dejarlos en el suelo, inconscientes.

Deina adelantó a Lourdes y Veva antes de girar al pasillo de la derecha. Justo a tiempo, pensó Lourdes, porque tres profesoras, que habían huido de la lluvia de rocas antes, estaban en el pasillo.

“¡Parad!”, dijo la de en medio, que Lourdes reconoció como la Profesora Ramírez.

Como respuesta, Veva lanzó por encima del hombro de Deina un rayo rojo que la Profesora Ramírez paró con un vago movimiento de varita. El resto llegó con ellas y formaron un círculo alrededor de Veva y Lourdes.

Llegaron el resto de profesores aún conscientes (seis) y los nueve rodeaban a Lourdes, Veva, 
Amatista, Deina, Mario y la chica bajita. Uno de los profesores, que tenía un corte en la cara muy feo, rió condescendientemente mientras se quitaba la sangre con la mano.

“Guardad las varitas ahora y no llamaremos a la magilicía”, dijo la Profesora Ramírez.

“¿Magilicía?”, susurró Lourdes a Veva, “policía mágica”, respondió esta.

Al momento, Lourdes oyó a Deina gritar “¡Incarcerus!” y el profesor sangriento cayó de espaldas al suelo enrollado en sogas gruesas. La respuesta fueron ocho haces rojos de luz que rebotaron contra el inmediato “¡Protego!” que habían rugido Amatista, Mario y Veva a la vez.

“¿Qué hacemos?”, susurró la chica bajita.

“Estaría bien que nos explotases fuera de aquí, la verdad”, dijo Deina.

“¿Cómo?”, dijo la chica nerviosa.

“El suelo”, dijo automáticamente Lourdes, “no es el último piso, ¿no? Caeremos y tendrán que seguirnos.”

La chica la miró con los ojos abiertos de par en par y luego miró a Veva, que sonreía a Lourdes. Veva asintió.

“¡Expelliarmus!”, gritó Veva hacia la Profesora Ramírez. Esta vez la pilló desprevenida y la varita le saltó de las manos.

“A la de tres, saltad para que no os pille la explosión”, dijo la chica mientras el resto se protegía de la respuesta en forma de haces rojos de los profesores y Amatista desarmaba a dos a la vez, “uno… dos… tres.”

Saltaron al tiempo que la chica musitaba “¡expulso!” y Lourdes vio cómo el suelo se hacía trizas a sus pies y comprendió cómo de mala había sido la idea porque ahora, en vez de caer los veinte centímetros que había saltado, iba a caer unos cuatro metros. Cayeron todas, Lourdes vio cómo incluso cayendo Amatista se las arregló para dejar inconscientes a otros dos profesores, y oyó gritar a Mario, “¡aresto momentum!”, y quedaron suspendidas a algo menos de medio metro del suelo durante unos segundos y luego cayeron más suavemente de lo que habrían caído en el mundo muggle.

Lourdes miró arriba y vio rayos y haces de luz caer hacia ellos. Se le heló la sangre cuando vio que un par de ellos, en vez de rojos, eran verdes. Amatista respondió a estos hechizos lanzando rayos de luz de colores diferentes, sin abrir la boca en ningún momento. El resto estaba más preocupado en rechazar los hechizos, produciendo escudos por doquier, teniendo Lourdes uno constante a su alrededor.

Echaron a correr sin oposición, después de conseguir deshacerse de un par de profesores más, y durante unos minutos tuvieron vía libre. Giraron al pasillo de la enfermería, el más largo de todo el castillo, y empezaron a correr hacia la puerta de entrada. A mitad de pasillo, salieron cinco personas de otro pasillo.

“Por qué”, dijo la Mario, “por qué lo único que saben mejor que nosotros son los atajos del castillo.”
Cinco haces rojos de luz salieron disparados hacia ellos. Tuvieron tiempo de sobra para pararlos, pero su potencia al impactar contra los escudos les hizo caer hacia atrás a los cuatro que habían parado los hechizos, Amatista, Mario, Deina y Veva, pero la chica había conjurado su hechizo para proteger a Lourdes y el hechizo le había dado de lleno en el estómago y había caído inconsciente. Amatista, que no había recibido ningún hechizo, había empezado a correr y lanzó cuatro maldiciones seguidas, que por lo que vio Lourdes, fueron petrificus totalus, expelliarmus, incarcerus e impedimenta. Y solo quedó una profesora de pie y armada, Ramírez.

Deina cogió a la chica y se la echó al hombro con una facilidad asombrosa y llevó las dos varitas, la suya y la de la chica, en la otra mano, “¡REDUCTO!”, rugió con ambas varitas blandidas. La Profesora Ramírez y el otro profesor desarmado esquivaron los rayos, el profesor aprovechando para lanzarse hacia su varita, que estaba en el suelo muy alejada de él, y la puerta de la entrada se hizo añicos ante el impacto de los dos hechizos.

Amatista volvió a blandir su varita y noqueó al profesor en el suelo y desarmó a Ramírez. Echaron a correr hacia el boquete en el que solía estar la puerta mientras Ramírez conjuró su varita con accio, asumió Lourdes, que a pesar de la adrenalina se seguía maravillando por estar viviendo lo que había leído en un libro. Mario, sin emitir ningún sonido, volvió a desarmar a la profesora justo cuando había recuperado la varita y oyó a Deina reírse por eso, esta vez estaban lo suficientemente cerca como para que la varita fuese hacia Mario así que la cogió al vuelo y siguieron corriendo. Oyeron a la profesora gritar y soltar tacos y seguirles corriendo mucho más despacio que ellos.

El frío del exterior les impactó casi como los hechizos habían hecho contra los escudos, pero siguieron corriendo. Amatista y Mario lideraban la carrera, seguidos de Lourdes, a quien todavía agarraba por el brazo Veva, y cerrando la carrera, Deina llevando a la chica. Corrieron en dirección contraria al bosque, a la playa, que parecía estar mucho más cerca de lo que en realidad estaba. 

Después de cinco minutos corriendo, Lourdes miró atrás y vio que la profesora todavía les seguía, a trompicones y muy despacio.

“Que alguien la deje inconsciente, que se va a hacer más daño corriendo”, dijo Deina, “es asmática.”

Pararon y Amatista lanzó el haz de luz rojo que Lourdes había esperado. Ramírez cayó inconsciente al suelo. Mario la lanzó con todas sus fuerzas la varita de la profesora hacia donde estaba. No vieron dónde había caído, pero decidieron que era mejor si tenía que buscarla.

Echaron a caminar hacia la playa, todavía en tensión, con las varitas en alto. Todos habían encendido sus varitas. Mario y Deina iban delante hablando mientras Mario inspeccionaba a la chica inconsciente. Veva, Lourdes y Amatista caminaban y Lourdes no pudo evitar darse cuenta de que poco a poco Amatista se acercaba más a ella. Veva cada poco miraba hacia atrás.

Cuando llegaron a la playa empezó a llover y, sin viento ni tormenta eléctrica, Lourdes lo encontró muy relajante. Dejó que la lluvia mojase su cara. Vio que en medio de la playa había una avioneta oxidada y que inspiraba poca confianza. Aunque tampoco pudo decir que le sorprendiese que fuesen hacia ella.

Cuando llegaron, Veva llamó a la puerta dos veces y se abrió. Veva reverenció a Lourdes y le indicó que pasase. Lourdes, que después de que le hubiesen salvado la vida varias veces (después de ponerla en peligro, todo sea dicho) ya confiaba más que de sobra en Veva, entró sin preguntar. En cuanto pisó el suelo de la avioneta, una voz le dio un susto de muerte, “¡Ah, una muggle! ¡Ah, maravilloso!”
Miró hacia la cabina y vio una fantasma, vestida de aviadora de los pies a la cabeza, con las gafas incluidas (aunque las llevaba en la frente y no en los ojos), a los mandos de la avioneta. La fantasma la sonreía, “¡pasa, cielo, pasa!, dijo estridentemente señalando a la puerta que sin duda la llevaría a las dos filas de asientos en los que sentarse.

Entró Veva y la empujó hacia la puerta, mientras saludaba alegremente a la fantasma, “¡qué tal, Doña Dolores!”

“¡Señorita Genoveva, qué agradable sorpresa, cielo! ¿Excursión escolar a estas horas y con una muggle a bordo, picarona?”

“Extraescolar, Doña Dolores, Iván nos necesita”, dijo Veva.

“Por supuesto, lo llevé a Madrid no hace más de dos días, pobre chico…”, dijo negando solemnemente con la cabeza, “¡a bordo, pichones, y nos iremos sin perder un minuto!”

