martes, 21 de mayo de 2013

The man who wasn't there


Escrita y dirigida por Joel y Ethan Coen

Cuando hay que afrontar este tipo de películas, de crímenes y personas comunes, sin nada de épica que ofrecer, es cuando el talento cinematográfico se eleva. El ritmo pausado y sin prisas que los Coen imprimen a esta película únicamente se ve superado por la fuerza titánica del reparto, en especial Billy Bob Thorton. Y no exagero al decir que la fotografía en blanco y negro es una pequeña joya que nos transmite al expresionismo alemán y, por consiguiente, al cine negro de The third man.
Las referencias que he podido vislumbrar son muy variadas y la verdad es que no desmerecen. Psycho es un gran referente en el inicio del film. Ed Crane, el protagonista absoluto, tiene un aire de Humpfrey Bogart, con un cigarrillo en la boca –o en la mano. Y hasta aquí puedo leer.

Luego está el trabajo de los siempre polifacéticos hermanos Coen. Esta es ya la segunda cinta suya que he visto con el mismo problema, un único y simple problema, el final se alarga en demasía, la otra es O Brother! Where art thou? Por otro lado, este trabajo está muy relacionado con otros dos anteriores tanto por el argumento (un fantástico refinamiento de su ópera prima, Simple blood) como por su mafiosos, aunque esté escondido y sea necesario buscarlo (un perfecto camuflaje para colarnos un Miller’s crossing de pequeña monta). Aunque este sea uno de los trabajos serios de los hermanos, tiene esa pequeña dosis de humor relajante, que quita tensión y nos hace olvidar por un momento todo el chaparrón que le está cayendo a Ed, el pobre y callado Ed. Y, finalmente, el surrealismo característico de estos cineastas que consiguen endosarlo hasta en las más verosímiles historias. Unos genios, unos talentos.

Por otro lado nos encontramos con las mujeres. Hay dos, y qué dos. Frances McDormand y Scarlett Johansson. La primera es la responsable de abrir la caja de pandora, la primera gran pecadora –con James Gadolfini, nada menos– y que ve reducido su personaje a la omnipresencia imaginaria; está ahí, pero no la ves. Y la segunda, quizá el personaje más flojo, es la bella Birdy que, al contrario que Doris Crane, ve cómo crece su personaje con el paso de la película. Johansson es mi debilidad en esta película –junto con el gran Jenkins–, pero no por nada sino porque es ella.

Y finalmente llegamos al quid de la cuestión. Por qué, tras una hora perfecta, se empeñan estos hombres en alargar el final, a estirarlo y darlo de sí. Quizá querían impregnar un poco de moral, una pizca de moraleja y convertir este relato en fábula, eso no lo sé. Os lo dejo que lo juzguéis vosotros, pues la opinión de un servidor no debe ser la única opinión, o me malcriaréis. 

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