jueves, 22 de mayo de 2014

Psiquiatría nivel usuario

-Tengo una pequeña espina clavada en lo más profundo de mi alma. No hay quien me la quite o me la arranque de la carnada.

-Deja de hablar en prosa rimada y arriba esos ánimos, parece que todo va mejor.

-Todo va viento en popa, de eso no tengo ni la más mínima duda. Pero sigo respirando a marchas forzadas e intermitentes por culpa de mis errores pasados.

-Tal y como yo lo veo, tus errores te han traído al ahora y los errores que cometas hoy, te llevarán a un mañana aún por determinar y aún puede ser mejor que el presente.

-Mezclas los tiempos y provocas galimatías en mí, vizconde. Habla claro.

-Sólo digo que no te arrepientas de los errores, pues ellos forman lo que eres. Tampoco te enorgullezcas de haberlos cometido, simplemente aprende de ellos.

-Esta espina es muy puntiaguda y profunda.

-¿De qué se trata?

-Cosas hirientes y vergonzosas, por supuesto.

-¿Puedo oírlas?

-Puedes oírlas, pero no de mi boca.

-No te achiques, no flanquees ante la verdad de tus actos; el primer paso es hablar de tus fatales errores.

-Ya he hablado con gente de ellos, de él. Pero sigo sin sentir alivio ni desintoxicación. A veces, en la cama tumbado bocarriba, siento una asfixia irreal y sosegada, tranquila. Una serpiente peluda recorre mis venas al tiempo que el veneno de sus colmillos redondeados penetra por cada uno de mis orificios nasales, impertérrito ante la mirada suculenta mi alma enrarecida y apocada. Su aroma infrahumano rellena mis pulmones con su verdor insípido y, desamparado, busco alguna mano que me rescate de esos sueños astrales que vivo desde el interior de mi cueva más profunda. A veces, en la cama tumbado bocarriba, me siento perdido. Otras, su mayoría, encuentro el consuelo del soñador que no vive y del dramaturgo que planifica su vida con grandes dosis de adrenalina. Pero al final la asfixia me encuentra, ineludible e inevitable.

-Sin duda, barón, tienes problemas que trascienden mis conocimientos, lamento que mis consejos no sean útiles.

-No necesito consejos, sino oídos. Oídos que no juzguen ni mi historia ni mi pasado, pues para eso me basto yo solo.

-Entonces, ¿oiré tus errores por tu propia boca?

-Sí, pero si me juzgas, incluso positivamente, nuestras relaciones de amistad y negocios habrán terminado para siempre, vizconde.

-En ese caso, mejor será que empieces ya, barón, pues el crepúsculo nos acecha y en la noche tan sólo soy capaz de juzgar y beber. Y los dos sabemos que ya no me dejan beber.

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