Cuando entró Amatista ya había demasiada gente como para no pasar a la parte de los pasajeros. Una vez entró, Lourdes entendió perfectamente por qué había una puerta y no simplemente unas cortinas como en los aviones normales. Era una avioneta, sí, pero el largo del interior no se correspondía con el del exterior, de ancho Lourdes calculó que no debía ser mucho más grande, pero apenas veía dónde acababa el pasillo.

Entró el resto. Deina dejó con suavidad a la chica tumbada en dos asientos y Mario fue rápidamente a arrodillarse junto a ella. Veva se sentó en otro asiento y miró por la ventana pensativa. Amatista se quedó al lado de Lourdes, mirando el panorama como ella.

Rennervate”, dijo Mario al tiempo que la avioneta arrancaba. La chica volvió en sí, confusa.

“Vamos a sentarnos”, susurró Amatista en su oído, lo que provocó que se le erizaran todos los pelos de la espalda. Se sentaron detrás de Veva, Amatista en el lado de la ventana y Lourdes en el del pasillo.

“¿Por qué hay tan pocas ventanas?”, preguntó mientras miraba que debía haber solo tres o cuatro ventanas en cada lado de la avioneta.

“La avioneta está encantada para que sea más grande por dentro, pero por fuera es igual, y las ventanas son conexiones con el exterior, así que hay tantas dentro como fuera”, contestó Amatista.

“¿Y por qué están todas aquí delante y ninguna detrás?”, preguntó Lourdes, sintiendo que volvía a interrogar.

“No sé”, dijo Amatista, “supongo que para no complicar el encantamiento y que solo afecta al culo de la avioneta sin paradojas espaciales.”

“¡Atención, rescatadores, despegamos rumbo Madrid!”, dijo la voz de Doña Dolores por el megáfono.

Se empezaron a mover y, de repente, a Lourdes le entraron los nervios por empezar a volar. Idiota, has volado en escoba, esto es más seguro, pensó. Aunque recordó que la avioneta estaba oxidada y pilotada por una fantasma y se puso todavía más nerviosa.

“Dime que Doña Dolores era una gran piloto que no murió estrellada, por favor”, dijo Lourdes.

“Murió estrellada, y está loca”, dijo Amatista, “pero es la mejor piloto de la historia. Lleva y trae estudiantes todos los años y es la única fantasma que no expulsaron. Pero está como una puta cabra.”

Lourdes sintió cómo la avioneta se elevaba del suelo y agarró instintivamente la mano de Amatista, que estaba apoyada en el apoyabrazos, y no soltó hasta que se estabilizó el vuelo.

sábado, 27 de febrero de 2016

Crónica de un premio repetitivo: Oscar 2016

Muchos y muchas estaréis pensando “¡Qué pesado es este mindundi con sus crónicas pre gala de los Oscar!” “¿Otra vez? ¡Van tres, cómprate una vida!” o “mira qué majo, se cree que nos importa una mierda”. Pero me da igual. Sigo aquí, gastándome dinero (casi siempre) para ver las películas nominadas a mejor película en los Oscar. Y, de propina, una crítica mala y sin fundamento que podéis obviar con total tranquilidad (al igual que todo lo demás). ¡Yay!

The Big Short (La gran apuesta). Muy grande. La verdad es que entré en la sala de cine totalmente escéptico, pensando que sería un producto aceptable a medida de los Oscars, es decir, una película que no sería mala, pero que le faltaría valentía, a falta de una palabra mejor. Pues me quito el sombrero. Esta película es como si The Office fuese una película dirigida por Danny Boyle. Y tiene el ingrediente que haría que la peor película de la historia me gustase: cuarta pared a tomar por culo. Si gana, no me quejaré demasiado de que le quite el premio a Mad Max (pero me quejaré).

Bridge of Spies (El puente de los espías). El cupo patriótico del año. Se nota mucho que los hermanos Coen escriben y que Spielberg dirige, tanto para bien como para mal. No es mala en absoluto, pero le falta una pizca de originalidad a la hora de contar la historia y un poco de laconismo, porque dura dos horas y veinte. Ni quiero que gane ni merece ganar (es de lo menos interesante de los premios), pero en peores plazas hemos toreado (American Sniper).

Brooklyn. Película normalita de un director mediocre que consigue mantenerse en pie gracias a Saoirse Ronan. Obviamente mala no es, prácticamente nunca nominan películas malas (excepciones siempre hay), pero de que NO sea mala a que SÍ sea buena o, mejor, sea excepcional (supuestamente los premios miden la excelencia, o no sería premios) hay un largo trecho. Básicamente la culpa es del director, más que del guión (que no es especialmente bueno) o cualquier otro departamento bajo su supervisión.

Mad Max: Fury Road (Furia en la carretera). Merece todo y más. Se estudiará como paradigma del cine de acción, cómo rodar la acción, cómo usar a los dobles de acción, cómo usar la noche americana, cómo meter un ejército de mujeres en una película de ese género en el que la testosterona rige con pene de hierro… Esta es la única, o casi, película que conjuga a la perfección las dos características por las que se deberían medir estos premios: entretenimiento y arte. Lástima que no vaya a ganar.

The Martian (Marte). Para mí, el mejor guión que ha dirigido Ridley Scott en años. EN AÑOS. Probablemente desde Thelma and Louise. Segundo gran blockbuster nominado en la categoría, compararlo con Mad Max sería como si un pitufo embistiese a un toro. Pero lo más importante: esta película es DIVERTIDA. Nada de drama, nada de horror en el espacio, de eso hemos tenido más que de sobra. Es divertida. Pero no merece ganar, no vayamos a ponernos gallitos.

The Revenant (El renacido). Mucha decepción después de Birdman. DiCaprio sigue a lo suyo y da igual quién lo dirija, está tremendo pero, sinceramente, lo prefería en The Wolf of Wall Street. Iñárritu ha patinado, parece que mueve la cámara por defecto y en piloto automático, y da un aire a la película de pretenciosidad que, si bien en Birdman estaba justificada por la historia y por su tono satírico, en esta te dan ganas de pegarte un tiro, convirtiendo a Iñárritu en lo que satirizaba. Lo mejor de la película son Tom Hardy y DiCaprio, amén de las escenas de acción, que están muy bien rodadas. La fotografía vuelve a ser tenebrosa, buena y cansina después de tres años. El problema es que dura la vida (dos horas y media) y media hora está gastada en planos generales de paisajes y secuencias oníricas que sobran y aburren. Si gana (que lo hará) me enfadaré mucho, esta película está por debajo de Spotlight, The Big Short, Room e incluso The Martian (no cuento Mad Max porque obvio).

Room (La habitación). El cupo independiente está muy buen cubierto por esta película. Lenny Abrahamson tiene mi permiso para quitarle el premio de mejor director a George Miller (espero que no) porque ha dirigido a Brie Larson y Jacob Trambley como nadie y ha conseguido plasmar la perspectiva desde la que está escrito el guión a la perfección, amén de conseguir encerrarnos una hora en una habitación de ¿dos, tres metros cuadrados? Es la película que rivaliza con Mad Max, ya que están rodadas en los opuestos de géneros y tonos, y la única que veo quitándole los premios a Mad Max sin que me decepcione. Sería muy interesante que ganase, pero es poco probable.

Spotlight. Es más sólida que The Big Short (su contrincante directa, no nos engañemos), pero le falta una pizca de valentía o temeridad que sí tiene la anterior. Se ve a la legua que es un producto Oscar, aunque bastante mejor camuflado que otras intentonas pasadas y eso se agradece…y se echa en cara. Su reparto es épico y no se recrea en los dramas personales de la historia, aunque los hace notar, así que eso son puntos a su favor. Si gana me alegraré de que mis expectativas este año estén condenadas, pero la miro y sólo veo carne de nominación (y que así sea).


Mejor Maquillaje y Peluquería: Lesley Vanderwalt, Elka Wardega y Damian Martin por Mad Max: Fury Road.

Mejor Diseño de Producción: Colin Gibson y Lisa Thompson por Mad Max: Fury Road.

Mejor Edición de Sonido: Alan Robert Murray por Sicario.

Mejor Mezcla de Sonido: Chris Jenkins, Gregg Rudloff y Ben Osmo por Mad Max: Fury Road.

Mejor Vestuario: Sandy Powell por Carol.

Mejores Efectos Visuales: Andrew Jackson, Tom Wood, Dan Oliver y Andy Williams por Mad Max: Fury Road.

Mejor Música Original: Carter Burwell por Carol.                               

Mejor Dirección de Fotografía: Roger Deakins por Sicario.

Mejor Montaje: Margaret Sixel por Mad Max: Fury Road.

Mejor Actor de Reparto: a Sylvester Stallone por Creed (a falta de Idris Elba por Beasts of No Nation).

Mejor Actriz de Reparto: Rooney Mara por Carol (probablemente la mejor de todos y todas, principales y de reparto).

