lunes, 14 de marzo de 2016

Lourdes Murillo y el Hermano Desconocido: Parte VII

Parte VII.

Lourdes no fue consciente de que había agarrado la mano de Amatista hasta que  la soltó, y sintió cómo la cara se le ponía roja. Carraspeó y se recolocó en su asiento incómoda, y miró a todas partes menos a Amatista.

Mario le había puesto un trapo mojado en la cabeza a la chica, pero ella lo había tirado disimuladamente al suelo. Mario y Deina hablaban y Veva seguía mirando por la ventana. Lourdes se levantó y fue a sentarse junto a la chica.

“Hola”, dijo mientras se sentaba, “gracias por…”

“No pasa nada”, le interrumpió la chica sonriendo, “Iván es un buen amigo.”

“Me llamo Lourdes”, dijo tendiendo la mano.

“Sabrina”, contestó la chica mientras le estrechaba la mano.

“¿Te llamas Sabrina?”, dijo Lourdes intentando reprimir la sonrisa divertida que se le había dibujado en la cara, “¿y eres una bruja adolescente?”

“Sí, ¿por?”, preguntó Sabrina confusa.

“Nada, nada… cosas muggles”, dijo Lourdes, “¿de qué conoces a mi hermano?”

“Es el mejor amigo de mi hermano”, respondió señalando a Mario por encima de su hombro, “voy un curso por detrás.”

“¿Y estás mejor del golpe o lo que haya sido?”, preguntó Lourdes.

“Sí, sí.”

“¡Estimadas pasajeras, no me complace informaros de que hay cerca de diez magilicías acercándose hacia la avioneta!”, dijo Doña Dolores por la megafonía.

Amatista, Veva y Mario saltaron como resortes, sacando sus varitas al instante. Deina y Sabrina, las únicas que no estaban al lado de una ventana, también sacaron sus varitas, pero tardaron unos segundos más y tuvieron que correr hacia las ventanas libres. Lourdes, que se había levantado sin saber qué hacer, estaba en medio del pasillo.

“¡No os rindáis sin luchar, cielos!”, dijo Doña Dolores por megafonía.

“Vamos a necesitar ojos en la cabina”, dijo Mario mientras se recolocaba las gafas después de que al abrir la ventana el viento las hubiese descolocado.

“Voy yo”, dijo Deina alejándose de su ventana.

“No, tú puedes hacer magia”, dijo Lourdes, “ya voy yo.”

Lourdes no esperó a que respondiese nadie, cogió su mochila y salió por la puerta. En la cabina había más ectoplasma que al entrar, pero Lourdes saltó el charquito que había en el suelo y se sentó en el asiento del copiloto.

“¡Muggle!, ¿qué haces aquí delante?”, preguntó Doña Dolores mientras apartaba la vista del frente para mirarla.

“Mario necesitaba ojos aquí”, dijo Lourdes mientras se abrochaba el cinturón, “y tú tienes suficiente con pilotar la avioneta.”

“¡Qué cielo eres!”, dijo Dolores. A Lourdes le sorprendió que la fantasma fuese capaz de agarrar los mandos de la avioneta, pero claro, pensó en que quién era ella para cuestionar las reglas de la vida fantasmal. Así que se limitó a coger el micrófono y miró a su frente.

Vio que había diez figuras en escobas que se acercaban desde el frente de la avioneta. Volaban a mucha velocidad, varitas encendidas y en alto, y en línea recta hacia ellas. Cuando estaban lo suficientemente cerca como para distinguir de las figuras algo más que las luces de las varitas, Lourdes vio que estaban encapuchadas. Las tres de la izquierda y las tres de la derecha viraron ligeramente y aceleraron hacia los lados de la avioneta, mientras que cuatro de las figuras seguían volando hacia el frente.

“¡Os van tres por cada lado!”, gritó Lourdes por el micrófono. Inmediatamente se tuvo que agachar porque vio cómo las cuatro figuras que quedaban en frente lanzaban rayos azules hacia la avioneta. No vio lo que hicieron los rayos, pero oyó que el cristal de la cabina se rompía y le cayeron unos cuantos trozos encima.

Echó un vistazo y vio que se estaban acercando de nuevo las figuras y, de reojo, vio destellos de luz tanto a la derecha como a la izquierda de ella, asumiendo que la batalla detrás había empezado. El viento hacía que el pelo le tapase la cara. Volvió a agacharse inmediatamente y abrió su mochila. Buscó los cuchillos entre la ropa, pero le temblaban las manos de nervios y frío. Consiguió coger un cuchillo por el mango y lo sacó.