Mejor Actor Principal: Bryan Cranston por Trumbo (porque Leo está mejor sin Oscar).

Mejor Actriz Principal: Brie Larson por Room (la categoría más fácil de elegir a pesar de Cate Blanchett).

Mejor Guión Adaptado: Phyllis Nagy por Carol (y está ha sido la categoría más difícil porque Drew Goddard y Emma Donoghue).

Mejor Guión Original: Jonathan Herman y Andrea Berloff por Straight Outta Compton (porque merecía nominaciones a actores y película).

Mejor Dirección: George Miller por Mad Max: Fury Road.

Mejor Película: Room (a falta de Carol y quitándoselo a Mad Max por la mínima).

lunes, 22 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte V

La Profesora Ramírez abrió una puerta de hierro antiguo, que chirrió como un alma en pena, y la empujó hacia el interior. La celda era amplia y tenía dos filas de mesas y sillas. Una de ellas estaba ocupada por una chica que la miraba fijamente. La chica tenía el pelo corto y azul eléctrico, y la ropa que llevaba le quedaba claramente pequeña.

Lourdes caminó entre las mesas sin saber dónde ponerse, mientras veía cómo la chica la seguía con la mirada. Normalmente era capaz de leer a las personas por su mirada y sus expresiones, pero al cruzar miradas con ella no recibió más que una opacidad inquietante. Se sentó tres mesas detrás de la chica y esperó.

La chica se levantó y se sentó delante de ella, con el respaldo de la silla entre las piernas, y habló, “¿qué has hecho?”

“Nada”, respondió Lourdes. La chica intensificó su mirada y la escaneó de arriba abajo.

“No suelen meter a la gente aquí por no hacer nada, ¿qué has hecho?”, dijo la chica en un todo casi policial.

“Supongo que entrar en el castillo”, respondió Lourdes con miedo de la reacción de la chica si le decía que era muggle.

“¿En serio? Pues sí que han endurecido las normas desde que me metieron aquí”, dijo la chica socarronamente, “en serio, ¿qué hiciste?”

Lourdes suspiró y decidió que total, si se la iban a cargar de todas formas, podría por lo menos tener una última conversación honesta, “soy muggle.”

La expresión de la chica no cambió, “¿eres la hermana del chico enfermo?”

Sorprendida, pero convencida de que las noticias de que un chico había enfermado de gravedad habían corrido como la pólvora, Lourdes asintió. La chica asintió de vuelta, como si lo aprobase.

“¿Y tú qué has hecho para acabar aquí?”, preguntó Lourdes aliviada por la reacción de la chica.

“Mandar a una chica a la enfermería”, dijo como quien comentaba el tiempo, “usando un poco de artes oscuras”, Lourdes, instintivamente, movió la silla hacia atrás, ella se dio cuenta y sonrió, “aquí no puedo usar magia, la celda está encantada.”

Lourdes asintió tímidamente y carraspeó, “perdón, ha sido sin querer, no quería prejuzgar.”

“No te preocupes, estoy acostumbrada. Me llamo Amatista, por cierto”, dijo.

“Lourdes”, Amatista le tendió la mano y la estrechó.

“Las Artes Oscuras, al igual que los muggles y los squibs, están infravaloradas y completamente villanizadas”, empezó Amatista, “yo experimento con ellas pero no las quiero usar para dominar el mundo.”

“No creo que pueda opinar, solo he leído los libros de Harry Potter”, dijo Lourdes sin atreverse a mirar a la cara a Amatista.

“Las Artes Oscuras son tan útiles como la Herbología y las matemáticas, sólo hay que saber usarlas y cuándo. Por supuesto, hay límites como en todo, pero no creo que haya que demonizarlas solo porque la mayoría de los delincuentes las usan”, Amatista se había levantado y había empezado a caminar como una profesora dando clase, “. Obviamente, Voldemort y Grindewald no son ejemplos a seguir en términos de comportamiento y mentalidad, pero sus experimentos con la magia negra son dignos de estudio, y es lo que pretendo hacer.”

“Ve a Durmstrang”, intervino Lourdes.

“No, son unos cretinos”, dijo Amatista, “no hablan más que de ‘dominar a los muggles desde el yugo esclavizador de las Artes Tenebrosas’, la rama más patética de las Artes Oscuras, si te digo la verdad. No, yo no quiero dominar el mundo gracias a ellas, yo quiero canalizarlas de manera constructiva para ir hacia el futuro, no para volver al pasado.”

“Lo siento, no puedo llevarte la contraria ni estar de acuerdo, no tengo ni idea de lo que hablas”, dijo Lourdes.

“Hablo de cambiar España y el mundo, que dejemos de veros a los muggles y los squibs como seres inferiores y convivamos en armonía. El Gobierno Mágico os protege pero también os ignora, y quiero que eso cambie. Para empezar, que a los padres de nacidos de muggle se les informe de que existe la magia, no que se secuestre a los niños nada más nacer.”

“¿Cómo hacen eso?”, preguntó Lourdes, “creía que los primeros signos de magia aparecían a los siete años o así.”

“Ah”, dijo ominosamente Amatista, “la joya de la corona de la España mágica: el Encantamiento Neonatalicio. Descubrieron hace unos treinta años un encantamiento para descubrir si alguien tenía magia o no, y lo echaron en toda España, así que cada vez que nace alguien mágico, lo saben. Es magia oscura pero el Gobierno lo niega, naturalmente.”

Amatista se volvió a sentar y se quedó mirando a Lourdes. Lourdes intentaba mirarla a los ojos, como ella hacía, pero no podía evitar desviar su mirada, como si tuviese miedo de que Amatista leyese sus pensamientos y descubriese lo que pensaba de ella… ¿pero qué piensas de ella, Lourdes?, le preguntó una vocecita socarrona en su mente. Lourdes, evitando sonrojarse y con el corazón latiendo a mil, intentó sonreír a Amatista, pero se sintió idiota al hacerlo. Después de unos minutos en silencio, en los que Amatista miraba con interés a Lourdes mientras jugueteaba con su varita, Lourdes empezó a hablar a trompicones y tuvo que aclararse la garganta.

“¿Y qué opinas de los Horrocruxes?”, preguntó Lourdes.
Amatista tardó en contestar, midiendo mucho sus palabras, “opino que no son prácticos. Es muy interesante que pueda dividirse el alma, pero la verdad es que creo que es un dato curioso más que algo útil de verdad.”

“¿Y la Oclumancia?”, preguntó Lourdes, curiosa por saber si su incapacidad para leer la cara de Amatista se debía a eso.

“Alguien ha estado leyendo Harry Potter, ¿eh?”, respondió Amatista con una sonrisa pícara, “la Oclumancia sí es práctica, y me ha ayudado mucho este último año desde que aprendí.”

“¿Y sabes leer mentes también?”, preguntó Lourdes camuflando su preocupación.

“No, ni Oclumancia ni Legeremancia se enseñan aquí y todavía no me he documentado para aprenderla, pero lo haré; tardé tres años en aprender Oclumancia”, dijo conversacionalmente, y añadió, “y no entraría en tu mente sin tu permiso aunque supiese.”

Lourdes sonrió aliviada. A Lourdes se le ocurrió que quizá Amatista supiese cosas de su hermano sin la parcialidad de Veva, así que preguntó.

“¿Qué sabes de mi hermano?”

“No mucho, la verdad. Va a quinto y estamos en casas diferentes. Empezó a jugar este año al Quidditch, pero sólo jugó un partido antes de ponerse malo”, contestó Amatista.

“¿De qué jugaba?”

“Bateador”, dijo Amatista mientras bateaba una bola invisible.

“¿Y tú juegas?”, preguntó Lourdes sintiendo que la estaba interrogando demasiado.

“No”, contestó alegremente, “mi madre quería que siguiese su legado de Guardiana, pero se me da bastante mal volar”, Lourdes asintió y hubo un pequeño silencio mientras Amatista rebuscaba en sus bolsillos hasta que sacó una baraja de cartas, “¿quieres jugar? Son muggles, no me gusta cuando explotan.”

“Claro”, respondió Lourdes.

Empezaron a jugar y conforme pasaba el tiempo, Lourdes miraba más y más a Amatista, fijándose en sus ojos marrones y la sonrisa que se le ponía en la cara cada vez que ganaba. Llevaban casi dos horas cuando Lourdes oyó la puerta chirriar a su espalda.

Lourdes miró por encima del hombro hacia la puerta y vio entrar triunfante a Veva seguida de tres adolescentes más, dos chicas y un chico. La más bajita se quedó en la puerta, vigilando, mientras el resto se acercaba a ellas.

“¡Veva!”, dijo sorprendida Lourdes mientras se levantaba. Veva le tiró su mochila a Lourdes y miró a Amatista sin prestar mucha atención.

“Vamos, tu hermano no está aquí, tenemos que volver a Madrid”, dijo Veva, “esta es Deina”, señaló a la chica alta de pelo negro azabache, “y este es Mario”, señaló al chico con gafas circulares como las de Harry Potter y con un pelo repeinado y engominado, “son amigos de tu hermano también”. Se dieron la mano.

Mario miró a Amatista de arriba a abajo, “Amatista, ¿verdad?”, preguntó.

“Sí”, respondió ella un poco achantada.

“Gran maldición esa que echaste a María”, dijo Mario algo pomposo pero sonriente, Lourdes no pudo evitar pensar en Jorge y reprimió una risa burlona.

“Gracias”, dijo Amatista aliviada.

“Sí, sí, muy bonita, pero como no nos demos prisa nos van a pillar aquí y tenemos un vuelo que coger”, intervino Deina impaciente.

“Cierto”, dijo Mario volviéndose a Lourdes, “vamos a tener que ir a la playa lo más rápidamente posible, y para conseguir salvar a Iván tanto Veva como tú sois esenciales, así que si es necesario nos sacrificaremos por vosotras.”

“Eso significa que dejaremos que nos castiguen”, añadió rápidamente Deina al ver la cara de Lourdes, “nadie va a morir.”

“Yo no pondría la mano en el fuego, Deina”, dijo Veva, “el caso es que tenemos que darnos prisa.”

Las cinco empezaron a ir hacia la puerta pero Mario se detuvo, “¿deberíamos dejar salir a Amatista? 

El trato con Fulgencio era sacar a Lourdes, no dijimos de sacar a nadie más que pudiese estar castigado.”

“Oh, yo voy a ir con vosotras”, dijo Amatista mirando a Lourdes y luego a Veva, esperando aprobación.

“Igual la necesitamos, Mario”, dijo Veva, “es la mejor en Defensa contra las Artes Oscuras.”

“Y la mejor en Artes Oscuras también”, dijo Deina, mirando a Amatista de reojo.

Amatista sacó su varita y apuntó a Deina. Deina sacó rápidamente la suya. Lourdes se puso entre ellas y bajó sus varitas, “Amatista viene.”

“Cuidado, muggle…”, empezó Deina, pero nunca acabó la frase.

La chica en la puerta vigilando había entrado.

“¡Tenemos compañía”, dijo gritando mientras sacaba su varita, “y es todo el profesorado!”

El resto sacó sus varitas, Deina y Amatista las volvieron a alzar, y Veva cogió del brazo a Lourdes y empezó a guiarla hacia la puerta, “pase lo que pase, no te separes de mí.”

lunes, 15 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte IV

[Finfiction de Harry Potter][previously http://cineyotroscuentos.blogspot.com.es/2016/02/lourdes-murillo-y-el-hermano_8.html ]

La oscuridad de la tormenta y la espesura del bosque por el que caminaban daban la apariencia de que era la mitad de la noche. Los relámpagos y rayos iluminaban esporádicamente sus caras, cuerpos y sus circunstancias, dando a Lourdes la sensación, por usos segundos, de que estaba en una discoteca con luces relampagueantes.

Avanzaban contra el viento que, ahora que tenía que ir contra él por voluntad propia, hacía que cada paso que daban fuese una conquista. Lourdes se tapaba de vez en cuando la cara con una mano en la que sujetaba un cuchillo, pero inmediatamente después de darse cuenta de lo que hacía la bajaba para evitar sacarse un ojo. Veva, un par de pasos delante, se tapaba con la mano en la que no llevaba la varita.

“¡Oye!”, empezó a gritar Lourdes, “¿no había un hechizo o encantamiento para impermeabilizar nuestras caras?”

“No soy buena en encantamientos”, contestó Veva sin girarse, dejando que el viento llevasen las palabras a Lourdes, “sé que existe pero no sé cómo es.”

“¡Yo sí!”, gritó entusiasmada Lourdes, orgullosa de saber algo que una bruja no sabía, “¡es impervius, creo!”

Veva se apuntó a su cara y dijo el encantamiento. Inmediatamente su cara se secó y la lluvia abandonó su afán de querer penetrar la piel de Veva. Cuando se dio cuenta de que había funcionado, se giró e hizo lo mismo a la cara de Lourdes. “¡Gracias!”

“A ti, friki”, contestó Veva con una sonrisa cargada de emociones contradictorias.

Siguieron caminando, todavía luchando contra el viento y la lluvia, pero sin tener que entrecerrar los ojos y esquivar las gotas más peligrosas. Más de una vez, Lourdes creyó ver algún animal trotar o volar a su alrededor, pero se sentía segura detrás de sus dos cuchillos y de Veva. De hecho, a la hora de ir caminando por el bosque, oyeron un crack que venía desde arriba y vieron cómo varias ramas robustas y troncos bajaban en favor del viento, acercándose peligrosamente a donde estaban.
Para asombro de Lourdes, cada uno de esos troncos y ramas se convirtió en un pájaro enorme, a Lourdes no le dio tiempo a distinguir qué animal era, aunque juraría que eran enormes buitres, porque remontaron el vuelo a favor del viento. Miró a Veva, que todavía apuntaba con su varita al sitio del que venían los troncos y su expresión era de absoluta concentración. Le devolvió la mirada, sorprendida de sí misma se encogió de hombros y gritó “¡Nunca había conseguido hacer el hechizo sin pronunciarlo!”

“Me encargaré de que tu profe de Transformaciones te ponga un diez.”

Por fin, llegaron a la linde del bosque y Lourdes vio el castillo nítidamente a la luz de un relámpago. Parecía viejo y necesitado de una reforma. Muchas ventanas tenían tablones de madera y aunque esperaba que los hubiesen puesto para combatir la tormenta, tenía la sensación de que no era así. Había luces en las ventanas que todavía tenían cristales, pero la vulnerabilidad del castillo ante la tormenta era abrumadora.

“Lo más humillante”, dijo Veva mientras se sentaba en una roca a descansar, “es que siguen intentado entrar en el Torneo de los Tres Magos. Desde que Durmstrang se negó a competir, esa plaza se la juegan el resto de escuelas de Europa.”

“Pero da igual que el castillo se caiga a cachos, si hay talento…”

“La mayoría de los alumnos, especialmente los nacidos de muggle, superan con creces en talento y poder a los profesores. El problema, es que los profesores se encargan en jodernos la vida para siempre.”

“¿Cómo van a hacer eso? Si tienen menos talento…”

“Siempre encuentran un modo de desmotivarnos”, dijo Veva tajantemente.

Observaron en silencio el castillo y la tormenta. Lourdes se dio cuenta de que Veva estaba pensando porque tenía la misma cara de concentración que cuando estaban en el parque. Se limitó a asentar puñaladas y tajadas a uno de los árboles del linde. Veva dio un vistazo fugaz a lo que hacía Lourdes, miró el árbol preocupada pero luego siguió a los suyo.

“Vamos a entrar ya”, dijo Veva al rato, “la enfermería está siempre desierta porque todos tienen miedo de que Iván les contagie, sólo está el enfermero y es de fiar.”

“¿Y voy a entrar alegremente por la puerta?”, preguntó Lourdes, exudando sarcasmo.

“Sí”, respondió Veva sonriendo pícaramente, “voy a hacer que vengan dos túnicas para poder vestirnos como es debido, porque se me olvidó meterlas en la maleta, y luego vamos a entrar por la puerta. Si tenemos suerte nadie nos mirará dos veces y llegaremos a la enfermería en menos que canta un gallo.”

“¿Y si no tenemos suerte?”

“Habrá sido un placer conocerte”, dijo mientras se levantaba de la roca, dejando a libre interpretación si insinuaba que iba a morir ella o Lourdes, o ambas, “¡accio!”

Al poco, surcaron el cielo dos masas negras que resultaron ser sus túnicas. Veva le dijo a Lourdes que su pusiese una y, de paso, le dijo que era el único encantamiento que fue capaz de hacer a la primera en clase porque, durante los años anteriores a empezar a estudiar los encantamientos de invocación, lo practicaba prácticamente todas las noches para poder comer helado.

Vestida en túnicas, y sintiéndose entre idiota y épica, Lourdes siguió a Veva a la puerta del castillo dejando la mochila segura dentro del bolso de Veva. La abrieron sin problemas y no había nadie en la entrada. Caminaron a buen paso pero sin correr por pasillos.

“¿No tenéis fantasmas en el castillo?”, preguntó en un susurro Lourdes.

“Nop, hubo durante un tiempo pero tuvieron que echarlos porque el ectoplasma que dejaban era horrible”, respondió Veva y, anticipándose a la pregunta de Lourdes, siguió, “aquí no tenemos elfos domésticos que limpien todo, los esclavos en este país son los squibs, están peor considerados que vosotros muggles. Y el ectoplasma solo se puede limpiar con magia.”