“No sé de qué te va a servir, cielo”, le dijo Doña Dolores mientras la miraba de reojo, “di a los de atrás que se agarren bien que voy a hacer maniobras.”

Lourdes repitió las órdenes y se agarró ella misma al panel de control, todavía agarrando el cuchillo. Sujetó con las piernas la mochila y cerró los ojos. Sintió las maniobras de la avioneta, subiendo y bajando y poniéndose boca abajo durante un par de segundos.

“Ya está, creo que nos hemos desecho de unos pocos”, dijo Doña Dolores con dulzura. Lourdes lo repitió por el micrófono pero en seguida los hechizos de los magilicías empezaron a impactar en la avioneta, haciéndola retumbar.

Una figura encapuchada apareció enfrente de Doña Dolores y Lourdes. La cara, visible a la luz de su propia varita, era la de un hombre serio y concentrado. Alzó la varita hacia Lourdes y un chorro de luz roja empezó a emanar de ella a gran velocidad. Lourdes, con reflejos casi felinos, alzó el cuchillo de su mano e, inexplicablemente para ella, el hechizo no le dio. Rebotó en la superficie del filo del cuchillo y se perdió entre las nubes. El hombre, claramente sorprendido, tardó unos segundos en reaccionar, lo que dio una ligera ventaja a Lourdes, que le lanzó el cuchillo con todas sus fuerzas y se agachó a su mochila, buscando el otro.

Lo encontró rápidamente, a la vez que un hechizo impactaba en el respaldo de su asiento y le echaba un poco de cuero y relleno por la espalda y el pelo, y lo lanzó también hacia el hombre. Se agachó de nuevo sin tener tiempo para ver si había acertado y esperó muy quieta hasta que otro hechizo impactó en el asiento. Empezó a buscar un objeto arrojadizo en la mochila y encontró la varita.

Durante una fracción de segundo pareció como si el tiempo se hubiese parado, y un torrente de imágenes arrasó en su cabeza, imágenes de muchos resultados posibles según la decisión que tomase y las consecuencias que la siguiesen. ¿Intentaba usarla? ¿Se la tiraba al hombre pudiendo darle dos armas? No tuvo que pensarlo dos veces y agarró bien fuerte la varita. Se alzó y apuntó al hombre.

“¡CONFRINGO!”, bramó Lourdes. El hombre se sorprendió, pero reaccionó como si fuese una bruja quien hubiese bramado el hechizo. La sorpresa hizo que su reacción no fuese muy mañosa, y cayó de su escoba. Pero de la punta de la varita no surgió más que un poco de humo y un sonido de motor roto.

Doña Dolores rugió riendo, “¡qué maravilla, muggle!”, Doña Dolores la miraba con una sonrisa triunfal, “¡chica, has derribado a un mago! ¡Sin magia!”

Pero Lourdes, aunque satisfecha con que la escabechina hubiese sido útil, no pudo evitar pensar que la varita no le había hecho caso y que no era una bruja. Pero no era momento para lamentarse. Cogió el micrófono y habló, “me he deshecho de uno aquí, ¿necesitáis algo? No hay nadie más aquí delante.”

Durante unos segundos no pasó nada. La batalla detrás seguía, había flashes de luz y temblores en la avioneta, pero había silencio en la cabina roto por el silbar del viento contra los cristales rotos. 

Entonces oyó un grito y la puerta se abrió. Deina apareció, horrorizada.

“Veva dice que tienes una varita de sobra”, dijo sin aliento.

Lourdes, sin mediar palabra, le lanzó la varita con suavidad. Deina la cogió al vuelo y la miró durante un segundo, “gracias, me has salvado la vida”, y volvió a meterse en la batalla.

“¿Por dónde vamos?”, preguntó Lourdes.

“Sobrevolando Castilla y León, creo”, respondió Doña Dolores, según decía esto, la avioneta salió de las nubes y surcaron el cielo despejado, “sí, Castilla y León.”

“Estamos sobrevolando Castilla y León”, dijo al micrófono Lourdes, “¿cuántos quedan?”

Nadie contestó, pero los flashes de luz que antes provenían de ambos lados de la avioneta ahora solo venían desde la derecha y la avioneta se ladeaba a la izquierda cada vez que un hechizo impactaba, así que sumió que todos los que quedaban debían estar a la derecha. Después de unos minutos sin poder hacer nada, se sintió más inútil de lo que ya se sentía sin poder usar magia y decidió desabrocharse y salir de la cabina.

En el pasillo vio que Amatista, Mario y Deina luchaban desde las ventanas contra dos encapuchados, creyó contar Lourdes, y Sabrina atendía a Veva, que parecía estar inconsciente. Lourdes corrió hacia ellas.