“Preferiría haber ido a Hogwarts, la verdad.”

Se cruzaron con dos o tres personas antes de llegar a la enfermería, pero ninguna parecía conocer a Veva. Entraron en la enfermería y, para horror de Veva, no estaba vacía. Un hombre anciano y una mujer entrada en años hablaban delante de una cama habitada por una chica de no menos de diecisiete años que parecía dormir apaciblemente, y el resto de camas estaban vacías. El anciano vio primero a las dos chicas entrar y gesticuló a Veva con la mano, aprovechando un momento en el que la mujer no miraba, que se fueran. Veva empujó con fuerza a Lourdes fuera de la habitación y le susurró algo muy parecido a un “escóndete”, luego cerró la puerta detrás de sí misma mientras empezaba, “Profesora Ramírez, quería hablar con usted…”

Pero Lourdes no consiguió oír nada más y miró a su alrededor. El pasillo estaba vacío, pero sin la protección de Veva parecía mucho más aterrador. No sabía a dónde ir, pero sabía que si se quedaba en algún momento saldrían de la enfermería. Creyendo que todo estaba perdido, decidió que si la iban a pillar, que la pillasen bien, así que en vez de volver por donde habían llegado, echó a caminar hacia el otro lado.

Pasó por varios pasillos sin encontrarse con nadie, hasta que un megáfono tronó en el castillo, informando que la cena estaba a punto de ser servida. Miró su reloj y vio que eran ya las ocho. Así que habían tardado más de dos horas en caminar por el bosque. Los pasillos empezaron a llenarse de gente que iba al comedor y se dio cuenta de que caminaba contracorriente. Deseando que la tragase la tierra, consiguió que la gente solo la insultase sin fijarse en quién era. Cuando se vio libre, echó a correr hasta entrar en una clase.

Se sentó en el suelo, en una esquina de espaldas a la puerta, y se tapó la cara como una niña pequeña, creyendo que si no veía a nadie, nadie la vería. Pasó así un rato hasta que la puerta se abrió de par en par y entró la mujer que había visto en la enfermería.

“Así que es cierto lo me dijo Tomajoc, ¿eh?”, dijo mirando hacia abajo, al ovillo que era Lourdes, “una muggle dentro del castillo. Lo que nos faltaba. ¡Levántate!”

Caminaron por los pasillos, la mujer apretando la punta de su varita contra su espalda. Notaba cómo la punta de la varita estaba caliente y podía sentir la ropa que vestía chamuscarse poco a poco. “Tu hermanito no está aquí, escoria, te has sacrificado para nada”, en la voz de la mujer no había triunfo ni desdén, tampoco ironía ni sarcasmo; su voz era áspera pero hablaba la verdad y decepción, como si hubiese esperado que Veva hubiese conseguido meterla en el castillo sin que nadie la viese y haber salvado a su hermano, “te voy a meter en la celda de castigo hasta que decidamos qué hacer contigo, pero no tengas muchas esperanzas, la ley es clara.”

Según avanzaban, las paredes encogían y le parecían más y más insignificantes. ¿Qué podía hacer salvo resignarse a que todo era real y que acabaría muerta o desmemoriada en algún lugar de esa isla? Fue bonito mientras duró, tener hermano. Un hermano desconocido, pero vivo. Puede que ahora se encontrase con él, sea donde sea, puede que consiga lo que su madre ha estado intentando todos estos años, volver con esa persona a la que nunca conoció, esa persona perfecta, ese ideal. Mientras caminaba por esos pasillos que resonaban y rebotaban el sonido en sus paredes de roca, durante un momento, creyó que ese era su final feliz.


lunes, 8 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte III

[Fanfiction del universo Harry Potter][Previuosly http://cineyotroscuentos.blogspot.com.es/2016/02/lourdes-murillo-y-el-hermano_1.html]

“¡Lourdes!”

Lourdes rodó en la cama, huyendo de la voz.

“¡Lourdes, despierta!”, reconoció a Veva en la voz, lo que significaba que no había soñado todo. Pero el tono de preocupación y exaltación en su voz le hizo despertar más rápido de lo normal.

“¿Qué pasa?, preguntó aún somnolienta. Veva estaba sentada al pie de su cama, con un espejo en la mano y mirando furtivamente a través de la ventana a dos hombres hablando con el dueño de la posada.

“Creo que ha llegado aquí la policía mágica. He hecho magia mientras dormía.”

“¿Puede pasar?”

“Sí”, Veva le dio el espejo y se miró. Lourdes ahogó un grito gracias a que Veva le tapó la boca con la mano a tiempo. Estaba absolutamente calva, pero las cejas le habían crecido muchísimo y le había salido una barba espesa, larga y castaña.

“¿Qué has hecho?”, preguntó horrorizada Lourdes.

“Tranquila, le pasa a todo el mundo que me cae bien. Si me cayeses mal tendrías dos brazos más y ninguna pierna. En cuanto lleguemos al colegio te cambio, si uso magia conscientemente ahora nos pillarán.”

“Parezco…un sabio chino”

“Eso es racista. Vamos, cuanto antes salgamos antes te puedo arreglar.”

Veva la levantó de la cama y la ayudó a vestirse. Le metió en la boca un croissant y le dijo que se lo comiese de camino a la playa.

Salieron a la calle desierta. Estaba muy nublado y tenía toda la pinta de ir a llover. Empezaron a ir hacia el coche pero en cuanto oyeron voces acercarse corrieron a meterse en el maizal que había cerca. Aunque no las tapaba enteras, gatearon fuera de la vista. Vieron cómo los dos hombres, que no camuflaban ser magos vistiendo largas túnicas oscuras, entraban en su apartamento precedidos por el propietario de la posada.

Pasaron un par de minutos hasta que volvieron a salir y se metieron en el otro apartamento, el posadero estaba muy confuso porque creía que les había dado ese apartamento. Cuando salieron del otro apartamento, los dos hombres estaban claramente enfadados. De la varita de uno de ellos salió un rayo de luz rojo que dio de lleno en la espalda del posadero y lo lanzó un par de metros hacia adelante.

Lourdes ahogó un grito, esta vez ella sola, y buscó en silencio en su mochila por los cuchillos y los sacó. Veva susurró una risa, “no creo que te sirvan de mucho, pero más vale prevenir.”

“Tú te encargas del campo, yo voy por la carretera”, oyeron que decía un hombre. El otro, claramente más estúpido, gruñó en señal de aprobación y se dirigió hacia ellas.

Lourdes entró en pánico, pero Veva cogió un pedrusco no muy grande del suelo y lo lanzó todo lo silenciosamente que pudo hacia el maíz que había más lejos. El hombre lo oyó caer y fue hacia ahí, dándoles la espalda. Veva cogió uno de los cuchillos de Lourdes y le gesticuló que la siguiera. Con el otro hombre fuera de la vista, salieron del maizal y se acercaron sigilosamente al hombre. El césped ahogaba sus pasos y Lourdes intentaba no respirar para no delatarse. Creía saber qué quería hacer Veva. Veva se adelantó a ella y saltó sobre el hombre.

En cuanto Veva saltó, Lourdes corrió también hacia él, y al tiempo que Veva lo sorprendía y le tapaba la boca, Lourdes le quitó la varita de las manos. El hombre, sorprendido, tardó unos segundos en reaccionar y para cuando quiso empezar a zafarse de Veva, Lourdes le puso el cuchillo en el cuello. El hombre paró inmediatamente de moverse, aunque mordió a Veva en la mano y ella le dio una patada en la entrepierna. Mientras se retorcía en el suelo, le dio con la empuñadura del cuchillo con todas sus fuerzas en la cabeza y paró de moverse inconsciente.

“Qué ordinario”, dijo Veva, “odio no poder usar magia.”

Lourdes se quedó mirando la varita que tenía en sus manos. Le sorprendió lo pesada que era comparada con cualquier otro palo de madera y se preguntó de qué árbol y qué núcleo tendría. La sopesó y vio a Veva mirándola sonriente.

“Quédatela si quieres”, dijo alegremente, “aunque dudo que te vaya a servir de algo.”

“Pero no quiero dar la razón a Umbridge”, dijo Lourdes muy preocupada. Veva la miró levantando una ceja. Sonrió y se acercó a ella. Le puso la mano en el hombro, como si fuese mucho más anciana y sabia que ella, y dijo, “yo creo que es hora de que los muggles os divirtáis un poco.”

Lourdes sonrió y se guardó la varita en la mochila, “no deberíamos ir en coche, lo han visto.”

“Tienes razón”, dijo Veva, “vamos campo a través, no estamos muy lejos de la playa.”
Echaron a caminar a través del maizal, Veva mirando cada poco hacia atrás. La sonrisa en su cara hizo pensar a Lourdes que haber noqueado a ese tipo la había puesto de buen humor.

Después de estar caminando un rato en silencio, y con la posada tan lejana que no se distinguía bien, Veva rompió el silencio.

“¿Cuántos años tienes?”

“Diecinueve, ¿y tú?”

“Quince,  los mismos que Iván”, dijo Veva, “vamos a la misma clase.”

“¿Y qué asignatura te gusta más?”, preguntó Lourdes recordando las asignaturas de los libros.

“Pociones y Herbología. Son muy complementarias y me encanta hacer mejunjes. Gracias a que soy una especie de friki de las pociones sé cómo hacer la poción que necesita Iván. Tengo todo preparado, solo me faltaba tu sangre y hacer la poción en sí, que si se hace bien se tarda solo cinco minutos.”

“Entonces no será tan difícil, ¿no?”, preguntó Lourdes.

“Oh, sí, tiene muchísimos y complejos pasos y el orden es inamovible. Y si me tardo más de cinco minutos se va al garete, y los ingredientes me han costado muchas detenciones conseguirlos.”
Tardaron otros cinco minutos en llegar a una playa. Bajaron las escaleras del acantilado y en cuanto pisaron la arena empezó a tronar. “Mierda”, dijo Veva.

“¿Cómo vamos a llegar a la isla?”, preguntó Lourdes.

“Volando”, dijo Veva mientras sacaba de su bolso dos escobas, “pero no contaba con tener que volar en medio de una tormenta. Bueno, al menos cuando lleguemos las medidas de seguridad estarán hechas trizas, no soportan una tormenta.”

“El colegio parece que es lo contrario a Hogwarts.”

“Lo es”, dijo Veva, “los políticos se han cargado la educación, reformas educativas cada vez que hay un ascenso o un despido.”

Del bolso Veva también sacó un hilo plateado y brillante que parecía no tener fin. Ató un extremo en la punta de una escoba y el otro extremo, en el final de la otra. Le lanzó la escoba con el hilo en la punta a Lourdes y se quedó ella con la otra.

“Me vas a seguir”, empezó Veva, “no tienes que hacer absolutamente nada, solo agarrarte muy fuerte y dejarte llevar. El hilo aguantará, es de acromántula.”

Lourdes se subió a la escoba y le sorprendió reposar el culo en un cojín invisible, habiéndose preparado a perder la virginidad a ese palo de escoba, “¡hey, está mullido!”

“Claro, ¿te crees que es siglo XV?”, dijo divertida Veva, “agárrate.”

Despegaron y Lourdes creía que le daba algo. Empezó a reírse a carcajadas, afortunadamente camufladas en los truenos, porque estaba volando en una maldita escoba. Mientras reía porque estaba volando, también reía porque estaba volando en una escoba, y las escobas no son objetos que vuelan según las leyes de la física y la hostia contra el suelo podía ser interesante, también reía porque tenía miedo de que el hilo se soltase y tuviese que dirigir ella la escoba, y no sabía si respondería a las ordenes de una muggle. También reía por cuestiones menos serias como que le diese un rayo y se cayese al agua.

Después de la excitación inicial, se relajó cuando llevaban volando lo que calculó que era media hora. Ahora solo tenía frío (especialmente en su cabeza calva), estaba empapada y toda la alegría se había ido, aunque sus preocupaciones seguían en su mente.

Por fin, después de unas cuatro horas, como poco, vio una isla. Pero la isla era una montaña de basura. No le veía el más mínimo interés y no quería acercarse a ella. Justo cuando estaba a punto de gritarle a Veva que diesen la vuelta porque se había olvidado dar de comer a su padre, atravesaron una especie campo de fuerza que solo debió sentir Lourdes porque la montaña de basura se había convertido en una isla montañosa con acantilados y una única playa grande. Vio un castillo grande e imponente, y no podía evitar pensar que  era una triste pero eficaz copia de Hogwarts, al menos tal y como lo había visto en las películas.

“¡VAMOS A ATERRIZAR EN LA OTRA PUNTA, PARA QUE NADIE NOS VEA!”, gritó Veva.

Se dirigieron a la montaña más grande, donde juraría haber visto un grupo de centauros galopar, y aterrizaron en un claro del bosque. Como Veva le había dicho que no hiciese nada, mientras que ella frenaba poco a poco, Lourdes siguió descendiendo por la inercia de la velocidad y gritó hasta que el frenazo de Veva desde atrás, gracias al hilo, la frenó a un par de metros del suelo. Lamentablemente, se olvidó de agarrarse y salió despedida contra el suelo.

“Lo siento, debería haberte dicho cómo íbamos a aterrizar”, dijo Veva mientras Lourdes se levantaba dolorida. Veva murmuró algo mientras apuntaba a Lourdes y sintió cómo el pelo la crecía de nuevo, y la barba desaparecía y las cejas volvían a la normalidad. Cuando notó que su pelo estaba a la altura de la media melena que siempre quiso, le pidió a Veva que parase.

“Llevaba posponiendo ir a la peluquería meses, gracias.”

“No hay de qué”, dijo Veva mientras miraba si reloj, “son las cuatro de la tarde, así que llegaremos a eso de las seis, más o menos cuando hayan acabado las clases.”

Se adentraron en el bosque.

“Deberías sacar tus cuchillos”, dijo Veva, “igual los necesitas.”

lunes, 1 de febrero de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte II

[Fanfiction del universo Harry Potter] [Previously http://cineyotroscuentos.blogspot.com.es/2016/02/lourdes-murillo-y-el-hermano.html]

Esto no puede estar pasando, pensó Lourdes mientras caminaba con Veva hacia el psiquiátrico en el que estaba su madre. No se podía creer lo que le había contado esa chica. Iba a tener que dejarla en el psiquiátrico con su madre, sin duda. ¿Su hermano un mago? No, no se lo podía creer. Pero quería creérselo, quería creer que su hermano estaba vivo. Veva le había explicado que estaba gravemente enfermo, y que solo una poción muy poderosa y difícil de hacer podía salvarlo. Y para poder hacerla había que usar sangre fraternal fresca y recién extraída del sujeto; al menos con cinco gotas valían, no había que drenarla. Veva le había dicho que eso era un alivio porque algunas pociones requerían mucha más sangre, aunque en general era sangre de animales, mucho menos valiosa que la humana a la hora de hacer ese tipo de pociones, y la sangre fraternal era un tipo de sangre lo suficientemente compacta como para permitir al donante la supervivencia.

Bueno, ahora llegas al psiquiátrico y les preguntas si pueden ver a Veva, pensó Lourdes. Veva había accedido a ir con ella al psiquiátrico a visitar a su suegra, pero le imploró que luego pusiesen rumbo inmediatamente hacia el colegio de magia. ¡Colegio de magia! El torrente de imágenes de los libros de Harry Potter y sus películas no había parado de pasar por delante de sus ojos desde que había decidido tener serias dudas acerca de la locura de la tal Veva. Sin duda tenía sentido lo que decía, siempre y cuando aceptase que la magia existe y lo que creía que era ficción era en realidad verdad de la buena.

Llegaron al psiquiátrico y todos los presentes confirmaron la existencia de Veva, lo cual no le extrañó, ya que todos en el supermercado la habían visto, pero sintió que al confirmar la existencia de Veva confirmaban la existencia de la magia, y no sabía si llorar de alegría o tener directamente un ataque de pánico. Pasó a hablar con su madre, y le dijo que iba a tomarse unas pequeñas vacaciones y que si todo salía bien volvería con alguna buena noticia que otra, aunque omitió la parte de que su hermano era un mago gravemente enfermo, por si eso era todo un producto de su imaginación, al fin y al cabo había precedentes de problemas mentales en su familia.

“¿A dónde vamos?”, preguntó Lourdes cuando ya estaban esperando al metro.

“A una isla en el norte de España, ahí es donde está el colegio”, respondió Veva con obviedad.

“¿El colegio está en una isla?”

“El colegio es la isla.”

“¿Y cómo vamos?”

Veva tardó en responder.

“¿Tienes coche? Es que no puedo usar magia y he venido haciendo dedo desde la costa, allí podemos coger una escoba, pero no me atrevía a volar tierra adentro por si me veía alguien… o me caía.”

“Tengo coche”, respondió Lourdes, “aunque hace mucho que no conduzco.”

“Pero tienes permiso para conducir, ¿no?”

“Sí, tengo carnet.”

El resto del trayecto lo pasaron en silencio. Observando más detenidamente a Veva se dio cuenta de que sus ojos hablaban mucho más que ella. Eran profundos y estaban inquietos, estaban llenos de miedo, pero un terror totalmente diferente al de Jorge. El terror de Jorge era un terror excitante y expectante, que esperaba lo peor pero sin ser el fin del mundo. El terror en los ojos de Veva era mucho más complejo y verdadero, era un terror incierto, que no sabía qué le depararía el futuro, no sabía qué esperar. Lourdes pensó que Veva debía querer mucho a su hermano, pero se dio cuenta de que más que terror a que muriese, debía ser miedo a que la pillasen. Por lo que le había dicho, el castigo en España era mucho peor que el castigo de los libros de Harry Potter.