“¿Qué le ha pasado?”, preguntó a Sabrina.

“Nada grave”, dijo Sabrina rápidamente, “un Expelliarmus mal apuntado le dio y rompió con la cabeza la ventana abierta, tiene un cristal clavado pero no creo que la herida sea profunda.”

“Ve a ayudar, me quedo con ella”, le dijo mientras ponía sus manos bajo las de Sabrina para que pudiese soltar la cabeza sin que cayese contra el suelo y se clavase más el cristal.

“No me he atrevido a sacarlo por las turbulencias”, dijo Sabrina avergonzada mientras liberaba sus manos.

“No pasa nada, ahora lo intento yo.”

Sabrina asintió y se fue a la ventana de Mario a ayudarlo. Lourdes giró un poco la cabeza de Veva y, con toda la calma que pudo, soltó su mano derecha de la cabeza, dejando la izquierda sujetándola, y la llevó hacia el cristal. Le temblaba un poco, pero expiró todo lo que pudo y agarró el cristal. A penas tiró de él, ya había salido y empezó a salir un hilo de sangré de la herida. La tapó con su mano izquierda al tiempo que tiraba el cristal al suelo. Acarició un poco la cara inconsciente de Veva y apretó la herida para parar la sangre.

Miró hacia las combatientes. Amatista no parecía estar sufriendo mucho, moviéndose con agilidad cada vez que tenía que evitar un hechizo (o creía que tenía que hacerlo), pero Deina parecía estar esforzándose por encima de sus posibilidades, sudando mucho, pero luchando con firmeza. Mario y Sabrina estaban holgadísimos, Mario era el encargado de tener el escucho activo mientras que Sabrina lanzaba hechizos. A los cinco minutos, las turbulencias pararon y estallaron de alegría.

Todas se pusieron alrededor de Veva y Lourdes. Sabrina volvía a estar preocupada, pero el resto estaba relajado. Mario se agachó y miró la herida. Sonrió y con un murmuro suyo se cerró la herida y no quedó nada más que una pequeña costra, al tiempo que el resto de pequeñas heridas desaparecían del todo. También la reanimó y todas respiraron aliviadas, ella la primera.

Sabrina se relajó y se sentó a descansar. Deina directamente se tumbó en el suelo bocabajo. Amatista se acercó a Lourdes, que había dejado a Veva recuperarse en otro asiento, y le señaló a Deina.

“Se le cayó su varita”, dijo, “bueno, la dieron y en vez de caer sin sentido simplemente soltó la varita. Alucinante lo que aguanta esta chica.”

“Me alegro de haberme quedado esa varita, entonces”, dijo Lourdes, “me sentía mal por darle la razón a Umbridge.”

Se sentaron en los asientos en los que estaban antes. Amatista cerró todas las ventanas con un movimiento de su varita.

“¿Dijiste que te deshiciste de uno?”, preguntó Amatista.

“Sí”, respondió Lourdes.

“¿Cómo?”, preguntó Amatista levantando las cejas.

“Intenté usar la varita”, dijo Lourdes viendo que Amatista se quedaba con la boca abierta, “y el hombre se cayó de la escoba. Pero el hechizo que intenté no funcionó, sólo salió un poco de humo de la punta de la varita.”

“Guau”, dijo Amatista después de unos segundos en silencio, “¿conseguiste que saliese humo de la varita siendo muggle?”

Lourdes asintió, dándose cuenta de que tenía las manos ensangrentadas.

“Estamos entrando en Madrid, cielos”, dijo por el megáfono Doña Dolores, “pero no os voy a dejar en el punto habitual, seguramente os estén esperando allí.”

Veva se levantó y se dirigió hacia la puerta, “voy a decirle dónde nos puede dejar.”

De repente, Lourdes se acordó de que su coche, o del coche de su padre más bien, estaba en Cantabria. Esto le hizo acordarse de su padre, y sacó su móvil de la mochila. Lo había apagado para entrar a trabajar el otro día y no lo había encendido desde entonces. Lo encendió y sonó la musiquita de inicio.

Amatista se quedó mirando el móvil extrañada y el resto habían girado sus cabezas hacia ella, “¿qué es eso?”, preguntó Amatista.

“Mi móvil”, respondió Lourdes con obviedad, olvidándose de que era brujas, “una cosa que utilizamos los muggles para hablar y enviarnos mensajes”, aclaró inmediatamente, al ver las caras de póker que tenían. Y jugar y usar internet y hacer fotos, pensó para sí misma, decidiendo que esa información la dejaría para otro momento.

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