Lourdes subió a su casa y empezó a meter cosas en una mochila. Cogió ropa para cambiarse, los libros de Harry Potter y metió también un par de cuchillos de cocina por si acaso.

El viaje en coche estuvo presidido por un silencio tenso, pero amistoso. Claramente Veva tenía demasiado con lo suyo como para que Lourdes ahora empezase a acribillarle con preguntas sobre magia, así que se limitó a respetar el silencio y dispersar sus preguntas a lo largo del viaje. Sin embargo, necesitaba preguntarle sobre su hermano.

“¿Cómo se llama?”, preguntó al poco de empezar el viaje.

“¿Quién?”, Veva parecía distraída, “ah, sí, Iván.”

“¿Y cómo es?”

“Es un gran tipo, le apasionan las criaturas mágicas.”

“¿Y cuánto lleváis saliendo?”

“¿Eh?”, Veva no parecía querer participar mucho de la conversación y ella misma se dio cuenta de ello, “perdón, estoy intentando pensar un plan para meterte en el colegio pero me cuesta mucho pensar.”

“Perdón, no quería molestar.”

“No, no, no molestas”, se apresuró a decir Veva, algo avergonzada, “me cuesta pensar en general, pienso muy rápido y durante poco tiempo en una misma cosa, me cuesta concentrarme. Llevamos un año.”

Se hizo el silencio, y Lourdes puso la radio.

“¡Radio muggle, qué rara!”, Veva parecía haber resurgido de su apatía.

“Creía que vuestra radio funcionaba igual que la nuestra.”

“Funciona igual, pero habláis de cosas muggles”, una sonrisa se había dibujado por primera vez en la cara de Veva, “siempre tuve curiosidad de leer la versión muggle de la biografía de Harry Potter también, para ver si hablaba también de cosas muggles.”

“Los he cogido, están en la bolsa ahí atrás. Coge uno si quieres”, dijo Lourdes.

“Vale, gracias.”

Y Veva leyó el resto del viaje. Solo levantó la cabeza para dar instrucciones, y de vez en cuando soltaba unas risotadas muy fuertes. Lourdes no sabía si era por la horrible representación de la biografía o porque entendía las bromas que ella había entendido y que, por lo tanto, debía ser humor muggle.

Al parecer el colegio debía estar en algún lugar al norte de Cantabria, porque llegaron a un pequeño pueblo llamado Castanedo para  a pasar la noche. Veva le dijo que conocía una posada muggle que estaba acostumbrada a hospedar magos, aunque no de forma tan habitual como para que la policía mágica tuviese un puesto permanente, y fueron allí. Llegaron a las diez de la noche y Lourdes estaba segura de que no habría sitio. Pero no contó con que era finales de Enero y que era temporada baja no, lo siguiente.

La posada no era muy grande, tenía unas seis habitaciones y dos apartamentos aparte y estaba cerca de una granja, rodeada de campo y cultivos de maíz. Veva tenía una cantidad ingente de dinero, aunque parecía no saberlo, así que pudieron pasar la noche en un apartamento con dos habitaciones. Justo cuando Lourdes iba a decirle a Veva que no tenían comida, ésta saco de su pequeño bolso una pata de jamón y varios alimentos.

“Si querías que me creyese que eras maga tendrías que haberme enseñado eso lo primero”, dijo boquiabierta Lourdes.

“Bruja.”

“¿Perdón?”, Lourdes se achantó.

“Que soy una bruja, no una maga.”

“¿Cómo que no eres maga? Si mi hermano es mago, tú también.”

“Yo no puedo ser maga y él no puede ser brujo. Es una estúpida tradición basada en un una estúpida traducción del inglés.”

“Pero eso es sexista.”

“Es el país en el que vivimos. Incluso en Hogwarts han empezado a usar witch y wizard para gente del género contrario. Pero vivimos en un país retrógrado. Se supone que yo tendría que odiarte ahora mismo, porque odiamos a los muggles”, dijo Veva, enfadándose según hablaba.

“Otra palabra heredada del inglés, ¿no?”

“Sí”, dijo amargada, “y todo porque teníamos que imitarlos en todo, allá en la Edad Media, les imitamos tanto que los muggles tuvieron que crean la Inquisición para pararnos los pies.”

“¿Apoyas a la Inquisición?”, preguntó asombrada Lourdes.

“¡No!”, dijo Veva, tan colorada como su pelo, “¡sólo digo que entiendo que la empezasen! Empezó como una organización para cazar brujas y magos porque había asesinatos en masa casi todos los meses, pero eso acabó en guerra entre vosotros porque nunca creéis que la magia exista.”

“Yo creo en la magia ahora.”

“No. Crees que tu hermano está vivo, y por eso aceptas la magia.”

Lourdes aceptó su argumento en silencio porque, aunque cada vez le costaba más negar la existencia de la magia, sobre todo después pimplarse casi sola el jamón pata negra más rico de la historia, lo que más quería creer era que su hermano estaba vivo.

Cuando acabaron de cenar, hablaron un poco más del racismo y el sexismo que hay en España, tanto en la muggle como en la mágica. Por ejemplo, le asombró a Lourdes que el colegio de magia español hubiese cogido Hogwarts como modelo a seguir y diferenciase a los magos y brujas en cuatro casas: los sangre-sucia, los mestizos con padre muggle, los mestizos con madre muggle, y los sangre-limpia. Veva dijo que se iba a leer, porque le estaban apasionando los libros, mucho más entretenidos que las biografías aburridas de Harry Potter y toda la gente que participó en la historia.


Esa noche, Lourdes estuvo casi una hora dando vueltas en la cama, pensando en cómo había empezado el día y cómo lo había acabado y, con el temor de que al despertar todo hubiese sido un sueño, cayó en los brazos de Morfeo.

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte I

[Fanfiction del universo de Harry Potter]

La niebla en la calle Pamplona abrazaba los edificios y no los dejaba respirar. El despertador retumbó en los tímpanos de Lourdes Murillo con la furia habitual. Se incorporó automáticamente y lo apagó sin mirarlo, mientras apartaba las sábanas y las mantas bajo las que había dormido esa noche. Medio dormida y con los pelos revueltos, caminó hasta el cuarto de baño.

Para desayunar cogió unos cereales del armario y se echó un poco de leche en un bol. Vertió con suavidad los cereales sobre la leche, para no salpicar, y removió cinco veces los cereales sentido las agujas del reloj y luego seis hacia el otro lado. Se imaginó que salía humo y que había conseguido por fin hacer una poción mágica, como en los libros que tanto le habían gustado de pequeña. Pero se los comió en silencio mientras su padre entraba en la cocina y sacaba de la nevera una cerveza. Lourdes pensó en lo típico que era su padre, y la vergüenza que le daba no salir del estereotipo de clase trabajadora española. Bueno, bien pensado, no a todas las familias trabajadoras españolas le habían secuestrado a su hijo recién nacido. Aunque curiosamente últimamente estaba en boca de todos, o al menos lo estuvo durante un par de semanas, las movidas que hubo con unos niños robados. Vaya país de mierda, pensó Lourdes mientras bebía del bol la leche restante.

Se vistió y salió a la calle, rumbo al trabajo. Cabeza de familia, a su pesar. Todavía medio dormida caminó hacia el Mercadona de su barrio mientras escuchaba los dulces tonos de Taylor Swift en su iPod. Pasó de la calle Pamplona a Francos Rodríguez y de ahí a la calle donde estaba su trabajo. Entró antes que nadie en el supermercado y se sentó en una caja. Sacó su distintivo empresarial (la tarjetita con su nombre) y se sentó a esperar.

Su día empezó como todos, y no cambió de rutina en toda la mañana. Era un lunes poco transcurrido, pero Jorge, su jefe, se las apañó para tocarle las narices un poco.

“Despierta, Lourdes”, Lourdes abrió los ojos y la luz blanca de los fluorescentes la cegó durante unos segundos, hasta que distinguió la figura de Jorge, colocándose sus gafas de pasta con el dedo índice, que la observaba con aires de reproche mientras él cobraba en la caja. “¿Otra vez de fiesta hasta las mil o qué?”

“Qué va, me tocó pasar la madrugada en urgencias”, respondió Lourdes mientras bostezaba sin molestarse en tapar la boca, “mañana estaré más despierta.”

“Eso espero, no quiero volver a hacer tu trabajo otra vez.” Jorge dejó a la anciana clienta a mitad de cobrarla y caminó con aires de superioridad hacia su despachito. Lourdes acabó de cobrar a la anciana mientras luchaba por quedarse despierta.

Pasó la tarde somnolienta y cuando se preparaba a cerrar el supermercado, Jorge salió de las sombras de su despacho. “¡Espera!”.

“Joder, tronco, luego me quedo yo dormida en el trabajo”, reprochó Lourdes mientras le sostenía abierta la verja. Jorge salió agachado mientras mostraba obscenamente en dedo corazón a Lourdes.
Echaron a andar juntos, en un silencio incómodo. Lourdes veía la cara de Jorge a cada poco que pasaban por debajo de una farola y ésta reflejaba una lucha interna en su mente. Se temió lo peor y pidió a cualquier dios que escuchase que Jorge no hablase en todo el rato. Aceleró un poco, con la esperanza de desprenderse de él, pero Jorge hizo lo mismo, manteniéndose al mismo nivel que ella.

“Oye, Lourdes”, empezó, “sé que soy tu jefe y no deberíamos y que soy bastante mayor que tú…”, sí, estaba pasando, maldita sea, pensó Lourdes mientras miraba a las de repente maravillosas fachadas que normalmente eran aburridas y mugrientas, “…pero me gustaría saber si querrías ir a tomar algo algún día por ahí, después de currar.”

“No deberíamos, tienes razón”, le concedió Lourdes, esperando que el estricto y ejemplar jefe Jorge estaba acostumbrado a ser diese por zanjado el asunto, ganando así al socialmente inadaptado y nervioso Jorge que estaba ahora en su presencia. Lo miró de reojo y vio que la batalla interna seguía teniendo lugar, y la expresión de su cara era de terror.

“Pero si quieres, podemos saltarnos las reglas…” aventuró Jorge, entre esperanzado y atemorizado. Tenía que admitir que se lo estaba currando, la verdad, pensó Lourdes mientras se daba cuenta de lo interesante que eran sus uñas a la amarilla luz de las farolas.

“Joder, tronco…”, decidió que había que quitar la tirita de golpe, “tienes 34 años y eres mi jefe. Y no te encuentro atractivo para nada, o sea, cero. Y eres un coñazo de jefe, la verdad, no paras de darme la murga, tío. Así que no, no quiero.”

La pizca de esperanza que la aterrorizada cara de Jorge dejaba entrever desapareció de sopetón, retomó una expresión austera y pomposa, y se giró a mirarla. Sus ojos, aunque irradiaban dolor, también respiraban alivio y la escrutaban como un jefe escruta a su empleada. Menos mal, pensó Lourdes, que me he quitado eso de en medio, ya empezaba a no soportar que Jorge forzase todas esas caminatas nocturnas para intentar acumular el valor para hacer algo que estaba perdido desde el día en que le dijo que dudaba mucho que consiguiese ascender de cajera porque si él, que tenía un doctorado, no pasaba de encargado de sucursal, ella no pasaría de cajera a jornada doble.

Lourdes miró su desnuda muñeca izquierda y exclamó: “¡Mira mi muñeca, qué tarde llego!”, y salió corriendo hacia su casa.

Pero en casa no le esperaba un panorama mejor que el que Jorge le ofrecía. Su padre estaba tirado en el sofá, boca abajo y con una pierna apoyada en el suelo, con un par de latas de cerveza en el suelo. Le gustaría decir que le alivió ver que todavía respiraba, pero no la verdad es que sólo fue capaz de pensar en que ahora tendría que llevarlo a su cama. Fue al cuarto de sus padres y vio que todavía no habían dado el alta a su madre. Entendió que la habrían llamado, pero después de episodios como el de anoche, en el que se había intentado suicidar, normalmente su madre tenía un pico de hiperactividad e híper-felicidad, así que no le habría extrañado nada en absoluto que hubiese insistido en volver sola a casa.

Mientras se preparaba unos canelones congelados, llamó al hospital para saber qué tal estaba. Le dijeron que había vuelto a intentarlo otra vez y que había que llevarla a un psiquiátrico. Aunque se había prometido no llorar por lo que le pasaba a su madre, no pudo evitarlo y prometió al hospital que al día siguiente por la tarde iría a por ella y la llevaría a donde quiera que la dijesen que la llevase. 
Muy majos los del hospital, le dijeron que no se preocupase y que ya podría ir a visitarla al psiquiátrico público al que la iban a enviar por la mañana a primera hora. Lourdes durmió mal esa noche, pero al menos durmió.

Al día siguiente hizo de tripas corazón y le pidió el favor a Jorge de que le dejase la tarde libre para ir a ver a su madre al psiquiátrico. Él, que parecía haber olvidado lo que había pasado ayer, le dijo que sin problema, con la condición de que el viernes cubriese el puesto de Lucas. A mediodía, sin embargo, algo raro pasó. Algo raro y absolutamente real que hizo que su concepción del mundo cambiase y que sus prioridades virasen 186º.

Una adolescente a la que no echaba más de quince años entró en el supermercado vistiendo ropas extrañas. Llevaba un abrigo de plumas entre abierto, que dejaba entrever un top y una camisa debajo del top, unos vaqueros y una zapatilla de cada color. No pasó dentro del supermercado, sino que se quedó mirando las cajas con aire distraído pero fijándose mucho en las caras de los empleados y empleadas. Vio a Lourdes, leyó su tarjetita y caminó hacia ella con mucha decisión.

“¡Hola! ¿Eres Lourdes Murillo?”, preguntó estridentemente. De cerca, vio que efectivamente era una adolescente. Tenía un pelo pelirrojo absolutamente maravilloso.

“Sí, ¿quién eres tú?”

“Veva”, respondió orgullosa de sí misma, “soy la novia de tu hermano, y vengo a pedirte un favorazo”.

El primer instinto de Lourdes fue desconfiar. Se quedó mirando a la tal Veva como si fuera una marciana. ¿Su hermano? No tenía hermano. Pero claro, seguro que había más Lourdes Murillos en el mundo y la había confundido con otra. Porque no podía referirse a su hermano desaparecido, ¿no?, 

“Perdona, pero creo que te has equivocado, no tengo hermano.”

“Sí lo tienes. ¿Podemos hablar en un sitio más privado?”

Lourdes miró a su alrededor. Tanto clientes como compañeros las estaban mirando a ella y a Veva, sobre todo a la última porque vestía como si se hubiese tirado de cabeza a su armario. “Vale, si esperas diez minutos acabo mi turno.”

Esos diez minutos fueron los peores de su vida. ¿Qué cojones? No tenía hermano, no podía tener hermano, hacía quince años de que su hermano naciese…y desapareciese. Quince. Dios, tiene la edad para ser su novia, pensó mientras atendía a un hombre bajito y regordete. Pero no puede ser, ahora la diré lo que le pasó a mi hermano y entenderá que no puede ser, que se ha equivocado de Lourdes Murillo.

“Mira, no puede ser mi hermano porque mi hermano…”, empezó Lourdes.

“Desapareció a los cinco minutos de nacer, lo sé”, acabó Veva. Lourdes la miró con una cara de póker que no habría conseguido hacer jugando al mismo. Se quedó sin palabras mientras Veva se columpiaba. Estaban en un parque vacío, “tu hermano es un mago, Lourdes.”

Lourdes empezó a reír, no sabía muy bien si por alivio de que la tal Veva estuviese loca o porque se había tenido esperanzas de que su hermano estuviese vivo, pero empezó a reír. “No puede ser, no existen los magos.”

“Sí, me temo que sí.”

“Pero…”

“Es fácil de entender. De hecho se ha hecho mucho más fácil de explicar en los últimos años. ¿Sabes los libros de Harry Potter?”

“Sí.”

“Para vosotros es ficción, para nosotros es una biografía real. Tenemos que estudiarla en Historia y todo.”

Lourdes empezó a reír otra vez, pero al ver que la cara de Veva no cambiaba de expresión, adoptó una expresión de gravedad y decidió seguirle la corriente. “Demuéstralo.”

“No puedo, si hago magia me arrestarán, soy menor de edad y he revelado la existencia de la magia a una muggle.”

“Enséñame una foto que se mueva, o una escoba que vuele, o una capa de invisibilidad.”

Veva dejó de columpiarse. Se levantó y empezó a pensar. Sacó de su bolsillo un palo. “Esta es mi varita.”

Lourdes inspeccionó la varita, sin tocarla porque Veva no le dejó, pero le sorprendió lo pulido y barnizado que estaba ese palo de madera. Miró entera a Veva con su varita y tuvo que reconocer que para una broma se lo había currado demasiado. Daba la perfecta impresión de ser una bruja intentado hacerse pasar por una muggle. Suspiró. “¿Qué favor decías que necesitabas?”

“Que le salves la vida a tu hermano.”